9 agosto 2009

Las informaciones incluyeron señalar con nombre, apellido y señas a su hija y también informaciones referidas a la Universidad Francisco de Vitoria

La prensa española destapa la doble-vida del fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel y sus escándalos sexuales

Hechos

El 9.08.2009 en portada de EL MUNDO se inició el serial de informaciones del suplemento dominical ‘Crónica’ sobre los Legionarios de Cristo y su fundador Marcial Maciel que se prolongaría durante varias semanas.

Lecturas

Los periodistas D. José Manuel López Vidal y Dña. Idoia Sota iniciaron el 9 de agosto de 2012 un serial de publicaciones sobre los Legionarios de Cristo, sacando todas las informaciones negativas que pudieran encontrar de esta orden religiosa.

UNA DOBLE VIDA

 El escándalo había partido tras conocerse que el fundador de una orden como los Legionarios de Cristo – conocida por su nivel estricto de moralidad – había mantenido una doble vida que incluía amantes e hijas. Aunque, no era el único escándalo al que se enfrentaba. Antes de eso ya habían caído sobre él las sospechas de abusos sexuales a seminaristas de su orden.

09 Agosto 2009

LA HIJA DEL PECADOR

Idoia Sota / José Manuel López Vidal

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«Yo nunca habría elegido este camino para mi vida… Cuando conocí a ese hombre, yo era una menor… Ni mi hija ni yo supimos quién era realmente hasta el final». Es la primera vez que Norma Hilda Baños pone palabras a su historia y, con éstas, el secreto tanto tiempo guardado, el pecado que la persigue, toma cuerpo ante ella. Al contemplarlo, las lágrimas se agolpan en sus ojos. Crónica la ha localizado en su santuario, una urbanización de lujo de Madrid. Está desconcertada. No es fácil el diálogo. Tras el vano, que va estrechando mientras entorna la puerta, se abre un piso de 327 metros cuadrados. Aquí es donde vive desde hace unos años con su hija. En la casa no hay marido ni padre. Nunca lo ha habido. Su hija es fruto de una relación prohibida. ¿Quién sabe qué ficciones habrá tenido que idear esta mujer al ser preguntada por el padre de la niña? Todo con tal de no responder la temida verdad: fue el fundador de la congregación ultracatólica Legionarios de Cristo, el padre Marcial Maciel, quien la dejó embarazada cuando tenía 26 años.

Al bebé, Norma Hilda Rivas -hoy tiene 23 años-, le dieron el apellido de algún civil sin votos de castidad. O quizá el que habría adoptado Maciel en una de sus múltiples identidades falsas que empleaba para seducir a mujeres adineradas, a las que exprimía hasta el último céntimo. No lleva su apellido, pero hay algo a lo que no puede renunciar: su sangre. Ella es la hija del pecador. Y heredera de un patrimonio, el de los Legionarios, que hay quien equipara con el valor de Repsol YPF, una compañía con casi 20.500 millones de euros en activos.

«Lo está pasando fatal», lamenta su madre. «Menos mal que he abierto yo la puerta», suspira preocupada por el frágil estado de ánimo de su hija. «Todo esto ha sido dolorosísimo, no te puedes imaginar». Norma se desvive por proteger su intimidad y más ahora que el Vaticano ha ordenado una investigación a fondo sobre ellas y todos los desastres -abusos sexuales, pederastia, amantes, ocultaciones, espionaje, escándalos económicos…- que dejó a su paso Marcial Maciel.

SU REFUGIO SECRETO

Norma ya no usa el móvil. Para hablar con ella hay que dejar un mensaje que escucha horas después, seguramente de madrugada, cuando nadie pueda llamarla. Residir en una urbanización permanentemente vigilada forma parte del estricto control que esta mujer de 48 años ha impuesto en su vida, con el objetivo de preservar su anonimato. «No sé ni cómo te han dejado entrar aquí… Perdona que no te invite a pasar», comenta mientras la asistenta, envuelta en su uniforme de cuadros azules y blancos coronado por una cofia, pasa por detrás para dirigirse al área de servicio.

Guarda silencio unos segundos hasta asegurarse de que nadie escucha. Quiere decir algo, lleva mucho tiempo callada. Mientras, otros hablaban por ella. En los blogs de Internet proliferan los comentarios desde que se conoció la existencia de una hija secreta del fundador de los Legionarios: «Norma [hija] es una excelente persona, pero también puedo decirles que, como fue abusada por su padre, el señor Maciel […] tiene severos traumas de la infancia que no creo que vaya nunca a superar», comenta alguien que firma como Angélica Galas. Llega incluso a insinuar que Norma pudo haber sido cómplice de estos abusos. «Se han dicho muchas mentiras», balbucea Norma Baños (la madre) desde su casa madrileña. «Quiero aclarar que yo era una menor [cuando ocurrió lo de Maciel]». Norma insinúa abusos. Hablar sin decir. Es su manera de recuperar algo del terreno de su vida que perdió cuando conoció a Marcial Maciel.

Fue en Acapulco, una próspera ciudad situada en el tercer estado más pobre de México, Guerrero, caracterizado por unas enormes diferencias sociales. Ella pertenecería a la parte privilegiada. Tiene rasgos indígenas, pelo moreno, baja estatura…, pero su tono de voz templado, su corrección, su forma de vestir sencilla y elegante, en tonos oscuros, o el modo en que se dirige a la asistenta denotan que Norma Hilda es una mujer educada, probablemente acaudalada como el resto de señoras que sedujo el padre Marcial.

A ella le dejó dos casas a su nombre en el exclusivo inmueble madrileño donde reside y tres plazas de garaje en propiedad, todo por valor de unos dos millones de euros. Además, madre e hija recibirían un suculento subsidio mensual, parte del precio que la organización ultracatólica habría pagado por el silencio de estas dos mujeres en un acuerdo que supuestamente se cerró hace unos pocos meses. Con otras, como Flora Barragán, máxima benefactora de la Legión, Maciel no tuvo la misma generosidad. A ella le sacó 35 millones de euros.

