13 julio 2013

Montse Suárez intervino en el programa de TELECINCO presentándose como quien, en nombre de AUSBANC, actuó como abogada de la acusación popular contra el ex presidente del banco Banesto defendiendo que este fue condenado de manera demasiado suave"

Mario Conde contra Montse Suárez (ex Ausbanc): «Luis Pineda conoce de ella todas sus dimensiones corpóreas y qué la mueve»

Hechos

  • El 13.07.2013 D. Mario Conde publicó en su blog un artículo sobre la tertulia emitida el día anterior sobre su persona en la que participaron, entre otros. Dña. Montse Suárez, D. Ernesto Ekaizer, D. Melchor Miralles y D. José Luis Galiacho.

Lecturas

MontsesuarezContraConde Dña. Montse Suárez anunció desde twitter que emprendería acciones legales contra D. Mario Conde por su texto.

pineda_condesuarez Por su parte el presidente de AUSBANC y antiguo jefe de Dña. Montse Suárez, D. Luis Pineda, no perdió ocasión para volver a meterse con su antigua empleada a la que ya había atacado desde twitter llamándola ‘abogada florero’ y ‘suplantadora del trajo ajeno’.

13 Julio 2013

El olor del odio de Villacastin y Galiacho y de mas gente des-almada

Mario Conde

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Tampoco odia la chica esa con apellido de joyero de clase alta. No. Lo que le sucede lo aclarará algún día posiblemente Luis Pineda, que tanto me atacó desde Ausbanc, pero que conoce todas las dimensiones corpóreas y anímicas de esa persona y los motivos que mueven su cuerpo y su alma.

No había cumplido mas allá de unos seis años. Una tarde cualquiera jugaba con mi perro Ambar y escuché por primera vez en mi vida aquella palabra. La pronunció mi madre dirigéndose a mi padre en una frase en la que le advertía de que alguien cuyo nombre no consigo retener “es un ser odioso”. No sabía en qué podía consistir eso de ser odioso, pero tampoco le presté demasiada atención, de no ser porque el día en el que enterré a Ambar en las arenas de Playa América, Avelino, el criado de Covelo, dijo que lo habían asesinado con aquella bola de carne y cristales porque nos tenían odio. Entonces, al escuchar de nuevo el término, recordé lo que dijo mi madre y sin querer asocié ser odioso con ser que sin razón alguna se dedica a asesinar a otro.

Ya en Alicante, con apenas ocho años cumplidos, un alumno aventajado que se presentó conmigo al examen de matricula de honor del entonces llamada “ingreso”, cuando se vio excluido de la calificación final porque los maristas decidieron que la merecía yo, aquel chico que era de gestos algo afeminados, me dijo algo parecido “te odio”. Me acordé de mi experiencia gallega y pensé en descifrar el motivo para que me odiara. Yo obtuve matricula de honor y él no, pero la relación de causa a efecto se me escapaba. Encima, tuve la sensación, recordando a Ambar, que aquel alumno me querría matar, al igual que hicieron con mi maravilloso dogo. Por ello acudí corriendo a mi casa de la plaza de los Luceros, entré al cuarto de mi abuela Luisa y le pregunté.

-Abuela, ¿que es odiar?

No me contestó. Me apretó contra su pecho en silencio mientras desparramaba su vista en el horizonte a través de la ventana de nuestro dormitorio que daba al poniente. Entonces desconocía la peripecia vital de mi abuela y no alcancé a comprender la profundidad de sus palabras cuando, al deshacer el abrazo, me miró con ojos en los que asomaban lágrimas incipientes, y pronunció estas palabras.

-Hijo, un día el odio te llegará al corazón. No dejes que se quede a vivir ahí. Arrójalo fuera. Si no lo haces te dominará para siempre.

El 19 de Enero de 1.996, festividad de San Mario, la Naturaleza me ofreció uno de los mejores regalos que podía esperar en el día de mi Santo. Eran las seis menos cuarto de la tarde. La veleta indicaba una pequeña brizna proveniente del Sur. El sol amarillento y cálido de la tarde sevillana se reflejaba en la piedra porosa y caliza, de parecida textura al marés mallorquín, con la que construimos la torre de acceso a nuestra casa de Los Carrizos. La lluvia no quiso perderse el espectáculo y acudió con un ligero manto de pequeñas gotas y escasa cortina de agua, a poner color en el crepúsculo de la Sierra. Y se hizo el color. Un enorme Arco Iris cubrió con la inigualable belleza de su cromía todo el Valle del Viar, cuyas tierras, hartas de agua después de una infernal sequía, retozaban en la intensidad de sus tonos, casi negro el barbecho, verde chillón los pastos y las siembras, amarilleando algunas por exceso de humedad. Al fondo, los picos rebeldes en los que arranca la parte Sur de Sierra Morena. Desde el ventanal de mi despacho, a seis metros de altura sobre el suelo de un cerro que ronda los trescientos sobre el mar, pude divisar kilómetros y kilómetros de esta estribación de montañas enmarcada en colores, con los cuatro elementos, el aire, la tierra, el sol y el agua, unidos en un silencioso festín cromático de tanta Majestad que el espíritu, emborrachado de libertad, sentía la presencia del Nombre de Dios. “Suspendiendo del cielo su arco -dice el mensaje bíblico- Dios le hace saber al hombre que no disparará mas flechas”.

