14 julio 2016

Acusaciones contra el Gobierno de Hollande y Valls por no ser capaz de frenar la ola de atentados

Nueva masacre del terrorismo islámico en Francia: Un camión asesina a 85 personas en Niza

Hechos

  • En la ciudad francesa de Niza el 14 de julio de 2016 Mohamed Lahouaiej Bouhlel, un residente tunecino en Francia, condujo deliberadamente un camión de carga de 19 toneladas hacia una multitud que estaba celebrando el Día Nacional de Francia, en el Paseo de los Ingleses, matando a 85 personas e hiriendo a 202. El ataque terminó cuando fue abatido por la policía.

Lecturas

El atentado de Niza de 2016 fue un ataque terrorista que tuvo lugar en la ciudad francesa de Niza el 14 de julio de 2016, cuando Mohamed Lahouaiej Bouhlel, un residente tunecino en Francia,​ condujo deliberadamente un camión de carga de 19 toneladas hacia una multitud que estaba celebrando el Día Nacional de Francia, en el paseo de los Ingleses, matando a 86 personas e hiriendo a 434.8​9​10​ Lahouaiej Bouhlel también disparó contra la policía y civiles con un arma de fuego. El ataque terminó cuando fue abatido por la policía.

El incidente ha sido descrito como el tercer gran ataque terrorista en Francia desde enero de 2015, después de los atentados de enero de 2015 y los atentados de París de noviembre de 2015.​ El 16 de julio, la agencia de noticias Amaq, una agencia de prensa en línea que dice estar afiliada con el Estado Islámico, dijo que Lahouaiej Bouhlel «ejecutó la operación en respuesta a las llamadas orientadas a los ciudadanos de países de la coalición, que luchan contra el Estado Islámico».

EL ASESINO

 Mohamed Lahouaiej Bouhlel, montado en el camión, no paro de asesinar a gente por atropello hasta que fue abatido por la policía francesa.


 

15 Julio 2016

¿Por qué Niza?

Ruben Amón

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La turística ciudad francesa es un fortín del Frente Nacional y aglutina los conflictos de convivencia, históricos y recientes

Llama la atención que la familia Le Pen haya erigido el alcázar del Frente Nacional en la ciudad menos francesa de Francia. No ya por por la reciente incorporación de Niza al mapa del Hexágono (1860). También porque aquí nació el unificador de la patria italiana -Garibaldi- y porque el escaparate marítimo de la ciudad, opulento y orgulloso a la medida edulcorada de la Costa Azul, recibe el nombre de paseo de los ingleses.

Ingleses como aquellos viajeros del sol que financiaron hace un siglo el bar en maderas nobles del hotel Negresco, cuyos sillones de terciopelo y lienzos de gusto prerrevolucionario alojan todas las tardes a señoras y señores de otro tiempo, con su joyas, sus recuerdos, sus arrugas y sus temores.

El atentado del 14 de julio les ha dado la razón. O la ha sobrepasado lejos de toda expectativa. Y han convertido Niza (342.000 habitantes) en un argumento de la propaganda yihadista. Porque la tragedia se ha escogido el día de la fiesta nacional. Porque se ha perpetrado en un símbolo mayúsculo de la industria turística francesa. Y porque la matanza del camión se ha producido en la ciudad-balneario donde más se ha arraigado el recelo a los musulmanes.

Arraigado significa que una de las peculiaridades de Niza consiste precisamente en que buena parte de su cosmopolita población se constituyó con los exiliados franceses constreñidos a buscarse otro mar después de la independencia de Argelia.

Se les llamaron técnica y hasta despectivamente como los «pied noirs», pies negros, y se atuvieron a un proceso de asimilación en el que también experimentaron la discriminación de los habitantes genuinos. Eran extranjeros franceses en una ciudad de cuyos vaivenes migratorios luego formaron parte los propios magrebíes.