HOMBRES Y MUJERES

Ahí no acaba la lista de mujeres seducidas y «explotadas económicamente», según Alejandro Espinosa, un ex legionario al que ni el ser sobrino de Maciel lo salvó de caer en sus garras. Talita Reyes, Pepita Gandarillas, Pachita Pérez, Deme de Galas, Dolores Barroso, Guillermina Dikins, Josefita o Consuelo Fernández, viuda de un diplomático español destinado en México, entre otras, sucumbieron ante su máscara de hombre piadoso y santurrón. Él se refería continuamente a «su mal», una supuesta enfermedad consistente en la retención de semen, que le cerraba el conducto urinario y le provocaba muchos dolores de próstata. Según él, necesitaba el sexo como una cura. Todas las que se lo proporcionaron fueron damas devotas y benefactoras con las que se relacionó entre los años 40 y 70, cuando no seminaristas y sacerdotes de los colegios que abrió por medio mundo.

Muchas de estas mujeres no podrán ya demandar su parte. Pero con el tiempo surgen nuevas voces. Se habla de un hijo más, de dos, de tres… Algunos podrían reclamar su herencia a través de abogados como José Bonilla, el único que ha ganado un juicio por pederastia a los Legionarios de Cristo en México. Otros, como la hija española, se habrían conformado, de momento, con un acuerdo económico.

-A ustedes les corresponde mucho dinero que ahora tienen los Legionarios, no sólo por herencia, sino también por daños morales…

-Por supuesto, nosotras hemos sufrido muchísimo.

El silencio de Norma ha sido su única moneda de cambio durante años. Mientras Maciel estaba vivo (murió en EEUU el 31 de enero de 2008), ella residió con su hija en pisos de lujo en Sevilla y Madrid. Llegaron a España con un visado «sin finalidad laboral», según consta en el consulado español en México. En la capital andaluza, ocuparon un apartamento en una promoción que, en los 70, se anunciaba así: «Ahí está la categoría: en los pisos del Edificio Estadio. Pisos con clase; mármoles y maderas nobles, aire acondicionado frío-calor en todo el piso, hilo musical, cristalería parsol bronce, pintura de arpillera, garaje, trastero, portales señoriales».

Después se trasladaron a Madrid, a una urbanización cerrada del barrio del Pilar. Todo ello pagado, según Bonilla, quien cita como fuente a un sacerdote de los Legionarios «atormentado por la culpa», con el dinero de los benefactores de la congregación. La hija española de Maciel estudió, además, algunos cursos en la Universidad Anáhuac (México DF), propiedad de los Legionarios, en donde «conocían su identidad»; y, según algunas fuentes, podría haberse formado en la Francisco de Vitoria en Madrid, también de la organización.

De acuerdo con José Bonilla, los Legionarios sabían desde hace años de la existencia de la hija de Marciel. «Se la presentó al Papa Juan Pablo II. Existen las fotografías que lo prueban». El letrado asegura que aún puede aportar más documentos: «Tengo cartas, fotografías y grabaciones de un alto funcionario», que promete hacer públicos pronto.

BLÁZQUEZ, INVESTIGADOR

¿Fue Norma cómplice de las ocultaciones de Marcial Maciel? «Yo no sabía quién era él», dice dolida. ¿Es posible que el engaño durase hasta que Benedicto XVI obligara a Maciel a retirarse en 2006? ¿Sabían madre e hija quién era él cuando les presentó al Papa Juan Pablo II? Norma Rivas nunca dejó de llamarlo «papá», incluso delante del sumo pontífice…

Para resolver todos los interrogantes, Benedicto XVI ha nombrado un ejército de visitadores con plenos poderes, entre los que se encuentra el vicepresidente de la Conferencia Episcopal española, Ricardo Bláz-quez. El también obispo de Bilbao trabaja intensamente desde el 15 de julio. El tiempo apremia: Roma quiere para octubre un primer informe. Blázquez se ha quedado sin sus habituales vacaciones en Villanueva del Campillo (Ávila). Pero no le importa. Él vive para Dios, para su diócesis y para lo que mande el Papa.

En una prueba elocuente de la estima con la que cuenta en Roma, el prelado vasco será el encargado de supervisar, intervenir y revisar los centros de la Legión de España, Francia, Alemania, Suiza, Irlanda, Holanda, Polonia, Austria y Hungría. En su agenda figura ya la fecha de una cita con la hija secreta del fundador de la Legión y su madre. «Se han ido de vacaciones un mes», dice su asistenta.

También están citados para verse con el obispo los dirigentes de los Legionarios en España e, incluso, ex miembros destacados de la Legión. Uno de ellos es Patricio Cerda. Este sacerdote pasó más de 30 años en la orden y conoce al dedillo muchos de sus pecados. Hace ocho años, asqueado por lo que veía dentro, se salió, se secularizó, se casó y ahora dirige la Asociación de Víctimas de la Legión de Cristo. «Le mandamos una nota a Blázquez y nos contestó que quería reunirse con nosotros. Nos va a recibir pronto. Estamos a la espera de cuadrar agendas», explica. Mientras, Blazquez guarda silencio por prudencia y porque está sub secreto pontificio.

Además del obispo de Bilbao, la comisión investigadora romana está integrada por otros cuatro visitadores repartidos por el mundo. Pero Blázquez y sus cuatro compañeros no encontrarán muchas facilidades en el seno de la Legión de Cristo. «Su misión será muy delicada. Una vez detectado el enorme cáncer de Maciel en el cuerpo de la Legión, tendrán que ver hasta dónde llegan sus ramificaciones y extirpar de cuajo todos los órganos afectados», dice Patricio Cerda. A su juicio, la metástasis afecta a toda la Obra. Desde las finanzas hasta la espiritualidad y la gestión: «Todo está podrido».

Según Patricio, «una vez probado que Maciel era un pederasta, un pervertido sexual, que tiene una hija reconocida y, al menos, otros tres más; que utilizaba drogas y que hacía y deshacía a su antojo con enormes sumas de dinero de dudosa procedencia, los visitadores tendrán que investigar a fondo su conducta moral y las finanzas de la orden».

