15 enero 2012

Fundador del Partido Popular y padre de la Constitución

Muere Manuel Fraga, patriarca de la derecha política española

Hechos

El 15.01.2012 falleció D. Manuel Fraga Iribarne

Lecturas

Sus cargos políticos más destacados:

  • Ministro de Información en el Gobierno de Franco (1962-1968)
  • Embajador de España en Londres (1974-1976)
  • Vicepresidente y ministro de Gobernación en el Gobierno Arias Navarro (1975-1976)
  • Secretario General de Alianza Popular (1976-1979)
  • Presidente de Alianza Popular (1979-1987)
  • Presidente del Partido Popular (1989-1990)
  • Presidente de la Xunta de Galicia (1990-2005)
  • Presidente-Fundador del Partido Popular (desde 1990 hasta su muerte).

Fue uno de los siete ‘padres’ de la constitución española en 1978 representando a los votantes de Alianza Popular.

16 Enero 2012

Trayectoria no lineal

EL PAÍS (Director: Javier Moreno)

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Protagonista de la Historia de España durante 60 años, Fraga merece un reconocimiento sereno

Manuel Fraga, fallecido el domingo a los 89 años, era menos coherente de lo que siempre pretendió; ello le permitió construir una biografía lo suficientemente contradictoria como para merecer en esta hora el reconocimiento de ciudadanos de muy diversa condición o ideología. Servidor fiel de la dictadura, contribuyó luego a desmontarla y a incorporar a la democracia los restos del franquismo: esa acabó siendo su principal contribución a la convivencia. Pero hasta la muerte de Franco es imposible encontrar en su trayectoria los síntomas de voluntad reconciliadora que le atribuyen algunos de sus fieles.

Fue un liberal conservador como punto de llegada, no de partida. Puso su inteligencia al servicio de la perpetuación del régimen franquista, para lo que combinó comportamientos autoritarios y a veces crueles en su etapa de ministro de Información, con intentos de apertura controlada del sistema para garantizar su continuidad. Su proclamado centrismo era asimétrico; él era el centro de una España de la que se excluía a la izquierda, o al menos a sus sectores más activos contra la dictadura.

Nunca renegó de palabra de ese pasado, pero sí lo hizo de obra. Primero, contribuyendo a la redacción de una Constitución integradora; más tarde, apartándose de la jefatura de su partido tras comprender, hacia 1986, que con él al frente nunca la derecha ganaría unas elecciones generales. Poco antes había cometido uno de sus errores (e incoherencias) más graves al negarse a apoyar la permanencia en la OTAN en el referéndum que Felipe González había convocado con todas las encuestas en contra.

¿Un hombre de Estado? Más bien, alguien que defendió la continuidad del Estado por encima del cambio de régimen. Algo que, a la vista de la experiencia de otros países, hoy se valora de manera diferente a como lo fue entonces. Generoso para integrar a las familias del centro-derecha y para retirarse a tiempo, reapareció como candidato en Galicia, de donde se resistió a irse pese a haber prometido que su tercera legislatura sería la última. Se presentó dos veces más. Católico sin exhibicionismo, cuando le preguntaron qué pecados perdonaría, respondió: “Los de la carne”. Su anticomunismo, que le llevó a justificar la ejecución de Julián Grimau, no le impidió presentar a Carrillo en sociedad o salir de pesca con Fidel Castro.

Dijo que por encima de su cadáver tendría que pasar quien quisiera legalizar la ikurriña, pero luego se convirtió en un galleguista fervoroso y hasta el final de sus días defendió la reforma del Senado en un sentido que los demás llamarían federal. Capaz de entenderse con gentes muy alejadas de sus ideas, con quien mejor se llevó en la ponencia constitucional fue con Jordi Solé Tura, redactor de la clandestina Radio España Independiente cuando Fraga era ministro de Información. Las memorias del entonces ponente comunista finalizan con un recuerdo de la frase que le dijo Carrillo tras la ejecución de Grimau: “Algún día tendremos que entendernos con algunos de los que hoy son nuestros enemigos”.

15 Enero 2012

Un hombre de Estado

Gregorio Peces-Barba Martínez

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España pierde a un hombre de bien, un patriota partidario de los consensos y de los acuerdos

Mis primeros contactos con Fraga no fueron precisamente agradables. Valoró la detención primero y el confinamiento después, durante el estado de excepción derivado de los disturbios producidos tras la muerte de Enrique Ruano en 1969, más tarde calificado por el Supremo como asesinato, por haber, en mi caso, “colaborado de alguna manera en la subversión estudiantil”. Fue una acusación común a los demás detenidos y confinados, aunque pocos estuvimos hasta el final en esa situación. Sin duda Elías Díaz y yo mismo fuimos los últimos en abandonar el confinamiento al concluir la situación de excepción. Sin embargo, en el mismo contexto temporal Fraga fue decisivo para que la aventura de Cuadernos para el Diálogo que impulsamos, dirigida por Ruiz-Giménez, fuera posible.

En realidad, mi relación con carácter estable, empezó con la Transición. Después de las elecciones de 1977 le encontré cuando, acompañando a Alfonso Guerra, estuve en la reunión con el presidente de las Cortes don Antonio Hernández Gil para acordar las normas provisionales de funcionamiento del nuevo Congreso de los Diputados, ya como expresión de la voluntad popular derivada de las elecciones del 15 de Junio de 1977.

La relación se estrechó cuando Fraga se incorporó como ponente a los redactores de la nueva Constitución. Su presencia fue posible gracias a que el PSOE renunció a uno de los dos miembros que le correspondían para que se abriese el abanico. Así, gracias a esa renuncia se incorporaron Fraga por AP, Solé Turá, por el Partido Comunista y Miguel Roca por los nacionalistas catalanes. UCD se mantuvo firme en su exigencia de tener tres miembros en la ponencia y no ceder ninguno. Fraga fue muy sensible a nuestra renuncia que pretendía ampliar el espectro de apoyo al texto constitucional. La tozuda ceguera de UCD no contribuyó nada a la solución más razonable. Durante la actuación de la ponencia Fraga colaboró decisivamente en tareas como la creación del Defensor del Pueblo, e incluso el nombre fue sugerencia suya. Después en la segunda etapa de nuestra actuación cuando revisamos las enmiendas presentadas y más tarde durante el debate en la comisión del Congreso en mayo de 1978 intentó con UCD construir una mayoría que moderaba las posiciones más progresistas del texto, y que finalmente fracasó ante nuestro firme rechazo y la sensibilidad del vicepresidente Fernando Abril Martorell, que comprendió que no era una buena decisión prescindir del PSOE en el acuerdo constitucional básico.