Y ahí se produjo la colisión que aprovechó Jean-Marie Le Pen en las últimas décadas para colocar el discurso identitario en la Costa Azul. Y para erigirse en protector de los franceses que huyeron de Argelia, subrayando la paradoja que suponía para los «pied noirs» reencontrarse en Niza o en Marsella con los emigrantes de la otra orilla.

Marine Le Pen ha sido capaz de prolongar la estrategia política, territorial y hasta biológica de su padre. Lo demuestra que la «delfina» del clan, Marion Marechal Le Pen, diputada de 27 años, obtuviera el mejor resultado del partido en los últimos comicios regionales -40% en la primera vuelta- como cabeza de la lista por la circunscripción de Provenza-Costa Azul-Los Alpes.

De hecho, el Frente Nacional es la segunda fuerza municipal en Niza y desarrolla en el sureste de Francia un discurso identitario polifacético. No sólo aglutinando el voto conservador que recela de la explosión migratoria y de la proliferación de mezquitas, sino acaparando la frustración de antiguos obreros comunistas para quienes la mano de obra magrebí les supuso una inesperada competencia.

Y no sobra el trabajo en Niza. La antigua perla de la Belle Epoque y la expresión contemporánea del lujo se resiente de un nivel de desempleo (15%) superior al del promedio nacional. Es la razón por la que reviste tanta importancia su posición estratégica en el límite franco-italiano y su proyección turística, hasta el extremo de que la visitan anualmente unos cuatro millones de foráneos.

Asustarlos forma parte de las pretensiones del brutal atentado, pero también lo hace reventar la imagen de una ciudad expuesta a un complejísimo modelo de integración cuya fiesta más popular, paradójicamente, es la batalla de las flores.

El paseo de los ingleses se ha convertido en una descomunal hemorragia. Y no sólo. Ha sido el puerto de salida de un centenar de vecinos de Niza que decidieron alistarse en el ISIS con la intención de volver.

16 Julio 2016

Odio

Enric González

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La característica más llamativa del presente es la proliferación del odio. El fenómeno tiene consecuencias atroces en ciertos sectores de las sociedades musulmanas. El asesinato en masa perpetrado en Niza constituye la prueba más reciente. Uno diría (sin restar importancia a muchas otras consideraciones) queMohamed Lahouaiej Bouhlel, un pequeño truhán, representa un ejemplo típico de islamización del odio. Por decirlo de forma más precisa, de odio vagamente islamizado.

Acerquémonos a nosotros mismos, a los miembros de una sociedad desarrollada y laica como la española. La muerte del torero Víctor Barrio desató en las redes sociales una auténtica tormenta de odio, por parte de quienes jalearon la cornada y por parte de quienes se arrojaron sobre los jaleadores. Se trata de algo más o menos habitual en las redes, un espacio en el que los miserables se sienten importantes. Solía decirse que el debate cibernético constituía una nueva versión de la charla de bar, pero esa me parece una apreciación demasiado benévola. Aunque en las redes se encuentra de todo, las dosis de furor malévolo resultan anormalmente elevadas. Quizá porque ahí los miserables tienen quien les escuche.

Ojalá el fenómeno se limitara al mundo virtual y a España. También en la política, una expresión más depurada que las redes del ánimo colectivo, el odio asume la condición de pivote. No se entiende el auge de los populismos sin el sustrato de odio que los alimenta. Está por todas partes. Las elecciones estadounidenses enfrentarán a un patán xenófobo como Donald Trump y a un personaje tan turbio como Hillary Clinton; el Frente Nacional es el primer partido de Francia; el Brexitse ha construido, pese a la proverbial sutileza del electorado británico, sobre mentiras y aversión a lo foráneo. Resurgen los nacionalismos. Qué voy a decirles del debate español que no sepan ustedes: quien no es fascista es traidor separatista, quien no es un sicario de Venezuela e Irán es un corrupto que goza humillando a los pobres.