Además, Blázquez tendrá que calibrar el grado de complicidad de sus colaboradores. La trinidad que ahora manda en la Legión es la misma que rodeó a Maciel durante su largo reinado al frente de los Legionarios: el director general, Álvaro Corcuera, el vicario general, Luis Garza y el procurador general, Cristóforo Fernández. ¿Hasta dónde sabían y cuánto ayudaron a Maciel? Mario González, autor de La Iglesia del silencio, asegura en la revista mexicana Proceso, que «los tres fueron cómplices» y que «Cristóforo fue efebo de Maciel y, además, le conseguía menores de edad para que abusara de ellos».

Los visitadores tendrán que comprobar también si sigue habiendo culto a la personalidad de Maciel en la Legión. «Notre père, como le llamábamos, comía un caramelo y se guardaba el papel. O la servilleta con la que se limpiaba», cuenta Cerda. «Mi mayor ilusión, mientras estuve dentro, era que me regalasen una foto firmada por él».

-¿Han retirado los retratos del omnipresente fundador?

-Me consta que algunos sí, pero siguen citando sus obras.

Además de la depredación sexual y el culto a su persona, Blázquez deberá investigar también el flujo financiero del que se alimenta la Legión de Cristo. «Calculo que tiene una capacidad económica similar a la de una de las grandes empresas mundiales. Pero es un dinero que circula de forma muy opaca. Eso fue algo que dejó bien atado Maciel».

De destapar la titularidad de Maciel sobre los bienes y el origen del dinero, se abriría una puerta para la demanda económica de los herederos del fundador. Aunque el Derecho Canónico prohíbe a un religioso tener bienes -pertenecen a la comunidad que lo ampara- y, por tanto, dejarlos en herencia, José Bonilla opina que los familiares de Maciel sí podrían reclamar su legado, vía civil. «Es una organización creada para su fundador, todo giraba alrededor de él, no es difícil que los bienes estuvieran a su nombre o a los de gente de su confianza», razona. Según ha podido saber Crónica, Armando Arias Sánchez y dos hermanos de apellido Carretano serían algunos de ellos. Por supuesto, los Legionarios no estarían dispuestos a ceder: «Sólo les importa el dinero».

Hecha la inspección y presentado el informe, a Roma le quedan varias salidas. La menos probable es que confirmen a los actuales dirigentes. La más lógica sería que echase al trío directivo actual y convocase un capítulo general para elegir a unos nuevos líderes incontaminados. La que más temen los Legionarios es que Roma les obligue a disolverse y, si acaso, a refundarse, tras hacer una limpieza y una damnatio memoriae (condena de la memoria) del fundador. Lo mismo que tuvieron que hacer, en 1520, los capuchinos. Aunque a los Legionarios, como a Norma, la sombra de Maciel los perseguirá eternamente.

Con información de Mario Valle


¿TRES HIJOS MÁS, FAMILIA NUMEROSA?

Conforme ha ido pasando el tiempo, los hijos de Maciel se incrementan», escribió para Cimac Noticias, hace unas semanas, la periodista mexicana Sanjuana Martínez, experta en casos de pederastia clerical y autora de un libro sobre el tema, Man to púrpura. Según Martínez, que habla de tres posibles vástagos, aparte de Norma Hilda, del fundador de los Legionarios, éste «no ocultaba a sus hijos a su entorno más cercano, viajaba con ellos por el mundo, los mantenía económicamente desviando importantes cantidades de dinero y les daba la posibilidad de estudiar en importantes universidades internacionales».

Todo cambió con la muerte de Maciel. «Sus su puestos tres hijos mexicanos se quedaron despro tegidos, al menos esos son los que actualmente han intentado recuperar una parte de la herencia exigie n-do a la Legión de Cristo la parte que les corres pon de, pero puede haber más vástagos, aquí y en el ex tran jero», refiere en su texto la informadora, Pre mio Nacional de Periodismo en México en 2006 y 2007.

¿Tendrían esos hijos derecho a una herencia, que sería multimillonaria? «Maciel tenía dinero y lo usaba a su discreción, pero no debería haber poseído bienes, desde el Derecho Canónico ningún religioso puede poseerlos ni dejarlos en herencia», sentencia con voz clara y serena el ex sacerdote Alberto Athié, que denunció ante las autoridades religiosas las actividades del fundador de los Legionarios. Athié escuchó un día, siendo sacerdote, el relato de los presuntos abusos sufridos por un ex legionario, el ex rector de la Universidad Anáhuac Juan Manuel Fernández Amenábar, a manos de Maciel. En su opinión, cualquier presunto hijo que quisiera recla mar la herencia del religioso, sólo podría aspirar a un reconocimiento de paternidad y a que la orden se responsabilizara de su mantenimiento hasta llegar a los 18 años. Otras voces indican que los hijos de Maciel podrían exigir, mediante una demanda civil, parte del patrimonio de los Legionarios.

Es otro ex legionario, José Barba, presunta víctima de abusos de Maciel, quien aporta más datos. Según este ex seminarista, catedrático del Instituto Tecno lógico Autónomo de México, hay una gran cantidad de bienes a nombre de Maciel y de sus testaferros. Barba, ante la pregunta de a cuánto podría ascender la fortuna de Macial, apunta como baremo el presupuesto anual de la orden, que es de más de 500 millones de euros, casi el triple que el del Vaticano (el valor total del patrimonio de los Legionarios podría superar los 20.000 millones de euros). Aunque, hace notar, que la organización religiosa tiene tendencia a inflar datos, de número de seguidores, de sacerdotes y, por qué no, quizás presupuestales. De los hijos de Maciel -una, dos, tres, cuatro…- nunca hablan. / (México)

