5 junio 2018

cuatro días después de ser destituido como presidente del Gobierno por una moción de censura

Mariano Rajoy dimite como presidente del Partido Popular y como diputado en el Congreso y anuncia su retirada de la política

Hechos

  • El 5 de junio de 2018 D. Mariano Rajoy anunció su retirada de la política.
  • El 15 de junio de 2018 D. Mariano Rajoy renunció a su acta en el Congreso de los Diputados.

Lecturas

El 5 de junio de 2018, sólo cuatro días después de la votación de la moción de censura por la que fue destituido como presidente del Gobierno, D. Mariano Rajoy Brey anuncia su retirada política, su dimisión como presidente del Partido Popular y la renuncia a su escaño como diputado del PP en el Congreso de los Diputados. El Sr. Rajoy Brey renuncia a cualquier tipo de tutelaje ideológico del partido y a mostrar cualquier tipo de preferencia en su sucesión.

Por primera vez desde 1987 el partido convoca un congreso extraordinario al que se pueda presentar más de un candidato a la presidencia del partido. El presidente de la Xunta de Galicia, D. Alberto Núñez Feijoo, renuncia a competir por el liderazgo del PP, por lo que la batalla se centra, principalmente en Dña. Soraya Sáenz de Santamaría Antón, Dña. María Dolores de Cospedal García y D. Pablo Casado Blanco.

02 Junio 2018

Por qué no dimitió Mariano Rajoy

Ignacio Escolar

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No fue sólo una especulación de la prensa. En la tarde del jueves, mientras Aitor Esteban explicaba en la tribuna su apoyo a la moción, parte del personal del BOE hizo guardia por si había que publicar una edición especial: la dimisión del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. Estaban movilizados porque esa posibilidad fue real y durante algunas horas, en esa tarde, el entonces presidente la sopesó.

¿Por qué Rajoy descartó su dimisión? ¿Por qué no recurrió a esta salida, que le pedía gran parte de la derecha y que habría cerrado el paso de Pedro Sánchez a la Moncloa? En el PSOE, cuando fueron conscientes de que los votos les podían dar, desde la última hora del martes, este era su mayor temor. Por eso, Sánchez arrancó su discurso pidiendo él mismo la dimisión. Era una jugada ganadora. Si pasaba, al menos podría decir que era por su presión. Y si no dimitía, Sánchez llegaba a la Moncloa y conjuraba el principal argumento en su contra: que sólo le interesaba el sillón.

Rajoy pudo dimitir y no lo hizo. Muchos en la derecha nunca se lo perdonarán. Porque la verdadera razón no fue la que explicó María Dolores de Cospedal, cuando argumentó que el PP no tenía el apoyo suficiente en el Congreso para una nueva investidura. Era mentira porque era Rajoy, y no el PP, quien ya no tenía los apoyos suficientes. Otro candidato conservador menos manchado de corrupción sí habría podido tener posibilidades de sumar los votos necesarios, y en Ciudadanos aseguran que ni siquiera se exploró esa opción. Nadie de la dirección del PP –tampoco Mariano Rajoy– llamó a Albert Rivera para preguntar si apoyaría la investidura de otro presidente del PP.

En caso de dimisión, ¿lo podría haber intentado Pedro Sánchez? Sin duda, aunque con menos opciones de éxito, porque el presidente de la caja B ha sido el mejor argumento a su favor. Sin Rajoy como única alternativa, los votos de la investidura habrían sido más difíciles de lograr.

Si Rajoy hubiera dimitido, las opciones más probables habrían sido dos: otro presidente del PP o la repetición electoral. Y por eso Rajoy ni dimitió ni sondeó con Ciudadanos esa posibilidad. Porque era una decisión humillante, y él cree que no había razones para dimitir. Porque siempre pensó en él, más que en el futuro de España o el del PP. Y porque solo Ciudadanos, aupado en las encuestas, tiene hoy prisa por que se vuelva a votar.

La intervención de Rafael Hernando en la moción, más dura imposible, deja claro cuál es la nueva estrategia del PP. Es la misma receta que ya probaron Felipe y Zapatero: leña al mono hasta que cante en inglés. No descarten que Rajoy –“la vida es resistir”– intente incluso aguantar.