Pese a ese revés Fraga estuvo siempre presente en los debates descartando unas propuestas que lideró Federico Silva Muñoz de retirarse, ante el riesgo de un acuerdo central UCD-PSOE. Nunca consintió en asistir a las reuniones de preparación de los acuerdos, las que llamamos “nocturnas”, pero siempre estuvo presente en las reuniones oficiales. Siempre rechazó el Título VIII sobre el Estado de las Autonomías, aunque cuando le tocó la práctica como presidente de la comunidad gallega ejerció sus repetidos mandatos con lealtad al sistema y con aceptación de sus objetivos. Fue, sin duda, un presidente competente y activo. En esa época siempre le visité cuando fui a Galicia y le encontré amable y acogedor, muy en su papel y con su sencillez habitual.

Durante la elaboración de la Constitución él inició la costumbre de las invitaciones entre los presentes con una “queimada”, con “orujo”, que resultó simpática y muy integradora.

Durante mi Presidencia del Congreso mi amistad con Fraga fue decisiva para alcanzar consensos y acuerdos. Se celebraban las denominadas sesiones del “diván”, donde reunía al jefe de la oposición y al presidente, Felipe González, y donde una colaboración constructiva fue posible y muy positiva. La diferencia que encontró José Luis Rodríguez Zapatero con Rajoy fue enorme. En ese tiempo el NO era siempre la respuesta de la oposición. Sólo había que rechazar y destruir.

También en esos años, de 1982 a 1986, se institucionalizó la figura de jefe de la oposición. Fue una decisión poco compartida desde La Moncloa, pero yo la llevé adelante pese ala resistencia del aparato del Gobierno que tenía una ceguera incomprensible. Así el Estatuto de jefe de la oposición supuso a Fraga unos medios económicos especiales, otros personales, con una secretaria que desempeñó Loyola de Palacio. Era su primer trabajo con nombramiento del Congreso, donde ya se adivinaron las excelentes condiciones de una persona prematuramente desaparecida. Finalmente los medios materiales se concretaron en vehículos y conductores.

Probablemente la única discrepancia con Fraga no fue directa sino derivada de pretensiones del entorno del presidente. En efecto, se pidió que en el juramento o promesa a la Constitución del príncipe Felipe pudiese intervenir el presidente. En la Secretaría General de la Cámara veían muy complicado encajar esa pretensión. Pero insistieron. Pero insistieron tanto y presionaron tanto que busqué una fórmula: el presidente intervendría en una especie de refrendo simbólico a la intervención del Príncipe. Comprendí que eso solo sería posible si el jefe de la oposición aceptaba. Era un acto demasiado importante como para crear un conflicto. Así que consulté a Fraga, que me dijo con la claridad que le caracterizaba, que si el presidente intervenía sería a condición de que él pudiera hacerlo también. Harto del tema, le dije que ninguno de los dos intervendría. Lo comuniqué así mismo a la gente de Moncloa, que no reaccionaron tampoco nada bien.

Con Fraga he coincidido en muchos aniversarios de la Constitución y en otros acontecimientos institucionales representativos. En algunos momentos de descanso y distensión jugamos al dominó, especialmente durante el encierro en el Parador de Gredos durante la segunda fase de actuación de la ponencia.

No hubiera sido posible la puesta en marcha de la institución del Defensor del Pueblo sin su colaboración. Aunque el desarrollo del artículo 54 fue una proposición de Ley del Grupo Parlamentario Socialista, apoyada por Fraga y con una distante abstención de UCD. Tampoco apoyaron la primera propuesta que hizo Landelino Lavilla en la persona de Joaquín Ruiz-Giménez, que contó también con el apoyo de Fraga y de su Grupo. Fue en mi presidencia cuando se concretó el nombramiento de Ruiz-Giménez apoyado en nuestra mayoría absoluta y en el Grupo de Fraga entre otros. También con el apoyo de Fraga fui el presidente del Congreso más votado en mi elección. Su palabra fue clara y definitiva: “A Gregorio hay que votarle».

Siempre Fraga se consideró coautor de la figura del Defensor del Pueblo. Cuidó ese desarrollo y contribuyó a todos los acontecimientos de celebración de la institución; casi siempre nos buscaban como representantes de las dos formaciones que más habían contribuido a su puesta en marcha.

En todos estos años, especialmente a partir de 1977, mi relación con Fraga fue siempre cordial y próxima. Tuvimos confianza en las relaciones políticas y resolvimos temas y formamos acuerdos básicos en temas importantes. Siempre percibí en su comportamiento, amistad, espíritu constructivo, lealtad y juego limpio. Era muy fiel con sus amigos e incluso en las relaciones personales actuaba con una proximidad que desprendía ternura. Eran unas condiciones personales que los que no le trataban no podían percibir, con la imagen de hombre duro y distante que parecía imponer su personalidad. Pero nada más lejos de la realidad. España pierde a un hombre de bien, un patriota partidario de los consensos y de los acuerdos y que ponía a España por encima de las ideas y de sus intereses. El paso del tiempo nos hará ver todo lo que perdemos con su desaparición.

15 Enero 2012

Entregado a su deber

Carlos Robles Piquer

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Si una sola palabra debiera definirle, yo elegiría ésta: entrega.

Era tan fuerte y rica su personalidad que sintetizarla resulta imposible. Pero debo intentarlo, por nuestro estrecho parentesco y por los muchos años en que trabajé a sus órdenes, en el Ministerio de Información y Turismo, en Alianza Popular y en el Parlamento Europeo. Si una sola palabra debiera definirle, yo elegiría ésta: entrega. Manuel Fraga Iribarne fue siempre un hombre absolutamente entregado a su deber, a su responsabilidad de cada momento.

