28 octubre 2010

El diario EL MUNDO se adelantó por error y publicó la esquela dos días antes del fallecimiento del sindicalista

Muere Marcelino Camacho, padre del sindicato Comisiones Obreras y dirigente histórico del comunismo en España

Hechos

El 28.10.2010 falleció el ex Secretario General del sindicato Comisiones Obreras, D. Marcelino Camacho.

29 Octubre 2010

Un símbolo de la lucha antifranquista

Javier Redondo

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Ahora, precisamente ahora que los sindicatos practican bailes de salón, la muerte de Marcelino Camacho desnuda los tiempos y pone al sindicalismo frente al espejo. Y el hoy, al margen del contexto, no resiste la comparación. Él era ejemplo de militancia, honradez, rigor, integridad, sencillez y sobre todo bonhomía. Era un hombre bueno amarrado de por vida a sus principios. Era Marcelino Camacho: republicano, comunista, exiliado, fundador de Comisiones Obreras, antifranquista, fresador, diputado, coherente, humilde, obstinado, prófugo…

Nació en 1918 en una pequeña localidad soriana. Su padre era guardagujas y estaba afiliado al Sindicato Nacional Ferroviario, de la UGT. Su madre era guardabarreras. Ella murió pronto. El pequeño Marcelino tenía sólo nueve años. A los 15 ya era miembro de UGT y a los 17 de las Juventudes Socialistas Unificadas, pues el sindicato socialista le parecía demasiado moderado. Su vida corría tan rápida como la Historia. Al año siguiente estalló la Guerra Civil y combatió en los frentes Centro y Sur. Luego comenzó el calvario.

Lo extraño es que él lo cuenta como si no lo hubiera padecido. Pero cuando aparecieron las primeras lagunas en su memoria el 93 Batallón Disciplinario de Penados estaba grabado a fuego y repetía cada palabra como una letanía. A él pertenecía en el momento en que se escapó en Marruecos tras recorrer varias cárceles españolas desde que lo detuvieron en 1939.

Era 1943, se refugió en Orán, Argelia. Allí trabajó como fresador y conoció a Josefina Samper, su eterna compañera, una mujer extraordinaria que no ha dejado un solo segundo de admirarle y quererle. Ella le tejía los jerseys, también ese granate de cuello vuelto con el que se le recuerda al salir de la prisión de Carabanchel y montarse en el 600 tras la muerte de Franco.

De hecho, él se jactaba de que en Japón y Grecia se vendía un modelo de prenda llamado jersey Marcelino. Lo copiaron del original y su única preocupación era que se lo devolvieran intacto. Todavía lo conservaba.

Total, que Camacho llegó junto con otros prófugos a la ciudad en la que vivía Josefina con su familia, emigrante de Almería. Hablaron durante un tiempo. Cierto día, él le hizo llegar una nota. Se vieron de nuevo: «¿Tienes novio?»; «No»; «Entonces, ¿nos casamos?». Tras un año de papeleo y de concienzuda tarea por parte de la suegra de engordar un poco al escuálido novio a base de potajes, se casaron el 22 de diciembre de 1948. Enviaron la foto a la hermana de Marcelino, que cumplía condena en Segovia.

Regresó a España en 1957 con un indulto resultado del aperturismo franquista, producto, a su vez, de las buenas relaciones de España con Estados Unidos, el reciente ingreso en la ONU y los méritos que exigía la incipiente Comunidad Económica Europea. En esos tiempos, la lucha era toda una: política y sindical; antifranquismo y revolución social se daban la mano en la clandestinidad.

Marcelino Camacho, desde la fábrica de Perkins, se dedicó a organizar el sindicalismo de clase que trascendiera los distintos comités de trabajadores organizados por sectores, de modo que se pudiera trazar una estrategia común para todas las comisiones a la hora de negociar los convenios colectivos, creados en 1958. En 1962 impulsaron la primera huelga general. Franco declaró el estado de excepción.

