15 marzo 2003

Tras la sentencia dimiten como co-presidentes del Banco Zaragozano, donde serán reemplazados por Felipe Echevarría con una presidencia única

‘Los Albertos’, Alberto Cortina y Alberto Alcocer, condenados a tres años de cárcel por la estafa de Urbanor

Hechos

El 15.03.2003 D. Alberto Cortina y D. Alberto Alcócer fueron condenados a tres años y cuatro meses de prisión por un delito de falsedad en documento mercantil y otro de estafa.

15 Marzo 2003

Albertos

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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La condena por el Supremo de Alberto Cortina y Alberto Alcocer a tres años y cuatro meses de prisión, por delitos de estafa y falsedad en relación al caso Urbanor, ha provocado la inmediata dimisión de ambos de la presidencia del Banco Zaragozano, entidad en la que controlan el el 39,31% de su capital. La sentencia anula otra de la Audiencia de Madrid que absolvió a ambos por considerar prescritos los delitos que, sin embargo, declaraba probados. Esa divergencia es consecuencia de la distinta interpretación de los plazos de prescripción.

Mientras el Supremo considera irrelevante a este efecto la fecha de ratificación de una querella, siempre que ésta haya sido presentada dentro de plazo, la Audiencia de Madrid opinó lo contrario. Se trata de una cuestión procesal sobre la que el Supremo marca la línea jurisprudencial a seguir, aunque a veces contraviene anteriores decisiones suyas, como ocurre en el caso de la prescripción.

Pero la sentencia del Supremo, como es lógico, no añade nada a unos hechos delictivos que previamente se declararon probados. La Audiencia de Madrid ya estableció hace dos años que los acusados ocultaron a sus socios minoritarios el precio real -388.000 pesetas el metro cuadrado en lugar de 150.000- que habían pactado por la venta al consorcio KIO de unos terrenos en la madrileña plaza de Castilla, causándoles un perjuicio de más de 4.000 millones de pesetas. La dimisión de hoy debió producirse entonces, pues salvarse de una condena legal por una cuestión de prescripción, cuando los hechos que se consideran probados constituyen infracciones penales, no restituye la confianza exigible muy especialmente a quienes gestionan dineros ajenos al frente de una entidad bancaria.

15 Marzo 2003

Alcocer y Cortina, condenados

ABC (Director: José Antonio Zarzalejos)