24 Enero 2010

La increíble vida de Marcial Maciel

Juan González Bedoya

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Marcial Maciel soñaba con ser proclamado santo universal… y acabará en los infiernos más profundos de su iglesia. Los últimos descubrimientos sobre la doble y exagerada vida del famoso fundador de los Legionarios de Cristo y del grupo sacerdotal Regnum Christi no dejan lugar a dudas, y eso que aún no ha concluido la investigación ordenada hace un año por Benedicto XVI. Lo que ya se sabe es demoledor. El líder de uno de los más exitosos movimientos del nuevo catolicismo no sólo fue notorio pederasta y drogadicto. También tuvo hijos -al menos cuatro, quizá seis- con varias mujeres, plagió descaradamente el libro de cabecera legionario, titulado El salterio de mis días, e impuso a toda la organización un cuarto voto de silencio para guarecerse de denuncias. Uno de sus antiguos colaboradores le acusa incluso de haber envenenado a su tío abuelo, el obispo Guízar, que avaló la exitosa carrera eclesiástica del ambicioso sobrino en el convulso México de los años treinta del siglo pasado.

«¡Cuánta suciedad hay en la Iglesia!» Este clamor le valió un pontificado al entonces cardenal Joseph Ratzinger. Lo pronunció en un vía crucis en abril de 2005, a punto de reunirse el cónclave para elegir al sucesor de Juan Pablo II. El todopoderoso prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (ex santo Oficio de la Inquisición) sabía de qué hablaba. Los cardenales electores, también. Sobre la mesa del Papa anterior, Karol Wojtyla, se habían acumulado acusaciones de pederastia contra miles de sacerdotes, y también quejas por el encubrimiento de esos delitos por algunos jerarcas en Estados Unidos, Irlanda, Italia, Austria e, incluso, España. El alemán Ratzinger aparecía como el único de los reunidos con información y autoridad suficientes para atajar tal estado de cosas.

El propio Juan Pablo II no se libraba de las críticas. Por citar sólo el caso del fundador de los Legionarios, a la mesa de trabajo del Papa polaco habían llegado durante años cientos de denuncias sobre las andanzas y desviaciones del sacerdote Maciel. El Pontífice las despreció. Maciel era uno de sus preferidos. Llenaba plazas y estadios de fútbol en los viajes del líder católico por el mundo, junto al otro movimiento de moda, el Camino Neocatecumenal del español Kiko Argüello. Aquella protección contra toda lógica amenaza ahora con ensombrecer la anunciada beatificación de Juan Pablo II, a poco que funcione la famosa y vieja figura -desaparecida como tal- del abogado del diablo en todo proceso de canonización.

Cuando el todavía cardenal Ratzinger clamó contra la «suciedad» interna en su iglesia, los cardenales se convencieron de que era el hombre a elegir. Dos días más tarde lo hicieron Papa, el 19 de abril de 2005. Fue entonces cuando se empezó a cavar la tumba del hasta entonces intocable fundador de los Legionarios. Una de las primeras medidas anticorrupción del pontífice Benedicto XVI, en mayo de 2006, le alcanzó donde más dolía. Maciel debía abandonar Roma apresuradamente, y retirarse a su México natal. También debía dejar el poder en manos de alguno de sus colaboradores. La decisión del Vaticano parecía humillante -Maciel era obligado a llevar «una vida reservada de oración y penitencia, renunciando a cualquier forma de ministerio público», se le ordenaba-, pero no acalló el escándalo. Demasiado poco castigo para documentadas acusaciones de abusos sexuales en varios países. Como disculpa, Roma apeló a la edad avanzada del encausado, casi nonagenario. Maciel moriría poco más tarde, en enero de 2008, en Cotija (Michoacán, México). Asunto zanjado, suspiraron sus antiguos amigos en el Vaticano.

Se equivocaban de punta a cabo. Además del clamor dolorido de las víctimas, que pusieron el grito en el cielo por la benevolencia de Benedicto XVI, ahora entraban en escena autoproclamados hijos y mujeres de Maciel reclamando atención y derechos. Todo empezó en Madrid, adonde Maciel venía con frecuencia, a veces discretamente. Al fin y al cabo, fue aquí donde fue recibido con los brazos abiertos en 1941, nada más fundar en México el movimiento de los Legionarios de Cristo, con apenas 20 años de edad. El ministro de Asuntos Exteriores de entonces, el democristiano Alberto Martín-Artajo, fue el encargado de introducirlo en la nacionalcatólica sociedad franquista. Hoy, los Legionarios cuentan en España con una Universidad -la Francisco de Vitoria, en Madrid-, varios seminarios y cientos de colegios, entre otras muchas propiedades.

Los primeros rumores sobre la doble vida de Maciel provocaron un revuelo morboso entre algunos legionarios, abrumados, sobre todo, por las acusaciones de pederastia, que hasta Roma avalaba oficialmente. Si su adorado fundador conoció mujer y tenía una hija, eso espantaba, según ellos, las sospechas del horrendo pecado de pedofilia. Así que lo que debía ser gestionado en sumo secreto, pronto fue un clamor público, filtrado desde dentro. Maciel no sólo tuvo aventuras amorosas, sino que en Madrid vivía una hija suya, con nombre, apellidos y un número de portal concreto en unos lujosos apartamentos de la calle de Los Madroños. La chica, ya madura -la madre murió hace años-, se llama Norma Hilda y ha pactado silencio a cambio de una pensión vitalicia. Quien selló el acuerdo y se ocupó de que la rocambolesca historia acabase ahí fue el mismísimo secretario de Estado vaticano, cardenal Tarcisio Bertone, durante una visita semioficial a España. Ocurrió en los primeros días de febrero del año pasado. El dinero no fue un obstáculo. Hace décadas que en ambientes hostiles el grupo del Maciel es conocido, con ironía, como los Millonarios de Cristo.

