22 agosto 1936

Melquiades Álvarez, Albiñana, Fernando Primo de Rivera, Ruiz de Alda, Álvarez Valdés, Martínez de Velasco y Rico Abelló entre los asesinados

Matanza de la Cárcel Modelo: Milicianos del Frente Popular asesinan a los principales líderes de la Derecha detenidos por la República

Hechos

El 22 de Agosto de 1936 se produjo la ejecución de prisioneros de la Cárcel Modelo de Madrid.

Lecturas


El Gobierno de la II República había ordenado que los principales líderes de partidos de derechas que estaban en zona republicana al estallido de la Guerra Civil fueran encarcelados. Eso a pesar de que algunos de ellos eran diputados elegidos en Las Cortes en las elecciones de febrero de 1936, pero el Gobierno y el presidente de Las Cortes, Sr. Martínez Barrio, decidieron que debían situarse en la cárcel modelo de Madrid por considerar que ahí estarían a salvo.

La noche del 22 de agosto las milicias de izquierda respondieron asaltando la Cárcel Modelo de Madrid, donde se encontraban muchos dirigentes de derechas, a pesar de los intentos de miembros del PSOE de impedirla, los dirigentes del PCE y FAI asesinaron a todos los políticos relevantes que había:

DERECHISTAS ASESINADOS EN LA CÁRCEL MODELO:

melquiades D. Melquiades Álvarez, Republicano de Derechas, líder del Partido Liberla Demócrata, mentor de D. Manuel Azaña.

albiñana D. José Albiñana, Diputado de Derechas, líder del Partido Nacionalista Español, elegido democráticamente en las elecciones de 1936.

álvarez_valdes Sr. Álvarez Valdés. Ministro de la II República durante el Gobierno del ‘Bienio Negro’.

fernando_primo D. Fernando Primo de Rivera, hermano del fundador y líder de Falange Española de las JONS, D. José Antonio Primo de Rivera.

ruiz_alda D. Julio Ruiz de Alda, co fundador de Falange Española de las JONS.

Entre los dirigentes asesinados estaba el líder de Falange Española Sr. Ruiz de Alda (que compartía el liderazgo con D. José Antonio Primo de Rivera y Ramiro Ledesma) y el hermano de D. José Antonio, Fernando Primo de Rivera. Pero también fueron asesinados muchos republicanos como Melquíades Álvarez, que fuera uno de los primeros líderes republicanos de España (antiguo jefe de D. Manuel Azaña) ahora asesinado por su condición de católico, motivos parecidos motivaron los asesinatos de los ex ministros republicanos Sres. Álvarez Valdés y Rico Abelló, también ha sido asesinado el jefe del Partido Agrario y ex alcalde de Madrid D. José Martínez de Velasco (también ex ministro). Otro asesinado es D. José Albiñana, diputado legítimo de la República por el Partido Nacionalista (fascista), que ha sido igualmente asesinado. La actitud de los militantes del PCE es radicalmente violenta, especialmente contra la iglesia. El dirigente del PSOE, D. Indalecio Prieto ha acusado a los comunistas de que su actitud puedo llevarles a perder la guerra. También el jefe de estado, D. Manuel Azaña declaró al enterarse que “desearía haber muerto también”.

08 Abril 1939

La matanza del veintidós de agosto en la cárcel modelo de Madrid

Ramón Serrano Suñer

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Relato de Serrano Suñer al periodista José Losada de la Torre.

Un testigo presencial

De los asesinatos en la Cárcel Modelo, de Madrid en la madrugada del 21 al 22 de agosto se han dado múltiples versiones que reflejan aspectos parciales a veces abultados y desfigurados de los que aconteció, y, no hay un relato sobrio, metodizado, de aquellas horas cruelísimas, que se ajuste estrictamente a la verdad. Yo lo acabo de escuchar de labios de un testigo que convivió con los asesinados, que iba a correr, su misma suerte y que por designio providencial salvó su existencia… ¡Impresionante relación hecha por un hombre de clara inteligencia estremecimientos mientras viva al recordar la tragedia!