En 1964 CCOO inició su actividad regular. Camacho pertenecía a la Comisión Obrera Provincial del Metal. El sindicato estaba organizado del siguiente modo: Comisión de Empresa -si ésta era muy grande y estaba implantada en varias zonas-; Comisiones Provinciales de Rama; Comisiones Interramas y en el vértice la Coordinación General de CCOO. El sindicato representa el grueso de la oposición no tolerada y trae de cabeza al régimen. En 1966, sus dirigentes publican el documento Ante el futuro del sindicalismo. A finales de junio, Camacho y otros enfilan el Ministerio de Trabajo con 30.000 firmas que reclaman derechos sindicales.

Por aquel entonces la lucha sindical era un acto de valentía en absoluto gratuito. Al año siguiente el Tribunal de Orden Público le condena por asociación y manifestación ilícitas. El 1 de marzo ingresa en prisión. Permanece en Carabanchel hasta el 10 de marzo de 1972. Antes se habían celebrado las primeras elecciones sindicales, CCOO era el sindicato mayoritario. Su éxito se basó en la fórmula legalidad más ilegalidad; combinación de pragmatismo y beligerancia.

No había puesto el segundo pie en la calle cuando retornó a la cárcel. Se había producido la revuelta de El Ferrol, que acabó con dos muertos y más de 30 heridos. En suma, pasó 14 años entre rejas. La última vez tras el Proceso 1.001: diez líderes sindicales y comunistas fueron condenados a penas de hasta 20 años de prisión. Por supuesto, Camacho estaba entre los que recibieron el castigo más severo, junto con Eduardo Saborido, también 20 años; Sartorius y García Salve, 19; Muñiz Zapico, 18; y Fernando Soto, 17.

En principio, la sentencia no iba a ser tan dura, pero el asesinato de Carrero Blanco, la misma mañana del juicio, hizo saltar las alarmas del régimen y los pronósticos. La pena fue revisada a la baja en febrero de 1975: seis años. Josefina lo recuerda como si fuera ayer. Cuenta que «hubo un policía, un buen hombre» que garantizó la seguridad de familiares y simpatizantes. La escena de la Plaza de las Salesas se recreó en un episodio de Cuéntame en el que intervino: «Por primera vez en mi vida me veo protegida por un policía», dijo aquel día lo mismo que en la serie.

El rey les concedió a todos el indulto definitivo. Todavía en 1976 fue multado porque CCOO seguía fuera de la ley. Pero todo estaba a punto de cambiar. Nombrado secretario ejecutivo del PCE, fue diputado en dos legislaturas, 1977 y 1979 y fue una figura clave de la Transición española. Dimitió en 1981 porque no quedó conforme con el Estatuto de los Trabajadores.

Se concentró en la actividad sindical y dejó el partido en 1982 para «reforzar la independencia» del sindicato. En 1987 le sustituyó Antonio Gutiérrez al frente de la Secretaría General de CCOO. Se certificaba así el cambio de época. Camacho se jubiló con una pensión de 112.000 pesetas más otras 25.000 de un fondo de su fábrica.

Publicó sus memorias en 1990: Confieso que he luchado. La última batalla fue menor. En el VI Congreso, en 1996, se rechazó su candidatura a presidir el sindicato. Quizás se explique porque ya se había convertido en el pepito grillo del sindicalismo. Podía serlo: no le gustaba nada que los sindicatos se llenaran de burócratas y criticó que renunciaran a parte de su ideario. A Camacho se le llenaba la boca de nociones marxistas que no congeniaban con el signo de los tiempos. Su pensamiento era fruto de lecturas clandestinas y autodidactas. Algo desordenado pero inmensamente honesto, conmovedoramente honesto. Cuando en 2001 Nicolás Redondo y él fueron investidos doctores honoris causa por la Politécnica de Valencia, Vázquez Montalbán les presentó como «románticos militantes».

Pues bien, este romántico militante con el que España estará siempre en deuda no salió del barrio, de la cárcel del barrio y de su piso de protección oficial de apenas 67 metros en Carabanchel. Tenía el aire acondicionado en el pasillo. «Me lo puso ahí mi hijo». Las habitaciones eran muy pequeñas. Se enorgullecía de los premios que reconocían su trayectoria. Miraba con los ojos acuosos a Josefina. Era una mirada de regreso y de agradecimiento. Hacía poco que se había perdido por primera vez al bajar a comprar el periódico. El mundo había cambiado con él todavía dentro.