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Cada recurso de casación ante la Sala Segunda del Tribunal Supremo se ha convertido en un trago amargo para la delincuencia económica de alto nivel. Lo apuró Mario Conde, al que los magistrados del Supremo doblaron la condena -de diez a veinte años- en el caso Banesto, al rechazar la prescripción aplicada a ciertos delitos por la Audiencia Nacional. Ayer, la Sala Segunda hizo pública una nueva sentencia que, basándose en el mismo argumento -la inexistencia de prescripción-, condena a tres años y cuatro meses de prisión a Alberto Cortina y Alberto Alcocer por los delitos de falsedad documental y de estafa de cuatro mil millones de pesetas, cometida contra los socios minoritarios de la empresa Urbanor con motivo de la venta de los solares sobre los que se construyeron las Torres de Kio, en la Plaza de Castilla. Realmente, el Supremo, que expresivamente habla de la «altísima y descomunal cantidad dineraria estafada», se ha limitado a rematar el trabajo que la Audiencia de Madrid dejó a medias. Esta Audiencia, a pesar de declarar prescritos los delitos que se les imputaban, sí consideró probado que Cortina y Alcocer fueron autores de la defraudación multimillonaria, que fue cometida después de engañar a los socios de Urbanor sobre el precio realmente pagado por el Grupo Kio. Lo que ahora ha decidido el Supremo es hacer efectiva esa autoría, con la imposición de las penas correspondientes, que en cualquier momento llevarán a prisión a los dos banqueros, aunque las condenas podrían quedar suspendidas por un posible recurso de amparo ante el Tribunal Constitucional, cuya práctica es suspender la ejecución de condenas inferiores a cinco años de prisión. También podrá resolver el Constitucional, siempre que se le plantee, si en este caso se ha respetado el derecho de todo condenado a la revisión de su condena, algo complicado que suceda cuando la condena es impuesta por vez primera por el último órgano de la organización judicial, sin recurso ordinario posible.
Es evidente que Cortina y Alcocer tienen que abandonar sus cargos societarios y empresariales, aunque la sentencia del Tribunal Supremo omite cualquier referencia a la pena de inhabilitación, que no fue pedida por ninguna de las acusaciones. Ayer, ambos anunciaron su dimisión de la presidencia del Banco Zaragozano, a la que accedieron con posterioridad a los hechos por los que han sido condenados, como recoge el propio banco en un comunicado que, no obstante, reconoce generosamente la buena labor de los ex copresidentes. En todo caso, la normativa del Banco de España hacía inviable su continuidad al exigir el requisito de la honorabilidad a los consejeros y altos cargos de las entidades bancarias. La salida de Cortina y Alcocer se tiene que producir, igualmente, del resto de empresas en las que se encuentran como consejeros (Acs, Indra o Inversis), porque hay que satisfacer una necesidad de transparencia y confianza en la dirección de las sociedades mercantiles y los bancos. Pero no sólo eso. Yendo más allá de este caso, es necesario seguir desmontando un tiempo y una generación de banqueros y empresarios que han dejado la estela de un modelo de gestión desleal del dinero de los socios y accionistas, ajenos a lo que, con eufemismo, se ha llamado ingeniería financiera o contabilidad creativa, y que no es otra cosa que puras y simples defraudaciones perpetradas con el abuso de la confianza recibida por los, a la postre, estafados. Sobre el éxito -o enriquecimiento- de estos personajes, se forjó aquella lamentable idea de que España era el país en el que más fácilmente se hacía dinero. Más que una descripción, esta afirmación era todo un diagnóstico. Dinero fácil y rápido, desde luego, pero sólo para algunos y sin generar riqueza compartida ni extender hábitos de buen gobierno societario.
Por el contrario, el auge y posterior caída de estos iconos de la agresividad financiera ha hecho que la sociedad siga recelando, con desconfianza injusta -porque se ha generalizado a toda la clase empresarial- de la calidad moral de los directivos de nuestra economía privada. En este contexto, sentencias como la que ayer dictó el Tribunal Supremo, además de justas en términos legales -que es lo prioritario, porque no se ha de perseguir la condena por la condena- tienen un alto nivel de regeneración ética, porque rompen los tópicos sobre la impunidad de los delincuentes de «cuello blanco» e introducen rigor y disuasión en la gestión de las empresas.

15 Marzo 2003

Los Albertos

Jaime Campmany

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Nunca he logrado saber a ciencia cierta si los Albertos son dos sujetos distintos e independientes, o son dos hermanos siameses unidos por la cartera o son dos personas y un solo estafador verdadero. Al parecer, esta última tesis es la que defiende el Tribunal en su reciente sentencia que los condena, así, en conjunto, sin mayores especificaciones, a tres años y cuatro meses de prisión por un delito de estafa y otro de falsedad en documento mercantil. Tampoco he llegado a saber en este momento si el delito de estafa es uno solo, aunque cometido por los dos, o son dos delitos, pero cometidos al unísono, y lo mismo se puede decir del delito de falsedad.
Mi duda acerca de la personalidad de los Albertos, o sea, si son un solo estafador en dos personas o dos personas asociadas para estafar, es una duda razonable, compartida por mucha gente. Pondré un ejemplo, que ya se sabe que los ejemplos ilustran mucho los conceptos y los pensamientos. En cierta ocasión celebraba el abogado don Ramón Hermosilla alguna fiesta de cumpleaños, aniversario o lo que fuese. El caso es que era de noche y sin embargo llovía. Iban llegando a su casa los invitados a la fiesta, y un servicio de orden comprobaba en la puerta la identidad de los invitados. En un cierto momento, llegó al festejo don Rafael Pérez Escolar, quien naturalmente iba enfundado en una gabardina que le resguardaba del remojón. El policía de la puerta, que tenía la obligación de identificar a los invitados uno por uno, le preguntó: «¿Es usted los Albertos?».
Bueno, pues los Albertos son un personaje (uno o dos, yo qué sé) representativo de aquellos años de la cultura del pelotazo cuando en los negocios y en las relaciones económicas reinaba la corrupción y el vivalavirgen generalizado. Los Albertos tendrán ahora que ingresar en la cárcel, circunstancia que no me alegra porque uno, de natural bondadoso, no se regocija del mal de nadie, pero que me reconforta y tranquiliza como reconforta y tranquiliza cualquier acto difícil de justicia. No parecía empresa fácil que los alguaciles trincaran a los Albertos y los llevaran a la madrastra. Ya se sabe que los delincuentes de cuello duro, bolsillo lleno y gabardina inglesa son difíciles de sorprender con las manos en la masa, demostrar el gatuperio, juzgarles con esa justicia deseable igual para todos y, sobre todo, que no los pillen cuando haya prescrito la fechoría. En este caso, la argucia de los abogados consistía en alegar la prescripción, con lo cual el delito estaba ahí, pero como si no estuviera, porque los corchetes habían llegado tarde. O sea, a buenas horas mangas verdes.
El Tribunal Supremo ha puesto las cosas en su sitio, las leyes en claro y a Doña Justicia en su pedestal. El culebrón de los terrenos donde han sido edificadas las Torres Kio termina así con el justo castigo de los pícaros que se quedaron con el mogollón de su precio y les dieron las migajas a los socios. A veces, la justicia es lenta pero inexorable y condena como indica su imagen, o sea, con los ojos tapados, a rey y a roque, a rico y a pobre, a noble y a labrador, a todos los personajes de «El gran teatro del mundo». Así debe ser.