Animado por el éxito del apaño maquinado en Madrid, Benedicto XVI tomó otra decisión, con la esperanza de difuminar el escándalo. Ordenó que la investigación se extendiese a toda la organización. El argumento de la medida era inatacable: si el fundador legionario había llevado una vida de crápula, ¿cómo es que nadie de su entorno lo advirtió y denunció? Para encontrar respuestas, el Papa nombró a cinco «visitadores», todos ellos obispos: Ricardo Blázquez, de Bilbao (España); Giuseppe Versaldi, de Alessandria (Italia); Ricardo Watty, de Tebladpic (México); Ricardo Ezzati, de Concepción (Chile), y Charles Joseph Chaput, de Denver (EE UU). Watty inspeccionaría en México y Centroamérica; Chaput, los centros legionarios de Estados Unidos y Canadá; Versaldi, los de Italia, Israel, Corea y Filipinas; Ezzati, los de Suramérica, y Blázquez, los de Europa, con la excepción de Italia. Para facilitarles el trabajo, el Papa, único que puede atar y desatar esas cosas en la confesión católica, derogó el cuarto voto de la Constitución legionaria, que obliga a los seguidores de Maciel a confesarse sólo con sus superiores y a guardar secreto de los conflictos internos.

En un principio, la inspección ordenada por el Papa fue tomada por el sucesor de Maciel al mando de la Legión y del Regnum Christi, el también mexicano Álvaro Corcuera, como un gesto de confianza. El propio cardenal secretario de Estado, Bertone, había dado pie al equívoco en la carta en la que comunicó públicamente la decisión papal. «La visita apostólica es de fundamental importancia y merece la pena consagrarse a ella con amplitud de miras y limpio corazón. [Los legionarios] Siempre podrán contar con la ayuda de la Santa Sede para, a través de la verdad y la transparencia, en un clima de diálogo fraterno, superar las dificultades existentes», decía la carta del cardenal al sacerdote Corcuera.

Lo que no podían prever entonces ambas partes es el aluvión de noticias sobre la vida secreta de Maciel, ahora sin control posible. Para colmo, había entrado en acción un abogado de prestigio, anunciando acciones judiciales civiles, que siempre sacan de quicio a la Santa Sede. El letrado se llama José Bonilla. Uno de sus hijos fue sometido a abusos sexuales a la edad de tres años en un colegio de los Legionarios y le ganó a la Iglesia católica un juicio penal por esos hechos. Ahora representa a tres de los autoproclamados hijos de Maciel, con nombres propios y en busca de reconocimiento legal y compensaciones económicas. Se trata de tres varones, hermanos entre sí, de nacionalidad mexicana. El letrado asegura que Maciel habría tenido tres hijos más, incluida la española Norma Hilda, cuya existencia ya ha reconocido oficialmente la Legión. Otro hijo viviría en Londres, y una sexta hija se mató en un accidente de tráfico cuando iba a recoger a su padre a un aeropuerto de París. Norma Hilda, por cierto, cursó su carrera en la Universidad Francisco de Vitoria, en Madrid, propiedad legionaria.

Los obispos visitadores que llevan casi un año investigando en las instituciones y centros de los Legionarios de Cristo y del Regnum Christi no sueltan prenda de sus averiguaciones. Tampoco desmienten noticia alguna, y eso que se publican a diario, sobre todo en la prensa latinoamericana. Reconocen, en cambio, que los cinco prelados han sido convocados a Roma de urgencia para presentar a Benedicto XVI un primer informe de lo actuado. José Martínez de Velasco, redactor jefe de la agencia Efe y el primero que desveló los escándalos de la Legión -publicó en 2002 el libro Los Legionarios de Cristo, el nuevo ejército del Papa, y dos años más tarde, Los documentos secretos de los Legionarios de Cristo-, sostiene que la investigación está «prácticamente concluida», pese a que son muchas las personas que han solicitado ser recibidos para dar su testimonio o desahogarse.

Martínez de Velasco afirma, además, que las acusaciones de pederastia contra Maciel prácticamente no se han investigado porque estaban suficientemente contrastadas. Las primeras denuncias sobre abusos sexuales en centros de la Legión llegaron al Vaticano en la década de los años cincuenta del siglo pasado, durante el pontificado de Pío XII, paternal protector también del sacerdote mexicano. Éste había llegado a Roma avalado por su parentesco con un tío abuelo suyo, Rafael Guízar, obispo de Veracruz y en proceso de canonización por Benedicto XVI como uno de los héroes de la persecución y guerra de los Cristeros en el México revolucionario de los años treinta del siglo XX. Sin embargo, un libro publicado en México con el título El Legionario, escrito por Alejandro Espinosa, sostiene que el obispo Guízar murió envenenado con cianuro por el propio Maciel. «Guízar acogió a su sobrino en su seminario clandestino, pero la buena relación entre ambos duró hasta que el obispo descubrió que el joven Maciel le estaba pervirtiendo su seminario con relaciones sexuales con otros estudiantes. El día en que el obispo murió había tenido una discusión muy fuerte con Maciel», sostiene.

Apoyado con información de algunos testigos del suceso y con confesiones que el mismo Maciel le hizo cuando tenía con él una relación muy cercana, Espinosa armó esta hipótesis. «La muerte de monseñor Guízar no quedó esclarecida. Y cuando años después exhumaron su cadáver, se le halló incorrupto y con el pelo rojizo, tal y como deja el cianuro a los cuerpos. Pero la gente se fue por el lado del milagro», sostiene este ex legionario, él mismo sometido a abusos cuando estudiaba en el seminario que la Legión posee en Ontaneda (Cantabria). Hoy vive retirado en el campo mexicano, con estrecheces económicas y, aún, amenazado por antiguos correligionarios. En cambio, el postulador en México de la causa de canonización de Guízar, el sacerdote Rafael González Hernández, tacha de absurda la historia. «Monseñor Guízar murió en 1938 a causa de una insuficiencia cardiaca y de un ataque de diabetes. Tenía 60 años y ya era un anciano decrépito y acabadísimo, pues gastó su vida al servicio de los fieles. Efectivamente, 12 años después de su muerte, en 1950, sus restos fueron exhumados y se encontraron incorruptos», afirma.