Marcelino Camacho nació en Osma la Rasa (Soria), el 21 de enero de 1918, y falleció anoche en Madrid a los 92 años de edad.

29 Octubre 2010

La bandera del héroe

José María Fidalgo Velilla

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Los derroteros por los que la vida me ha llevado me han permitido ver de cerca a Marcelino Camacho. Me han permitido hablar muchas veces con él y me han obligado, bastantes veces, a hablar de él.

Ahora debo escribir algo. No voy a relatar su vida. Es conocida. Tampoco voy a glosar sus hechos. Son relevantes para todos sus contemporáneos y para las generaciones siguientes. No puedo, ni lo pretendo, ser original. Así que, pensando en él y en los que esto lean, repetiré dos cosas que he dicho quizá demasiadas veces.

La primera. Mucha gente de mi generación amaneció a lo que ahora se llama política en el periodo final de la dictadura del general Franco. En ese amanecer brillaban algunas luces. Eran obreros, que encabezaban la resistencia contra la dictadura. Desde sus policiales y patibularias fotografías en blanco y negro su mirada que nos advertía, nos interpelaba y nos reclamaba, estaba configurándonos a nosotros. Muchos no éramos obreros ni teníamos esa perspectiva vital. Ellos nos construyeron a muchos una red de creencias y (no lo sabíamos entonces) nuestro futuro no solo colectivo sino personal. Fueron, y lo repito una vez más, nuestros héroes. Y en el centro de todos ellos siempre estaba Camacho. Tal fue la fuerza de la atracción que yo caí, tras una especie de recorrido espiral, justo al lado del héroe. Cosas de la vida y de la condición humana. Era tal el brillo de estos héroes que casi todos los demás (y no todos lo eran) nos parecían villanos.

La segunda. Dimos muchas vueltas, la gente de mi generación, al pasado, presente y futuro del comunismo. Camacho era y es comunista. Yo creo que tardé demasiado tiempo en dar con un texto que expresaba mis consideraciones sobre este asunto. Era de Claudio Magris y lo leí cuando yo ya conocía de cerca al héroe, cuando había caído el muro de Berlín y tantos muros, cuando había leído a Hannah Arendt y su descripción implacable del totalitarismo.

Dice Claudio Magris hablando de estas cosas: «Esa herencia moral debe ser recogida incluso por quien no ha compartido su bandera; ay, si, cuando cae la fe en ‘el dios que ha fracasado’, desaparecen con ella los atributos humanos -la consagración a un valor suprapersonal, la fidelidad, la valentía- que esa fe había contribuido a forjar».

Conclusiones sobre la atracción de los héroes: son necesarios para configurarnos si son consistentes y fuertes y quizá por ello cuando hablo de Camacho debo hablar algo de mí. Y sobre las virtudes de Camacho: creo que son claramente las tres citadas en el texto de Magris y que deben seguir escritas en cualquier bandera que merece y merezca ser enarbolada.

Pero a mí, como la primera vez que vi la fotografía de Camacho, lo que más me gusta de él es su valentía, a la que tantos -y él mismo- llaman coherencia.

30 Octubre 2010

Un ejemplo de compromiso social

Nicolás Redondo Urbieta

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Conocí a Marcelino hace ya muchos años. En contra de lo que pueda parecer, mis relaciones personales con él, han sido buenas. Si en más de una ocasión hemos tenido desencuentros, estos jamás fueron personales, sino que correspondían a las diferentes prácticas de nuestros sindicatos sobre políticas de negociación, de consenso y de una cierta concurrencia en la ya evidente bipolaridad sindical, CC OO-UGT.

Su persona está ligada para siempre a la de su sindicato CC OO y con él al conjunto del movimiento sindical, a sus avances, a sus logros, a veces conseguidos con sacrificios, con hechos luctuosos que forman parte de la historia sindical de la que Marcelino fue uno de sus protagonistas.

