30 agosto 2016

Las FARC de Colombia afirman el fin de su guerrilla armada tras 52 años de secuestros y asesinatos

Hechos

El 30.08.2016 Rodrigo Londoño, Timochenko, líder de las FARC, anuncia que ordenaba a ‘todos sus mandos le cese de hostilidades de manera definitiva contra el Esado de Colombia».

30 Agosto 2016

El primer día de la paz

EL PAÍS (Director: Antonio Caño)

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La madrugada de ayer pasará a la historia de Colombia por ser la primera noche en 52 años en que no hubo guerra civil en el país sudamericano. Se trata del triunfo de la razón sobre la sinrazón, del diálogo y la reconciliación sobre la cerrazón y el odio fratricida. Las palabras del líder de las FARC, Rodrigo Londoño,  Timochenko —“ordeno a todos nuestros mandos, a todas nuestras unidades, a todos y cada uno de nuestros y nuestras combatientes a cesar el fuego y las hostilidades de manera definitiva contra el Estado colombiano”— son probablemente las más esperadas por millones de colombianos.

La paz en Colombia, como subrayó el presidente Juan Manuel Santos, es el comienzo de una nueva historia. Finalmente, el Estado podrá centrar sus esfuerzos en abordar los ingentes desafíos —y el poder del narcotráfico no es el menor de ellos— que le aguardan. Pero al menos ya podrá hacerlo sin la sangría en vidas, bienestar social y recursos de todo tipo que le suponía el constante combate con la guerrilla. Por primera vez en más de medio siglo, la política interior colombiana no estará marcada por la guerra. Y eso será, sin duda, una importantísima novedad a la que tendrán que acostumbrarse tanto los políticos como los electores.

El acuerdo alcanzado con la guerrilla después de cuatro fatigosos años de conversaciones en La Habana pone las bases no solo del silencio de las armas, sino de una importante transformación de todo el país. Por ejemplo, la reforma agraria acordada supone la transformación radical en la redistribución de la riqueza entre los habitantes del campo y los de las zonas urbanas. De igual modo, la nueva aproximación al problema de los cultivos ilegales de hoja de coca y a la lucha contra las bandas de traficantes coloca en una nueva perspectiva el combate al narcotráfico después de décadas de intentos infructuosos.

Pero es necesario subrayar que el de ayer es apenas el primer día de un largo proceso. El abandono práctico de las armas y la reincorporación de los guerrilleros a la vida civil y política son delicadísimos pasos que todavía deben concretarse. El cómo se produzcan ambos determinará el éxito definitivo del proceso de paz. Mención especial merece la compensación a las víctimas tanto en términos materiales como —mucho más importante— de conocimiento de la verdad de los hechos. La reconciliación no puede convertirse en un pasaporte a la impunidad y en este sentido la creación de un llamado Sistema Integral del que forma parte fundamental una Comisión de la Verdad jugará un papel fundamental en el éxito final del proceso.

No obstante, la alegría y el alivio de estas jornadas no pueden ocultar la inmensa tragedia que ha supuesto más de medio siglo de guerra civil en el país. Los cientos de miles de víctimas mortales, los millones de desplazados y el incontable número de colombianos que tuvieron que huir de su país. Por ello cobra especial importancia el referéndum del próximo 2 de octubre donde los colombianos sancionarán o rechazarán el acuerdo. Tendrán la última palabra sobre el conflicto prácticamente por primera vez desde su inicio. Que tras las armas hablen las urnas es el mejor colofón posible a esta paz tan deseada.

28 Agosto 2016

Ganan La Habana y su dama blanca

Hermann Tertsch

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Son las FARC una organización terrorista comunista considerada como la banda narcotraficante más grande del mundo. Tiene contactos con la mayoría de los cárteles de la droga de toda América. Produce, gestiona y transporta un alto porcentaje de la pasta de coca y cocaína que se trafica, vende y consume en Estados Unidos y en Europa.