Lo cierto es que, con informaciones de acá y de allá, más lo que le han aportado ya los visitadores, el Papa tiene datos suficientes sobre la situación de la Legión de Cristo y sobre las acusaciones contra el fundador y algunos de sus colaboradores. La decisión que adopte se conocerá el próximo marzo. Según Martínez de Velasco, el Vaticano se debate entre tres opciones: disolver la congregación, proceder a su refundación o designar un comisario pontificio que conduzca a la Legión hasta un Capítulo General de renovación total.

Desde la disolución de los jesuitas en 1773 por Clemente XIV, forzado por los reyes de Francia, España, Portugal y de las dos Sicilias -por motivos de poder, por tanto-, la Iglesia católica no se había enfrentado a un caso igual, esta vez por sucios escándalos sexuales y financieros. Benedicto XVI, él mismo acusado de no haber actuado con diligencia cuando estaba al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, se enfrenta al peor momento de su pontificado, sobre todo si la investigación interna confirma una culposa pasividad de Juan Pablo II por amistad personal con Maciel.

Maciel, «Un guía eficaz de la juventud» según piropo Juan Pablo II

Los días de gloria de Marcial Maciel, y los de los Legionarios -unos 70.000, de los que 800 son sacerdotes-, estaban contados cuando un grupo de ex seminaristas de la organización se unió para denunciar ante la opinión pública al fundador y a sus protectores en el Vaticano. Unos, en Ontaneda (Cantabria), y otros, en seminarios de México, todos sufrieron abusos sexuales de su padre confesor. Fueron sacerdotes la mayoría. Tardaron en «contactarse», pero al final fueron «atando datos», dicen, hasta llenar de credibilidad una denuncia, que llegó ante Ratzinger cuando todavía no habían explotado los escándalos de pederastia en la iglesia de EE UU. He aquí la identidad de algunos de los denunciantes: además de Alejandro Espinosa, los hermanos Fernando y José Antonio Pérez Olvera, Samuel Barrales, Arturo Jurado, Juan José Vaca, José Barba y Félix Alarcón. La gota que colmó el vaso de su paciencia fue una frase de Juan Pablo II, amigo y protector de Maciel. El fundador de los Legionarios de Cristo es «un guía eficaz de la juventud», dijo el Papa polaco, de visita en México. Era en 1994. Con este sorprendente piropo del distraído Pontífice, el fundador legionario, que iba para los altares según el polaco, empezó su caída a los infiernos de la Iglesia romana. El proceso contra Maciel, según lo plantearon los ocho ex legionarios y su abogada, la austriaca Martha Wegan, tenía dos planos: el de los abusos sexuales y la adicción a la morfina del fundador, y el que éste dominara la conciencia de sus víctimas mediante la dirección espiritual. Es decir, además de los delitos sexuales, que en 1998 podrían estar prescritos, Maciel había absuelto a sus muchachos en confesión. La figura de la absolución del cómplice, uno de los mayores delitos en la Iglesia católica, no prescribe, y su examen queda reservado a la Congregación para la Doctrina de la Fe. La demanda contra Maciel se presentó en Roma en octubre de 1998 con este título: Absolutionis complicis. Arturo Jurado et alii versus Rev. Marcial Maciel Degollado. Las desviaciones del fundador legionario ya fueron investigadas entre 1956 y 1959, sin resultado conocido. Durante ese tiempo, Maciel fue suspendido como superior general y expulsado de Roma. El cardenal Alfredo Ottaviani, entonces gran inquisidor, encargó al claretiano vasco y futuro cardenal Arcadio Larraona que dirigiese la investigación. Éste envió a sus visitadores al seminario de Ontaneda, pero no resolvió nada.

31 Enero 2010

El legionario que murió cuatro veces y no quiso confesarse

Idoia Sota / José Manuel López Vidal

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El día que Marcial Maciel murió, se oyó, como en Pedro Páramo, un murmullo insistente como el que hace el viento al azotar las ramas de un árbol en la noche. Al afinar el oído, al igual que en la obra de Juan Rulfo, aquel bisbiseo apretado como un enjambre se definió en palabras casi vacías de ruido y llenas de piedad: «Ruega a Dios por nosotros».

El día que Marcial Maciel murió (ayer se cumplieron dos años), la lujosa casa legionaria de Jacksonville (Florida) se convirtió en un ir y venir de hombres ensotanados. Todavía hoy conservan un rictus extraño en su rostro. Una mueca en la que se adivina que el final de Marcial Maciel hace justicia a una existencia vivida con exceso y fuera de toda ley, civil o divina. Algo horrible ocurrió en la habitación donde el fundador de los Legionarios de Cristo expiró.

Poco más de una docena de personas fueron las elegidas para acompañarlo en sus últimos momentos y, de aquella jornada del 30 de enero de 2008, sólo les queda la certeza -y en algunos casos hasta el consuelo- de que el fundador de los Legionarios de Cristo ha muerto. Cuál fue la causa, cómo sucedió o incluso dónde ocurrió son preguntas que admiten más de una respuesta.

Marcial Maciel era uno, trino y hasta quíntuple. Tenía, al menos, cinco identidades diferentes. Era Raúl Rivas, amante de Norma Hilda y padre de Normita (ambas en viven holgadamente en Madrid), y Jaime Alberto González Ramírez, pareja de una mujer mexicana y padre de tres hijos en Cuernavaca. Pero también era el progenitor de un chico en Inglaterra y el de una joven en Suiza. A veces era Juan Rivas. Y siempre era Marcial Maciel, fundador de una de las congregaciones religiosas con más poder, conseguidor de incalculables fondos monetarios de dudosa procedencia y pederasta castigado en 2006 por el Papa a la oración y el retiro. Todos ellos murieron el 30 de enero de 2008, hace ahora dos años. Sus secretarios personales se encargaron de matarlos. ¿Cómo, si no, iban a poder poner al día todos los documentos de «nôtre père», como aún lo llaman? Había cuentas millonarias, propiedades repartidas por medio mundo, fideicomisos en Bahamas… Un imperio calculado en unos 20.500 millones de euros entre lo que conservó para sí, en todas sus versiones, y lo que puso a nombre de su Legión.