16 Marzo 2003

El matrimonio imposible

Jesús Cacho

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Más difícil aún resulta explicar la cabezonería de los Albertos y su negativa a arreglar extrajudicialmente el contencioso Urbanor con la familia San Martín y el grupo valenciano liderado por Pedro Santieri. Cortina lo intentó en varias ocasiones, «venga, Alberto, dame tres mil…», porque aquello con seis mil lo hubieran tapado, el chocolate del loro para unas fortunas como las suyas.Pero Alcocer saltó como una avispa: «Por encima de mi cadáver, no hemos hecho nada malo y tendrán que demostrarme en la Plaza de Castilla que ese dinero es suyo….».

Nuestros ricos son así, no tienen conciencia de haber hecho nunca nada malo. Le pasaba a De la Rosa, y más recientemente al propio Polanco, don Jesús, con el caso Sogecable, y ahora mismo a Botín, don Emilio, con las indemnizaciones de marras: si uno es poderoso y tiene dinero, lo normal es utilizarlo con ventaja y en personal provecho aunque la ley se ponga remilgosa. Un error, el de Alcocer, de bulto, de esos imposibles de imaginar en gente con tantos posibles, tantos abogados, tantos asesores, pero que demuestra que frente a la soberbia del dinero no hay consejo franciscano que valga, como el viernes supimos tras conocer la sentencia del Supremo que convirtió a los Albertos en nuevos aspirantes a Alcalá Meco… Por un puñado de dólares.

La más famosa pareja empresarial española pone pie a tierra.Aunque sus segundas nupcias vinieron a deshacer el grupo social y de amigos que compartían, ellos no rompieron nunca, porque siempre tuvieron claro cuál era su fuerza: se criaron juntos, crecieron juntos y se han hecho ricos juntos. Demasiado cariño, demasiados vínculos, demasiado fuertes como para ser rotos por afán de mujer, convencidos ambos de que «dos Albertos son más que uno», feliz motto que tan buenos resultados les ha dado hasta ayer mismo.

Cortina es el inteligente, precavido, afable. Un hombre que difícilmente habla mal de nadie. Alcocer, «casi una acémila», es elemental y hedonista, aunque también generoso hasta la exageración. Tras el desgaste de viejos escándalos como el de la Chávarri, el dúo, enamorado de sus respectivas parejas, había reducido a la mínima expresión sus apariciones públicas, se había blindado en su vida privada. Más aún con la espada de Damocles del caso Urbanor encima.«No aparezco en ningún sitio, no salgo, no voy a ninguna clase de saraos», asegura Cortina.

Alcocer lo mismo, aunque casi con mayor motivo. El mejor amigo de Su Majestad el Rey de España en los últimos años. ¡Quién lo hubiera dicho: el jovial, elemental Alcocer sustituyendo al florentino, culto, elegante Mario Conde en el corazón amical del Monarca! Pero así es la vida. El caso es que Alcocer es el hombre más cercano ahora mismo a Palacio, el compañero de francachelas, el guardián de los secretos, el consejero financiero, el generador de risas, el inevitable colega de escopeta en El Avellanar, su increíble finca toledana.

