15 septiembre 1992

En la III Asamblea de IU Sartorius encabezó su propia lista al Consejo Político Federal que logró un 40% de los votos frente al 60% que logró Anguita

Nicolás Sartorius dimite como Portavoz de Izquierda Unida en el Congreso tras la decisión de Anguita de defender el ‘SÍ’ a Maastricht

Hechos

El 15.09.1992 D. Nicolás Sartorius dimitió como portavoz parlamentario de Izquierda Unida.

Lecturas

La defensa cerrada del ‘No’ el Tratado de Maastricht por parte de D. Julio Anguita González y el sector mayoritario de Izquierda Unida se ha saldado este 27 de septiembre de 1992 con la dimisión de D. Nicolás Sartorius Álvarez de las Asturias como portavoz de Izquierda Unida en el congreso de los diputados. El Sr. Sartorius es partidario de votar ‘Sí’ a la votación del congreso prevista para el próximo 29 de octubre de 1992 en la que el Congreso debe ratificar el Tratado de Maastricht, es decir, el tratado de adhesión de España al nuevo proyecto de Unión Europea que incluye la apuesta de la moneda única, el euro.

El PCE es contrario al proceso europeo pero se enfrenta al riesgo de una indisciplina por parte de la mayoría de sus propios diputados, porque en el Grupo Parlamentario (formado por 16 diputados) los partidarios del ‘Sí’, entre los que están todos los diputados catalanes (Iniciativa per Catalunya) y los de ‘Nueva Izquierda’ podrían ser mayoría. Ante eso el Sr. Anguita González ha propuesto la fórmula de que todos se abstengan, pese a lo cuál tanto D. Nicolás Sartorius como Dña. Cristina Almeida Castro ya han adelantado que ellos van a votar ‘sí’.

12 Septiembre 1992

Por qué soy partidario de ratificar Maastricht

Nicolás Sartorius

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Ensanchar la brecha y democratizar Europa es la tarea más importante de los próximos años. Pero si Maastricht se rechaza, esta posibilidad no existirá o tendrá que esperar. Nos quedaremos en el Mercado.

Quiza lo primero que hay que aclarar en el debate sobre el Tratado de la Unión Europea es que éste, sea malo o sea bueno, todavía no está en vigor. Por lo tanto, no es de recibo que se le achaquen las virtudes o las maldades de la situación por la que atraviesa España y Europa. La difícil situación que padecemos no tiene nada que ver con Maastricht. Es obra entera de la política de los gobiernos, incluido el de nuestro país. Un ejemplo: El Tratado acuerda bajar los tipos de interés, lo que es positivo para reanimar la inversión y los gobiernos están subiendo los tipos de interés. El Tratado de la Unión está teniendo dificultades para su aprobación: Dinamarca, el dramático referéndum francés, etc. Es lógico que así sea. Los gobiernos que lo han negociado han actuado de espaldas a la opinión pública y además han dado un paso insuficiente hacia adelante. Pero no nos equivoquemos; las fuerzas políticas que hoy en Francia defienden el NO son las mismas, salvo excepciones, que siempre se han opuesto al proceso de unidad europea. Y me da la impresión de que en todos los países es igual. Y hablo de partidos y sindicatos, no de personas que pueden oponerse por múltiples motivos. Si tuviese que resumir por qué soy partidario de ratificar el Tratado lo centraría en los siguientes aspectos: I.- El paso de la Comunidad Económica Europea a la Unión Europea me parece un salto cualitativo de trascendencia para el futuro. Pasar del Mercado y de lo monetario a la dimensión política me parece positivo. La timidez de este avance es otra cuestión. Ensanchar la brecha y democratizar arropa es la tarea más importante de los próximos años. Pero si Maastricht se rechaza, esta posibilidad no existirá o tendrá que esperar. Nos quedaremos en el Mercado.