02 Junio 2018

Rajoy lega a España una gran obra de Gobierno

LA RAZÓN (Director: Francisco Marhuenda)

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Se ha cumplido una hoja de ruta cuya última casilla era asaltar La Moncloa, aunque sin ganar ni una sola de las dos elecciones a las que concurrió Pedro Sánchez. Mariano Rajoy deja la presidencia del Gobierno tumbado por una moción de censura no constructiva. Lo vivido en el Congreso estos dos últimos días no hace justicia con su tarea al frente del Ejecutivo; es más, ha habido un ensañamiento sobre su figura, al límite de una demagogia insoportable y de una inquina ideológica que puede que refleje el signo de los nuevos tiempos: del sentimentalismo sobre la razón política. Es sintomático y merecedor de estudio por qué esta animadversión hacia uno de los políticos más centrados, moderados, tolerantes y, también, con más calidad humana que ha habido en nuestra arena política. Por el bien de los ciudadanos, esperemos que el Gobierno que presida Pedro Sánchez no esté inoculado por ese sentimiento vengativo de muchos de sus socios de destruir todo lo construido durante su mandato. Porque esa es la cuestión: derogar una a una todas las reformas que puso en marcha Mariano Rajoy. Su ideario político puede resumirse de una sola palabra que escasea en nuestro muy poblado gremio de políticos profesionales: reformismo. La acción política sería estéril –mero politiqueo– si no progresa la vida de los ciudadanos. Ayer, poco antes de la votación, en su última intervención parlamentaria, breve y honda, expresó con claridad cuál es su sentido de la política: «Dejar una España mejor que la que encontré. Ojalá mi sustituto pueda decir lo mismo en su día». En su despedida hizo suyo lo que dijo Cánovas del Castillo: «En política lo que no es posible es falso». Así es, Rajoy llegó a finales de diciembre de 2011 a la presidencia en un momento crítico, en el que la economía española estaba al borde del colapso, cuando el PIB retrocedía un 1% (ahora crece al 3%), el déficit se situaba en el 9,6% (ahora está en el 3,1%), el paro sobrepasaba los cinco millones, el 22,6% (ahora está en el 16,7%) y la amenaza del rescate era inminente. Rajoy se empeñó en superar esta situación –fue su gran compromiso electoral– y se ha alcanzado una estabilidad que está permitiendo el crecimiento. Esa es la herencia que le deja a Sánchez, que es mucho mejor que la que él recibió. Sabemos que en los tiempos políticos dominados por la irracionalidad populista, a derecha e izquierda, los hechos sirven de poco y sólo se tiene en cuenta el «relato». Acometer la reforma del sistema bancario y financiero es un mal relato y también es un mal relato la reforma laboral, pero era necesario hacerlas y, a pesar del discurso demagógico, los servicios sociales se mantuvieron en sus partes fundamentales. Estos días de alborozo para «las izquierdas» –según expresión traída de los años 30 por Sánchez–, olvidan voluntariamente que las reformas estructurales eran necesarias y exigidas por nuestros socios de la UE, a los que el líder socialista dice ahora acatar, queremos creer que en las condiciones acordadas con Rajoy. En la preparación del techo de gasto para 2019 está la primera prueba.

La crisis abierta por el independentismo catalán ha sido, sin duda, el factor político que ha determinado el mandato de Rajoy. Suele decirse que reaccionó tarde, que no supo detectar la raíz del problema. Tal vez pecó de confianza, de incredulidad ante lo ilimitado del desafío soberanista. Nadie creyó que la Generalitat, con su presiente al frente, dirigiera un golpe contra la legalidad democrática. Acusar de que Rajoy no quiso dialogar es no conocerlo: lo hizo hasta con los que le traicionaron. Aplicó el artículo 155, asumió la responsabilidad y lo hizo con mesura, evitando agudizar aún más un conflicto que pudo degenerar en una violencia abierta por parte de los secesionistas. Es injusto y demuestra la enorme deslealtad de Sánchez no defender desde la tribuna del Congreso la necesidad de la aplicación del 155 para no molestar a sus socios independentistas y romper así el pacto del constitucionalismo. Rajoy ha sido un factor estabilizador en esta crisis sobrada de radicalismos.

Era fácil apuntarse a los discursos disolventes sobre España y sobre Europa, en la fórmula que fue –plurinacional, nación de naciones…–, como los que achacan todos los males a Bruselas o a Madrid y reivindican identidades que deben estar por encima del común de la ciudadanía. Rajoy ha mantenido una posición europeísta intachable, haciendo de España un socio fiable y serio y situándonos en la centralidad. Ha sido un gran servidor del Estado y de España, sin aspavientos, sin envolverse en banderas, sin apropiarse de sentimientos que son comunes de todos los españoles. Hablamos de un político que ha dado estabilidad política y estabilidad emocional, huyendo de la histeria izquierdista y de los que fuerzan hasta la vacuidad el patriotismo. Ha dado ejemplo de buen respeto al adversario, de humor e inteligencia emocional. Un gran político, un buen español y un hombre honrado.

06 Junio 2018

¿Por qué no el jueves?