Así se explica su don de la ubicuidad y que Marcial Maciel falleciese a la vez -y que se sepa- en Houston (Texas), Washington; Cotija, su pueblo natal en México, y en Jacksonville (Florida). A las pocas horas de dejar este mundo y mucho antes de que los medios de comunicación conocieran la noticia, Wikipedia recogía su muerte en Florida. Aunque minutos más tarde, sospechosamente, la enciclopedia en la Red eliminó el lugar de la muerte de Maciel de su biografía. Dos días después, aparecieron los primeros obituarios en la prensa. The Denver Post y El Paso Times informaron del deceso del fundador de la Legión por causas naturales en Houston (Texas).

¿Fue por causas naturales? Algunos legionarios aseguran que padecía cáncer de hígado. Otros informan de una operación en 2003 a corazón abierto en Houston. Y hay quienes se aventuran a decir que padecía demencia senil. «Había que emitir diferentes partes de defunción, cada uno con su motivo, para cada una de sus identidades», explica José Bonilla, abogado de los hijos mexicanos del legionario.

«EL CAMAROTE» DE MACIEL

Sea como fuere, el verdadero Marcial Maciel murió en un chalé en Jacksonville (Florida), aunque sus restos fueron trasladados a Cotija (México), su ciudad natal. Se trataba de una pequeña casa con unos 10 u 11 legionarios, organizada ex profeso para el descanso de su fundador un año antes de que éste partiera «a la gloria celestial», como rezaba su despedida en la web oficial de la congregación ultracatólica. El 30 de enero de 2008, la población de la casa se vio repentinamente incrementada en, al menos, ocho personas. En el cuarto de Maciel se juntaron Álvaro Corcuera, actual director general de los Legionarios; Luis Garza Medina, vicario general; Evaristo Sada, secretario general; Marcelino de Andrés, a quien Maciel dejó el encargo de entregar el fideicomiso a sus hijos; Alfonso Corona, uno de los superiores; John Devlin, secretario personal del fundador; y las dos Normas. Y, por si el cónclave no era suficientemente surrealista, en los aposentos de Marcial Maciel no faltó un exorcista para asegurarse de que el alma del padre no estaba tomada por algún espíritu demoníaco.

¿Por qué? Hacía más de dos años que el fundador parecía haber perdido la fe. No iba a misa, no rezaba… Los legionarios que lo cuidaban llegaron a comprobar que sentía «repulsa por la religión». Y la aversión a los objetos religiosos es un signo inequívoco de posesión. De hecho, cuentan que, ya en 1946, los primeros legionarios asistieron a «fenómenos raros» de tipo mefistofélicos. El padre tenía por aquel entonces «una habitación en la casa del Sagrado Corazón», un chalé con una estatua de esa advocación. Una «habitación rara». Primero, porque no tenía cama: «Maciel dormía en un ataúd». Y segundo, por los insólitos fenómenos que, dicen, allí sucedían. Una noche, sus compañeros oyeron ruidos extraños en la habitación de Maciel y, cuando entraron, se toparon con «unas bolas de fuego que circulaban por la habitación del fundador hasta que desaparecieron».

Otros atestiguan que, estando un día en la sacristía, aparecieron unos perros rabiosos. Maciel ordenó a los jóvenes que lo acompañaban que dejaran la habitación y, del mismo modo que llegaron, «los perros desaparecieron de la estancia con la puerta cerrada». En otra ocasión, se encontraba en la capilla. Al oír un estruendo, los legionarios «abrieron la puerta y encontraron los bancos tirados y a Maciel bajo uno de ellos». ¿Presencias del Maligno?

Quizá muchas de estas anécdotas no dejen de ser fábulas. Un tinte de realismo mágico en una vida cargada de episodios rocambolescos.

Sin embargo, alguien debió de considerar seriamente la posesión e hizo llamar al exorcista a su lecho de muerte. El propio Luis Garza llevaba algún tiempo lidiando con la rebeldía del fundador. Según fuentes de la Legión, Maciel se puso muy enfermo seis meses antes de morir. Y los legionarios lo trasladaron desde Jacksonville a un hospital de Miami «de toda confianza». Hasta allí llegó el ya entonces «amonestado» fundador acompañado por tres sacerdotes y una consagrada (laicas con voto de castidad).

«ME QUEDO CON ELLAS»

En el hospital de Miami estuvo tres días ingresado. Al segundo día, se presentaron las Normas en su habitación y permanecieron a su cabecera, cuidándolo, con el beneplácito de Maciel y para escándalo de los legionarios.

-Padre, tiene que venir con nosotros- le dijeron éstos cuando le dieron el alta.

Pero, para entonces, Maciel estaba más cerca de ser Raúl Rivas que el fundador de una congregación religiosa y, señalando a las dos mujeres, respondió tajante: «Quiero quedarme con ellas».

Los sacerdotes legionarios, alarmados por la actitud de Maciel, llamaron inmediatamente a Roma. El entonces número tres de la institución, Luis Garza, supo al instante que les rondaba un grave problema. Lo consultó con el máximo responsable, Álvaro Corcuera, subió al primer avión con destino a Miami y fue directo al hospital.

La indignación podía leerse en su rostro. Allí se presentó ante el otrora todopoderoso fundador y le conminó: «Le doy dos horas para venirse con nosotros o llamo a todos los medios para que todo el mundo se entere de quién es usted de verdad». Y Maciel dio su brazo a torcer.

Su estado físico se había deteriorado mucho desde 2005. «No caminaba bien. Tenía afecciones propias de la edad avanzada. En los últimos meses le fueron fallando varios órganos vitales. Imagino que un informe médico diría que murió de parada cardiorrespiratoria. Tenía 87 años: era un ancianito», detalla a Crónica un portavoz de la Legión de Cristo.