El tono agudo del teléfono situado a la derecha de mi mesa de trabajo cortó de manera brusca el diálogo conmigo mismo. Un viejo amigo, cuyo nombre no hace al caso, comenzaba a relatarme una conversación mantenida a bordo de un avión que atravesaba los Pirineos con destino a las tierras de Helvecia. Me estaba hablando de un periodista que había convertido nuestra causa, nuestros avatares existenciales en los terrenos jurídico-civil, mercantil, contencioso-administrativo y, sobre todo, penal, en su razón de vivir.

La ferocidad de los ataques de EL PAÍS, de la pluma de ese argentino a quién, en expresión de Matías Cortés, se le había entregado esa “inmensa máquina de escribir”, siempre llamó mi atención. Su actuación, por acción u omisión, fue claramente exagerada, sobre todo al destinar a esa periodista argentino a cubrir con su especialidad en trabajos sucios nuestra vida a partir de ese momento. Su dedicación a la causa era tan intensa, ejecutada con tal perseverancia, alterando el orden de los acontecimientos reales con tan escasa sutileza, que sus pensamientos sobre mi me hacían recordar el viejo soneto de Sor Inés de la Cruz:

“Eres como el mortífero veneno

que daña a quién lo vierte inadvertido

y, en fin, eres tan malo fementido

que aún para aborrecido no eres bueno”.

Había vivido muchas situaciones en las que debía de percibir el odio pero quizás por la admonición de mi abuela no albergaba la experiencia. No sentí odio en Mariano Rubio, ni en Felipe González, ni siquiera en Abelló, aunque aquella mirada que me dedicó en el Hall del Casino de Madrid me perturbó sobremanera porque jamás contemplé en él algo siquiera similar. La primera experiencia que soy capaz de recordar como algo parecido al odio la protagonizó Jose María Aznar en casa de Jose Antonio Segurado. Almorzábamos los tres y se dirigió a mi con tal carga de sustancia interior que me conmonionó. Cuando salí de aquella vivienda y en el coche retornaba al banco, no era capaz de encajar esa sustancia, el sentimiento del que nacía aquella mirada, pero comprendí el viejo refranero español que aseguraba que “hay miradas que matan”, con lo que expresa que ciertas formas de mirar transmiten la información de que el sujeto que mira de semejante manera desearía la muerte de aquel a quien dirige su sentimiento a través de su mirada.

Dudé, pero no. Polanco no odiaba. Era solo cuestión de negocios. “Nada personal, negocios” que decía la Mafia. Y aquel argentino, que desde el momento en el que el propio Polanco me reconoció que lo destinaba a trabajos sucios del grupo Prisa decidí llamarle Harry, en recuerdo de la famosa película de Clint Eastwood, aquel mercenario tampoco odiaba. Confieso que al comienzo pensé que sí, que deseaba matarme por encima de cualquier otra consideración, pero luego cambié de idea cuando me informaron con mas profundidad. No era odio sino mas bien una suerte, un derivado del despecho, ese sentimiento que germina en las almas que sufren porque su amor es rechazdo por el amado al que desean en la oscuridad. Una caricia, una simple caricia, un pelo atusado con suavidad, una cabeza reposada en un hombro silente…Si, pero no podía suceder y entendí que aquella enfermedad del argentino Harry no tendría cura.

En mi celda de Alcalá Meco, en una fría madrugada, apenas recién iniciado el movimiento ascendente-lateral del Sol, cogí con mis manos el auto en el que un juez llamado García Castellón ordenaba mi prisión incondicional y lo acerqué al corazón, que es la glándula pituitaria de los olores del sentimiento. El papel -la gracia consiste en eso, en que se trata de un puro papel- no olía a odio. Su fragancia era distinta. Tenía reminiscencias medievales de los tahoneros, los que trataban, a toda costa, de iluminar una estancia cuando se apercibían de que comenzaba a oscurecer muy deprisa. Así cantaba una copla medieval que algunos juglares interpretaban al son de las cuatro cuerdas:

“No, no, no, no y no/ que es lo que yo digo/ prodigio mayor/ que allí de piadoso/ concedió perdón/ pero aquí obediente/ mostró sujeción”.