Es fácil imaginar la preocupación que ahora embarga a algunos en el entorno real ante un fallo judicial que de nuevo envía al mejor amigo del Monarca a la cárcel, de nuevo otro «mejor amigo» a la cárcel. Van unos cuantos.

Los Albertos no han podido vender a tiempo -pedían demasiado- el Banco Zaragozano, una operación en la que llevan enfrascados varios meses y para poner a buen recaudo una parte de su fortuna antes de una sentencia condenatoria como la fallada. El boom de los 80, el de los supergalácticos, el de los aviones privados y las mujeres de infarto, con algunos de sus más conspicuos protagonistas en la cárcel, aún no ha concluido.

16 Marzo 2003

Peligrosas amistades del Rey

Jaime Peñafiel

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Dicen que el Rey no debería tener amigos. Es una de las grandes servidumbres de la Corona. Entre otros motivos porque la amistad es una igualdad armoniosa, una relación entre semejantes y, tratándose del Rey, esa igualdad no es posible. De existir debe ser tomada, tan sólo, como un honor que obliga, y no como un salvoconducto que legitima. Por ello, los que presumen de ella, como los Albertos y, en su día, Mario Conde, Javier de la Rosa, Manuel Prado y Colón de Carvajal y otros muchos, ni son buenos amigos ni le hacen ningún favor al Soberano.

Cierto es que, quizá, sean peores los que no presumen de esa amistad, pero se han valido y se valen de ella para obtener beneficios.Don Juan Carlos es un ser humano que se siente solo y busca la complicidad de ciertos amigos para salir de esa soledad.

Yo clasifico a los amigos del Rey en tres grupos: primero, los amigos íntimos; los más peligrosos. Segundo, los amigos deportivos; los más sanos. Tercero, los amigos ricos, a los que, aunque gustan de ser cada vez más ricos, su amistad con el Rey les supone una valiosa obra de arte más en su colección. Éstos, salvo excepciones, que las hay, son los menos peligrosos.

En cierta ocasión fui invitado por un personaje de la alta sociedad a su lujosa mansión de la Moraleja. Entre obras de arte, alfombras persas y porcelanas, había un gran marco de plata, espectacularmente rematado por una corona en oro. En él, un retrato del Rey con una dedicatoria que llamó mi atención, pues Don Juan Carlos suele ser sobrio, escueto y hasta soso, diría yo. No pasa del «Con afecto». Ésta era larga, expresiva, cariñosa, agradecida del soberano hacia mi anfitrión. Pero una vez superada la sorpresa por la extensión del texto, a punto estuve de un infarto cuando advertí que la letra no era la de Su Majestad. El muy vanidoso y desvergonzado se la había autodedicado. Como un cheque falso; como un título más que añadir a su vida: la amistad con el Rey, que debía darle sus buenos dividendos, porque en esa cena había políticos, banqueros y otros «jetas-jet».

16 Marzo 2003

'Los Albertos', dos primos al final de la escapada

Casimiro García-Abadillo

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«Estoy destrozado. Esto no me lo esperaba. Han ido a por nosotros…». Alberto Cortina confesaba su desazón a un amigo el pasado viernes, poco después de conocerse la sentencia que ha convulsionado al establishment financiero y empresarial hispano.

Lenta, pesada, pero, al fin, implacable, la Justicia ha puesto punto final (aunque aún queda pendiente el recurso al Tribunal Constitucional) a una larga historia que comenzó hace casi 16 años, en el otoño de 1987.

Alberto Alcocer y Alberto Cortina, más conocidos como los Albertos, han sido condenados a tres años y cuatro meses de cárcel cada uno por estafa y falsedad.

La Sala Segunda del Tribunal Supremo ha estimado, en contra del criterio de la Audiencia Provincial de Madrid, que sus delitos no habían prescrito.

El concienzudo trabajo de la fiscal Pilar Fernández Valcárcel ha sido determinante para que el ponente, José Ramón Soriano, inclinara la balanza en contra de los acusados. La presentación de la querella paraliza el periodo de prescripción del delito.Esa es la clave. La Sala Segunda no ha hecho sino confirmar el criterio establecido en la sentencia por el secuestro de Segundo Marey.