Ocurrió así en las sucesivas y muy diversas etapas de su vida, que Dios —en el que profundamente creía— ha querido cerrar cuando iba caminando hacia los noventa años. Estudió a fondo el Bachillerato de su tiempo en el Instituto de Enseñanza Media de Lugo, donde llamó la atención del profesorado durante los años, a veces incómodos, de la II República. Otro tanto ocurrió cuando cursó Derecho en la entonces Universidad Central y obtuvo las máximas calificaciones en la Licenciatura y el Doctorado. Ganó enseguida la cátedra universitaria de Derecho Político al mismo tiempo que su amigo Enrique Tierno; lo fueron siempre, pese a sus diferencias ideológicas.

Con gran realismo, Fraga supo en todo momento que oponerse a Franco era tan peligroso como inútil. El caudillo de la guerra tenía detrás, en la paz, las Fuerzas Armadas; y un pueblo ahíto de violencia y que empezaba a vivir mejor porque formaba la, antes, casi inexistente clase media, según dijo Franco en su entrevista con el enviado de Nixon, Vernon Walters. Fraga colaboró lealmente con aquel sistema, siempre con la idea de mejorarlo y abrirlo desde dentro, sobre todo en los aspectos sociales que más pudieran ayudar al españolito de a pie. No fue poco lo que logró en esta dirección, en especial como ministro de Información y Turismo, tanto en las costumbres como en las ideas; hasta que los más inmovilistas lograron que Franco le apartara del Gobierno. Pero, enseguida, aprendió mucho como embajador en Londres desde donde, por cierto, ayudó no poco a que fuera autorizada, en el franquismo postrero, la salida del diario que me ha pedido este texto. Los amigos Herrera Esteban y Jiménez Quílez darían detalles, si aún vivieran. Durante esos años y los posteriores, Fraga publicó un centenar de libros, algunos en gallego cuando fue elegido y varias veces reelegido presidente de la Xunta por la gran mayoría de sus paisanos. Demostró así lo que algunos ya sabíamos y unos cuantos insensatos aún niegan: que la España Autonómica puede y debe convivir con la España Unida. Muchos de esos textos son parte de su doctrina liberal-conservadora, continuadora de la obra del gran Cánovas que él conoció muy a fondo.

Siguió publicando (nos ha dejado un centenar de libros, algunos de gran valor doctrinal); y su obra política posterior —siempre al servicio de la monarquía democrática— es más conocida, aunque no siempre haya sido tan agradecida como hubiera sido justo: consistió en la creación —con buenos colaboradores— de la fuerza política que luego gobernó España con Aznar y ahora lo hace con Rajoy. Él no venció a reyes moros pero preparó a quien los venciese… Lo que fue Alianza Popular y hoy es el PP llevará siempre la huella de sus creencias, su tesón y su liderazgo, más el entusiasmo de los millones de españoles de bien que le dieron confianza, lealtad y apoyo. Soy testigo de su emoción ante esta última victoria a la que, desde la silla de ruedas, quiso contribuir con su voto. Mucho le complació la visita que el presidente Rajoy quiso hacerle al día siguiente de ganar las elecciones generales. Creó esa fuerza política paso a paso (más bien, zancada a zancada…) sobre el mapa de España; y, con ella, Fraga ayudó no poco a que nuestra compleja y hermosa nación pasara suavemente desde la dictadura personal hasta la plenitud de un sistema de libertades de un modo que suele asombrar —con razón— a propios y extraños. Es una etapa que no le debe poco, al conducir hacia la democracia a la gran mayoría del viejo y arraigado franquismo, menos residual de lo que parece.

Descanse en paz el gran Don Manuel. Bien lo ha merecido en una vida que nunca conoció la ociosidad. Seguro estoy de que María del Carmen, su amada mujer, le ha recibido ya en un rinconcito del Cielo. No será mal sitio para ver, juntos, el desfile de la Eternidad.

15 Enero 2012

Cuando Fraga daba miedo

Rosa Montero

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Eran los tiempos en los que Fraga daba miedo. Hablo de los primeros años de la Transición, cuando don Manuel tenía un cuerpo de barrilete como de boxeador ajado, una cabeza pétrea semejante a un mojón de carretera secundaria y un temperamento mercurial y vesubiano, de erupción incontrolada pero inminente. Todavía cincuentón, su energía era tan legendaria como la peculiaridad de sus actitudes, y las anécdotas le perseguían como las moscas al buey. Cuando le entrevisté por primera vez, en junio de 1978, todavía se comentaban sus célebres frases (como lo de “la calle es mía”) y sus arrebatos: por ejemplo, que en un mitin en Lugo, pocos meses antes, se había lanzado en persecución de 400 reventadores al grito de “¡a por ellos!”. O que, siendo ministro, había arrancado un teléfono de la pared porque no dejaba de sonar. O lo peor para mí entonces: que, pocos días antes de nuestra cita, había echado a empellones a un periodista porque no le gustaron sus preguntas. Como es natural, todos estos datos me hicieron acudir a la entrevista bastante amedrentada.

Por eso, por el puro miedo, me preparé muy bien el comienzo de la charla, intentando encontrar algún truco que me permitiera desmontar esa bomba de relojería que el político gallego parecía llevar dentro de su amplísima frente. Y así, empecé diciendo que me habían contado dos cosas contradictorias sobre él (“todo hombre es contradictorio”, tronó Fraga cargado de razón). La primera, que tenía un gran sentido del humor, una observación que le encantó: “Lo cultivo todo lo que puedo. Creo que uno de los grandes defectos nacionales es no tener sentido del humor”. Pero también me habían dicho, añadí, que era un hombre violento que me podía echar a la segunda pregunta. Y ahí, claro, don Manuel tuvo que decir que no, que eso solo había ocurrido una vez y con un amigo suyo, que él no hacía esas cosas… A partir de ese momento me sentí más protegida: al alardear de su buen humor, Fraga se veía obligado a demostrar que lo tenía; y tras negar sus brotes de violencia, presumí que le sería más difícil ceder a la tentación de estrujarme el cuello. Y así discurrió la entrevista, que fue difícil, tirante, agresiva por su parte y por la mía, pero también graciosa, chispeante e inolvidable.

