18 octubre 1992

Pedro Crespo de Lara ocupará el cargo de Decano de Colegio de Abogados de Madrid hasta la celebración de las nuevas elecciones

Muere el Decano del Colegio de Abogados de Madrid Pedrol Ríus

Hechos

El 18.10.1992 la prensa informó del fallecimiento de D. Antonio Pedrol Rius.

18 Octubre 1992

Antonio Pedrol, decano y abogado

Jaime Miralles

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Obviamente polémico, tenía dos títulos inestimables para mí: fue auténtico abogado y verdadero amigo mío. Y hoy quiero recordar algunas cosas en honor a su memoria. Cuando comenzó a formar su candidatura para las elecciones que le llevaron al Decanato del Colegio de Abogados de Madrid, me propuso llevarme a su candidatura. No pude aceptar porque, aunque yo no me presentaba en aquellas elecciones, apoyaba la candidatura de Joaquín Ruiz-Giménez al Decanato. Yo estaba, entonces, procesado por la jurisdicción militar y, ya celebrada la elección y con el escrutinio en marcha, Pedrol, que ya había resultado elegido, se acercó a mí en el salón de sesiones del Colegio y me dijo que desde aquel momento, cuando ya era virtualmente decano, quería decirme que le tenía a mi entera disposición en el Decanato para cooperar a mi defensa porque estimaba que, con ello, defendía a la abogacía. Así fue, pues el decano cooperó a mi defensa cuanto le fue posible y, llegado el Consejo de Guerra, en el que ejercí yo mismo mi defensa, tuve la enorme satisfacción de que él estuviera sentado a mi lado.

Más tarde, ya en la democracia, volvieron a procesarme, esta vez por la jurisdicción ordinaria, porque un juez se había puesto nervioso ante mi firmeza en el ejercicio de la defensa y otro juez apreció en ello desacato. También entonces me asistió Pedrol durante todo el proceso. Y, cuando, se celebró el juicio, también el decano Pedrol me hizo el honor de darme su apoyo moral de su presencia. Cierto es que en ambas ocasiones no había en mí ningún delito, y por ello fui absuelto. Pero también lo es que Antonio Pedrol, desde el Decanato, tuvo no sólo la sensibilidad de percibir que tenía la justicia de mi parte, sino también la gallardía de prestarme su estimable apoyo. Poder contar esto de un amigo es para mí inmensamente satisfactorio, y profesionalmente obligado. Si esto fuera poco, no puedo olvidar tampoco todo lo que supo hacer y todo lo que hizo el decano Pedrol en las horas que siguieron a los asesinatos de los laboralistas del despacho de Atocha. Coincidí con él aquella madrugada en uno de los hospitales donde fueron trasladadas algunas víctimas y, a petición suya, le acompañé en las múltiples y dificilísimas gestiones que hubo de realizar en la mañana siguiente. También estuve en las reuniones que mantuvimos en el Decanato y en la Junta General espontánea que en esos dramáticos momentos celebramos los abogados de Madrid. Como testigo directo de la actuación del decano Pedrol en aquellas dificilísimas horas, no puedo olvidar que fue su perspicacia, la sutileza de su pensamiento, su espléndida comprensión y su admirable dialéctica suasoria lo que hizo posible que los cadáveres de los cinco asesinados pudieran ser velados, con los honores profesionales que merecían, en el Colegio de Abogados de Madrid, de donde al día siguiente partió aquel entierro en el que asistió una verdadera multitud, tal vez la más importante y trascendental manifestación silenciosa de afirmación de nuestra democracia.

Su gestión en el Decanato es, indudablemente, discutible. Con algunas cosas yo no coincido. Pero no cabe duda que el Decanato, mientras lo ocupó Pedrol, tuvo de titular un abogado de cuerpo entero. Que Dios le tenga en su gloria.