Los cinco magistrados (Joaquín Jiménez, Carlos Granados, Julián Sánchez Melgar, José Jiménez Villarejo y José Ramón Soriano) no sólo han aplicado un criterio estrictamente jurídico, sino que han puesto las cosas en su sitio, restableciendo el prestigio de los tribunales ante los ciudadanos, que no acabaron de comprender cómo se podían establecer como probadas unas conductas delictivas y, sin embargo, declarar la absolución por una cuestión formal (la querella, presentada en plazo, no incluía un poder para pleitos).

Los Albertos ingresarán seguramente en prisión si se aplica el artículo 798 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal («Tan pronto como sea firme la sentencia se procederá a su ejecución»). El anunciado recurso de amparo ante el Constitucional no paraliza la ejecución de la sentencia (de nuevo hay que recordar lo sucedido con el caso Marey). La única forma para que Cortina y Alcocer eviten su entrada en prisión es que su defensa solicite el indulto al Gobierno, lo que permitiría a la Audiencia Provincial paralizar lo dictaminado por la sentencia.

Independientemente de lo que suceda, la condena del Supremo representa un nuevo mazazo a una cierta forma de hacer negocios y a un estilo de vida. Alcocer y Cortina se suman así a la lista engrosada por Mario Conde, Javier de la Rosa, Manuel Prado, Manuel de la Concha, etc. Personajes todos ellos que a finales de la década de los 80 representaban para la sociedad española el paradigma del triunfo y la riqueza.

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RECONVERSION

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Sin embargo, a diferencia de otros, los Albertos no fueron borrados del mapa tras la victoria del PP. Supieron reconvertirse rápidamente. Nadie les pasó factura por haber sido los empresarios mimados bajo el mandato de Felipe González. De hecho, fue su amigo Enrique Sarasola (recientemente fallecido) quien les facilitó su salto al estrellato financiero.

Hábilmente, los Albertos han logrado mantenerse en lo más alto de la escala social utilizando con maestría sus indudables encantos y su destreza para los negocios.

Alberto Cortina supo casi desde el primer momento que podía seguir contando con el beneplácito del poder. Juan Villalonga, nombrado presidente de Telefónica tres meses después de la victoria del PP en 1996, no sólo había sido empleado suyo en Fonfir, sino que le tenía en gran estima e incluso le profesaba cierta admiración.

A nadie sorprendió en el mundillo de la jet madrileña que Cortina fuera nombrado por su amigo Villalonga consejero de Telefónica.Poco tiempo después, en la primavera del 97, ambos compartían inversiones dudosas en títulos de Telefónica y Repsol, que fueron investigadas y archivadas por la CNMV.

Lo que sí resultó una sorpresa para muchos fue la presencia de Cortina y su exuberante esposa (Elena Cue) en la boda de Ana Aznar, celebrada el pasado verano en El Escorial. Y es que muy poca gente conocía entonces las buenas relaciones que mantenía el más jóven de los primos con el novio de la hija del presidente, Alejando Agag. Villalonga, sin embargo, no fue invitado a la ceremonia. Sus relaciones con el presidente se enfriaron tras conocerse la cuantiosa suma que suponía el plan de stock options de Telefónica y se rompieron definitivamente a raíz del affaire que dio al traste con su presidencia por el posible uso de información privilegiada en la compra de opciones de la compañía.

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FORTUNA PERSONAL

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La separación de su esposa, Concha Tallada, amiga de Ana Botella, para entablar una relación sentimental con la espectacular Adriana Abascal (viuda del dueño de la cadena mexicana, Televisa, Emilio Azcárraga) no ayudó precisamente a mitigar el desencuentro de Villalonga con su ex compañero de colegio.

Los Albertos, a pesar de no figurar ya en el ranking de los hombres más adinerados del país, siguen teniendo una posición muy acomodada. La fortuna personal de cada uno de ellos sobrepasa los 240 millones de euros (unos 40.000 millones de pesetas). Poseen el 40% del Banco Zaragozano, cuya capitalización bursátil se eleva a 925 millones de euros, al margen de sus casas, fincas y otros negocios.Pero, sobre todo, continúan formando parte de la élite empresarial y mantienen una discreta relación con el poder político.

