26 enero 1981

La 'banda de los cuatro' está acusada de 'perseguir' a Deng Xiaoping con fines de usurpar el poder en la República Popular China

China: La viuda de Mao Zedong, Jiang Qing, es condenada a muerte por los tribunales del régimen de Deng Xiaoping

Hechos

El 26.01.1981 Jiang Qing, viuda de mao Zedong, fue condenada a muerte.

Lecturas

Sentencia al Juicio de la ‘Banda de los Cuatro’, todos ellos fieles seguidores del dictador Mao Zedong, fallecido fundador de la República Popular China, acusados ahora de desviacionismo y de haber intentado dar un golpe de Estado contra el Gobierno de Hua, controlado en la sombra por Deng Xiaoping:

  • Chiang Ching (Jiang Qing) – Viuda de Mao – Pena de muerte.
  • Zhang Chunquiao – Ex viceprimer ministro, ex alcalde de Sahngai, miembro del Politburó considerado jefe del radicalismo – Pena de Muerte.
  • Wang Hong Wen – Ex vicepresidente del Partido Comunista – Cadena Perpetua.
  • Yao Wen Yan – Periodista, escritor y propagandista de la revolución cultural – 20 años de cárcel.
  • Chen Boda – Ex secretario político de Mao, autor del apodo de ‘El Gran Timonel’ – 18 años de prisión.
  • General Huang Yongshen – Ex Jefe del Estado Mayor Militar – 18 años de cárcel.
  • General Jiang Tengjiao – 18 años de cárcel.
  • General Wu Faxian – Jefe de la Fuerza Aérea – 17 años de cárcel.
  • General  Qiu Huzuo – Ex Subjefe del Estado Mayor – 16 años de prisión. 

TRIUNFO DE DENG XIAOPING

DengXiaopin2 La destrucción política de Jiang Qing supone un triunfo político de Deng Xiaoping, que se ve así consolidado como el auténtico ‘hombre fuerte’ de la Dictadura de la República Popular China.

18 Noviembre 1980

Lady Mao

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera Cortázar)

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EL ACTO votivo que con el nombre de juicio o proceso comenzará hoy o mañana en Pekín contra la «banda de los cuatro» tiene la intención, apenas sutil, de limpiar a la China actual de las formas agresivas de la política de¡ pasado inmediato, pero dejando intacto hasta donde sea posible el nombre y la sabiduría de Mao, sobre quien todavía pesa la mayoría de la adhesión popular. Seria la esposa de Mao la que, como « Lady Macbeth», aparecería culpable principal de haber forzado la actuación de su esposo, haberle llevado por malos caminos: más allá de Shakespeare, tal vez fuese ella y sus tres cómplices quien el hubieran precipitado la muerte del guía histórico, según algunas de las acusaciones. Cubren éstas una amplia gama, que va desde la celebración de orgías sexuales y la contemplación de películas pornográficas hasta la comisión de 34.000 asesinatos políticos en- el tiempo de la revolución cultura¡ y la persecución de 500.000 personas; entre ellas, algunas de las que ocupan hoy puestos de poder.Desde hace años, aún en vida de Mao y en la de Chu En-lai, China ha tratado de invertir en lo posible una forma de revolución que le ha supuesto. progresos trascendentales en muchos aspectos -independencia definitiva del extranjero que la explotó y la hizo miserable, elevación del nivel de vida, y de la longevidad, posesión de armas atómicas con sus correspondientes vectores-, pero que probablemente, a juicio de sus dirigentes, ofrecía, escasas posibilidades para el futuro y se habla estancado. Una larga paciencia, un gran desprecio por las contradicciones y la concurrencia de circunstancias mundiales específicas han favorecido ésos propósitos, hasta llegar a un punto importante en el equilibrio mundial y en el cambio de objetivos económicos y sociales, conservando aún la comodidad de un régimen de estructura comunista, comodidad dirigente en cuanto a la seguridad de un trabajo barato, de una dirección disciplinada de la sociedad e incluso de una oferta a los nuevos amigos extranjeros de garantía de sus inversiones y de seguridad en su apoyo militar si el caso sucediera. Cualquier vistazo a la historia nos enseñará que todas las grandes revoluciones han terminado en la esclerosis: el esfuerzo chino por salir de ese destino y aprovechar cada conquista para evolucionar hacia lo que sus dirigentes creen mejor tiene una característica de. excepción histórica y representa una importante dosis de lucidez y de osadia por quienes lo han emprendido, independienteniente, claro, de cuáles puedan ser sus resultados finales y de la sensación de deserción que puedan ten ir los movimientos de rebeldía en el mundo, que un día creyeron que China podría ejercer el papel en el que la UPSS no les había resultado satisfactoria.