18 Octubre 1992

Hasta siempre, decano

Jesús Santaella

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Lo que parecía imposible, se ha producido. Lo que no pudieron poderes fácticos o trabajadas conspiraciones a lo largo de los veinte últimos años, lo consiguió una segura, lenta y definitiva enfermedad con la que Antonio Pedrol supo convivir, como aconsejaba su admirado Marañón. Sólo sus más allegados estábamos al tanto de su suerte cierta, con una silente complicidad que él mismo agradecía con singular elegancia. Se aferraba a la vida con vehemencia juvenil, consciente de que el Derecho, a cuyo servicio se consagró, no es nada fuera de la realidad social cotidiana. Por eso, desde hace muchos años -en los difíciles tiempos del Círculo de Estudios Jurídicos y en los más próximos de la hegemonía socialista-, se alineó con firmeza del lado de los profesionales de la información a los que escuchaba y buscaba con sinceridad auténtica. En su última conversación, desde la postración en Barcelona, al hilo de los proyectos gubernamentales en materia de Colegios Profesionales, me trasladaba su preocupación por las posibles maniobras que pudieran atentar contra la independencia de algunos medios y su voluntad de cooperar en preservarla. Como jurista, siempre propició el equilibrio, la conciliación de los intereses en juego, fruto sin duda de la experiencia que como mercantilista adquirió más allá del medio siglo de ejercicio profesional. Decía, con su última dedicación prácticamente exclusiva a la representación de la abogacía, intentar devolver a su profesión parte de lo que ella le había dado en ese tiempo. Lo cierto es que, además, le divertía. Encontró en esa actividad, luego de haberlo conseguido casi todo en la vida, la ocasión propicia con motivo de la instauración de la democracia, a lo que contribuyó como decano y como senador de designación real al mantener la neutralidad beligerante del Colegio en el proceso de la transición, colaborar en buena medida a la redacción de la Constitución, o contribuir decisivamente al buen fin del proceso del 23F, en cuyos descansos encontraba tiempo para negociar el Estatuto de la Abogacía. Eficaz vigilante del Poder en la pasada década, era cauto, discreto y prudente a la hora de lanzarle retos, pero también valiente cuando de plantarle cara frente a sus excesos se trataba. Su preocupación permanente fue la politización del Derecho y la Justicia. Por eso, no resultaba extraño que los partidos políticos le cultivasen. Nunca cayó en la fácil tentación de la vanidad. Tenía a gala haber renunciado por principio a cualquier condecoración nacional, como gesto representativo de su afán en mantener una independencia radical. Con su desaparición, los abogados nos sentimos hoy huérfanos. Ojalá sepamos seguir su ejemplo, sin rupturas.

18 Octubre 1992

Ha muerto Pedrol, el último «lince»

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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Y lo ha hecho, como era previsible, con las botas puestas. Antonio Pedrol Ríus ha sido uno de los españoles que ha ostentado cargos representativos durante más tiempo. Decano del Colegio de Abogados madrileño, desde el 73, y presidente del Consejo General de la Abogacía Española, desde el 74, resistió la transición entre franquismo y democracia, saliendo fortalecido en cada elección y barriendo a sus oponentes, pese a los antagonismos que suscitaba entre los que le acusaban de autoritario. Era legendaria su zorrería. Sin embargo, no se consigue el voto mayoritario de personas de tan estricto criterio como los abogados, sólo con astucia. Sin duda había algo más. No aceptó nunca condecoraciones oficiales ni más cargo político que el de senador real en las Cortes Constituyentes. Siempre defendió la independencia de la abogacía frente a las presiones de cualquier tipo, franquistas, centristas o felipistas. Aunque el actual proyecto de reforma de colegios profesionales recorta los privilegios corporativos que, de algún modo, él representaba, Pedrol -accionista fundador de EL MUNDO- fue siempre un bastión de la sociedad civil frente a las arbitrariedades del Estado, un representante de viejas y honorables formas de entender la vida. Ha muerto uno de los últimos «linces», un ejemplar de una especie en extinción que la sociedad debería proteger.