Sólo hay en España este testigo presencial de los hechos. En la larga entrevista que me concedió antes de la toma de Madrid, apenas tuve que preguntarle nada. El trazo limpio de los sucesos parece grabado a fuego en su cerebro y fluye en la palabra con caracteres de pintura mural. Este testigo es el actual ministro de la Gobernación, don Ramón Serrano Suñer.

Los políticos en la Modelo

En los primeros días de agosto – me dice – nos hallábamos en el departamento d ‘Políticos’, en la Modelo, D. Melquiades Álvarez, D. José Martínez de Velasco, los ex ministros Álvarez Valdés, Rico belló y Salas, el conde de Santa Engracia, el Dr. Albiñana, Fernando Primo de Rivera, Ruiz Alda, los diputados Esparza y Salort, José Gómez, el fidelísimo agente de D. Miguel Primo de Rivera, varios jóvenes falangistas, entre ellos Panizo, y yo.

Hay que advertir que la Cárcel Modelo no estaba todavía en poder de las milicias. Estas regían la vida de todos los centros policíacos y de todas las cárceles – San Antón, General Polier, Duque de Sexto y la Nueva de Mujeres en las Ventas – pero se habían detenido en las puertas de la prisión de la Moncloa. Teníamos, pues, jurisdicción exenta y la vigilancia interior y exterior la montaba una compañía de los de Asalto. El Cuerpo de guardia lo tenían al final de la galería de políticos, y a través de una puerta ‘Condenada’ les oíamos hablar, y por ellos mismos nos enterábamos de la  situación caótica y terrible de Madrid. Ya la ciudad estaba rodeada del cinturón de asesinados que se renovaban todos los amaneceres. Ya la fiera se había abatido sobre los madrileños con caracteres únicos de ferocidad y vileza.

El Control de un Gobierno

Discutíamos. Creían D. Melquiades Álvarez y varios de nuestros compañeros que habíamos tenido suerte al ser recluidos en la Modelo. Era la única cárcel que estaba en poder del Gobierno, como lo demostraba el personal de Prisiones y los Guardias de Asalto que no habían sido sustituidos por las turbas. Se podía pensar que el Gobierno permitiera en la Cárcel oficial un desafuero sangriento que de cometerse había de estremecer al mundo civilizado? Yo no participaba de esos optimismos ; ya así lo decía claramente en estas discusiones añadiendo que, a mi entender, el Gobierno estaba totalmente rebasado y no podía impedir la acometida de las hordas si se producía. Por eso hice cuanto pude en la Dirección general de Seguridad para no ser trasladado a la Modelo sin conseguirlo. En cambio, el Sr. Martínez de Velasco, amenazadísimo por las Milicias había creído que su detención e ingreso en la Modelo le salvaban.

El caso del doctor Albiñana

El caso del Dr. Albiñana fue muy otro, pero revelador. En los primeros días del Movimiento se refugió en el Congreso. Dormía en una habitación contigua al botiquín y se hacía llevar la comida de un par próximo. Estaba en su casa, porque era diputado de la Nación, más hacia el 28 de julio se presentó en la Cámara el Vicepresidente Sr. Fernández Clérigo, quien, en nombre del Sr. Martínez Barrio le pidió que abandonara el edificio. Albiñana le hizo ver que eso era tanto como pedirle que muriera, porque se sabía perseguido y acorralado.

Respondió Fernández Clérigo que ellos temían un asalto al Congreso y le exigió que se marchara y entonces en el mismo coche oficial del Vicepresidente de la Cámara y acompañado de éste, fue a la Modelo el Dr. Albiñana, no sin que recibiera promesa solemne de que su vida sería respetada “como la de todos los presos” según frase de los Sres. Martínez Barrio, Giralt y Fernández Clérigo. Extraño modo de llevar a la muerte a un diputado en coche oficial y acompañado de la autoridad que tenía la única obligación de hurtarle a la persecución al crimen.