La personalidad, yo diría la singularidad, de Marcelino, es que reconociendo su compromiso partidario, la fidelidad a su partido, es fundamentalmente desde su compromiso sindical, desde el que ha llegado a ser una referencia para una parte importante de la izquierda sociológica. De una izquierda que ha visto en Camacho un ejemplo de compromiso social, de capacidad de sacrificio y de anteponer los intereses generales de los trabajadores a cualquier otra consideración, incluidos sus intereses personales.

En todos estos años, jamás le oí quejarse de las pequeñas miserias que salpican una vida como la de él y que solo se pueden superar en aras de una vocación política al servicio de los demás. Y en ese sentido, siempre ha demostrado una profunda coherencia política, en el mismo grado que una valentía personal.

Por ello, en estos tiempos de incertidumbre ideológica, cuando se diluyen las señas de identidad y con ello las referencias políticas, uno no puede dejar de reconocer la coherencia de personas que, como Marcelino Camacho, jamás abjuró de sus ideas y siempre ha sido consecuente con ellas.

Marcelino, con su sindicato, CC OO y su partido, PCE, fueron factores sustanciales en el duro batallar para la consecución de una España democrática y una Constitución con un fuerte contenido social.

Con Marcelino, con CC OO, formamos parte de plataformas convergentes democráticas, participamos en las negociaciones de la Comisión de los 10, previa reunión llegamos al acuerdo de presentar conjuntamente la legalización de los sindicatos, manteniendo la unidad de acción que dio lugar a la constitución de la Coordinadora de Organizaciones Sindicales, participamos conjuntamente en las grandes movilizaciones sindicales del primer semestre de 1976, en Asturias, Madrid, Barcelona, Valencia, País Vasco, en la huelga general de noviembre de ese mismo año; factores que, bajo mi punto de vista, facilitaron en gran medida la transición política y con ella una Constitución de perfiles democráticos y sociales.

La transición democrática resultaría incomprensible si no se tuviera en cuenta el destacado papel jugado por el movimiento sindical, del que CC OO, liderada por Marcelino Camacho, formaba parte.

Recuerdo de manera especial la naturalidad con la que se desenvolvía Marcelino en aquel entorno ceremonioso, teatral, consustancial a estos actos, el día que le nombraron doctor honoris causa por la Universidad Politécnica de Valencia. Su intervención sobre El trabajo ha hecho al ser humano social y la magnífica presentación que hizo de él Vázquez Montalbán. Desgraciadamente cuando la Universidad de Cádiz le distinguió con el mismo honor, Marcelino ya no pudo asistir.

Mi relación con Marcelino ha sido en estos últimos años, una relación, digamos, intermitente. Encuentros en diversos actos, conversaciones telefónicas en los que el vínculo se establecía por el tratamiento de temas sociales y políticos y a veces sobre nuestros respectivos estados de salud, etcétera. Uno deja de ser joven el día que le hacen el primer homenaje.

Últimamente, he seguido con especial preocupación el deterioro de su estado de salud, siendo testigo de la entrega cariñosa de Josefina y de sus hijos, a los que desde aquí manifiesto mi más profunda condolencia.

30 Octubre 2010

Una vida en defensa de los trabajadores

Ignacio Fernández Toxo

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Acaba de fallecer Marcelino Camacho Abad, que fuera secretario general de la Confederación General de Comisiones Obreras desde su legalización hasta el IV Congreso, de 1987.

Marcelino vivió en primera línea los momentos más decisivos que protagonizó la clase obrera en España durante el siglo XX. Es, sin ningún género de dudas, un símbolo del trabajo y del sindicalismo de la historia reciente de nuestro país. Nació en Osma la Rasa (Soria) en 1918. Hijo de ferroviario, al abandonar la escuela comenzó a formarse para acceder al mismo oficio que su padre, pero le atrapó la Guerra Civil. Cruzó las líneas y en Madrid se incorporó al ejercitó leal para defender el régimen legítima y legalmente constituido: la Segunda República.

