15 octubre 1980

El presidente del Gobierno - y del partido - había pedido que el cargo fuera ocupado por Santiago Rodríguez Miranda

Mazazo de los diputados de la UCD contra Adolfo Suárez: Miguel Herrero Rodríguez de Miñón es elegido portavoz parlamentario

Hechos

El 15.10.1980 D. Miguel Herrero Rodríguez de Miñón fue elegido portavoz parlamentario del Grupo Centrista (Unión de Centro Democrático) por 103 votos frente a 45.

Lecturas

El 14 de octubre de 1980 el Grupo parlamentario de la Unión de Centro Democrático votó la designación del nuevo portavoz parlamentario del partido en el Congreso de los Diputados en sustitución de D. Antonio Jiménez Blanco (que deja el cargo para presidir el Consejo de Estado). El presidente del Gobierno D. Adolfo Suárez González (y presidente de UCD) propuso a D. Santiago Rodríguez Miranda, del sector socialdemócrata, como nuevo portavoz del grupo, pero la votación de sus diputados dio el siguiente resultado:

  • MiguelHerrero Votos a favor de D. Miguel Herrero Rodríguez de Miñón – 103 diputados.
  • RodriguezMiranda Votos a favor de D. Santiago Rodríguez Miranda – 45 diputados.

Por lo que queda designado el Sr. Herrero Rodríguez de Miñón nuevo portavoz de UCD en el Congreso.

El hecho de que menos de la mitad de los diputados de UCD hayan rechazado la candidatura presentada por el presidente del partido supone una clara desautorización al Sr. Suárez González por parte de sus propios compañeros.

19 Octubre 1980

Disgustos en los partidos

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera)

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Las direcciones de los partidos políticos se lamentan últimamente de la pérdida de militantes, de la falta de entusiasmo de los afiliados que todavía les permanecen fieles y de la indiferencia ciudadana hacia sus actividades. No deja de ser sorprendente que de estas amargas, constataciones los afectados no extraigan enseñanzas autocríticas, sino peregrinas acusaciones contra la inmadurez democrática de un pueblo que no estaría a la altura de sus políticos profesionales y contra una Prensa que no les trata como semidioses.Los partidos políticos fueron consagrados por la Constitución como una pieza clave del sistema de gobierno. El régimen electoral, y especialmente la fórmula de las listas cerradas y bloqueadas, ha instalado pragmáticamente el solemne reconocimiento expresado por el artículo 6º de la norma fundamental en los mecanismos de funcionamiento de nuestra vida pública y ha dotado a las direcciones de los partidos de poderes, dentro de su organización, superiores incluso a los del Gobierno. La única limitación que la Constitución puso a la libertad de creación y de actividad de estas organizaciones fue el respeto a la norma fundamental y a la ley. Pero el deber de que «su estructura interna y funcionamiento» sean «democráticos», que apunta, en sentido estricto, contra las bandas armadas, es cumplido, en un sentido laxo, de forma tan irregular como insatisfactoria.

La sorprendente elección de Miguel Herrero como portavoz del grupo parlamentario centrista ha sacado a la luz el profundo malestar de unos diputados que se resisten a figurar como simples comparsas obedientes a la voz de mando del pastor nombrado por el Gobierno. La dimisión de Miguel Boyer, aburrido de desempeñar un parecido papel en los bancos de la oposición, hace patente que ese mal también corroe al PSOE. Pero mientras que en el campo socialista la lejanía del poder priva de atractivos aúna fronda generalizada de diputados, los centristas marginados parecen haber llegado a la conclusión de que para ser valorados el producir temor puede ser más eficaz que la pleitesía incondicional. En el caso de que el programa electoral de Miguel Herrero se cumpla y los diputados centristas de verdad sean incorporados a la discusión y a la participación política, UCD habrá ofrecido un singular ejemplo de democracia interna a sus competidores. El tiempo dirá si este brillante parlamentario, que ha dado, en cualquier caso, una lección de hacer política y ha mostrado los resquicios que el sistema ofrece a quien tiene talento para aprovecharlos, se propuso devolver dignidad al oficio de diputado o se limitó a realizar una operación pro domo sua en vísperas de leyes tan conflictivas como la del divorcio.

18 Octubre 1980

La cúpula y la base

Emilio Romero

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En principio suena bien: Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón como sonaba bien en el pasado aquello de ‘Esteban de Bilbao y Eguía’. Este joven diputado triunfante habla para la política y por eso parece que ha sido generoso en emitir juicios desfavorables para mi persona, pero como yo hablo solamente para la Historia, me dispongo a emitir juicios favorables a sus recientes comportamientos en la ‘contestación leal’ a su partido. Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón se siente más seguro embarcándose en ‘la operación de prestigio y democrática de UCD’ que en la operación autocrítica y presidencialista en el partido. Su célebre ‘sí, pero’ resultó conmovedor por su oportunidad y por su limpieza. Hasta la fecha, e históricamente, Adolfo Suárez es la más importante que el grupo parlamentario y que el partido, por merecimientos evidentes, entendiendo la política como un célebre barrio de Hamburgo, donde las prostitutas están a la vista en los balcones floridos de los entresuelos. Esto es alarmante porque cuando un hombre es más que su organización los dos mueren al mismo tiempo. Nuestro pasado reciente está a la vista.

Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón quiere que un diputado sea un diputado y no una devoción silenciosa y percutante incondicional. Que el grupo parlamentario no sea uno de esos coros, no ya del as tragedias griegas, sino de las revistas musicales, para celebrar y acompañar al Gobierno en su celebración, sino que el Gobierno le diga al grupo parlamentario lo que pretende hacer, y tenga lugar aquello que se decía antes del ‘contraste de pareceres’.

Pero a Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón no se le habrá pasado por alto el hecho político de la manufactura del diputado en nuestra democracia actual: ¿Quien fabrica el diputado en nuestra democracia? ¿Acaso la voluntad nacional? ¿Tal vez el pueblo soberano? Exactamente, no. El diputado es fabricado por ‘el aparato de poder’. Igual los socialistas que los ucederos. Lo que se presenta a unas elecciones es un partido y además con candidaturas cerradas. El nivel actual de diputados cuneros es el más alto en toda la historia del parlamentarismo español. Ya sé que este no es el territorio de Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, sino el de Rafael Calvo Ortega; pero la democratización de un partido no empieza por la cúpula – aunque está muy bien – sino por la base. De otro modo, la abundancia de ‘cuneros’ y de protegidos constituye una definición de la voluntad nacional, que es la raíz de la democracia.

En alguna parte he leído de Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón que ‘no le sobra pensar’. Esto es excelene y peligroso. El cementerio político español – que al fin y al cabo eso es la Historia – tiene muchos cadáveres prematuros por ‘la funesta manía de pensar’.

05 Diciembre 1980

El pretexto del divorcio

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera Cortázar)

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LA ELECCION de Miguel Herrero como portavoz del Grupo Parlamentario Centrista ha facilitado a los sectores neoconfesionales y conservadores de UCD la tarea de trasladar al terreno del Congreso, en una privilegiada posición táctica, su sorda batalla contra el liderazgo de Adolfo Suarez. Sería seguramente erróneo juzgar esa confrontación en términos personales, tal y como viene siendo usual en la política española de la transición. La fracción centrista que se está segando la hierba bajo los pies al Gobierno, en las comisiones y plenos de la Cámara baja, libra un serio combate ideológico y político para imponer una nueva estrategia al Poder Ejecutivo o, en su defecto, ocuparlo. Se trata, en última instancia, de conducir la política estatal hacia los espacios fronterizos con Alianza Popular y de reconstituir un bloque homogéneo de la derecha emparentado con el gilroblismo de la preguerra y depurado de los elementos de laicismo y de autonomía que distancian todavía al Gobierno de los sectores más inertes de su electorado y de los poderosos centros de decisión institucionales, situados en la vida pública, aunque no se hallen formalmente dentro del Estado.La primera escaramuza entre los sectores neoconfesionales y conservadores del centrismo y el Gobierno fue el asunto del régimen de imcompatibilidades, rechazado por el Grupo Parlamentario Cenntrista en connivencia con Coalición Democrática. Para un proyecto de modernización y saneamiento de este país, sin embargo, la supresión de los privilegios públicos disfrutados acumulativamente por los profesionales del poder no es un gesto retórico,sino una contribución mínima a la moralización de la vida ciudadana. Ahora corresponde el turno a otras dos bestias negras de la ofensiva conservadora: la ley de Autonomía Universitaria y la ley de Divorcio. Tiempo habrá para analizar y comentar las diversas fases y etapas de la estrategia de los sectores neoconfesionales y conservadores del centrismo para emascular ambos proyectos. Baste ahora con señalar que la estratagema de denunciar como radicales ambos textos es un ardid demasiado visible para ser astuto.

