11 marzo 1992

Fue miembro de la Unión de Centro Democrático (UCD) en 1979 y del Partido Reformista Democrático (PRD, 'Operación Roca') en 1986

Muere el político Joaquín Satrústegui Fernández: que evolucionó del franquismo al anti-franquismo y defendió la monarquía liberal

Hechos

El 11.03.1992 falleció D. Joaquín Satrústegui

13 Marzo 1992

Un hombre fiel a sí mismo

José Ortega Spottorno

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Fuimos vecinos en la casa de Serrano esquina a Marqués de Villamejor, donde vivimos ambos de pequeños. No éramos entonces propiamente amigos, entre otras cosas, porque él era algo mayor que yo, y en la infancia esas diferencias cuentan hasta que se van anulando con la edad. Luego, cuando preparábamos este periódico, a principios de los años setenta, esa amistad se hizo real y firme, y tuvimos reuniones en su casa para que se fuera conociendo nuestro propósito de crear un órgano de prensa confluyente que contribuyera a que la inevitable transición que estaba en el horizonte no fuera sangrienta. Monárquico de toda la vida, estuvo en las filas nacionalistas y luchó con ellas en el Puerto de los Leones. Consultando siempre a don Juan de Borbón, a quien prestó admirable fidelidad, fue uno de los primeros en comprender que la reinstauración de la Monarquía era la única salida para España, y estuvo en cuantas reuniones hubo de lo que iba a constituir la amplia y coloreada oposición al régimen de Franco. Por participar en la reunión de Múnich, lo deportaron a Fuerteventura, entonces isla aislada sin ningún recurso turístico y casi un penal, donde le precedió en tiempos el ilustre don Miguel de Unamuno. Volvió de allí con el prestigio de un hombre sereno, irrenunciable a sus ideas y dispuesto a seguir luchando por ellas. Por eso, cuando se presentó como candidato de UCD para senador por Madrid, en las primeras elecciones de la transición, obtuvo la mayor votación que ha obtenido nunca nadie en la capital de España.Fue además notable deportista, y a él se debe la creación del Club de Campo, en tiempos de la República, centro de deportes para la clase media madrileña, cuyos equipos en vanas regiones del deporte han obtenido numerosos trofeos. Su amigo don Enrique Tierno Galván, alcalde de Madrid, lo municipalizó sin hacer demasiado caso de las razones que Satrústegui le exponía para no hacerlo. Imagino que ahora las dos grandes personalidades sabrán bien quién de ellas tenía razón.

¡Cuánto siento que no haya en nuestra política más figuras de la talla moral y de la continuidad de ideas como Joaquín Satrústegui! A su esposa, creadora de una organización cultural privada muy estimable, y a sus hijos, les acompaño en este día tan triste para ellos y tan triste para todos los que fuimos amigos de este hombre ejemplar.

10 Abril 1992

Joaquín Satrúrstegui, nota breve de una vida intensa

Jaime Miralles

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Mañana, 11 de abril, se cumple el primer mes de la muerte de Joaquín Satrústegui, denodado luchador en favor de la monarquía y la democracia, El autor del texto -compañero político en Unión Española- traza un perfil del ex senador y sitúa su biografía en el contexto de la guerra civil, en la que participó en el bando de los vencedores, y la larga dictadura franquista, en la que fue represaliado.

La actuación política de Joaquín Satrústegui requiere un estudio, del que aquí sólo cabe el adelanto que demanda el afecto dolorido por la presencia de su muerte. Para juzgar su obra es preciso tener en cuenta que el medio social en que nació respondía a aquella significación derechista que era característica de la alta burguesía.Terminó la guerra civil en el bando de los vencedores, en el que comenzó formando parte de aquel grupo que con mis tres hermanos mayores acudió a Somosierra en los primeros días y fue condecorado con la medalla militar colectiva. Después continué la campaña hasta el final, alcanzando el grado de capitán. Unido esto al prestigio que pronto adquirió, le habría sido fácil es calar los niveles más altos de los escalafones políticos sólo con prestar una conformidad acomodaticia a la orientación del régimen imperante.