Porque era cierto que Manuel Fraga Iribarne poseía un gran sentido del humor, una vasta cultura y una brillante inteligencia, y, al mismo tiempo, también era verdad que de repente parecía cubrirle un velo rojo, que perdía los nervios y farfullaba, que se convertía en un motor pasado de revoluciones y en una fuerza ciega e irracional. Ha sido nuestra más perfecta versión de Doctor Jeckyll y Mister Hide. Un personaje intenso.

Dos años después de aquella entrevista, en 1980, coincidimos como ponentes en un impresionante simposium que organizó la Universidad de Vanderbilt en Nashville, Tennessee (EEUU), sobre los cinco primeros años de democracia en España. El cuarto día, terminadas ya las conferencias, el evento cerró con un coctel-cena en casa del rector. En un momento ya avanzado de la noche me acerqué a la mesa de las bebidas a servirme una copa, pero los cubitos de hielo que llenaban un enorme bol se habían pegado los unos a los otros, formando un iceberg inexpugnable que ataqué inútilmente con las pinzas de hielo durante un buen rato. De pronto, Fraga Iribarne se materializó a mi lado con toda la solidez de su corpachón. «Permítame, señorita», ordenó, haciéndome a un lado. Se quitó la chaqueta, se remangó la camisa por encima del codo de su brazo derecho y, a continuación, comenzó a aporrear la gran masa congelada a puñetazo limpio hasta hacerla trizas. Luego agarró un buen montón de esquirlas de hielo con su manaza y me llenó el vaso. Y, sonriendo, dijo: «¿Ve usted, señorita? De cuando en cuando es necesario el uso de la fuerza bruta». De algún modo fue su punto final a uno de los debates que mantuvimos durante la entrevista. Nunca olvidaba nada.

Los años, la salud y el peso de la edad le fueron calmando, pero siempre mantuvo su originalidad radical y algo alienígena. De hecho, hasta su físico, al envejecer, le fue haciendo cada vez más parecido a un personaje de La Guerra de las galaxias. Hoy lamento la pérdida de este hombre irrepetible: el mundo será más convencional sin su presencia. Además, creo que hay que reconocer su esfuerzo por apaciguar en su momento a la derecha más cerril. Esto es: le agradezco que se comiera a los caníbales.

17 Enero 2012

El respeto a los muertos

Ignacio Escolar

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Pedro María Martínez, 27 años. Francisco Aznar, 17 años. Romual Barroso, 19 años. José Castillo, 32 años. Bienvenido Pereda, 30 años. Murieron el 3 de marzo de 1976 en Vitoria, cuando la policía disolvió a tiros una asamblea de trabajadores en huelga que se celebraba en una iglesia. Fraga era ministro de Gobernación, el máximo responsable político de la policía que abrió fuego. La calle era suya, de palabra y de facto. Ninguno de estos crímenes fue jamás juzgado.

Enrique Ruano, 21 años. Fue un estudiante de derecho asesinado en 1969 por la Brigada Político Social, la policía política de la dictadura. ¿Su delito? Repartir pasquines antifranquistas. Según la versión del régimen, Ruano se suicidó lanzándose por una ventana. Según quedó claro hace unos años, Ruano fue torturado durante cuatro días y después ejecutado de un disparo; de su cadáver se serró el hueso de la clavícula para esconder el agujero de una bala. Fue Fraga, ministro de Información, quien se ocupó de filtrar al ABC una carta de la víctima que lo presentaba como un suicida. Fue también el mismo Fraga quien llamó al padre de Ruano para recordarle que tenía otra hija, para amenazarle, para decirle que se callara.

Julián Grimau, 52 años. Fue un líder comunista fusilado en 1963, después de varios días de torturas –según la versión oficial, también se había lanzado por la ventana–. Fraga participó en el Consejo de Ministros que condenó a “ese caballerete”, como lo despreció en rueda de prensa el entonces ministro de la propaganda de Franco, que hizo todo lo posible para impedir el indulto que pedían otros políticos de la dictadura.

Manuel Fraga Iribarne, 89 años. Murió este domingo en la cama. Además de estas sombras, Fraga también tuvo sus luces, como habrán oído o leído ya en un sinfín de obituarios que suelen olvidar estos otros nombres, estos otros muertos que también conviene recordar.

Descanse (descansen) en paz.

Ignacio Escolar

17 Enero 2012

Escolar aprovecha la muerte de Fraga para recordar viejas cuentas

J. F. Lamata

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El periodista Nacho Escolar, en un heroico alarde de valentía antifranquista arremete contra el difunto Manuel Fraga Iribarne en su artículo de PÚBLICO del 17 de enero de 2012 -El respeto a los muertos-. Lo hace, precisamente, cuando Fraga acaba de morir y ya no puede responder y lo hace hablando de unos hechos que pasaron antes de que él naciera (1975) o cuando tenía 1 año de edad. Y, naturalmente, no pone la versión de Fraga sobre aquellos hechos, porque eso sería contrastar una noticia.

Contrastando un poco los hechos a los que alude Escolar – sin pretender desmerecer la gran valentía antifranquista del ex director de PÚBLICO – con las versiones del acusado y con el contexto de los hechos a los que alude, se encuentran ciertas discrepancias.

¿FRAGA, ASESINO DE CINCO OBREROS EN VITORIA?

Lo que dice Escolar: Pedro María Martínez, 27 años. Francisco Aznar, 17 años. Romual Barroso, 19 años. José Castillo, 32 años. Bienvenido Pereda, 30 años. Murieron el 3 de marzo de 1976 en Vitoria, cuando la policía disolvió a tiros una asamblea de trabajadores en huelga que se celebraba en una iglesia. Fraga era ministro de Gobernación, el máximo responsable político de la policía que abrió fuego. La calle era suya. Ninguno de estos crímenes fue juzgado jamás.