Claridad denuncia

Permanecíamos en una relativa tranquilidad – continua el Sr. Serrano Suñer – del 5 al 12 de agosto. Pero ese día o al siguiente – no recuerdo bien – apareció un suelto en el periódico Claridad, órgano de Largo Caballero que era una verdadera excitación contra los detenidos en la Modelo. Decía pérfidamente que dentro de la cárcel había muchos fascistas, y entre ellos figuraban numerosos vigilantes. Al día siguiente desaparecieron dos de éstos y no se supo más de su suerte.

Tres días después, el mismo periódico iniciaba descaradamente una campaña contra nosotros y contra los presos de la galería. El día 17 – por primera vez – se presentaron en la Cárcel las milicias en función política, según dijeron, pero para registrarnos, interrogarnos y robarnos según vimos. Nos quitaron todos los vales y cartones representativos de nuestro dinero depositado en la Dirección las alhujas y loso documentos. A un ilustre título que se hallaba con nosotros le robaron tres mil pesetas en billetes españoles y unas cuantas libras en papel que había logrado ocultar en un zapato.

Nuevos adeptos para la república

El día 21 amaneció en la cárcel con una extraña inquietud en los ánimos. Llegaban hasta nosotros mil rumores diversos por esos caminos que recorren las malas noticias y vimos desde el corredor de ‘Políticos’ se divisan dos patios el de la galería primera y el que está próximo a la calle de la Princesa –cómo entraban y salían grupos de milicianos con fusiles. Poco después los grupos de presos estaban arremolinados y de entre ellos uno, subido en un lavandero, los arengaba con gran vehemencia, a juzgar por sus ademanes. Les siguió en la improvisada tribuna una mujer joven vestida con un moño de miliciano, con su pistola al cinto, con detalles de buen gusto en el atuendo. Les dijo – oímos, porque un silencio profundo se hizo cuando ella apareció sobre el grupo – que serían puestos en libertad si se sumaban a la causa de la República. Los presos todos eran vagos y maleantes y la mujer una Medinaveitia.

A las nueve de la mañana un buen golpe de milicianos subió a nuestro departamento para practicar un nuevo registro. Fue bárbaro y brutal. Nos lo quitaron todo, ¡hasta las fotógrafos de nuestras esposas y de nuestros hijos! …Fernando Primo de Rivera salvó mis medallas y las suyas metiéndolas en el conmutador de la luz. Volvieron a la hora de la comida y esta vez se llevaron hasta las ropas, dejándonos con lo puesto. Por eso casi todos los asesinados murieron en pijama.

La cárcel tenía ya un áspero terrible. Hervían en ella las malas pasiones y la furia del crimen se paseaba en los patios y en las galerías.

La tarde de 21

En las primeras horas de la tarde fueron puestos en libertad los vagos y maleantes de la galería primera y varios de la segunda. Más los que quedaron, de acuerdo con los milicianos, hicieron una protesta porque tardaba su liberación y prendieron fuego a sus petates. Salía un poco de humo de la galería, que quedó remansado en el aire quieto y ardoroso… Casi instantáneamente escuchamos infinidad de detonaciones y un griterío angustioso y escalofriante. Desde las azoteas de las casas fronterizas al patio de la galería primera se disparaba con ametralladoras. Emplazaba allí, contra los presos que se paseaban , bien ajeno al simulado incendio de la segunda galería. Esos presos eran todos jefes y oficiales de la guarnición de Madrid, porque los detenidos comunes habían sido libertados un pan de horas antes como hemos dicho.