Es responsable además de una guerra contra la democracia colombiana que dura más de medio siglo y que se ha cobrado centenares de miles de vidas. Sus inicios son los de otras guerrillas del subcontinente. Respondían a la lógica de la Guerra Fría como instrumento de la URSS y sus satélites europeos en su intento de repetir el gran éxito de Cuba en 1959. Desde allí, consolidado el régimen castrista, se organizaron, entrenaron, financiaron y dirigieron guerrillas terroristas en prácticamente todos los países de la región.

Las oleadas de terror dieron al traste con los regímenes frágiles y trajeron nuevas dictaduras militares. Salvo en Colombia, donde tras décadas convulsas, la democracia aguantó. Con admirable tesón y valentía, con inaudito vigor y con inmenso sufrimiento por la barbarie de unos terroristas que eran jaleados como «guerrilla libertadora» por la izquierda latinoamericana y europea.

Colombia tuvo la desgracia de la explosión del consumo de cocaína en el mundo occidental que disparó el volumen de dinero y el poder del comercio ilegal. La guerrilla comunista y las redes de narcotráfico entraban así en simbiosis y la dama blanca, la droga capitalista, la cocaína, pasaba a ser la fuente inagotable de dinero en efectivo para comprar armas, poder y almas. Ahí estaban los ingresos clave para los grandes planes, no ya para los terroristas, sino para sus mentores en Cuba, ya antes de que se disolviera la URSS.

Con la cocaína se compraron voluntades en los aparatos del Estado en toda la región y fuera de ella, en organismos internacionales y en un inmenso y complejo entramado dedicado al lavado del dinero en todo el mundo. Políticos, financieros, empresarios, funcionarios de decenas de países integran una red cuyo control general solo tiene La Habana.

Ya en 1989 tuvo que pagar con su vida el general Arnaldo Ochoa los cálculos de Castro en la expansión del gran negociado de la plataforma mundial de la cocaína en el Caribe. Quince años después, bajo la bandera ideológica del Foro de São Paulo, la sonrisa de Hugo Chávez, una decena de gobiernos, el petróleo de PDVSA, el socialismo del siglo XXI y siempre bajo el mando de los viejos Castro y el G2 en La Habana, era de los negocios más activos, lucrativos, solventes, poderosos y dinámicos del planeta.

Con la Venezuela de Hugo Chávez ya convertida en plataforma continental de la Cuba castrista y con la dependencia del narcotráfico de los aparatos de estos regímenes, las FARC, con el control de materia prima y producción han logrado sobrevivir cómodamente a sus desastres militares bajo Pastrana y Uribe. ¿ Por qué? Porque son la fuente imprescindible de negocio para un colosal entramado que paga en salones y venerables organizaciones en todo el mundo. Las FARC están a punto de lograr el sueño de Pablo Escobar: comprar Colombia y la voluntad de su pueblo.

Lo logrará el 2 de octubre si no lo impide el votante colombiano. Con su cocaína y su terror han logrado –con sospechosa facilidad– convencer a los actuales gobernantes de que es mejor aceptar el fin del estado de Derecho, la plena impunidad para los asesinatos y negocios criminales de las FARC, la posibilidad de acoso penal a quienes defendieron al Estado y privilegios para los terroristas en la sociedad y el poder como la insólita garantía de representación parlamentaria incluso sin votos. Todo ello se entrega a las FARC a cambio de la promesa de no matar más. Sería mucho peor que se les obligara a volver a matar a inocentes, se viene a decir. Esta rendición se escenifica en La Habana, centro del mundo narcopolítico.

Terrible es esta claudicación de una orgullosa democracia combativa ante la amenaza del facineroso. Pero peor, propio de las fiebres de nuestro tiempo, son los aplausos que llegan de Obama o Merkel, de la UE, del Papa o la OEA. Son aplausos al crimen triunfante. Los que más ríen, los dos ancianos de La Habana que ven cumplido un empeño de toda la vida que parecía imposible: poner a Colombia de rodillas.