Las pruebas que aporta: El testimonio del difunto periodista y ex miembro del Partido Comunista, Javier Ortiz en un artículo de EL MUNDO, en 1999.

Para ser sinceros, el relato de Ortiz se limita a explicar que Fraga era ministro en aquel momento no de que diera la orden de disparar. Por cierto Ortiz en su artículo no se limitaba a lanzar puyas a Fraga, sino también a Rodolfo Martín Villa (entonces ministro de Relaciones Sindicales) al que Escolar no cita. Imagino que esperará a que se muera para hacerlo.

Intentando contrastar los hechos: Atacar a Fraga por los sucesos de Vitoria o los de Montejurra no tiene una especial novedad. En 1985 cuando Fraga lideraba la oposición el director de Informativos de TVE, Enric Sopena, emitió un reportaje sobre aquello. Pero a diferencia de Escolar, Sopena al menos lo hizo cuando Fraga podía defenderse y eso hizo: “Durante los sucesos de Vitoria y de Montejurra, en 1976, me encontraba en visita oficial a la República Federal de Alemania y Venezuela. Todos saben quién era el que me sustituía” (Manuel Fraga, 21-6-1985)

Fraga, en efecto, estaba en otro país durante aquellos sucesos, y el ministro que había asumido sus funciones, el “responsable”, era Adolfo Suárez González. En el caso de que asumiéramos la poco probable idea de que un ministro dirigía personalmente la operación policial, esta recaería en Suárez. O Ignacio Escolar no conoce el dato o, como con el caso de Martín Villa, simplemente, espera a que Suárez se muera para relatarlo en su blog.

¿FRAGA, ASESINO DE ENRIQUE RUANO?

Lo que dice Escolar: Enrique Ruano, 21 años. Fue un estudiante de derecho asesinado en 1969 por la Brigada Político Social, la policía política de la dictadura. ¿Su delito? Repartir pasquines antifranquistas. Según la versión del régimen, Ruano se suicidó lanzándose por una ventana. Según quedó claro hace unos años, Ruano fue torturado durante cuatro días y después ejecutado de un disparo. (…) Fue Fraga, ministro de Información, quien se ocupó de filtrar al ABC una carta de la víctima que lo presentaba como un suicida. (…) llamó al padre de Ruano (…) para amenazarle, para decirle que se callara.

Las pruebas que aporta: Un artículo de EL PAÍS firmado por Natalia Junquera, el 21 de enero de 2009.

Intentando contrastar los hechos: No cabe duda de que la muerte de Enrique Ruano es uno de los episodios más negros de la historia de España, pero aunque Escolar diga que “quedó claro hace unos años” que le ejecutaron de un disparo, hay que decir que al menos en el juicio, “no quedó tan claro”. El juicio se celebró en 1996, se sentaron en el banquillo los tres policías que le detuvieron y retuvieron: Francisco Colino, Celso Galván y Jesús Simón, y los tres fueron absueltos por falta de pruebas. “De cinco incertidumbres no, es posible inferir un juicio de certeza”, decía literalmente la sentencia.

Para la mayoría de la sociedad ha supuesto siempre que fue asesinado, yo mismo lo puedo suponer, pero en un juicio las suposiciones y las incertidumbres no valen, pero en un artículo sí y esa es la ventaja que tiene Escolar, “no dejes que unos hechos sin probar te estropeen un buen artículo de acusación”. En todo caso el ministro responsable de la policía por aquella época, era Camilo Alonso Vega (también está muerto, pero a este no se le ataca porque es menos mediático que Fraga).

De la filtración a ABC, hay que recordar que los padres de Enrique Ruano sí ganaron un pleito a ABC que tuvo que publicar una rectificación el 30 de mayo de 1969. Escolar no dice en que se basa para decir que la filtración se la dio Manuel Fraga, pero dada la vinculación personal que había entre Torcuato Luca de Tena y Brunet y Manuel Fraga es lo más probable (en Internet hay páginas que aseguran que el propio Luca de Tena y Brunet lo reconoció en el juicio de 1996, pero no citan referencia ni día). En cuanto a la amenaza personal de Fraga al padre de Ruano, Escolar no cita cual es su fuente, si entrevistó al propio padre de Ruano, debería poner el enlace, ya que eso sí, sería una fuente de peso contra el difunto Fraga, salvo si la fuente fuera wikipedia o similar.

¿FRAGA, ASESINO DE JULIÁN GRIMAU?

Lo que dice Escolar: Julián Grimau, 52 años. Fue un líder comunista fusilado en 1963, después de varios días de torturas –según la versión oficial, también se había lanzado por la ventana–. Fraga participó en el Consejo de Ministros que condenó a “ese caballerete”, como lo despreció en rueda de prensa el entonces ministro de la propaganda de Franco.

Las pruebas que aporta: Aquí no hacía falta ninguna. Es un hecho en sí que Fraga era ministro en aquel momento y en sus propias memorias reconoce su apoyo a aquella medida.

Intentando contrastar los hechos: Escolar evita contrastar el tema con las palabras que el propio Fraga explicó su actuación en este tema, que eran que la acusación que había contra Julián Grimau no era por su militancia, sino por asesinato y tortura con sopletes. Concretamente, se acusaba a Grimau de haber asesinado a Ismael Alonso de Velasco, Francisco Cozar García, Miguel Daura Ramírez, Joaquín Serrano Rodríguez y Manuel Vara Colón, además de haber torturado a Sara Jordá y Joaquina Sol, después también asesinadas.

Escolar también insinúa que Julián Grimau fue tirado por la ventana, aquí en el contraste podemos aludir el libro de alguien tan poco sospechoso como Jorge Semprún (“Memorias de Federico Sánchez”), que era miembro del Comité de dirección del PCE precisamente en el momento en que Grimau – a quién conoció personalmente – asegurando que el propio Santiago Carrillo le comentó que creía que la caída de Grimau no había sido provocada sino que era él quien se habría intentando suicidar. Semprún también asegura que Grimau participó en el proceso de liquidación del POUM.