Federico Jiménez Losantos

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MARIANO RAJOY se ha ido como ha gobernado: alargando hasta la extenuación los plazos de su mandato y dejando una situación mucho peor que la que heredó. Los pesebristas de Soraya y los que desde el viernes fían su devenir político-mediático a la demolición de Rivera y Ciudadanos dejarán hoy los lagrimales del cocodrilo a la altura del desierto de Mojave. Y, tras volcar una catarata de almíbar mortuorio, culparán, como el torvo finado, al único aliado leal que ha tenido el PP, de la traición cometida por los partidos que Rajoy prefirió y pagó con nuestro dinero, el de los Presupuestos, para seguir el en Poder e impedir que los españoles pudiéramos votar. Pero, pese al autobombo en su adiós –ni una palabra autocrítica, no pidió perdón a nadie–, lo cierto es que el PP está infinitamente peor que se lo dió Aznar, que deja el Gobierno en manos de los enemigos de España, que Cataluña está peor que nunca y que se pueden cargar la reforma laboral, su único éxito de verdad.

Pero mientras todos lloraban de reojo, Rajoy se fue sin explicar ni permitir preguntas sobre la razón que le llevó a dimitir ayer y no el jueves, como ofreció Sánchez y, tras la traición de PNV y PSOE, modelo de lealtad para Rivera, pudo hacer, impidiendo el Gobierno Frankenstein y dejándonos votar. ¿Por qué no lo hizo? Porque quería seguir y esperar, otra vez, el fallo del PSOE, disfrutando un protectorado como el de Fraga con Felipe y, sobre todo, asegurando la paz del bipartidismo, que es la de los cementerios del 78. ¿Qué ha pasado? Sólo caben dos hipótesis: que los barones no le han dejado seguir y/o que Sánchez le ha tranquilizado sobre su horizonte judicial, en el que tendrá el mismo trato de favor que etarras y golpistas, a cambio de no estorbar y apretar juntos el cordón sanitario –horca electoral– contra Rivera.

Taimado y falso hasta el final, Rajoy denunció que la moción del leal Sánchez, su PNV, Podemos y los 22 partidos separatistas y comunistas va contra la naturaleza de la moción constructiva de Gobierno. Eso lo explicó aquí mejor Roberto Villa García. Lo que debió explicar Rajoy, pero nunca lo hará, es por qué la dejó triunfar. El disciplinado Partido Bolsovique, porque el bolso en el escaño de Rajoy quedará como el símbolo del desprecio de este PP a sus votantes y a todos los españoles, llorará y callará.

02 Junio 2018

Luces y sombras de Mariano Rajoy

EL MUNDO (Director: Francisco Rosell)

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SUBIÓ a la tribuna del Parlamento, donde se le esperó sin éxito durante la tarde del jueves y la mañana de ayer, y pronunció una despedida breve y cortés. «Ha sido un honor ser presidente del Gobierno y dejar una España mejor que la que encontré. Ojalá mi sustituto pueda decir lo mismo en su día». Mariano Rajoy podrá presumir siempre de que durante sus mandatos se invirtió la deriva ruinosa que llevaba el país cuando accedió al poder. No cabe escatimarle el reconocimiento a una gestión económica sensata, reformista –sobre todo en su primera etapa–, que puso a España en la senda del crecimiento y de la creación de empleo. El desastre heredado de Zapatero le persuadió de que los españoles le habían votado para que arreglara la economía, y se aplicó a ello desatendiendo otras dimensiones de la política que finalmente le han cobrado el precio más alto: su censura. Fue a remolque de los casos de corrupción en su partido, en vez de anticiparse con un compromiso decidido de regeneración. Y tampoco demostró liderazgo para encarar el anunciado desafío del procés cuando aún se encontraba en su fase de gestación, mucho antes de desembocar en la fractura total que deja a su sucesor. Por eso, fuera de la economía, no podemos compartir su diagnóstico general de haber entregado un país mejor del que recibió. Depende de la materia.

Pero con Rajoy se marcha además un estilo muy peculiar de entender la política. Su capacidad de resistencia le permitió salir indemne de no pocos retos, algunos claves para la estabilidad. Sabía mantener la cabeza fría cuando a su alrededor cundía el nerviosismo, condición de gran valor en un gobernante. Y su sobresaliente oratoria brindó debates vibrantes que ya figuran en la historia del parlamentarismo español, lo cual chocó siempre con una incomprensible alergia a la mínima exposición mediática. Máxime cuando nadie, ni sus adversarios, le niega su educación y cercanía en el trato. Pero no era la comunicación su mayor virtud, y en nuestro régimen de opinión pública eso se paga caro.

Este periódico ha sido crítico con Mariano Rajoy, porque la corrupción y la negligencia merecen el reproche de la prensa independiente. Pero este periódico le despide con la inquietante premonición de que sus palabras –»Ojalá mi sustituto pueda decir lo mismo»– no van a cumplirse fácilmente en el caso de Pedro Sánchez. Cuyo Gobierno arranca con la mayoría más débil y los aliados menos fiables de la democracia. Ojalá nos equivoquemos, por el bien de España. Y en cuanto a Rajoy, solo cabe esperar que facilite la renovación del PP con orden y celeridad para que pueda ejercer una labor de oposición muy necesaria. El paso del tiempo separará con justicia las luces de las sombras en su presidencia.