Como buenos aficionados a la caza, comparten selectas monterías con lo más granado del mundo económico. Juan Abelló, Emilio, y, sobre todo, Jaime Botín, … A sus cenas suelen acudir adinerados constructores como Rafael del Pino (Ferrovial) y banqueros de postín como los March, de quienes además son socios.

Miguel Blesa no ha tenido inconveniente en que Caja Madrid facilitase un aval de 30 millones de euros para que hicieran frente a las posibles indemnizaciones derivadas de una sentencia condenatoria por parte del Supremo.

Cortina y Alcocer son también buenos amigos del presidente del Real Madrid, Florentino Pérez. El Zaragozano es propietario del 5% de la constructora ACS, cuyo accionista más relevante es Pérez. A título personal los primos controlan otro 5% de ACS.

También mantienen buenas relaciones con Javier Monzón, presidente de Indra, sociedad de la que Cortina es accionista y consejero.Alcocer también es accionista y consejero de la constructora Dragados y de la papelera Ence (en la que el Zaragozano tiene casi el 10% del capital).

Los primos conservan una excelente relación con Antonio Catalán (propietario de la cadena hotelera AC), a quien conocieron a finales de los 80 tras la entrada de Cofir en el capital de NH Hoteles. Además son socios de Jesús Polanco en Canal Plus.

En fin, Alberto Cortina es hermano de Alfonso Cortina, presidente de Repsol YPF y uno de los empresarios más admirados del país.Precisamente la mano derecha de Alfonso, el consejero delegado de Repsol YPF, Ramón Blanco, ocupará a partir de ahora el cargo de consejero en el Zaragozano.

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ADMIRACION

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Los Albertos han sabido moverse relativamente bien en el filo de la navaja. Antonio Camacho, principal inculpado en el caso Gescartera, mantuvo una reunión con Alberto Cortina poco antes de ingresar en prisión. Según han declarado algunos testigos ante la juez Teresa Palacios, que instruye la causa en la Audiencia Nacional, Camacho buscaba cobijo seguro para una parte del dinero que posteriormente se esfumó de la sociedad.

Sin embargo, las cosas ahora son distintas. Como ha reconocido Cortina a uno de sus íntimos, su ingreso en prisión puede ser su «muerte social». Es decir, dejar de ser unos simpáticos pillos para convertirse en delincuentes. Un golpe difícil de superar cuando se tienen 61 años (Alcocer) o 56 años (Cortina).

El escarnio viene dado no tanto por el periodo que podrían pasar entre rejas (menos de dos años en el peor de los casos), sino por la burda estafa que les ha llevado a esta dramática situación.

El Supremo considera -como ya en enero de 2001 hizo la Audiencia Provincial- que Cortina y Alcocer engañaron a los socios minoritarios de Urbanor, la sociedad propietaria de los terrenos de Plaza de Castilla donde hoy se levantan las Torres KIO, al decirles que el grupo kuwaití estaba dispuesto a pagar 150.000 pesetas por metro cuadrado, cuando realmente la cifra que estaba dispuesto a poner sobre la mesa era de 231.000 pesetas por metro cuadrado.En Corporación Financiera Hispánica (sociedad controlada por Construcciones y Contratas), Cortina y Alcocer se embolsaron 3.125 millones de pesetas como consecuencia del engaño; Sarasola -que ni siquiera ha sido imputado en el caso- arrambló con más de 900 millones de pesetas a través de Horwitz.

El dinero ingresado por Horwitz volvió a entrar en España a través de otras tres sociedades panameñas en Conycon Internacional.Dicha participación fue posteriormente comprada por una sociedad del grupo Construcciones y Contratas (Geparsa) por 4.575 millones de pesetas. Además, Sarasola cobró una comisión pagada por KIO a través de Koolmes de 27,4 millones de dólares que fueron ingresados a través del Republic National Bank de Nueva York en la cuenta 60810379 de Merrill Lynch en Ginebra. De la Rosa dijo en varias ocasiones, aunque nunca aportó pruebas, que una parte de esos «27 americanos» había ido a parar a manos de Felipe González.

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COMPLEJA MANIOBRA

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Lo que siempre estuvo claro desde el primer momento es que la operación Urbanor, que tenía como fin controlar el Banco Central (al adquirir el paquete mayoritario de Cartera Central, en poder de KIO), contaba con la cobertura política del entonces presidente del Gobierno.