El debate en el caso Grimau (bien diferente al caso de Enrique Ruano, que nunca ejerció violencia contra nadie), es el debate sobre la pena de muerte, pena que por desgracia en los años sesenta aún estaba vigente en demasiados países para los casos de asesinato. Afortunadamente hoy ya no es así, aunque vergonzosamente algunos países como Estados Unidos la mantienen.

En todo caso cabría preguntarse quién es nuestra generación para juzgar los crímenes de Julián Grimau o del propio Fraga. Ya que el tema de fondo es ese deseo de la juventud actual de erigirse en juzgadores supremos de hechos que no vivieron. Nuestra recomendación, en todo caso, es que si se quiere “juzgar” aquellos hechos, parece lógico por lo menos contrastarlo con sus versiones de los hechos, aunque hacerlo obligue a revivir aquello de “las dos Españas”: los de izquierda darán más valor a los testimonios que dejen mal a los de derecha que al revés y los de derecha contraatacarán sacando los testimonios que dejen mal a los de la izquierda, y podremos seguir viviendo del trincherismo mediático durante años.

J. F. Lamata

17 Enero 2012

Por delante de los tiempos

Alberto Ruiz-Gallardón

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Una mirada con cierta perspectiva sobre la trayectoria de Manuel Fraga confirma que supo adelantarse a los acontecimientos y a las ideas políticas que, posteriormente, definirían la España plural y democrática del siglo XXI en la que hoy convivimos. Sus decisiones, con las cuales siempre fue consecuente, exigen ser evaluadas de acuerdo con el contexto social y político en que adoptó cada una de ellas. Es así, con esa audacia innata, como primero consiguió introducir cierto factor modernizador dentro de un régimen que había hecho del inmovilismo una seña de identidad, y también como homologaría la derecha española con los grandes partidos liberales de Europa, fundando una opción política que con el tiempo se reorientaría hacia el centro reformista.

A través de sus hechos –basta repasar los grandes logros de Fraga hasta 1978– podemos comprobar que, lejos de ser un nostálgico, siempre tuvo la mirada puesta en el futuro. Su capacidad para identificar oportunidades para la modernización de España se extiende a todos los ámbitos. El turismo, que hoy constituye uno de los pilares de nuestro modelo económico, comenzó a ser un sector capaz de generar riqueza gracias a la determinación en tal sentido de Fraga. Lo decisivo de ese empeño es que, además de una extraordinaria fuente de ingresos para nuestra economía, también fue un elemento que favoreció notablemente un cambio en los usos y costumbres de la sociedad española, y con él, su progresiva apertura hacia fórmulas de convivencia democrática.

Es lo mismo que ocurrió con la nueva Ley de Prensa que promovió en 1966. A través de ella abrió una brecha por la que el pensamiento de muchos intelectuales moderados, como aquellos que formaban parte de «Cuadernos para el diálogo», encontró su cauce de expresión y difusión. Así, las ideas sobre las que posteriormente se sustentaría la reforma política pilotada por Adolfo Suárez empezaron a penetrar y a ser conocidas en la sociedad española gracias a esa reforma que hoy puede parecer tímida pero que, como hemos comprobado, cumplió una función histórica.

Su participación en la elaboración de la Constitución de 1978 y, sobre todo, en la construcción del consenso en que ésta se apoyó, es una contribución que sitúa a Fraga en la galería de los grandes personajes del siglo XX. Su servicio a la democracia es a este respecto inmenso.

Partiendo de un tiempo tormentoso, y pese a las incomprensiones de uno y otro signo, supo orientar sus pasos en la dirección necesaria para lograr la reconciliación entre los españoles, asumió la difícil misión de encaminar hacia esa senda a una parte de aquellos que en principio eran más reacios a seguirla, y deja ahora como legado el partido más solvente y respaldado de nuestra democracia.

Cuando se trataba de asuntos de Estado, Fraga nunca adoptó la posición que más podía favorecer su interés personal o el de su partido. Siempre antepuso el interés general, aquel que, según sus convicciones, más convenía a España. No gustaba de elegir el camino más corto o el más sencillo de transitar, sino el que, por difícil que fuera de recorrer, resultara más provechoso para todos. Y así fue como marcó el rumbo del Partido Popular hasta hacer de la formación política que él mismo fundó un auténtico partido de gobierno.

Además de la modernización de Galicia desde la presidencia de la Xunta, que definió un modelo que conjuga de modo armónico distintos sentimientos de pertenencia, y que sobre todo llevó dinamismo y desarrollo a esa parte de España, la aportación definitiva de Fraga a nuestra vida pública es la que supuso la entrada en escena de una nueva generación en la política española gracias a la generosidad y lucidez con la que él mismo concibió ese relevo. No cabía esperar cosa distinta, sin que eso le reste un ápice de mérito, en quien hizo de la política un argumento de vida, una manera de servir a sus compatriotas y una manera de entenderse y dialogar con los más jóvenes. El desapego de Fraga respecto a lo material es sin duda el reverso de esa idea casi calvinista del trabajo, que llenaba de asombro y admiración a quienes tratábamos de seguirle el paso y que brinda al conjunto de la sociedad la referencia intachable de lo que debe ser un responsable público, un político y un hombre comprometido con el progreso de sus semejantes.

Desde el domingo, Manuel Fraga forma parte de nuestra Historia –de nuestra mejor Historia– como Nación. Sin embargo, no cometamos el error de dejar su figura en el pasado. Seamos inteligentes y aprovechemos su mejor enseñanza: esa forma suya tan personal, pero de significado tan legible para todos, de ejercer la política como expresión de una irrenunciable vocación de servicio público, nacido de su compromiso profundo, sincero y sentido con el progreso de España.

 

16 Enero 2002

Un gallego como tú

Pío Cabanillas Alonso

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Entre los afines es una llamada al orgullo; entre los adversarios, la evocación del rival indiscutible

No es fácil escribir del amigo de mi padre, del patriarca de una familia entrañable, y de alguien que siempre me trató como si fuera un hijo. De un hombre generoso en el consejo, que siempre se hacía sentir cerca. Un hombre que se esmeraba en compartir y recordar las preocupaciones de cada uno porque su entrega y capacidad de esfuerzo no se limitaba solo a su vida académica o pública sino que abarcaba también a las personas que le rodeaban.

