27 julio 1970

Fundador del llamado 'Estado Novo', régimen portugués, fue un aliado para el dictador español, General Franco

Muere el ex dictador de Portugal, Dr. Oliveira Salazar, después de ceder el poder de su país al Dr. Marcelo Caetano

Hechos

El 27.07.1970 falleció el Dr. Oliveira Salazar, el ex primer ministro de Portugal entre 1932 y 1968.

Lecturas

A las nueve y cuarto de la mañana de este 27 de julio de 1970 ha fallecido en Lisboa el Dr. Antonio de Oliveira Salazar, a consecuencia de una crisis cardiaca.

Minutos después se personaron en su residencia de San Bento el presidente del consejo, profesor Marcelo Caetano acompañado de varios ministros, y numerosas personalidades.

Con la muerte de Salazar se cierra uno de los periodos más largos de la historia contemporánea de Portugal.

Hijo de campesinos, Salazar ocupó la jefatura del gobierno desde 1932 hasta el año pasado como cabeza de la dictadura militar hasta que una trombosis coronaria le apartó de su puesto.

Durante su mandato instituyó el estado corporativista que es que hoy rige en Portugal.

Caetano asegura que la dictadura salazarista se mantendrá fiel a sus principios aunque haya desaparecido su fundador y que eso incluye proteger a Portugal de «los excesos de la libertad».

28 Julio 1970

Salazar

ABC (Director: Torcuato Luca de Tena Brunet)

Leer

Con haber sido excepcional la huella dejada en la realidad interior portuguesa por este político singular – de los que sólo al cabo de muchas décadas se repiten en la Historia de cada pueblo – ha sido sin embargo, en su política exterior donde Portugal encontró en Salazar el hombre de la medida ajustada a las necesidades y a los problemas planteados por el mundo surgido de la segunda guerra mundial. La firmeza de su sabor de Gobierno el lúcido realismo de un intelectual que abandonó con dolor hondísimo de su corazón el manejo de los conceptos serenos de la ciencia por la brega cotidiana con las realidades ciertamente ingratas, de aquellas horas agitadas de su patria: la firmeza, decimos, ha sido el modo y el talante de su política: la condición exigida por el choque de la singularidad histórica portuguesa con una etapa de la Historia definida, precisamente, por las generalizaciones: por la aplicación de un mismo patrón y una identidad médica a solucionar problemas en los que sólo está definida la salida que, ideológicamente se les prejuzga y adscribe.

Si Salazar reconstruyó el Estado portugués, cuyas cuadernas se encontraban resquebrajadas después de más de un cuarto de siglo de violentísimos y sectarios vaivenes, edificó una economía sólida y estable con los materiales de una moneda despreciada. Será difícil encontrar otra figura de estadista que haya procurado y conseguido, una mayor coherencia entre las realidades interiores y la política exterior de su país. Sólo un Portugal coherente unido y apretado sobre sí, podía responder al reto de su entorno. Sólo una metrópoli sólida e interiormente trataba podía aportar la coherencia y el centripetismo necesarios y exigidos por la naturaleza ultramarina y pluricontinental de la nación lusitana.

Sería una ceguera imperdonable el no considerar estas realidades, que conforman la hechura histórica de Portugal, a la hora de enjuiciar el comportamiento político de Lisboa ante la presión descolonizadora que desde las Naciones Unidas ha reconformado de parte a parte el mundo alumbrando una teoría casi incontable de nuevos pueblos. Por desgracia no era ésta la hora propicia para que en las cancillerías y en los sanedrines contasen los matices y la diferenciaciones para que se aquilataran las singularidades propias de cada caso; pues, debiera ser reconocido, no resulta muy rigurosa la tajante inclusión de Portugal en la nómina donde han cabido desde naciones que, aún sin crear vínculos interraciales dejaron una huella positiva de su paso colonial, hasta aquellas otras que salieron de sus fronteras para la depredación mercantilista de otros territorios y gentes, o para la ocupación de áreas geográficas de utilidad militar a sus propósitos imperiales.

Salazar, partiendo de la naturaleza ultramarina y pluricontinental de la nación portuguesa, de la realidad de su patria, en suma, había de tener, forzosamente, una visión diferenciada y peculiar de la genéricamente denominada ‘política descolonizadora’. Hasta el último momento de su vida, el ex catedrático de la Universidad de Coimbra se mantuvo fiel y consecuente a su misión, desde la primera vez en que dejó la cátedra para encargarse de una gestión ministerial (que abandonaría al cabo de tres días, ante las condiciones irreductibles del sistema), hasta su larga singladura de mano emprendida en 1932.

No es ésta la ocasión de hacer la exégesis detallada de su labor de Gobierno ni de su capacidad de diagnóstico para tantos y tantos problemas que han estallado muchos años después por haber sido objeto de una terapéutica distinta a la señalada por el profesor de Coimbra; tampoco, para pormenorizar en torno a cuestiones referentes a la arquitectura del Estado, que los años últimos se han encargado de dilucidar y no precisamente según las modas al uso cuando sobre el régimen portugués y sobre otros, fueron vertidas tan precipitadas como injustas condenas.

La ocasión es, sencilla y llanamente, de decir que fue un gran político, un excelso patriota y un amigo fidelísimo de España. Desde la solidaridad de Portugal, en las horas difíciles del 18 de julio a la fecunda solidez aportada al Pacto Ibérico, se inscribe una importante etapa histórica en la que los dos pueblos han demostrado una fértil consecuencia con sus intereses comunes, con su condición de naciones hermanas unidas ahora, aún más, por el dolor de haber perdido a uno de sus hijos más preclaros, esforzados y lúcidos.