Pero a los pocos elegidos que lo acompañaron al final de su vida les costaba verlo como un ancianito. Para ellos, las últimas horas del fundador fueron un verdadero calvario. Marcial Maciel se negaba a confesar sus pecados. No deseaba o no creía en el perdón de Dios. Quizá llevaba demasiados años acostumbrado a engañar al representante divino en el confesionario. Cómo declarar de golpe que fue pederasta, mantuvo relaciones con mujeres y hombres, tuvo al menos seis hijos de los que nunca se encargó como un verdadero padre, abusó de las drogas, deseó y obtuvo grandes cantidades de dinero, plagió la guía espiritual de su congregación, mintió e hizo daño a centenares de personas sin alterarse en lo más mínimo, y Dios sabe qué más. Eso, Dios lo sabe. Entonces, ¿para qué confesarse? «¡Qué no!», espetaba a Álvaro Corcuera, empeñado en ungir al moribundo con los óleos sagrados.

VERSIÓN OFICIAL

Al final, Corcuera habría logrado que Maciel hiciera un profundo examen de conciencia. Ha explicado más a los suyos. «Nôtre père» feneció frente a la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe y las últimas palabras que escribió en un papel fueron «et verbum caro factum est» (y el verbo se hizo carne). De hecho, presentó una hoja convenientemente garabateada. Las dos versiones son compatibles. Maciel pudo negarse a la confesión y ser obligado. Pudo confesar lo que considerase apropiado y resultar absuelto. Pudo morir en pecado y escribir algo para consuelo de las futuras generaciones legionarias. La verdad sólo la conocen los que ocuparon el camarote de Maciel antes de exhalar. Fuera, los legionarios de Jacksonville esperaban impacientes. Algunos entraban y salían. «Fue tremendo», refiere uno de ellos. «No te puedo decir más. Tremendo».

¿Pondría este calificativo el padre Alfredo Torres, uno de los fundadores de la Legión, al final de Maciel? «Ha hecho usted muy bien en querer saber mi opinión. En su artículo puede poner: «He intentado que el padre Torres se pronunciase, pero él no ha querido»». A sus 83 años, Torres es el único de los primeros legionarios que sigue vivo. Dirige el colegio hispano-mexicano que el movimiento tiene en Madrid y, en medio de la crisis que vive la institución, se ha convertido en un referente de las esencias. «Vienen muchos sacerdotes a hablarme. De Roma, México, Italia… Todos los que no están contentos me escriben o acuden a hablar conmigo y yo los enderezo por el buen camino». Porque, a su juicio, en estos momentos la congregación se encuentra ante una encrucijada. «Hay dos caminos: el de la Iglesia y el de la calle. Yo siempre iré por el de la Iglesia, que es el de Cristo. Y acepto lo que diga el Papa. Sea lo que sea».

Sobre la conveniencia de hacer público que Maciel se negó a la confesión y que en su lecho de muerte hubo un exorcista, el padre Torres aconseja: «Publíquelo. Usted tiene que ganarse la vida y, además, servirá para que reflexionen las personas implicadas».

¿Reflexionarán? De momento, los dirigentes de la Legión se enfrentan a la visitación con cierta opacidad en sus declaraciones.

Los superiores hicieron llegar a todos los centros un argumentario para responder a periodistas, curiosos y enviados del Vaticano. La guía ofrece la respuesta -en su mayoría, «no» y «nada»- a muchas preguntas. ¿Qué hizo el padre Maciel? ¿Hubo irregularidades financieras? ¿Qué dice de las acusaciones de años anteriores [sobre pederastia]? ¿Estaban los superiores al tanto de estos hechos?… Pero, además, el formulario ofrece un hilo argumental para las conversaciones que se salgan de estas cuestiones. Sugieren a los miembros de la Legión y del Regnum Christi (su rama laica) que pidan perdón por el daño causado por Maciel, que se muestren consternados por que el escándalo haya podido contaminar a la Iglesia, que manifiesten que los que están sufriendo están en sus oraciones y que aseguren que tratan de actuar según lo que Cristo habría hecho en su lugar.

PRIMER RECONOCIMIENTO

A mediados de marzo se espera una decisión de Benedicto XVI. Ahora hay entre 100 y 150 sacerdotes legionarios pendientes de ese dictamen para definir su camino dentro o fuera de la congregación. De momento, parece que la opción más plausible pasa por que el Papa designe un representante de confianza que dé un nuevo rumbo al movimiento. Pero también cabe la posibilidad de que Benedicto XVI ordene una refundación o, directamente, opte por que la Legión de Cristo se disuelva.

Mientras, el representante legal de los tres hijos que Maciel dejó en México, José Bonilla, sigue adelante con su lucha por el reconocimiento de los jóvenes como descendientes del fundador. El primer paso, según ha podido saber Crónica, ha sido la carta que Álvaro Corcuera, director general de la Legión, ha enviado al abogado. En ella, reconoce al mediano de los tres, José González, como hijo de «nôtre père». Quedan dos. Además del fideicomiso en Bahamas que Maciel les legó y que ya les ha sido entregado, los vástagos del legionario tendrían derecho a parte de los bienes que el fundador dejó repartidos por todo el mundo. Y, en menos de 30 días, sus hijos interpondrán una demanda para reclamar sus derechos de herencia sobre estos bienes. «Los chicos hablan todas las semanas con el visitador en México, el obispo Ricardo Watty, que se ha mostrado muy preocupado por el asunto». Más, quizá, de lo que Maciel lo estuvo nunca. De hecho, el padre fundador de los Legionarios de Cristo no se despidió de sus tres hijos. Ni siquiera fueron avisados de su fallecimiento.

El día que murió Marcial Maciel fue un ir y venir de sotanas que rezaban por el alma del que llamaban «padre». Pero faltaban tres de sus hijos. Los que Jaime Alberto González Ramírez, su tercera identidad, engendró con una mujer mexicana. Si confesó su séxtuple paternidad y sus múltiples pecados sólo lo saben quienes estuvieron en la habitación con el moribundo. Aquel 30 de enero de 2008, que muchos recuerdan con una contracción en el rostro, se oía un incesante y pío murmullo. «Ruega a Dios por nosotros», decía.