Se produjo una gran confusión y fueron alcanzados por las balas unos 30 o 40 presos. El General Capaz, serenamente, como si estuviera en la batalla, comenzó a mandar, vio donde estaban los ángulos muertos y distribuyó en ellos a la gente, con lo que evitó una horrible matanza. Aquellos muertos y heridos quedaron allí, en el patio junto a las tapias, durante toda la noche, bajo el silencio, roto de vez en cuando por el ruido de los tiros…

Todavía en el fragor de la cacería de estos presos subieron a ‘Políticos’ varios milicianos. Eran las seis de la tarde. Esta vez venían acompañados de los oficiales de Prisiones. “Desde aquí – dijeron – habéis disparado. Cada un en su celda y en posición de firmes al lado de la cama”. Suponíamos todos que nos habrían metido en los petates el arma acusadora como se acostumbra en los trucos de la Policía, y previmos nuestro próximo fin. No fue así y no encontraron nada, pero nos tomaron la afiliación a todos, y cuando algunos quisimos desfigurar nuestros apellidos nos encontramos con que los oficiales de Prisiones corregían la equivocación y nos señalaban por tanto, a la furia de nuestros perseguidores.

Fernando Primo de Rivera

El grupo volvió una hora después, y los milicianos, como si estuviera de broma, empezaron a preguntarnos sobre cuestiones políticas. Entraron en la celda de Primo de Rivera y uno de ellos dije: “Aquí está el chulo esté.” Otro gritó: “Pues tiene puesto un buen mono”, “Vamos a ver si se lo quitas”. Le obligaron a ello, poniéndole las pistolas al pecho: pero uno de la FAI quiso zarandearle y entonces Fernando Primo de Rivera le dio un terrible puñetazo en la frente y le hizo rodar por el suelo. Contra lo que esperábamos todos, la reacción de aquellos cobardes fue de respeto y temor, y Primo de Rivera entonces dijo así – y lo recuerdo exactamente – “Tú eres un ladrón, pero si alguno tiene un ideal sincero yo le digo que no nos conoce. Si vosotros nos conocierais estaríais con nosotros, que, somos la verdad, como vosotros, sois el engaño”.

Esta escena terminó a las ocho de la noche. Cuando los milicianos se fueron y estuvimos todos reunidos en la pequeña galería que nos servía de comedor, Fernando Primo de Rivera me cogió del brazo y me dijo:

“Lo que acaba de ocurrir es feroz. Yo ya no puedo aguantar más”.

La FAI en la Cárcel

Íbamos a cenar, porque eran las nueve de la noche cuando escuchamos, con espanto en el alma un bárbaro ruido en la escalera. Ocho facinerosos de las FAI irrumpieron en la galería Llevaban todos el trágico pañuelo rojo sobre el cuello y portaban pistolas ametralladoras. Ahora mismo los veo como se nos aparecieron. Uno muy moreno, casi negro, con el pelo alborotado cav´endole sobre los ojos feroces; otro con unas polainas de soldado, una camisa deshilachada y un grro de na forma extraña y ridícula. Otro, en fin, con el torso sudoroso al aire.

  • Estos son nuestros – gritaron – ¡Son nuestros! Como toda la cárcel. Vamos a matarlos aquí en fila por fascistas y traidores.

Nos encomendamos a Dios (los labios musitaban una plegaria mientras nuestros pensamientos volaban hacia la mujer y hacia los hijos) y nos alineamos, Primo de Rivera era el primero de la fila. Le preguntaron e insultaron, y él respondió:

  • Podéis matarme porque sois cobardes y tenéis la fuerza pero que nadie ponga la mano sobre mí, porque lo destrozo

A Ruiz de Alda le arrebataron un reloj, precisamente el que le sirvió en su travesía del Plus Ultra. Al miliciano que se lo arrebató se lo dijo así y el bárbaro contestó riéndose:

  • Con eso tiene historia.

Cuando termino aquel interrogatorio brevísimo que nos hicieron nos dieron órdenes de salir y bajar. Nos llevaban cogidos de los brazos, llegados así al ‘clavo’, o sea, el centro donde convergen las cinco galerías. Allí había una gran muchedumbre de milicianos y milicianas con fusiles, confundidos con guardias de Asalto y, oficiales  de la cárcel. ¡Era la plebe sin freno oliendo la sangre, con todos sus instintos primarios desbordados y en tensión! Entramos en la primera galería. Los presos de ella, que se habían librado de la cacería de la tarde, estaban sentados en el suelo con la vista fija en el puente que servía de observación a los vigilantes de turno. En ese puente, milicianos y milicianas, con sus mosquetones apoyados en la barandilla, montaban la guarda y debajo y ya en el suelo de la galería, un hombre joven, sucio, desgreñado – las crenchas le caían, estaba sentado ante una mesita pequeña, llena de papeles. Dos cirios le alumbraban,  y la rojiza claridad que aquellos despedían hacían bailar en las paredes sombras desfiguradas.

