7 marzo 1953

Makenkov le reemplazará como jefe de Gobierno

Muere Stalin, dictador supremo de la Unión Soviética, abriendo las dudas sobre su sucesión: Kruschev le reemplaza al frente del PCUS

Hechos

En marzo de 1953 falleció Josif ‘Stalin’, presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo de la Unión Soviética y Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética.

Lecturas

Este 5 de marzo de 1953 ha fallecido José Stalin de un derrame cerebral,  a los 74 años de edad. Aunque las autoridades soviéticas no dieron información alguna hasta ayer, se sabe que Stalin había sufrido hace tres días un derrame cerebral. Desde que se conoció la noticia, cientos de miles soviéticos se reunieron en las plazas de las grandes ciudades para elevar preces por ‘el padrecito Stalin’.

Stalin supo tejer una intrincada red de alianzas y apoyos personales. Tras la muerte de Lenin (que reprochaba a Stalin su brutalidad, su incultura y su falta de escrúpulos), en 1924, Stalin estaba en condiciones de compartir la herencia del poder con sus brillantes rivales. Valiéndose de previsiones, pequeñas conspiraciones y chantajes, se alió sucesivamente con las diversas facciones del partido y eliminó uno a uno a sus enemigos.

A partir de entonces, acumuló en sus manos un poder ilimitado, sólo comparable al que ejerció en su tiempo ‘Pedro el Grande’.

Tras la eliminación de todos los opositores en el seno del PCUS, Stalin lanzó al país a un gigantesco programa de industrialización forzada y a la colectivización de la agricultura, que se realizaron con un coste social calculado en millones de muertos. Convertido en amo indiscutido de la inmensa Unión Soviética, Stalin extendió su influencia a gran parte del mundo.



En marzo de 1953 murió el jefe del comunismo internacional, José Vissarionovich Dyugachvili, que se había bautizado como “Stalin” – hombre de acero – y había reinado con poder absoluto en todos los países comunistas. Stalin había dirigido purgas contra los zaristas monárquicos, contra los blancos, contra los kulaks burgueses, contra los contrarrevolucionarios, contra los trotskistas, contra los titoistas y contra los médicos judíos.

Además, con la expansión del comunismo a Europa del Este, los virreyes de Stalin en cada uno de aquellos países habían dirigido sus propias purgas que, además de dirigirse contra los enemigos del comunismo, también habían liquidado a compañeros de partido en cada uno de estos países: Slansky y 11 de los suyos eran ahorcados en Checoslovaquia, Rajk y sus camaradas ejecutados en Hungria y la temible Anna Pauker caía era encarcelada en Rumanía.

La muerte de Stalin – informada en España por el corresponsal “Augusto Assía” del YA y LA VANGUARDIA – como la de la mayoría de dictadores vitalicios, se hizo tras una larga agonía, por eso cuando por fin murió Stalin, su muerte se venía anunciando desde hacía días la prensa a desde 1949.

LA SUCESIÓN DE STALIN

En el momento de morir Josef Stalin ocupaba oficialmente dos cargos en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas: el de Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) y el de Jefe de Gobierno (Presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo de la URSS), aunque para nadie era un secreto que tenía poderes de dictador absoluto.

Malenkov Malenkov, sustituye a Stalin como Presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo. Fue uno de los que habló al pueblo en el funeral publico a Stalin.

Kruschev Kruschev, sustituye a Stalin como Secretario General del PCUS. No habló al pueblo en el funeral público a Stalin.

Beria001 Beria, mantiene su poder de las fuerzas de represión como Ministro de Interior y Vicepresidente del Consejo de Comisarios del Pueblo. Fue otro de los tres oradores que habló al pueblo en el funeral de Stalin.

Molotov, el ministro de Exteriores, fue el tercer interviniente en el funeral público de Stalin, hablando al pueblo junto a Malenkov y a Beria.

REACCIONES EN LA PRENSA

Si al morir Lenin el ABC le hizo un reconocimiento de estadista, al morir Stalin ni agua: su portada no ha sido para él sino para sus víctimas.

En estos momentos en que el mundo entero se entrega a toda clase de especulaciones en torno a la consecuencias que, dentro de Rusia tendría la desaparición de Stalin (que agoniza, al parecer, cuando cerramos estas palanas), nuestro pensamiento se concreta en esos tristes países de la Europa ausente, diez incluida la Alemania oriental, que llevan tantos años sometidos a la mayor de las tiranías que se ha conocido. ¿Será el principio de su liberación? Al morir José Stalin, un rayo de luz iluminaría las esperanzas de los pueblos europeos sojuzgados por Rusia. ¿Con qué fundamento? Hacia esas diez naciones se dirige hoy la simpatía del mundo civilizado, nuestro pensamiento del martirio que han sufrido y siguen sufriendo muchos millones de seres de la Europa esclavizada por la Hoz y el Martillo. (ABC, 5-3-1953)

Las 10 naciones a la que se refiere son URSS, Polonia, Bulgaria, Hungría, Rumanía, Checoslovaquia, República Democrática de Alemania, Albania, Corea del Norte y China. Habría que incluir a una dictadura más, la de Yugoslavia, pero ABC no la incluye porque había roto con la URSS puesto que el dictador comunista de Yugoslavia, Tito, rompió con Stalin por querer dirigir su dictadura sin tener que pedir órdenes a Moscú. Lo más destacado es que el ABC vuelve a atreverse a usar la expresión de “mundo civilizado” a los países occidentales, está en su derecho, pero no se puede olvidar que esa fue la denominación que dio en su momento a los países fascistas. El director de ARRIBA, don Ismael Herraiz, no puede dejar de aprovechar la ocasión para el peloteo debido al caudillo.