Tanto la ley de Autonomía Universitaria como la ley de Divorcio enviadas por el Gobierno a las Cortes Generales, con las enmiendas transaccionales negociadas en los pasillos o las antecámaras con la oposición, son el mínimo que una sociedad industrial avanzada y una nación occidental moderna necesitan. El sector público de la enseñanza superior, depauperado hasta extremos de indigencia, no puede ser sangrado de recursos para alimentar con dinero de todos los contribuyentes a las universidades religiosas ni se puede elevar el bajo tono vital de la vida universitaria sin proceder a su democratización y sin aflojar su corsé gremialista. En cuanto a la ley de Divorcio, resulta simplemente obsceno que un admirador del electo presidente Reagan, como es Miguel Herrero, utilice la imagen de Las Vegas para demoler el divorcio por mutuo consenso o que se asocie en un tolum revoltum la decisión voluntaria de una pareja de disolver su vínculo matrimonial con el problema, totalmente distinto a efectos judiciales, del cuidado, alimentación y protección de los hijos. Se diría, al oír o leer a estos adalides, que el Gobierno ha enviado a las Cortes Generales un proyecto de ley de Divorcio obligatorio para todos los españoles o una norma para impedir a los matrimonios que desean hacerlo que vivan juntos, o una disposición para enviar al hospicio a los hijos de una pareja que se divorcia.

Sin embargo, ese texto mínimo tan sólo se propone situar al alcance de los hombres y las mujeres de este país que no quieren o no pueden seguir viviendo como pareja legal y que carecen de los recursos económicos (y en ocasiones de la falta de escrúpulos) para anular canónicamente su matrimonio la posibilidad de divorciarse sin calumniarse mutuamente, sin simular conflictos, sin representar dramas calderonianos o escenas del marqués de Sade y sin gastar demasiado dinero y demasiado tiempo en un interminable deambular por los juzgados. ¿Por qué tendrían los matrimonios felices que añadir a la desgracia de las parejas desavenidas el sumo desprecio de negarles, además, el derecho a reconstruir sus hogares? ¿Y cómo las personas de renta elevada, que pueden disponer de varios domicilios sin mayor problema, pretenden exigir a un matrimonio de trabajadores modestos que alquilen un nuevo piso para aspirar al divorcio, negándoles el derecho a argüir el cese de la convivencia bajo el mismo techo?

Es tanto el olvido hacia la opinión pública divorcista que muestran los sectores neoconfesionales y conservadores del centrismo, que cabe albergar ciertas dudas respecto a los pensamientos e intereses que están moviendo realmente ese intento de linchamiento moral del proyecto de Femández Ordóñez en el ánibito del Congreso. Seguramente la circunstancia de que sólo una minoría tiene necesidad de utilizar las posibilidades que proporcionaría una ley de Divorcio barata, fácil e indolora permite a ese sector de UCD lanzar esa campana que no pone en riesgo los votos de una amplia franja del electorado y que puede servir para dar un nuevo jaque al presidente Suárez. Miguel Herrero presume de hacer compatibles sus devociones democristianas con su lealtades liberales. Extraño liberalismo, en verdad, el que se encarniza con una minoría -la minoría de los eventuales divorciados- para ganar popularidad y mejorar sus posiciones en una legítima aspiración al poder, pero que debería estar refrendada por una mayor -y más lógica- conciencia de la ética cristiana.

Memorias de estío

Miguel Herrero Rodríguez de Miñón

1993

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P 215.

Quedó acordado que yo presentaría mi candidatura que, por no contar con el apoyo oficial del Gobierno y partido, como había sido el caso de los anteriores [Calvo Sotelo, Pérez Llorca y Jiménez Blanco] y había de ser la de mi sucesor [Jaime Lamo de Espinosa], no sería probablemente única.

En efecto, el ala socialdemócrata y la directiva de UCD propusieron como candidato al diputado de Mallorca Santiago Rodríguez Miranda, un parlamentario brillante, aunque excesivamente frío, y los diputados se polarizaron inmediatamente entre las dos opciones. Quienes creían en una renovación del grupo parlamentario mediante su democratización, mayor protagonismo y un enérgico liderazgo de la Cámara, y quienes apoyaban la línea hasta entonces seguida, según la cual los parlamentarios eran dócil instrumento de la dirección burocrática del partido. Una docilidad que, a todas luces, equivalía a la esterilidad. La opción es reveladora de la sinceridad democrática de aquéllos, cuyas posiciones sólo podían salir adelante negando el sentir mayoritario de sus compañeros de escaño y de partido.

La burocracia partidista se dio cuenta el apoyo que suscitaba el programa renovador expuesto en reiteradas ocasiones, y especialmente en el citado ‘Sí…, pero’, como mi propia experiencia parlamentaria. Por ello Calvo Ortega, a la sazón secretario general de UCD, pensó en evitar las elecciones o incluso en diluir en áreas bajo su dirección el cargo de portavoz. Sin embargo la presión del grupo parlamentario crecía de día a día. (…)

La tensión arreció en los primeros días de octubre y yo hice una discreta e intensa campaña telefónica, hablando con todos y cada uno de los diputados centristas cuyo voto necesitaba, y por ello pedía, razonaba y comprometía. Con los diputados invididuales, tanto con las gandes familias ideológicas, tácitos, democristianos y liberales, huérfanos de Garrigues que me apoyaron sin reservas; los independientes de Rodolfo Martín Villa que, aun sin comprometerse públicamente, también lo hicieron en su mayoría, los socialdemócratas, alguno de cuyos votos arañé a través de Arturo Moya, eficaz apoyo aquellos días; los jóvenes turcos quegracias a José Manuel García Margallo, Juan Quintás, León Herrero y Pin Arboledas, me dieron su confianza tras larga cena en la noche del 13 de octubre.