MONEDA COMUN.-II.-

Una vez implantado el Mercado Unico -enero 1993- no veo por qué es negativo caminar hacia una moneda única -el ECU- para 1999. Resulta atractivo pensar que dentro de unos pocos años los europeos vamos a tener una moneda común, con la trascendencia que, ello tiene, pues exigirá profundizar la unión en todos los sentidos. Es negativa la independencia excesiva que se otorga al futuro Banco Central Europeo; por otra parte no mayor que la que hoy gozan los bancos centrales nacionales. En todo caso, un mercado único exige, a medio plazo, una moneda única. Mejor que ésta sea europea y que no sigamos bailando todos alrededor del marco. III.- La convergencia que diseña el Tratado no es la de González-Solchaga. Maastricht dice: bajen el precio del dinero, reduzcan la inflación, sitúen el déficit no más allá del 3% del PIB, homologuen sus tipos de cambio. El Gobierno no cumple nada de esto y además quiere situar el déficit en un 1% del PIB, lo que es un desatino. ¿Por qué es negativo que descienda la inflación o el precio del dinero? Otra cosa es cómo lo haga cada Gobierno. Maastricht no tiene la culpa de que la evasión fiscal en España sea monstruosa o que seamos incapaces de gastar con austeridad o que en Italia el déficit se haya disparado por la política clientelar durante 40 años. IV.- El Tratado carece de un diseño de convergencia real y éste será uno de los grandes caballos de batalla de los próximos años. No sólo queremos tener una moneda única sino sobre todo un nivel de vida común. España está unos 20 puntos por debajo de la media Europea. La cohesión está reconocida en el Tratado, y se ha acordado más presupuesto comunitario y más fondos para los países «pobres» -entre ellos España-. Las resistencias de los «ricos» a dar dinero son fuertes y más ahora con la crisis. Hay que presionar con fuerza cara a la cumbre de Edimburgo para que se cumpla lo acordado en Maastricht. Pero hay que preguntarse ¿habrá más dinero para la convergencia real si se rechaza el Tratado? Me temo que todo lo contrario. V.- Lo más negativo del Tratado, en mi opinión, es no haber aumentado suficientemente los poderes del Parlamento Europeo. El déficit democrático subsiste y ésta es una cuestión que debe quedar definitivamente resuelta en 1996 o incluso antes, 1994, pues, en mi opinión, el Parlamento europeo no debería aceptar la entrada de nuevos países -sobre lo que tiene derecho de veto- si no queda colmado este déficit. No obstante, el Tratado aumenta los poderes del Parlamento, incluyendo la codecisión en algunas materias y estableciendo un sistema de investidura de la Comisión Europea. Lo que ocurre es que si no se ratifica el Tratado, las cosas quedarán como ahora, que es la situación peor en este sentido. VI.- El Tratado incluye como política social a 11 países, pues Inglaterra no aceptó la Carta Social. No creo que Major lo hiciese porque era poco avanzada. En todo caso, la dimensión social ha sido la gran ausente de la construcción europea. Ahora por lo menos se contempla gracias a la presión de los sindicatos. No es de extrañar que la CES, incluyendo a UGT y CCOO den un «Sí» crítico al Tratado. ¿Qué pierden los trabajadores con este Tratado? ¿Es que están bien ahora sólo con el Mercado Unico? ¿Acaso el Tratado no crea una plataforma para luchar en una dimensión más real, europea, por los intereses de los trabajadores?

LA DEFENSA, EUROPEIZADA.-

VII.- Es cierto que el Tratado no saca a Europa de la órbita OTAN en materia de defensa. Y que la UEO, si bien se diseña en una dirección más europea, no alcanza una naturaleza autónoma de aquélla. Pero el Tratado no supone ningún retroceso en este sentido sino más bien un tímido avance. De entrada, porque las cuestiones de seguridad y defensa se europeizan y se vislumbra una futura defensa común europea. VIII.- En fin, el Tratado de la Unión tiene luces y sombras, pero globalmente es aceptable. España no puede rechazarlo o quedarse al margen sin dañar gravemente los intereses de sus ciudadanos. La impresión es que los españoles desearían votar en un referéndum para decir mayoritariamente sí al Tratado. Me parece una posición muy sensata. Y a aquéllos que no les gusta el Tratado que piensen que éste se tiene que revisar y renegociar en 1996 y se sacará más fruto si se ratifica Maastricht y de aquí a entonces somos capaces de unir, a nivel de Europa, a todas las fuerzas políticas y sociales que están decididas a dar una gran batalla por la democratización y, la cohesión económica y social de Europa

Nicolás Sartorius

17 Septiembre 1992

Anguita y Sartorius

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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AL MARGEN de su desenlace final, la crisis surgida en Izquierda Unida (IU) en torno al voto de sus parlamentarios sobre el Tratado de Maastricht demuestra las insuficiencias de la perestroika de los comunistas hispanos. Cuando Achille Occhetto inició en Italia la reflexión sobre las causas del desastre, poco después de la caída del muro de Berlín, Anguita explicó que aquí no hacía falta ninguna medicina italiana: su partido se había adelantado a todos los demás creando Izquierda Unida, respuesta cabal a la degeneración estalinista. Ahora se ve que exageraba.La política desplegada por el partido comunista (y por Izquierda Unida) es democrática: aceptación del marco liberal y pluralista establecido por la Constitución. Pero ya lo era antes de que a alguien se le ocurriera la idea de presentarse a las elecciones con una etiqueta, IU, diferente a la de comunista, que se estaba desacreditando a la vista de lo que sucedía en Europa del Este y la URSS.

Lo que nunca ha estado claro es si esa adaptación pragmática en el terreno político iba o no acompañada de una revisión de todos los dogmas inspiradores del sistema caído con el muro. Por ejemplo, la idea de que es necesario superar la economía de mercado y sustituirla por otro modo de producción y régimen de propiedad, y la que, en función de lo anterior, desconfía del proyecto de unidad europea por considerarlo una maniobra de las multinacionales y el gran capital.

Al oponerse a Maastricht, Anguita se amparaba legítimamente en esa desconfianza. Pero al hacerlo entorpecía la posibilidad de influir desde una perspectiva de izquierda sobre un proceso que de todas formas va a marcar los próximos años. Ello es especialmente cierto en España, donde las ideas de progreso y democracia se identifican desde hace décadas con las de Europa.

A lo anterior se ha añadido la incoherencia organizativa: el mismo Anguita que se opuso a la transformación de IU en un partido (pues ello implicaría la disolución del PC) trata de imponer un funcionamiento centralizado, de partido, sobre una cuestión que divide radicalmente a los socios de la coalición. La cuestión no era si Sartorius debía o no dimitir -desde luego, lo que no puede es votar la postura contraria a la que públicamente ha defendido-, sino si era inevitable llegar a donde se ha llegado. Especialmente si se tiene en cuenta que Iniciativa per Catalunya, socio de IU, que disfruta de soberanía política, se ha pronunciado en el mismo sentido que la minoría que representa Sartorius. El sentido común diría que no, y que era preciso algún compromiso similar al que se ha llegado. Al final parece que se ha impuesto un equilibrio pactado al menos a corto plazo.