Terminada la guerra, como todos los combatientes y militantes obreros comprometidos con la República, Marcelino -que había ingresado en el PCE en 1935- conoció en propia carne la feroz represión que desencadenó el general Franco para exterminar a los vencidos. Fue apresado y enviado a campos de trabajo forzado en el norte de África. Se evadió, refugiándose en Argelia, donde conoció a su compañera, Josefina Samper, con la que tuvo dos hijos, Marcel y Yenia. En ese periodo se formó como profesional de oficio de la metalurgia.

Aprovechando un indulto, volvió a España en 1957, estableciéndose en Madrid e ingresando en la fábrica de motores Perkins Hispania. Lo hizo como fresador, pero amplió su cualificación profesional hasta convertirse en ingeniero técnico asimilado. La Perkins, como la mina La Camocha, al igual que el propio Marcelino, forma parte del código genético de Comisiones Obreras. Desde la Perkins y otras grandes fábricas metalúrgicas se organizarían las Comisiones Obreras del Metal de Madrid en 1964. Las Comisiones surgieron en el contexto de la persecución franquista, y con el pragmatismo que caracterizó a Marcelino, se decidió ocupar las estructuras del viejo sindicalismo vertical para defender mejor los derechos de los trabajadores. Ello permitía un estrecho contacto con el conjunto de los trabajadores en las empresas para, de ese modo, articular sus reivindicaciones más inmediatas por la mejora de las condiciones de vida y trabajo. Reclamar los derechos más básicos de los trabajadores conducía de modo directo a plantear las libertades civiles y políticas, porque unos y otras eran incompatibles con la dictadura. El resultado era la persecución del sindicalismo.

Como otros muchos militantes de las Comisiones Obreras, Marcelino fue juzgado por el Tribunal de Orden Público (TOP) y enviado a prisión. Cumplió una primera condena entre el 1 de marzo de 1967 -año en el que el Tribunal Supremo declaró ilegales las Comisiones Obreras- y el 10 de marzo de 1972, el mismo día que la policía franquista mató a Daniel y Amador, trabajadores de Bazán, que se manifestaban en Ferrol por su convenio colectivo. Su libertad duró poco más de tres meses. El 24 de junio de 1972 resultó detenido junto a otros nueve dirigentes de Comisiones Obreras y procesado en el famoso Sumario 1001, que despertó la solidaridad internacional con el movimiento sindical de CC OO frente al franquismo. En un documento único, que contiene una extensa declaración ante el Proceso 1001, de jueces, magistrados, fiscales y secretarios agrupados en la conocida entonces como Justicia Democrática, y que nos ha facilitado nuestro amigo Perfecto Andrés-Ibáñez, se recoge una breve reseña del rotativo francés Le Monde en el que se afirma: «Ninguna prueba ni documento encontró la policía… Se trataba de dar un gran golpe para impresionar al movimiento obrero y desanimar a quienes cayeran en la tentación de seguir el ejemplo de Marcelino Camacho o del jesuita padre García Salve», que junto a Sartorius, Zamora, Santiesteban, Saborido, Fernández, Acosta, Juanín y Soto, integraban la lista de procesados en el 1001. Saldría de prisión 10 días después de la muerte de Franco, pero todavía resultó una vez más detenido en 1976.

La trayectoria de Marcelino durante estos años ilustra perfectamente el modo en el que el sindicalismo de hoy surgió y conoció sus primeros desarrollos, enfrentándose a la dictadura no solo para obtener condiciones dignas para los trabajadores, sino para lograr la conquista de la democracia en España, para lo que resultó decisiva la contribución de CC OO y Marcelino Camacho.

Tampoco fue fácil el periodo en el que Marcelino pilotó CC OO como secretario general, a partir de su legalización. La transición política tuvo lugar en el contexto de una profunda crisis económica y de una serie de amenazas involucionistas. Es menester recordar en este punto que el compromiso del sindicalismo fue inequívoco, concretándose en primer lugar en un apoyo firme a la Constitución de 1978. No solo eso, sino que fueron precisas una serie de renuncias en aras de salvaguardar el proceso democrático. Como el propio Camacho comentaría con frecuencia, los sindicatos fueron los parientes pobres de la Transición. Basta recordar que ya los partidos políticos actuaban en la legalidad cuando todavía CC OO era considerada una organización ilegal. Marcelino Camacho fue elegido diputado en la legislatura de 1977 y reelegido en 1979 en las candidaturas del PCE. Dimite en 1981 para dedicarse plenamente a sus responsabilidades como secretario general del sindicato, un hecho que determinó el camino irreversible hacia la independencia de CC OO.