De su obra intelectual y política mucho y muchos han escrito ya y seguirán haciéndolo. Pronunciar el nombre de Manuel Fraga suena como un aldabonazo en la conciencia y en las convicciones de cualquiera. Entre los afines es una llamada al orgullo, un compendio de labor bien hecha. Alguien para quien la política fue más que el poder, fue servicio y deber. Entre los adversarios, es la evocación del rival indiscutible, la evocación del dirigente político, de la fuerza de su personalidad y mensaje.

Prefiero referirme aquí, sin embargo, a cuatro facetas humanas, a cuatro grandes hombres de la vida gallega que confluyen en uno mismo, y que están, todos ellos, guiados por ideales de lealtad y trabajo.

Era un hijo de la emigración -y emigrante él mismo-, un patriota de su tierra, y de las tierras de su tierra que se propuso recorrer enteras. Un hombre del pueblo, viajero incansable, de aldea en aldea, como ejemplo y como garantía, como lección de política verdadera. Y esa tierra también era mar. Y en ese periplo también está Cuba como pórtico de entrada a tantas comunidades de Hispanoamérica. Entre sus más de 250 viajes oficiales al extranjero -170 de los cuales al frente de la Xunta-, medio centenar se dirigieron a países de América Latina.

Fraga fue modelo, irmán y motivo de orgullo para el pescador, para el conductor de autobús, para el limpiabotas del aeropuerto, o para el conserje del hostal a quienes hacía sentir personajes en su propio derecho. Era el hombre sencillo, el paisano… “Gallego como tú”, definición acertada de sus primeras campañas.

Escritor y lector empedernido con tres piezas literarias de cabecera: El Poema de Mío Cid, El Quijote y La Perfecta Casada. Autor de más de noventa libros, más de cien ensayos de toda índole, y más de 500 artículos en prensa; hombre estudioso y profundo, doctor honoris causa por catorce universidades de todo el mundo.

Hombre de familia, mayor de doce hermanos, hijo que guarda la memoria de una madre que unió en él la sangre de dos grandes pueblos; sobrino de la tía Amadora, orgulloso padre y esposo, y amigo de sus amigos. El amigo de mi padre.

Les hablo de quien creyó que la configuración política actual, fruto de la Constitución, es la que más se acerca al concepto de la realidad histórica y cultural de España, la que establece el mejor cauce para la solidaridad entre nuestros pueblos y para el respeto de las identidades.

De quien cree que ejercer el liderazgo es poner en práctica las convicciones propias y no el contenido de artificiales pactos que sólo se justifican por la mera consecución del poder, y que reflejan todas las ambiciones, menos las de los ciudadanos. “Hay que saber lo que uno quiere, y hacerlo”, me decía a menudo. Claro que cuando le contestaba que yo no sabía lo que quería, me replicaba tajante: “Pues lo haces y punto”.

Un trabajador serio y honrado que se sometió al balance que, de una responsabilidad pública, en democracia hacemos los demás. Una responsabilidad pública ejercida, creativa, y vivida.

Un hombre emotivo como buen gallego, que se emocionaba entre los suyos, un caballero de lágrima como diría Cervantes, o feo, católico y sentimental como lo fue Bradomín.

Un hombre, en fin, que entendió la vida como una senda en la que uno no traiciona sus principios.

17 Enero 2012

Galicia sin patrón

Antón Losada

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El día de su primera toma de posesión como presidente, Manuel Fraga afirmó sentir como si toda su vida hubiera sido un largo camino de preparación para aquel momento. Seguramente no se equivocaba. En su haber, siempre le quedará haber guiado a buena parte de la derecha española desde los jardines del Palacio de Oriente hasta la tierra prometida del constitucionalismo y el Estado autonómico. Tampoco debiera dejar de anotarse -visto lo que vino después- su leal oposición a Felipe González, con aquella aclamada teoría de los garbanzos.

A la derecha gallega también la condujo hasta otra tierra prometida: la de su reinventado «galleguismo popular». Para la historia quedará siempre la habilidad con que amplió la base de su escueta primera mayoría absoluta. Logró apropiarse con aplomo de la herencia galleguista para incorporarla al acervo de la derecha gallega como si siempre les hubiera pertenecido. Tarea en la que contó con la inestimable colaboración por incomparecencia del nacionalismo y la UPG, siempre dispuesta a echarle una mano a la derecha, a ver si así se colapsa el sistema de una vez y hacemos la revolución. En su saldo positivo, también debe anotársele haber dotado a la Xunta de Galicia de una eslora institucional y una navegación política que habría tardado más en alcanzar.

En su debe, sin embargo, contará para siempre haber colaborado con tanto convencimiento como activismo con la dictadura franquista y sus sistemas de represión, manipulación y propaganda. La historia no le absolverá. Pero ya le ha tratado con mucha generosidad, al permitir que se recuerde más aquella época de su vida por el baño en Palomares y el Meyba, que por haber sido miembro de un Gobierno que perseguía y maltrataba a quien no pensara igual.

También figurará en su saldo negativo haber desaprovechado, en gran medida, la mayor oportunidad que ha disfrutado nunca Galicia para planificar y completar un proceso de modernización como país que nos llevase a una economía con más valor añadido y más competitiva, un territorio más equilibrado, o unas instituciones más eficaces y de mayor calidad democrática. Nunca dispusimos de tantos recursos, tanta capacidad de decisión y autonomía política y tanta voluntad para poder ser lo que quisiéramos ser. El resultado ha sido correr muy rápido delante de nuestros errores liderados por Fraga, hasta que han acabado por volver a alcanzarnos.

Como si estuviéramos jugando a la Oca en vez de vivir, amar o gobernar y hubiéramos caído en la calavera, hemos retornado a la casilla de salida. Estamos como cuando Fraga se fue. Sin patrón al timón, sin modelo en las máquinas. Más viejos, más cansados y con la palabra crisis incorporada a nuestro vocabulario como excusa útil para encubrir toda suerte de crímenes y desmanes.