Revisión rigurosa

Pero eso era imposible que Joaquín lo hiciera, por honestidad y porque tenía sobrada serenidad de juicio para someterse al duro ejercicio de una seria reflexión, revisando los datos determinantes de la situación que comportaba la necesidad de afrontar la posguerra de tan tremenda guerra civil. Y supo hacer esa revisión con todo el rigor que imponía la necesidad de saltar por en cima de las trincheras, traer la paz al corazón y expandirla, después, sobre España entera. Eso le llevó a la convicción de que España necesitaba un sistema democrático mediante la restauración de la monarquía en la persona de Don Juan III, conde de Barcelona, y que nos incorporásemos al proceso integrador de Europa. Un hombre cómo él no podía mentir una falsa adhesión a aquel régimen político cuyas líneas maestras las integraba una concentración total del poder en la persona de un autócrata re suelto a prolongar su poder en el tiempo, hasta el límite mismo de sus días. Joaquín estaba destina do a la oposición.

A Franco no le importaba la institución monárquica como fórmula o solución; ni el Rey, naturalmente llamado a la jefatura del Estado por una legitimidad histórica de la que él carecía. Pero sí le importaba contar con el apoyo de amplios sectores en los que alentaba una opinión monárquica. Por eso, jugó siempre la carta monárquica alimentando una inconcreta esperanza de futuro, compatible con el mantenimiento de su poder, para transmitírselo así a su entonces desconocido sucesor sólo a su muerte.

El manifiesto de Lausanne que, en 1945, dirigió el rey don Juan III a los españoles definió la monarquía democrática que en todo momento representó Don Juan. Ante ese manifiesto del Rey reaccionó el régimen anatematizando la posición de Don Juan. No podía ser de otro modo cuando Don Juan en su manifiesto afirmaba que con la monarquía las tareas primordiales serían: «Aprobación inmediata, por votación popular, de una Constitución política; reconocimiento de todos los derechos inherentes a la persona humana y garantía de las libertades políticas correspondientes; establecimiento de una asamblea legislativa elegida por la nación; reconocimiento de la diversidad regional; amplia amnistía política…». La posición de la Corona quedaba nítidamente dibujada en ese texto, ciertamente histórico, puesto que tanto ha influido y tan positivamente en la historia que le ha seguido.

Pero Don Juan solo no podía restaurar la monarquía porque la Corona no puede descender al ruedo político. Era ya indispensable una política monárquica hecha por políticos, que secundara a la Corona sin comprometer en su operatividad a la augusta persona del Rey. Y a esta nobilísima actividad dedicó Joaquín su vida entera.

Los sectores de la sociedad española que podían ser más propicios a la monarquía se hallaban más o menos instalados en el régimen de Franco. Hablarles de lo que dijo el rey don Juan en su manifiesto es lógico que provocara inicialmente múltiples reacciones de. signo claramente adverso. Esta consecuencia negativa de cuanto dijo el rey don Juan en su manifiesto de 1945 no es atribuible a ningún error de orientación en la posición de la Corona. El Rey, para desempeñar fielmente su alta función, tenía que decir cuanto dijo en el manifesto de Lausanne. Otra cosa es que la actitud de muchos motivara el apoyo de muy amplios sectores al régimen de Franco. Era más fácil reaccionar ante el manifiesto del Rey haciendo comentarios en el sentido de que no había que ser impaciente, ya que Franco restauraría la monarquía llegado el momento (!?).