Ha terminado el papel de Stalin como jefe supremo del partido comunista. Las grandes presas que ha hecho la URSS en Europa y Asia han sido más dejación y cambalache indigno de las grandes potencias que una conquista inevitable. De aquí que la desaparición del dictador rojo de la escena política no tenga para nosotros la significación y la importancia que quiere atribuírsele. El comunismo con Stalin, Malenkov, Molotov Beria o cualquier otro personaje. Sólo aquí tropezó Stalin con Franco, quién bajo el imperio del espíritu cristiano supo atajarle el camino, detenerle victoriosamente. (ARRIBA, 6-3-1953).

Nadie habla en ese momento del señor Kruschev, el hombre que, tras desaparecer Stalin, asumirá el liderazgo del comunismo mundial. Como sucesor todos señalan al señor Malenkov – que es el que reemplaza a Stalin como jefe de Gobierno – al que el ARRIBA dedica un comentario racista. En lo que sí acierta es al hablar de la situación en la que se encuentra el jefe de la detestada policía secreta stalinista, Laurenty Beria, con la pérdida de su mentor.

Malenkov ha heredado junto con el desprecio a Occidente de su patrón, esa sonrisa cazurra y perversa de los asiáticos. La batalla contra Beria, el jefe de la Policía, estaba ganada porque Beria había quedado eliminado antes de morir Stalin en una maniobra de largo alcance (…) ¿Qué fuerzas podía tener Malenkov enfrente? Sólo Beria. Pero Beria había experimentado que su poder no era absoluto desde el momento en que su propio hermano era detenido en los últimos días de vida de Stalin y cuando sus amigos Slansky, la Pauker, los dirigentes húngaros, todos los que él había garantizado ante el Kremlin iban siendo barridos. (ARRIBA, 7-3-1953)

06 Marzo 1953

El fin de Stalin

ARRIBA (Director: Ismael Herráiz)

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Ha terminado el papel de Stalin como hombre de Estado y jefe supremo del partido comunista. El hecho ha irrumpido en el ambiente despertando un mar de conjeturas desde que se hizo pública la grave enfermedad que ha terminado con e dictador rojo. Era esta una de las ocntingencias previsibles y sobre las que más se ha especulado en los últimos años, cuando se enjuiciaban los acontecimientos y las perspectivas de la política internacional. Indudablemente que la mayor grieta y deficiencia doctrinal del comunismo en lo relativo a su economía vital interna es la que se revela en la falta de criterios que permitan discernir la sucesión en la jefatura, de modo que ésta no venga a ser tema de batalla entre quienes de algún modo puedan sentirse llamados al primer puesto. En tales circunstancias en muy verosímil un pleito sucesorio más o menos largo y ostensible, que, dada la situación y el peso de la URSS en el mapa político mundial, no podrá dejar de tener consecuencias para el porvenir inmediato, aún cuando sería difícil predecir el sentido de esas consecuencias.

A nuestro juicio, los éxitos del comunismo son atribuibles a tanto a su propia virtualidad, cuanto a las miserias, contrasentidos y debilidades en las que se debate el conjunto de los pueblos occidentales. Entre las condiciones políticas que puedan reconocérsele a Stalin, cuando se trata de formular un juicio con la objetividad debida, no entra para nada la admiración de una genialidad polifacética, de la misma manera que, sin desconocer el poderío de Rusia, consideramos que el de los pueblos occidentales sería incontestablemente mayor y superior debidamente utilizado.

Las grandes presas que ha hecho la URSS en Europa y Asia han sido más dejación, abandono y cambalache indigno de las grandes potencias, que una conquista inevitable de un poder militar que no puede ser detenido. De aquí que la desaparición del zar rojo de la escena política no tenga para nosotros la significación y la importancia que quiere atribuírsele, puesto que sólo afecta de tono marginal a los términos esenciales de a cuestión. El comunismo con Stalin, Malenkov, Molotov, Beria o cualquier otro personaje, sólo alcanza valor decisivo a condición de que los pueblos occidentales persistan en las injusticias y mezquindades que señalan la actual crisis espiritual, social y política, por la que reina la desunión, en vez de la unidad; el estrecho nacionalismo, frente las exigencias de una comunidad internacional solidaria y cristiana y las conspiraciones de intereses bastardos frente a las aspiraciones sociales y legítimas de justicia.