Un testigo ha relatado cómo en una cena celebrada el 11 de septiembre de 1987 en casa de Sarasola, González dio su visto bueno a una compleja maniobra que tenía como fin «españolizar» el paquete de KIO, echar del Banco Central a su presidente, Alfonso Escámez, y situar en su puesto a un hombre de la confianza del Gobierno. Poco después, se supo que ese hombre no era otro que Miguel Boyer.

Al día siguiente de esa cena, Cortina invitó a su finca de Las Cuevas a Sarasola, a Alvaro Alvarez Alonso (máximo ejecutivo de Ibermer) y a su primo Alcocer, que era el más reticente a ponerla en marcha, para ultimar los detalles. Alicia Koplowitz, que celebraba ese día su cumpleaños, recuerda así lo sucedido: «La operación de Cartera Central se hizo en mi casa de Las Cuevas. Fue durante una reunión en la que estaban presentes Enrique Sarasola, Alvaro Alvarez Alonso y mi marido. Alcocer estaba en El Avellanar aquel fin de semana. Le llamaron y se incorporó también a la reunión. Recuerdo que mi cuñado no lo veía muy claro y fue el que más pegas puso para llevarla adelante. Yo le dije a mi marido que no entráramos en el Banco Central, pero él estaba entusiasmado. Me dijo que aquella iba a ser la operación de nuestra vida» (Alicia Koplowitz, a solas con el poder, L. F. Fidalgo / C. García-Abadillo, Temas de HOY, 1990).

Cartera Central supuso para los Albertos su irrupción estelar ante la opinión pública. Hasta entonces, eran unos desconocidos, dos buenos gestores a los que les gustaba la buena vida, casados con dos atractivas hermanas, hijas del fundador de una pequeña empresa, Construcciones y Contratas.

Pero la fama, la entrada en el Central que les situaba al nivel de otros grandes de la época como Conde, Abelló o Javier de la Rosa, tuvo para ellos un elevado coste. En primer lugar, la ruptura con Ramón Areces (fundador de El Corte Inglés), que había protegido a Alicia y Esther Koplowitz tras la muerte de su padre como si fueran hijas suyas. Areces era amigo de Escámez y no entendió la compra hostil llevada a cabo por los Albertos. La salida de los hombres de El Corte Inglés del consejo de Contrucciones y Contratas fue todo un síntoma del desacuerdo con aquella inaudita decisión.

Naturalmente Cortina y Alcocer no tenían dinero suficiente como para comprar la mitad del paquete de KIO en Cartera Central y por ello se diseñó la venta de Urbanor. Los terrenos de los que era propietaria no hubieran valido ni la centésima parte de lo que se pagó por ellos si antes no se hubiera llevado a cabo una dudosa recalificación por parte del entonces concejal de Urbanismo del Ayuntamiento de Madrid, el socialista Jesús Espelosín. Ese hecho pone de manifiesto que el respaldo político fue una constante, desde el principio al fin, en la toma del Banco Central. Los vecinos de la zona organizaron una dura batalla contra el Ayuntamiento, reclamando, como estaba previsto en los planes de urbanismo, que el solar fuera convertido en un parque público.

No hubo caso. La venta de Urbanor no sólo posibilitó a los primos hacerse con un importante paquete de acciones del Banco Central, sino que disparó los precios del suelo en Madrid, encareciendo consecuentemente el coste de la vivienda.

Incluso su primera aparición ante los medios de comunicación les procuró no pocos sinsabores. Cortina y Alcocer se fotografiaron embutidos en sendas gabardinas en el acto de inauguración de un vertedero a las afueras de Madrid. Como le dijo su padre (Pedro Cortina Mauri fue ministro de Exteriores en el último Gobierno de Franco) a Alberto Cortina: «Un caballero no se presenta vestido con gabardina».