Defensa de la monarquía

La defensa de la monarquía requería una doble actividad, orientada a dos sectores de distinta dialéctica: por un lado, era necesario ir estableciendo contacto con todos los que permanecían apartados de la institución, bien porque, tradicionalmente, habían mantenido una posición republicana o porque en los últimos años de la monarquía habían derivado hacia el republicanismo, además, claro está, de los importantes núcleos de políticos exiliados; y, de otra parte, había que tener en cuenta lo que podríamos llamar el monarquismo sociológico, proclive al franquismo y que, si criticaba el rey don Juan por su manifiesto, era previsible que reaccionase incluso con más duras condenas dialécticas respecto a los hombres que, nacidos y formados en sus propias filas, nos atrevimos a apoyar abiertamente la digna posición que supo adoptar el rey don Juan al afirmar la entera independencia de la Corona. A los que así nos veían había que tratarles con todo el respeto que siempre requiere una opinión discrepante, procurando, al mismo tiempo, estimular su evolución hacia la adhesión a la posición definida por el Rey.

En la obra política de Joaquín Satrústegui hay dos hitos decisivos: la fundación de Unión Española, en 1957, y el Congreso de Múnich, en 1962.

Durante la elaboración del proyecto de Unión Española fuimos tomando contacto con políticos de muy diverso signo y un solo denominador común: el compromiso de propiciar la restauración de la monarquía democrática que entonces encarnaba don Juan III, conde de Barcelona. La ideología de Unión Española fue una síntesis de la monarquía de hoy.

Unión Española nunca fue un partido político ni pretendió serlo, y nació, en diciembre de 1957, como un vínculo moral entre quienes lo aceptamos. Nota esencial de su programa fue la declaración de que por ley de herencia, los deberes y derechos inhetentes a la Corona de España están Vinculados a la persona de Don Juan de Borbón y Battenberg, conde de Barcelona». A continuación añadíamos: «Reconocemos en él al Rey legítimo de España en el destierro».

La fundación de Unión Española fue la culminación de todo un proceso en el que no se dio un solo paso sin someterlo previamente a esa reflexión que es inseparable de la prudencia política. Por eso fue un instrumento de inapreciable utilidad en la actividad monárquica, apoyando siempre la dignísima posición que el Rey mantuvo sin implicarle jamás en su actuación. La seriedad y el sentido de responsabilidad con que en todo momento actuó Unión Española no tardó en proporcionarle el prestigio y la credibilidad que tanto importan en política.

El Congreso de Múnich celebrado en 1962 por el Movimiento Europeo, llamado el contubernio por el régimen franquista, no habría tenido la trascendencia política que alcanzó si no hubiéramos asistido a él los monárquicos unidos por el vínculo moral de Unión Española.

Lo que hirió más al régimen de Franco fue que hombres que habíamos participado en la guerra civil en el bando vencedor acudiéramos a Múnich para superarla, con el propósito de integrar a todos en la honrada voluntad de establecer un sistema democrático en el que cupiera la discrepancia en paz, con el respeto a los derechos fundamentales de la persona y a las libertades a ellos correspondientes, propugnados por Don Juan III y por Unión Española. Ya no podía serle tan fácil a la dictadura mantener el estado sociológico de guerra civil.

El Congreso de Múnich cambió la situación política de España. A partir de entonces carecía de toda eficacia aquella afirmación en la que Franco pretendía legitimar su permanencia en el poder, consistente en que era él la única garantía de paz y estabilidad. Después del texto aclamado en Múnich quedaba muy claro que la dictadura del general Franco era sólo un entorpecimiento de la deseable normalización de la vida política de España.

Serenidad y firmeza

Joaquín fue siempre más sereno que las pasiones y más firme que las presiones que hubo de soportar. Aquella firmeza de Joaquín sólo era posible con un inmenso sentido del deber. Supo cumplirlo tan exhaustivamente que, siendo senador, introdujo una enmienda en el proyecto del texto constitucional que fue aprobada y puede leerse en el artículo 57.1 de la Constitución, donde, al decirse que la Corona de España es hereditaria en los sucesores de su majestad don Juan Carlos I de Borbón, se añade: Iegítimo heredero de la dinastía histórica». Esta alusión a la renuncia de Don Juan en favor de su hijo Don Juan Carlos no sólo tiene el valor afectivo del rendido homenaje al Rey padre, sino que responde al auténtico concepto del respeto al orden dinástico, elemento esencial de la monarquía legítima.