A la Democracia Feijoniana se la ve como ausente sin Zapatero. A menos de un año de las elecciones, liquidada la herencia bipartita y sin enemigo exterior ante quién alzarse, solo le queda su exigua gestión. La oposición sigue buscando su camino. Pachi Vázquez acaba de librarse de la sombra del gran elefante blanco redentor que siempre aguarda el socialismo galaico. Los nacionalistas, como suelen, parecen a punto de decidir al fin qué quieren ser de mayores.

Quién gane las próximas lecciones lo va a tener aún más difícil. Galicia tiene en frente una recesión y los mismos retos del país periférico y poco competitivo que éramos entonces. Una economía morosa, anticuada y lateral. Una población envejecida y dependiente, dispersa y mal atendida. Un territorio machacado, desequilibrado e ineficiente. Una cultura política basada en la dependencia y el intercambio de favores.

La anécdota, real o no, que mejor retrata a Fraga cuenta como, entre el calor de una agotadora campaña electoral y asfixiado en una churrasquería por votantes y simpatizantes, a la pregunta de un camarero respondió no haber venido a este mundo a decidir si el agua se la tomaba con gas o sin gas. «Usted póngame una, yo me la bebo y punto». Nosotros sí hemos venido a este país para decidir si el agua nos la tomamos con gas o sin gas. Decidirlo, o beber la que nos pongan. He ahí el dilema.

18 Enero 2012

El viejo tótem de la derecha

Anxo Guerreiro

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No se puede entender el presente ignorando el pasado. Por eso la historia no ha sido nunca un tema menor o carente de interés. Muy al contrario, no solo conforma activa y poderosamente el presente, sino también el futuro. Esta es la razón por la que la derecha española, haciendo gala de una evidente desmesura, quiere convertir a Manuel Fraga en un hombre providencial, en el protagonista de la segunda mitad del siglo XX en España. Pero la tarea no le será fácil, porque la dilatada biografía del viejo tótem de la derecha, la misma que le impidió en su momento ser presidente del Gobierno, frustrará también los actuales intentos de sus correligionarios más apasionados. Porque, en efecto, es imposible elevar a los altares de una democracia a un político como Fraga que, proclamando en los últimos años el patriotismo constitucional, jamás comprendió que tal afirmación era incompatible con aquel otro patriotismo que practicó durante muchos años, el de la vieja tradición del nacionalcatolicismo excluyente y liberticida. Por eso Fraga nunca estableció una verdadera diferencia moral entre la democracia y la dictadura, de la que nunca renegó, y a la que sirvió con fervor e inusitada dedicación.

Sería también una intolerable tergiversación de nuestra historia reciente atribuirle a Fraga un papel determinante en la transición de la dictadura a la democracia. Al contrario, el personaje ahora desaparecido intentó retrasar y limitar en todo lo posible el alcance del imprescindible cambio político. Los deseos mayoritarios de la sociedad española en favor de la democracia fueron canalizados a través de un pacto político entre las fuerzas de la oposición al régimen franquista y los sectores aperturistas procedentes de aquel, encabezados por Adolfo Suárez. Manuel Fraga no tuvo más remedio que incorporarse a trompicones a ese proceso, que ni diseñó ni dirigió, so pena de quedar relegado definitivamente al ostracismo. Posteriormente, es cierto que contribuyó al pacto constitucional y a insertar en la democracia a los sectores nostálgicos del viejo régimen. Pero una cosa es reconocerle esos méritos y otra muy distinta atribuirle un papel decisivo y protagonista en la conquista de la democracia. Por eso, solo cuando poderosas fuerzas internas y exteriores (OTAN) obligaron a dimitir a Suárez y propiciaron la descomposición de UCD, logró Fraga hacerse con el liderazgo de la derecha española, aunque jamás pudo transformarla bajo su dirección en alternativa de Gobierno. Finalmente, su pasión por el poder, no por la libertad como afirma Rajoy, le llevó a las más sorprendentes contradicciones con el fin de alcanzarlo o de mantenerse en él. Por eso Fraga no deja como legado a su partido ni al país un pensamiento político coherente que pueda perdurar en el futuro.

Es también una desmesura considerar a Fraga el creador de la Galicia moderna. Esta afirmación va camino de alcanzar la categoría de dogma y, como todo dogma, requiere una gran dosis de fe inmune a la realidad y a la evidencia científica. Sin embargo, un balance que resulte del análisis de la evolución de Galicia, situando a esta en relación con el entorno económico y social al que pertenece, llegará a conclusiones muy diferentes a las que proclaman los acólitos del desaparecido expresidente de la Xunta. En efecto, los datos del INE (Contabilidad Regional de España) demuestran que durante el largo mandato de Fraga se produjo un indiscutible deterioro de la posición relativa de la economía gallega. Galicia creció menos que la media española y muy por debajo de las comunidades autónomas más avanzadas, pese a disponer de importantes recursos que superaron los 72.000 millones de euros y que, en cierta medida, fueron despilfarrados.

No mucho mejor parada salió la salud de nuestra democracia. Porque Fraga aspiró siempre a construir un régimen, es decir, un dominio sobre cualquier otro poder significativo, fuera político, económico o social, con una grave restricción del pluralismo y de la alternancia política. Porque un régimen es, en efecto, una forma de gobernar que, como la de Fraga, rompe con la tradición parlamentaria, que fue concebida precisamente para que la oposición fuese siempre una alternativa factible, y para que los centros de poder estuvieran repartidos y se controlasen entre sí. Un Parlamento que en vez de ser potenciado como institución central del sistema fue reducido a un ente ornamental, una Administración pública carente de transparencia, o unos medios de comunicación públicos que no respetaban ni el pluralismo político ni la veracidad informativa, tal como puso de manifiesto el informe del Valedor do Pobo ante el Parlamento, son hechos que no avalan precisamente la etapa Fraga como un paradigma democrático. Así pues coincido con Antón Losada cuando ayer decía en estas mismas páginas que la historia no absolverá a Fraga. Basta leer los periódicos extranjeros de estos días para avalar semejante afirmación.