8 enero 1903

Fundó junto al asesinado Cánovas del Castillo y el fallecido Rey Alfonso XII el sistema político de la Restauración

Muere Praxedes Mateo Sagasta, ex Presidente del Consejo de Ministros de España y líder del Partido Liberal

Hechos

El 8.01.1903 la prensa dio noticia del fallecimiento ed D. Praxedes Mateo Sagasta

Lecturas

El 4 de enero de 1903 falleció D. Praxedes Mateo Sagasta, a la edad de 75 años. El que fuera varias veces ministro y presidente del Consejo de Ministros entró muy joven en política. Primero en el Partido Progresista. Excelente orador y escritor reorganizó el partido, defendió sus ideas y participó en la revolución de 1868 que derribó a Dña. Isabel II.

Fue ministro en los gabinetes del Duque de la Torre y del General Prim. Votó la venida a España del Rey Amadeo de Saboya, aunque provocó con ello la escisión del ala más radical del partido.  Nombrado presidente del Gobierno de 1871, tuvo que dimitir tras el resultado adverso de las elecciones de abril del año siguiente.

Al establecerse la Restauración con D. Alfonso XII, la respaldó. Quedó al frente del Partido Liberal estructurando un ‘turnismo’ con el Partido Conservador de D. Antonio Canovas del Castillo. Ahora el liderazgo del Partido Liberal y el Partido Conservador queda huérfano al haber fallecido tanto el Sr. Sagasta como el Sr. Cánovas. Las principales figura del Partido Conservador actual son D. Francisco Silvela y D. Antonio Maura, mientras que en el Partido Liberal los principales líderes son los Sres. Montero Ríos, Moret y el Conde de Romanones, pero ninguno de ellos congrega el respaldo en sus respectivos bloques que tenían sus antecesores.

Sagasta

Editorial (Director: Torcuato Luca de Tena Álvarez Osorio)

8-1-1903

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La biografía de Don Praxedes Mateo Sagasta, referida en cien ocasiones y una vez más con el triste motivo de su muerte, la sabe todo el mundo de memoria. Para nadie es un misterio que de los setenta y cinco años que vivió e ilustre patricio, consagró más de cincuenta a la defensa de las ideas liberales, con su palabra en la tribuna, con su pluma en la prensa, con las armasen la mano en las calles de Madrid.

Su personalidad política llena medio siglo de la historia de España; su nombre va asociado al progreso de la nación, que hoy le llora con rara unanimidad. Reconocen en él, los que profesan ideas liberales, al patriarca de las libertades españolas y por lo menos conformes con el espíritu del siglo, al gobernante probo, personificación de la bondad y la honradez.

Fue una figura excepcional, porque sin ser un genio fue el primer político de su época; sin ser el mayor talento de su partido, fue, sin embargo, el hombre insustituible; sin ser tribuno arrebatador, fue un orador temible: la Revolución le debió mucho, mucho le debe la Monarquía.

La opinión exaltada, cuando le censuraba creyéndole víctima de un error o de una inconsecuencia, estaba deseando disculparle y volver a creer en él. Le faltó a ser general para coronarse con la aureola que dan las victorias de la guerra. Espartero y Prim únicamente pudieron provocar mayores entusiasmos por sus triunfos militares; pero en punto a conquistar popularidad y a ganar el cariño de las masas, no le ganaron aquellas dos figuras que con la suya compartirán ante la historia el mérito de haber sembrado en España las ideas de progreso.

Fue, sobre todo, un gran ciudadano. La sinceridad que le llevó a las barricadas en las calles y a los radicalismos en la tribuna, le hizo volver en otras ocasiones a la templanza cuando las responsabilidades del poder y las conveniencias de la nación le obligaron a ser reflexivo y a sacrificar los móviles del entusiasmo a los beneficios del orden. Pudo ser inconsecuente a los principios de su política; jamás lo fue a los impulsos de su corazón. El Sagasta íntimo, todo llaneza, bondad y cariño, es el Sagasta gobernante.