Marcelino Camacho interpretó el sindicalismo con una profunda vocación unitaria. A la salida de la dictadura pensó, escribió y trabajó para impulsar un proceso unitario del movimiento sindical que desembocara en una gran confederación sindical. No fue posible, pero sus esfuerzos no se dieron en vano. Hoy los dos grandes sindicatos han alcanzado un alto grado de acción y elaboración unitarias, como lo demuestra la historia del movimiento sindical de los últimos 25 años.

Además, en esos años hubo que organizar la resistencia a un proceso de reconversiones industriales y de destrucción masiva de empleo. En 1985, siendo secretario general Marcelino, CC OO organizó la primera huelga general de la democracia en protesta porque el Gobierno de Felipe González endureció las condiciones de acceso a las pensiones.

En suma, la biografía de Marcelino Camacho Abad no es sino la vida y destino de los trabajadores españoles en el siglo XX. Los que crecimos sindicalmente a su lado, nos educamos en un sindicalismo abierto y flexible pero cuyo norte no es otro que la defensa irrenunciable de los derechos de los trabajadores y trabajadoras. Unos derechos que son sustancia de la ciudadanía moderna, o lo que es lo mismo, sustancia de la civilización. Todavía recuerdo aquellas palabras que repetía en momentos determinados: «Ni nos domaron, ni nos doblaron, ni nos van a domesticar», un espíritu que impregnó a las CC OO, y que apuntillaba con ese «siempre adelante y siempre a la izquierda».

Hasta siempre, Marcelino… y para vosotros, Josefina, Marcel, Yenia, para Vicenta, nietos y su familia, un fuerte abrazo de todas las Comisiones Obreras.

Ignacio Fernández Toxo

30 Octubre 2010

Sindicalista

Carlos Boyero

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La conveniente traducción y divulgación de una frase del aguerrido juglar Woody Guthrie fue durante mucho tiempo que su guitarra le servía para matar fascistas. Una investigación más rigurosa reveló que Guthrie era más radical en su deseo. Su impresentable convicción era que su guitarra servía para matar demócratas. Guthrie dedicó emotivas canciones a la figura de Joe Hill, a la lucha sindicalista cuando militar en ella contra el esclavismo ancestral que imponían los patronos implicaba que te rompieran los huesos o te asesinaran. En esa misma nación, ocurrió tiempo después algo tan degenerado como que el sindicato de currantes más poderoso del país se hiciera socio del sindicato del crimen, que Jimmy Hoffa hiciera permanentes negocios con la Mafia. Hay de todo en la historia del inaplazable sindicalismo, según las épocas y la situación de cada país, pero resulta muy arriesgado identificarlo eternamente con el progresismo. Mi idea de la izquierda no es el estalinismo, pero tampoco puedo asociarla con el meapilas Walesa y con esos gemelos siniestros, líderes de un sindicalismo obrero que logró vencer al régimen de su totalitario país. También recuerdo la enorme simpatía de Franco hacia una cosa aun más alucinógena que farsante llamada sindicato vertical.

El finado Camacho pagó su fe en el sindicalismo con numerosas y prolongadas estancias en el siempre ingrato trullo, continuó hasta el final de sus días en la seguridad de que el comunismo era lo mejor que había ocurrido en la tierra, jamás fue visitado por el rayo milagroso de esas conversiones ideológicas que pueden mejorar notablemente la cuenta corriente y transformarte en ídolo de lo que supuestamente detestabas, tampoco se hizo sociata cuando le convenía y en la medradora certeza de que siempre habría un ministerio o una dirección general para su honorable persona. Que su horroroso jersey se pusiera de moda entre tanto feligrés fue grotesco (también la gorra del Che) y su discurso podía sonar a monocorde y previsible. Pero es imposible negar su honradez y su credibilidad. En tiempos duros y en tiempos golosos.