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LA FUSION

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La batalla bancaria no fue nada fácil. En 1988, Escámez acordó con Conde la fusión del Central con Banesto para romper el acoso de Cartera Central. Alberto Cortina relata así aquel momento: «Cuando se produjo el acuerdo de fusión entre Central y Banesto, el Gobierno comenzó a temer a Mario Conde. No querían dejar la enorme maquinaria del BECC en manos de un hombre como Conde. Sin embargo, en un primer momento se nos dijo que apoyáramos la fusión. Pero cuando nosotros le dijimos que nos la íbamos a cargar, el Gobierno nos dijo que adelante. Ni el presidente, ni Solchaga, ni Mariano Rubio pusieron inconvenientes a que impidiéramos la fusión de Central y Banesto. La verdad es que con Felipe González sólo nos vimos en dos o tres ocasiones, pero nuestro interlocutor con el Gobierno era Enrique Sarasola» (Alicia Koplowitz, a solas con el poder).

La guerra bancaria se complicó a raíz de la huelga general del 14 de diciembre de 1988. Y, sobre todo, como consecuencia de la separación matrimonial de Alberto Cortina y Alicia Koplowitz (después se produciría la de Alberto Alcocer y Esther Koplowitz).

La aparición de unas fotografías de Cortina y Marta Chávarri saliendo de un lujoso hotel en Viena en la revista Diez Minutos en enero de 1989 supuso la gota que colmó el vaso de la paciencia de Alicia.

La ruptura puso de manifiesto algo que muy pocos sabían entonces y era que, en el imperio Conycon (un grupo de empresas valorado en más de 200.000 millones y que contaba con 25.000 empleados), quienes tenían la sartén por el mango no eran los primos, sino las hermanas Koplowitz.

El acuerdo de separación patrimonial, gestionado con sutil destreza por parte de Ana Palacio (ahora ministra de Exteriores) y Manuel Delgado, en representación de Alicia y Esther, suponía para los Albertos la percepción de unos bienes (la participación en el Zaragozano, en Cofir y en Canal Plus, así como las fincas de Las Cuevas y El Avellanar), valorados en 5.600 millones de pesetas.

Alicia y Esther heredaron la mayor parte del grupo. Alicia, la menor de las hermanas, vendió su participación en FCC a Esther en junio de 1998 por 136.624 millones de pesetas. Una parte del dinero fue invertido en acciones del BBV.

Por su parte, Esther sigue siendo la principal accionista de FCC, aunque su participación a precios de mercado no represente más que 456 millones de euros (unos 76.000 millones de pesetas).

¿Cómo es posible que Cortina y Alcocer hayan llegado a esta situación?

Algunos de sus amigos aún no se explican cómo no llegaron a un acuerdo con los accionistas minoritarios de Urbanor antes de que se produjera la sentencia de la Audiencia Provincial. Según fuentes bien informadas, los afectados hubieran retirado su querella apenas por 2.000 millones de pesetas.

Sin embargo, la estrategia del abogado Ramón Hermosilla de no «ceder a ningún chantaje» les ha llevado a un punto de no retorno.

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MALA SUERTE

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Uno de sus asesores les advirtió en varias ocasiones de las posibilidades que existían de que pudieran ingresar en prisión. Sin embargo, según el aludido, los Albertos estaban convencidos de que nunca serían condenados. Según fuentes solventes, la sentencia del Supremo ha llegado justo cuando estaba a punto de cerrarse la venta del Zaragozano a Barclays Bank. Las mismas fuentes señalan que todo estaba listo para que la transacción se llevase a cabo la próxima semana.

Uno de sus amigos se lamentaba ayer de la mala suerte que han tenido Cortina y Alcocer casi al final de su carrera. «A mí siempre me han tratado estupendamente. Son dos tipos de primera y creo que con ellos se ha cometido una gran injusticia. ¿Cuántos chanchullos se han cometido en el mundo financiero en los últimos años? Elena está hecha trizas, cuando hablé con ella se echó a llorar desconsolada. No hay derecho».

No hay duda de que los Albertos cuentan con gran número de simpatizantes. Son ingeniosos, a veces generosos y muy decididos.

En febrero de 1990, cuando aún no habían cerrado el acuerdo con sus esposas, rompieron su silencio con unas declaraciones exclusivas a EL MUNDO. En ellas reconocían sus errores y mostraban su rostro más dialogante.

Al día siguiente tuve ocasión de entrevistarme con Alicia Koplowitz en la sede de Construcciones y Contratas. «¿Sabes qué son?», me preguntó nada más verme. «Lobos con piel de cordero, eso es lo que son».