Pero no es fácil de aceptar la idea de que el exorcismo del pasado Pase por la localización exclusiva en cuatro personas de los caminos políticos seguidos en otros tiempos, ni que se cargue sobre las manos de la viuda de Mao, como sobre las de lady Macbeth, toda la sangre vertida, «que todos los perfumes de Arabia no podrían lavar». Ni es fácil de aceptar que la aproximación a otros valores éticos y políticos que está realizando China pase por un proceso sin garantías con todas las características de lo que históricamente se ha llamado «purga sangrienta». No se trata ahora de discriminar si los «cuatro» han sido culpables o inocentes, desde el momento en que las no ciones de inocencia y culpabilidad en política son siempre confusas: pero sí de advertir que, de haber culpabilidad, sería probablemente más difusa y más amplia y abarcaría a muchos de los que hoy están en el poder y juzgan, y de que China pueda dar un paso atrás considerable con un proceso inventado en la estima y la amistad de quienes hoy se aproximan a ella. Tal corno está enfocado el pro ceso, y por la magnitud de las acusaciones derrochadas sobre los cuatro detenidos, que aparecen en estado de indefensión jurídica, es de temer que acabe en condenas capitales y en ejecuciones. Nada de eso favorecerla a la ,imagen que China quiere elaborar para su nuevo desarrollo. Ya en estos momentos es difícil, comprender cómo los principales fiscales mundiales de las violaciones de los derechos humanos apartan cuidadosamente el nombre de China de sus actas, el proceso es un signo externo demasiado visible como para soslayarlo por conveniencias de la política internacional

14 Diciembre 1980

Los delincuentes de Pekín

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera Cortázar)

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EL TRUCULENTO juicio de Pekín parece haber llegado al punto que sus directores de escena pretendían: la premeditada culpabilidad alcanza al presidente del Partido Comunista de China, Hua Guofeng, y se han circulado rumores -desmentidos por un portavoz oficial- de que estaba detenido en su domicilio. Parece que lo que estaba previsto en un principio era que Hua dimitiese de su puesto a principios de año a cambio de no aparecer complicado en las acusaciones de complicidad con la «banda de los cuatro». Su sucesor sería Hu Yaobang, actual secretario general del partido, un hombre de Deng Xiaoping, que así quedaría con toda la fuerza de la dirección del país. Pero algo, quizá, está pasando que precipita los acontecimientos. Probablemente, que Hua se hace fuerte en su puesto y trata de movilizar en su favor un cierto sentimiento de descontento que nace del proceso en si, pero que se difunde en la sensación de malestar del pueblo chino ante las luchas de sus dirigentes históricos.Los cambios de signo y de interpretación de hechos concretos del pasado, los novelescos descubrimientos de las verdaderas intenciones de los dirigentes, las falsedades, los pactos, las alternativas de culpabilidad, hacen prácticamente imposible discernir la verdad histórica. En China -y no sólo en China- la historia cambia al cambiar la óptica política con que se la contempla. Por ejemplo, en abril de 1976 se produjo el «incidente de Tienanmen»: un millón de chinos en la plaza de Tienanmen, de Pekín, honraban la memoria de Chu, Enlai, a pesar de las prohibiciones del poder. La interpretación del sentido último de este incidente ha variado algunas veces: estaba preparado por la «banda de los cuatro», era un acto contra la «banda de los cuatro »; era de un izquierdismo radical o de un conservadurismo excesivo. O era una simple adhesión a Mao. Pero ¿a qué Mao? ¿Al héroe, al mito, al secuestrado por la «banda», al hombre senil que ya no razonaba? Sobre un hecho en el que intervienen un millón de personas no se puede argüir en contra; solamente utilizarlo y tergiversarlo. Se convirtió, por tanto, en lo que conviene al proceso y a la dirección política actual: una demostración contra la «banda». Pero entonces era ministro del Interior Hua Gueifeng, encargado de la seguridad pública: dirigió las operaciones policiacas contra la manifestación. Y denunció a Deng Xiaoping como culpable de haber organizado el incidente. Es indudable quela revisión histórica convierte ahora a Hua en culpable, a Deng en héroe. Desde una óptica lejana como es la nuestra, y desde una posición de ética política que trata de eliminar las truculencias y las falsedades de la vida pública, parece indudable que discernir culpabilidades no sólo es difícil, sino también innecesario. Se puede generalizar concluyendo con la culpabilidad de todos, los de entonces y los de ahora, como creadores de un sistema político (atenazando en la política la justicia, la prensa, la opinión pública, la fuerza de represión), que es enteramente repudiable. Es difícil tener la facilidad de opinión de Santiago Carrillo, que al regresar de China manifestó públicamente que los juzgados en Pekín eran simplemente criminales de derecho común, y que el proceso estaba juzgando libremente a unos asesinos. Se lo había manifestado así el propio Hua Guofeng, con quien acababa de tener una entrevista. No es difícil comprender la compunción que debe tener actualmente Carrillo al comprobar que su amable interlocutor era también uno de los culpables.

Si es que la historia no cambia una vez más en los próximos días, Deng Xiaoping se habrá hecho con el poder absoluto en China. La interrogante es: ¿seguirá el proceso de apertura bruscamente frenado en las últimas semanas previas al juicio contra los cuatro?