Cada vez que recuerdo la escena siento una gran angustia y parece que mi corazón se rompe. ¡Sabíamos que la pared por medio estaban los muertos y heridos de la tarde anterior, sin asistencia alguna, bañados en sangre!

Nos ordenaron que nos sentásemos delante de los otros presos. Menos cinco, cupieron todos en una primera fila. En la segunda nos acomodamos los demás.

Así pasaron unos minutos hasta que entró en la galería un grupo que mandaba un miliciano de la UGT.

‘Cuidado’ – gritó – Acabamos de ser nombrados para el Comité de la cárcel, y nada se hará aquí sin nuestro consentimiento.

Protestas, discusiones, recogida de papeles, entradas y salidas… Así hasta la media noche.

Melquiades Álvarez y Álvarez Valdés estaban sentados juntos en el suelo. Yo los tenía delante. Mientras esperábamos, la Horda nos hacía objeto de insoportables vejaciones. Las mujeres se distinguían en esta obra feroz. Nos ofrecían galletas para que fuéramos bien alimentados a la otra vida Nos denigraban con bajos insultos y todos hacían blanco de su predilección al doctor Albiñana y a D. Melquiades. Este, serenamente se volvió y me dijo.

  • Mire usted que tener que aguantar estos vejámenes de tales miserables hasta que llegue la hora de que nos fusilen.

Álvarez Valdés, digno y entero, asintió, y entonces D. Melquiades, con su palabra cálida, que tenía aún en aquel trance la forma grandiosa de su oratoria protesté indignado de la mentira de las democracias que abrían un camino de dolor y ruina a la Patria y a la Humanidad.

“Y todavía en esta hora – añadió – se dan las manos sobre el crimen, y así se presentan ante el mundo. Yo maldigo y reniego de esa vil democracia y me arrepiento mucho”.

En voz alta, para que lo oyeran bien los sicarios que le escuchaban, elogió el gran gesto del Ejército que salvaba la nación de la vergüenza y el vilipendio, e invocó repetidas veces el nombre de Dios.

¡A estos, que son los gordos!

De aquellas entradas y salidas de nuestros verdugos y de las palabras sueltas que a nosotros llegaban dedujimos que lo que discutían era si se nos fusilaba en masa a todos los que estábamos en la galería o sólo a los políticos.

Prevaleció esto último. Oímos decir:

“¡A estos, que son los gordos! Que vengan los de la primera fila.

¡Ha habido miserable que gritó Arriba España!

La ya fúnebre comitiva salió. En ella iban Melquiades Álvarez, Martínez de Velasco, Álvarez Valdés, Albiñana, Rico Avello, Santa Engracia, Primo de Rivera, Ruiz de Alda, Esparza, Salort, José Gómez, el chófer de Ruiz de Alda y cuatro falangistas. Los llevaron al sótano de la galería. Cinco minutos después oímos las descargas.

De lo que allí aconteció nada se sabrá porque la muerte selló los labios de los mártires. Es decir, supimos – porque los asesinos, indignados, lo comentaban a voces – que todos murieron con altivez y desprecio profundo hacia sus verdugos. Uno de éstos gritó al poner pie en el puentecillo.

  • Ha habido miserable de esos que ha gritado ‘Arriba España’.

Y entonces las mujeres como furias volvieron a insultarnos.