Día a día estaba cada vez más seguro de la victoria y sólo el muñidor de la candidatura oficial, Rafael Arias Salgado, se empeñó en propugnar el enfrentamiento hasta el final. (…) Los avalaistas de la candidatura eran ya representativos. Presentaban la mía los jefes de fila de la democracia cristiana, la familia liberal y prestigiosos diputados independientes de reconocida autoridad. La de Rodríguez Miranda la avalaban socialdemócratas que hoy están en el PSOE, el ostracismo político, el coqueteo con cualquier posible triunfador o las tres cosas sucesivamente.

El día 14 de octubre, tras los discursos de los candidatos tuvo lugar la votación y el escrutinio. De un grupo de 164 diputados, votaron 150. 1003 a mi favor, 45 en pro de Rodríguez Miranda y 2 en blanco. ¿Seríamos los candidatos? La única elección verdaderamente libre en el seno de un partido político y mi victoria la única obtenida sin la amenaza del caos o el apoyo, antes al contrario, del poder.

Pag. 227

La Comisión Ejecutiva estaba absolutamente dominada no sólo cualitativamente, por la personalidad del presidente Suárez, sino cuantitativamente por miembros de los sectores supuestamente progresistas que por su ideario y estrategia no representaban a la mayoría de los militantes de UCD y aún menos de nuestros votantes.

Al servicio del Estado

Rodolfo Martín Villa

1984

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Las discusiones durísimas en el seno del grupo parlamentario, las ausencias de Adolfo Suárez en las sesiones de la cámara, las faltas de disciplina a la hora de votar se pusieron a la orden del día. Los diputados centristas se habían convertido en un grupo de difícil gobierno a pesar de los buenísimos oficios de Jiménez Blanco, cordial siempre, abierto e inteligente, conciliador en extremo, a quien le llegó el día del cansancio físico y psíquico y cambio la presidencia del grupo parlamentario por la del Consejo de Estado.

Y así surgió la cuestión de las elecciones a la presidencia del grupo parlamentario. Para el puesto de portavoz se presentaron dos candidaturas: la de Miguel Herrero Rodríguez de Miñón y la de Santiago Rodríguez Miranda.

Cualquiera de los dos candidatos era bueno y podía ser sin duda un magnífico portavoz parlamentario. Yo me incliné por Miguel Herrero, matices ideológicos aparte, porque consideré que el grupo parlamentario centrista lo que más necesitaba aquellos días de baja moral era una voz como la de Miguel, incisiva, aguda, rápida, amena e inteligente, que diera la réplica adecuada a los socialistas.

El discurso que Miguel Herrero pronunció el día de su elección cautivó a muchos compañeros y creo que con él ganó bastantes votos.

Se ha hablado mucho de la reunión que en julio de 1980 tuvimos la comisión permanente con el presidente Suárez en la residencia que el canal de Isabel II posee cerca de Manzanares el Real: la ‘Casa de la Pradera’. Se ha presentado como una especie de encerrona de los ‘barones del partido. Los mismos que orquestaron una injusta campaña contra Suárez nos han presentado luego a un Suárez acorralado por los más próximos.

La presencia del propio Adolfo Suárez en ‘La Casa de la Pradera’ impide una torcida interpretación de las intervenciones y, por supuesto, de la mía. Otra cosa es que se evidenciara el comienzo de una falta de autoridad en la que nunca había incurrido anteriormente. Su salida de la reunión para que, en su ausencia deliberáramos sobre la conveniencia de su continuidad me deprimió profundamente.

El Análisis

Delenda Est Suárez

JF Lamata

La votación de portavoz grupo parlamentario era tanto como la muerte política del Duque de Suárez… al menos como presidente de la UCD. Es cierto es que el hecho de los diputados de la UCD votaran en contra del portavoz propuesto por el presidente del partido demostraba que por primera (y única) vez en la historia parlamentaria de España había un grupo parlamentario donde la votación era libre.  Pero lejos de verse eso como algo positivo, el gesto político era una desautorización radical al Duque como presidente. Dicho de otra manera; su presidencia al frente de los centristas estaba acabada.

Para evitar que algo así pudiera repetirse en el futuro populares y socialistas crearían un sistema de ‘disciplina de partido’ en los grupos parlamentarios, con multas y sanciones, para evitar que el presidente de un partido pueda ser dejado en evidencia por sus propios diputados.

J. F. Lamata