Esto mismo que decimos puede ayudar a comprender lo que nos ofrece inexcusable advertir a propósito de Stalin cuando éste abandona su puesto de mando. Sería impropio de nosotros reducirnos las apreciaciones comunes sobre su biografía accidentada, sus crímenes y el poder que llegó a retener en sus manos. Más importante es dirigir la atención hacia sus condiciones de político clave, de un realismo descarnado y seguro, con gran capacidad de escisión y suficiente por sí mismo para convertir en servicio del futuro ruso la marea de la revolución, que Lenin dejó todavía en plena efervescencia. Un juicio de su conducta y de los episodios salientes de su vida política no puede hacerse sin tener en cuenta sus propias posiciones doctrinales.

Porque negamos esas posiciones doctrinales es por lo que nos está permitido calificar las numerosas ‘purgas’ de crímenes: sus expedientes de gobierno, de abominables, y sus planteamientos básicos, de radicalmente ilícitos. Sólo aquí, en España, tropezó el Kremlin, que gobernaba el georgiano, con quien le hizo morder el polvo de la derrota militar y política. Sólo aquí tropezó Stalin con Franco, quien sin partir de sus posiciones de amoralidad impía, sino bajo el imperio del más encuadrado espíritu cristiano supo atajarle el camino, detenerle y pasarle victoriosamente.

05 Marzo 1953

Porvenir, más que pasado

LA VANGUARDIA (Director: Luis de Galinsoga)

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Las noticias que facilita oficialmente Moscú acerca del estado de salud de Stalin son de tal gravedad, que su publicación más bien parece anuncio de una muerte ya acaecida. O el dictador ha fallecido o su estado es tan desesperado que no queda la más mínima duda respecto a un rápido desenlace. De no ser así, lo más seguro es que el tenebroso Kremlin no hubiera dicho nada; de tratarse de un acceso de cualquier índole pero que permitiera siquiera mantener la esperanza de algún retraso en la muerte, no se habría descubierto el velo del secreto. Además la serie de detalles que facilitan las informaciones oficiales, permitiendo a cualquier médico que los lea formular a distancia un pronóstico desesperado, son clara indicación de que los días de Stalin, si no han terminado ya, están en un inminente final.

En todo caso, políticamente hablando, Stalin ya está muerto.

Las reacciones producidas por las noticias sobre el gravísimo estado del hombre del Kremlin, se orientan, ya desde el primer momento, más a un intento de escrutar el porvenir que hacia el análisis de la figura que desaparece.

Todo se reduce, ahora, en definitiva, a saber si, efectivamente, el régimen es tan personal como para no haber dado lugar a la existencia de una oligarquía lo bastante compacta y consciente de los peligros que sus individuos correrían separadamente, para evitar el dividirse. Habrá que ver si el partido es una realidad sólida, si el Eje´rcito aspira a jugar un papel y puede jugarlo, qué fuerza propia tiene el temible Beria y su policía política. En los primeros instantes, las noticias que llegaron son que Molotof se ha hecho cargo de la jefatura del Gobierno, y Malenkof, de la del partido. (Recuérdese, por cierto, que el dominio del partido es lo que sirvió de base a Stalin para adueñarse del Poder supremo).

En cuanto a la inminente política exterior soviética, estamos lejos de poder asegurar que la desaparición de Stalin haya de ser necesariamente favorable para la paz. Stalin era, ahora, un elemento digamos conservador dentro de la revolución. Por una razón humana suprema a la que nadie puede escapar: la edad y por la experiencia, sobre todo la de la última guerra, era un factor moderado. Recuérdese cómo en las distintas situaciones de crisis que se han producido desde que terminó la segunda contienda mundial del siglo (Berlín, Persia, Corea, etc.) llegando el momento decisivo, Stalin se ha replegado sin llegar a lo irremediable. S política basada esencialmente en la fuerza y la violencia contra almas y cuerpos, se detenía ante su uso cuando no estaba seguro de salir con bien de la empresa. Después de Stalin, en suma, puede venir una situación, la que sea, en la que disminuya el peso agresivo de Rusia sobre el mundo; pero podría también instalarse otra en la que la única salida a un posible caos interno fuera la acentuación de las aventuras externas. Como puede darse el caso – ¿quién es capaz ahora de descartalro ‘a priori’? – de que un ‘nuevo Stalin’ esté ya entre bastidores sujetando los hilos que habrán de darle el dominio personal absoluto y, entonces, todo dependería de aquel hombre. ¿O sucederá una oligarquía, de personas intercambiables y sujeta a fluctuaciones políticas externas? Nadie puede saberlo, todavía.

La desaparición del hombre terrible que ha regido durante tantos años, con mano implacablemente tiránica, el inmenso mundo soviético, modelándolo según su voluntad, en tan gran parte, crea una situación nueva en el panorama político mundial. Pero a lo menos de momento no hay que pronosticar un cambio profundo en la política exterior rusa.