Hacia las dos de la madrugada sacaron los cadáveres del sótano y los pasaron ante nosotros. Los llevaban en escaleras de mano a modo de parihuelas, con un lienzo mal echado sobre los cuerpos muertos. Veíamos con los ojos agrandados por el terror, las cabezas amigas, las manos que estrechamos tantas veces… ¡sin vida ya!

El general Capaz

Teníamos el alma destrozada y las fatigas físicas nos vencían. Como ensueños en aquella penumbra tristísima; yo vi que varios milicianos salían de la galería al patio con pequeñas linternas y oí que gritaban.

¡Ese que se llama el general Capaz!

Lo trajeron poco después. Le ataron los brazos a la espalda y a empellones lo llevaron al sótano. Al salir, con el cañón de la pistola sobre la nuca, gritó.

“¡Cobardes! ¡Miserables! ¡Un hombre como yo tiene derecho a que se le mate de frente!”

A Ordiales, el ex gobernador de Zaragoza, ni siquiera lo sacaron del patio. Le mataron allí, en un rincón entre los heridos que se desangraban. Al hijo de Fanjul, que era médico, y estaba detenido por su apellido, en otra galería le obligaron a curar a varios heridos de la refriega de la tarde, y cuando terminó la tarea lo fusilaron.

El capitán Álvarez Paz

Los milicianos advirtieron, según les oímos gritar, que había queado con vida un gran traidor. Y fueron por él. Se trataba del capitán de Pontoneros Álvarez Paz. Yo le conocía. Ojos brillantes por la fiebre del ideal, arrogante postura, alma consumida en el amor a España. El grupo de facinerosos se acercó preguntándole:

  • “¿Tú eres el canalla que asesinó a nuestro camarada el coronel Carratalá?
  • No – Contestó – Yo soy el capitán del Ejército español Álvarez Paz, que metió todas las balas del cargador de su pistola en el cuerpo de un traidor despreciable al que vosotros llamáis camarada Carratalá. Cien veces haría lo mismo.

Y así fue, en efecto, porque ese oficial vio cómo su coronel quería facilitar la entrad en el cuartel a la hez patibularia, avida de crímenes y saqueos, en los primeros instantes del Movimiento y le advirtió de la responsabilidad que contraía. El coronel no le hizo caso y Álvarez Paz lo mató.

Los milicianos quisieron sacarle del patio a golpes. Los llamó miserables y cobardes y gritó que España se salvaría por su Ejército. Cuando le quisieron arrastrar hacia el suplicio se abalanzó sobre los malhechores como una fiera, gritando “Viva España”, “Viva el Ejército”. Cayó allí mismo como un héroe, al que hay que señalar de ejemplo a nuestra juventud. Yo, por lo menos, que presencié su muerte y que sentí de cerca su aliento de iluminado, me propongo hablar de este gran oficial del Ejéricto de España y de aquel otro, Noreña, mártir sublime del deber y de la lealtad.

De alba nos sorprendió allí en el suelo de la galería, en medio de un silencio de angustia. La presencia de la muerte nos había secado los ojos, que no lloraron y había hecho trizas nuestros nervios. Era tétrico y sombrío aquel inmenso cobertizo lívido a las primeras luces de la aurora. Nos mirábamos y no queríamos creerlo. ¿Cómo vivíamos todavía?

De pronto oímos numerosas detonaciones lejos, hacia los rastrillos; se comprendía claramente que se trataba de una lucha. Alguien dijo a mi lado.

  • Yo creo que la Guardia Civil ha captado un radio de Franco, en el que éste le pide que se haga cargo de las cárceles.

Nos parecía verosímil. Y esperamos con el espíritu tenso. No era lo que suponíamos. Se trataba de la primera batalla de las sindicales entre sí. La UGT quería relevar a la FAI en la custodia de los políticos y militares, y los anarquistas se negaban. Ya vanzada la mañana recibimos orden de volver todos a nuestras celdas…

El Sr. Serrano Suñer no quiere comentar. ¡Para qué! Narra solamente. Nosotros tampoco queremos añadir una sola palabra a ese relato auténtico, soberbio y veraz.