El odio huele, como huele el amor. Cuando era joven, después de una noche de amor, al despertarme por la mañana y respirar un poco de aire limpio, notaba el olor humano de quién había compartido conmigo aquellos momentos y trataba de cuidarlo, de acariciarlo -porque se puede acariciar un olor- y de esta manera prolongar espiritualmente lo que horas antes sucedió. Dicen que la vejez comienza cuando pesan mas los recuerdos que las ilusiones. Si es así, no tengo duda de donde estoy en el plano de la ecuación espacio-tiempo porque sigo oliendo, aunque de otra manera,en cualquier caso no menos intensa para el espíritu. El olor del odio es fétido, porque nace de la podredumbre humana. Sus gases derivaban de la descomposición del alma. Cuando los cuerpos comienzan a pudrirse, las normas de higiene aconsejan enterrarlos o incinerarlos, no solo por motivaciones religiosas, sino para privarnos del olor que despiden. Sin embargo, tratándose de la podredumbre de los espíritus, seguimos condenados a tener que soportar su miserable hedor. Claro que como el hombre es trino, el odio es la podredumbre de todo el conjunto y su olor el más intenso que imaginarse pueda. Como la naturaleza es sabia y tiene sus propios mecanismos de autodefensa, en la inmunología del espíritu se ha visto obligada a desarrollar los anticuerpos necesarios para combatir a los antígenos que transportan el olor del odio. Por eso son tantos los que conviven rodeados de él sin percibirlo. Atrofia de la pituitaria espiritual.

En el debate del pasado jueves percibí odio, lo olí desde lejos porque esos efluvios no responden a la ecuación espacio/tiempo sino que hablan directamente al corazón. Pero no en Harry. Incluso os diré que en él descubrí cierta ternura. Luchó contra su encargo y ese sentimiento interior que esconde en los lugares mas recónditos de su alma atormentada. Cuando arreciaban los ataques sin piedad de los que de verdad odiaban, Harry quiso dulcificar, aclaró que yo no quedé dinero sino que dispuse de él para terceros como si fuera mío, que la condena de artificios contables no debió existir…Ternura en pelea contra el mandato. Se percibió con tanta nitidez que varios amigos me comentaron al día siguiente que el que mejor había estado, quitando claro a Melchor Miralles, había sido precisamente Harry.

Tampoco odia la chica esa con apellido de joyero de clase alta. No. Lo que le sucede lo aclarará algún día posiblemente Luis Pineda, que tanto me atacó desde Ausbanc, pero que conoce todas las dimensiones corpóreas y anímicas de esa persona y los motivos que mueven su cuerpo y su alma.

No. El odio vino de Villacastin y de Galiacho. Porque solo el odio puede provocar esa brutalidad de utilizar la muerte de una persona para atacar a otra. Fueron sorprendidos, segun me dicen, no solo usando esa muerte sino sonriendo ante su recuerdo. Y Ana Rosa sabia q ue eso se iba a producir y lo consintió, es mas, lo programó, porque Villacastin habló en un espacio grabado, en uno de esos productos a los que llaman totales. ¿De donde nació ese odio? De la conciencia de inferioridad. Tengo varios mail de Villacastin pidiéndome con palabras dulces una entrevista, jamás concedida, siempre suplicada. No se quien es Galiacho ni le he visto en mi vida, pero miré su foto en internet y me ilustró mas que un tratado de psicología aplicada. El odio nace de la conciencia de inferioridad y se riega con sustancia de lentejas variadas. Eso fue lo que sucedió.

Admito que por un instante la conmoción interior que me produjo fue tan brutal, tan intensa, un dolor tan frío, que sentí por primera vez en mi vida algo parecido al odio. Bueno, quizás por segunda, porque lo admito con humildad, cuando abracé la urna que contenía las cenizas de Lourdes odié a Dios con toda mi alma. Había consumido una vida buscándole por iglesias talladas en piedra, en músicas sinfónicas y en silencios de madrugada, en caricias de niños y en besos largos de amada, en cuerpos desnudos unidos con cemento de amor verdadero respondiendo con su agitarse mutuo a su papel de notas de una melodía eterna jamás acabada. Pero en la visita posterior al pequeño panteón en Galicia en el que esos restos reposan -porque su alma carece panteón, de limites, y solo la eternidad es su morada- pedí perdón a Dios por la osadía de tratar de entender las razones por las que decidió que Lourdes debía morir, y entendí que no es mi misión de individuo pedir explicaciones que, aunque me fueran dadas, jamás podría entender, porque viven mas allá del espacio y del tiempo, allí donde solo habita el Ser manifestando en esta dimensión la iInconcebible Seidad. Pedí perdón a Dios por la soberbia que implica pretender odiarle. Y retorné a esta pequeña y al tiempo gigantesca condición humana.

No, no siento odio, ni rencor, ni deseo de venganza. Albergo un sentimiento mas frío, mas exento de emociones varias. Es la sensación de que nada hay que esperar de la llamada justicia humana, ni de la que aplican -es un decir- los hombres vestidos de togas y puñetas blancas, ni de cualquier otro cuerpo mejor o peor organizado de nuestra estructura social. He entendido que el odio que me profesan no tiene cura. Y por ello no hay que responderle con mas odio. La lucha de odios es inerte. No. Libre el alma de odio, de rencor, dejemos que en ella se instale ese sentimiento frio, neutro, que entendieron de manera tan profunda los que redactaron la doctrina hebraica, los que definieron en qué consiste y como se aplica -para ellos- la única justicia verdaderamente humana.