A la política, con la que creía honradamente prestar un servicio a su país, lo sacrificó todo: su tranquilidad y su provenir, las afecciones íntimas, la salud por último, cuya ruina aceleraron las crueldades de que está lleno el ejercicio del poder.

De cuantas frases se han hecho estos días con motivo de la muerte del insigne patricidio, creemos que ninguna refleja tan exactamente la obra de Sagasta como la del Presidente del Senado, al decir que “era la representación de nuestras luchas por el nuevo derecho, el símbolo del nuevo espíritu penosamente infiltrado en las leyes que nos rigen”.

En la apología de Sagasta dos virtudes contribuirán a dar luz esplendorosa sobre su nombre: la modestia y la honradez. Desde la obscuridad, desde la insignificancia llegó por sus propios méritos a la omnipotencia política. Pobre nació y pobre ha muerto, a pesar de su tránsito por todas las grandezas humanas.

¡Hermoso ejemplo digno de eterna alabanza!

¡Descanse en paz el hombre ilustre, y reciba su memoria sagrada entre los homenajes más sinceros, aunque más modestos, el de ABC!

Muerte de Sagasta

DIARIO UNIVERSAL (Augusto de Figueroa)

6-1-1903

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Ha muerto. Una larga vida, gloriosa y agitada, vida repleta con todas las ansias de la ambición; con todos los ensueños generosos que alientan en los hombres predestinados para mandar; caldeada con todos los fervores que encienden las luchas políticas en el pecho humano; iluminadas a veces con los resplandores alegres del triunfo, otras con los tristes reflejos de las discordias trágicas; una vida acompañada en su carrera por el tumulto elamoroso de esfuerzos y desmayos, de combates y persecuciones de ruinas y de victorias; una vida que ocrrió empujada por el rebelde ospírirtu de la edad contemporánea hacia las batallas donde se ventilaron los destinos de un pueblo grande; una vida que llegó en hora aún cercana a su ocaso, ineludible declinación  del existir a que nos arrastra el tiempo, entregándonos prisionero

Así va labrando la Historia su palacio, Rivero Ruiz Zorrilla, La Torre, Posada Herrera, Martínez Campos, Cánovas, Castelar, Pi y Margall, Alonso Martínez, cien de cuantos con Sagasta urdieron la trama de nuestra existencia nacional durante medio siglo, han ido desfilandoo ante los ojos de la muchedumbre que los combatieron o los asoraron. Uno tras otro han sufrido la caída irrevocable. Y las oleadas de las nuevas generacines que arriban sin cesar, invasoras y solemnes borran las huellas que aquellos dejaron en el mundo desvanecen en los coetáneos la amarga sensación a sus almas llevadas por el acabamiento de los suyos, reemplazan a estos con la impiedad de lo necesario, y hoy empujan poco a poco hacia el olvido, último e irremediable perseer. Los que eran ayer actualidad viva y palpitante, son hoy pasado; y el pasado es una tumba implacable que no devuelve sus muertos.

No hace un mes añadía nuevas páginas a sus anales de luchador. Presidente de un Gobierno quebrantado, jefe de un partido descompuesto, acometíante las oposiciones reciamente. Y en sus mismas derrotas, en la esterilidad de sus supremos esfuerzos por retener cuanto de sus mans y a trémulas y débiles se escapaba en la violencia con que se revolvía contra las pansadas de sus vencimientos inconfesados, birllaban aún como relámpags aquellos fervientísimos anuncios de lucha que fueron al través de sus años el resorte de su energía.

Quizás edificó en nuestra vida pública menos que otros, pero combatió más que ninguno. Cuando el rumoor de sus contiendas se acallen, podrá oirse la voz de la justicia al estudiarle. Aún caliente su cadáver, sería impfo. Descanse en paz. Nosotros expresamos hoy la pena que lleva a nuestros pechos la desaparición de una figura preeminentemente, y no basta. Otras ansias solicitarán en la vertiginosa sucesión de los días nuestro pensamiento y nuestra pluma. Pero no vendrá el olvido tan pronto que desvanezca nuestro piadoso empeño de renovar su memoria, porque los nombres de los muertos ilustres brillan perdurables en el azul glorioso e infinito.

Diario Universal