El sentimiento de odio puede definirse como un dolor anímico que atribuimos a un factor externo. Quizá la sobreabundancia de información y la sobreexposición a las desgracias universales nos esté llevando a un repliegue de tipo paranoico, por el que atribuimos nuestra infelicidad a quienes no son o piensan como nosotros. El islamismo nihilista (algo no tan contradictorio como parece) dispone de una inmensa masa de reclutas potenciales.

16 Julio 2016

La mutación del terror

Pedro G. Cuartango

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Todos los regímenes totalitarios del siglo XX basaron su existencia en el poder del terror. Esto es meridianamente claro en el estalinismo y en el nazismo, que desarrollaron aparatos policiales para vigilar e intimidar a la población.

El escritor ucraniano Anatoli Rybakov diseccionó con extraordinaria perspicacia la omnipresencia del NKVD en la sociedad soviética en los años 30, donde un individuo podía ser deportado a Siberia durante 20 años por un chiste sobre Stalin.Los niños de Arbat es tal vez la mejor novela escrita sobre ese periodo.

Otra obra de referencia es Archipiélago Gulag, de Aleksander Solzhenitsyn, en la que relata como la policía política tenía fijadas cuotas de detención que practicaba al azar. Narra su propia experiencia como detenido en la Lubianka, donde sus interrogadores le invitaban a confesar crímenes imaginarios y a incriminar a sus amigos a cambio de una sentencia favorable.

El terror fue un instrumento político durante el estalinismo, que purgó a los líderes históricos de la Revolución como Kamenev, Zinoviev, Bujarin y Rikov, juzgados y ejecutados por alta traición en los procesos de Moscú. Stalin creía firmemente en la necesidad del terror para eliminar a sus adversarios en el partido e impedir cualquier germen de contestación en la sociedad rusa. Para ello, otorgó unos poderes extraordinarios a la policía política, que estaba por encima del Politburó y el Gobierno.

Todos los dirigentes y ciudadanos rusos eran potencialmente sospechosos y el acto más inocente podía llevar a la perdición del individuo. El miedo silenciaba las bocas y la censura alcanzaba las conciencias, de suerte que hasta los más recónditos pensamientos se volvían peligrosos.

El terror funcionó porque fue interiorizado por el homo sovieticus, que llegó incluso a perder la distinción entre lo verdadero y lo falso. La Gestapo y las SS del nacionalsocialismo alemán también infundían miedo entre la población, aunque es cierto que muchos millones de alemanes se dejaron fascinar por la figura de Hitler hasta que su Ejército empezó a cosechar derrotas tras la invasión de Rusia.

Por decirlo de una manera clara, el terror anidaba en la mente de los súbditos de estos regímenes, que forzaban la adhesión a través de una coacción psicológica que les impedía ser libres a sus habitantes.

Los atentados islamistas que han golpeado a Europa suponen un salto cualitativoen el concepto de terror porque ya no importan las ideas o los sentimientos de los individuos sino que apuntan al hecho de pertenecer a una colectividad. Lo que se castiga es una identidad común, el pecado a expiar no es pensar de una determinada manera sino ser francés, haber nacido cristiano o residir en Niza.

El terror ha pasado, pues, de ser un instrumento de represión de las opciones en el ámbito de la conciencia individual a apuntar a la destrucción de valores colectivos y modos de vida. Ya no castiga a un ser humano concreto sino que intenta aniquilar la forma de vivir de una sociedad.

Un ciudadano podía escapar del estalinismo mediante la sumisión, pero ahora nadie está libre del pavor a esa red omnipresente que puede actuar en cualquier ciudad y en cualquier momento. Hemos pasado de la personalización del terror a una globalización que amenaza a todos los habitantes de un país, sean cuales sean sus convicciones o su condición social. El terror ha extendido sus tentáculos hasta crear la impresión de que un acto banal como ir al teatro, viajar en un tren o comprar en un supermercado puede ser arriesgado. Esa mutación es ya un triunfo del yihadismo, al que sólo podemos combatir si nos negamos a que el miedo cambie nuestras vidas.