7 enero 1996

El periodista franquista defiende al ex alcalde frente a las insinuaciones del columnista izquierdista

Nueva polémica entre Alpuente y Aguinaga, ahora por la Plaza San Ildefonso ¿arramblada por el alcalde franquista Arias Navarro?

Hechos

El 7 de enero de 1996 D. Moncho Alpuente publicó su artículo ‘Miserias y Maravillas’ en EL PAÍS sobre la Plaza Menor San Ildefonso, que fue replicado el día 22 por D. Enrique de Aguinaga.

Lecturas

07 Enero 1996

Miserias y Maravillas

Moncho Alpuente

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San Ildefonso fue plaza de mercado hasta que un alcalde asilvestrado de aquellos del franquismo arrambló con ella, sin más razón que la de buscar clientela para un mercado más moderno al otro lado de la calle de Fuencarral, con el consiguiente reparto de comisiones y cajones,

Antes de proyectar sobre estas maltratadas cuadrículas del centro de la urbe, nuevas plazas para dar aire al caserío y aliento a la especulación sumergida, los desurbanizadores municipales deberían saber qué hacer con algunas de las existentes. Plaza com ésta de San Ildefonso que fue plaza de mercado hasta que un alcalde asilvestrado de aquellos del franquismo arrambló con ella, sin más razón que la de buscar clientela para un mercado más moderno al otro lado de la calle de Fuencarral, con el consiguiente reparto de comisiones y cajones, puestos, impuestos, tráfico de influencias y colmas diversas. Desapareció de la noche a la mañana el mercado popular, la piqueta acabó con la mampostería que había levantado con esmero en 1834 el arquitecto Lucio de Olavieta y las vecinas de Maravillas se vieron obligadas a cruzar su natural frontera o a conformarse con los puestos callejeros y los pequeños comercios de alimentación que aún no han abandonado las dos Correderas y la calle del Espíritu Santo.El barrio perdió un mercado y ganó (¿?) más que una plaza un corral; alguien, para disimular, puso allí una fuentecilla abrevadero con sus tritones de hierro fundido a prueba de vándalos, tres hierbajos y unos bancos. Un escenario enmarcado por el muro lateral de la iglesia de San Ildefonso, que si en su fachada no es precisamente una joya lo es menos aún en este costado lleno de parches, cuya exhibición no estaba prevista. Rincones así hacen las delicias de los miccionadores nocturnos con urgencias y sirven como almacén de residuos líquidos y sólidos, contenedor espontáneo para jeringuillas desechables y desechos vagamente humanos, envases no retornables e individuos que ya pasaron el punto de retorno y cuya fecha. de caducidad parece próxima.

Ya se desvanecieron las voces del mercado y los ecos de las barricadas de la noche de San Daniel de 1866, cuando estudiantes y vecinos se alzaron contra la tiranía de Isabel II, encendidos por el verbo de Castelar, protagonista y cronista de aquellos sucesos en su novela Ricardo, que arranca en esta plaza, hoy más que nunca campo de batalla arrasado, sometido a un tenaz bombardeo de latas y botellas. Dos placas recuerdan en este lugar la estancia de dos grandes pintores, aquí vivió Mengs el pintor flamenco de la corte de Carlos III, y tuvo su estudio el bohemio, arrebatado y madrileñísimo pintor Leonardo Alenza cuya fama no le libró de morir en la indigencia. Hoy la imagen de la plaza sería un buen motivo para un Ilustrador del hiperrealismo sucio, pero se conforma con los garabatos de los grafiteros, artistas que han aprendido a firmar y rubricar sus obras antes que a hacerlas.

Aunque abusar del objetivo galdosiano es pecado habitual de los cronistas madrileños, su uso en estas latitudes está más que justificado para referirse a algunos comercios de la plaza y de la Corredera donde aún abren sus puertas establecimientos que se mencionan en varias de sus obras. La admiración expresa de don Benito por los bodegones de legumbres expuestos a la entrada de las tiendas de ultramarinos y coloniales, le valió el despectivo epíteto de garbancero prodigado muchas veces por aprendices de esteta con más desparpajo que arte, pero el paso del tiempo ha convertido algunas de estas tiendas en monumentos a conservar en un hipotético museo costumbrista con toques de pop-art castizo y menestral que en su día re flejara la paleta del pintor Al caín. Don Benito, Alcaín y el que esto suscribe estaríamos de acuerdo en exaltar todavía las virtudes artísticas de la fachada y sobre todo del contenido de los escaparates de una tienda de géneros de punto colindante a la plaza, con su abigarrada muestra de castísimas bragas, sujetadores y calcetines a modo de íntimas composiciones elaboradas por un escaparatista sin complejos. No ha muerto la actividad comercial del barrio diurno, los antiguos vecinos y los nuevos pobladores del barrio siguen haciendo la ronda de pequeñas tiendas sin dejarse atrapar por las tentaciones de los supermercados que aquí suelen ser, modestos y mínimos, nacidos de una imprescindible adaptación a los tiempos. Pescaderías, carnicerías y pollerías a la antigua usanza compiten con la modernidad de las croissanteries, galicismo que pronuncian con la debida prosopopeya los castizos locales, cuya memoria histórica aún guarda ciertos resabios contra los gabachos invasores desde los tiempos de Pepe Botella.

Tabernas y cervecerías diurnas y pubs para noctámbulos salpican la plaza de San Ildefonso, buen lugar para la degustación de las picantes bravas, la racial oreja de cerdo y otras especialidades tradicionales. Los amantes de la cerveza tienen en La Ardosa, de la calle de Colón uno de sus templos favoritos. Sobre la antigua bodega, que formaba parte de una cadena de establecimientos de raigambre madrileña, un carnicero del extinto mercado, asesorado por sus hijos que habían viajado a Irlanda, instaló el primer grifo de Guinness que mereció tal nombre en Madrid. Hoy, desde La Ardosa, la Guinness y las tabernas irlandesas se han extendido por la ciudad, propagando las virtudes de la espesa y rotunda cerveza negra. Conserva La Ardosa viejos y artísticos reclamos pintados sobre los cristales de sus puertas hace más de cuarenta años, efímeras ilustraciones que se resisten a desaparecer como los azulejos decorados que enmarcan su recinto. Hay una pizarra con antiguos récords de bebedores de cerveza en una competición, seria y profesional, que se celebraba el día de San Patricio. La fiesta irlandesa se sigue celebrando, pero sin concurso para no dar paso a los excesos de los aficionados sin clase. De los grifos de La Ardosa brotan algunas de las mejores cervezas del planeta, tiradas con esmero y acompañadas al gusto de encurtidos y pinchos para hacer más fácil su trasiego. La panoplia internacional de tanta marca cervecera contrasta con los autóctonos grabados de Goya que forman una orla alrededor del local.

En el conjunto de los bares diurnos hay que señalar la cafetería Sidi y las cervecerías Ulecia y Escalada. Para los noctámbulos y amantes de la música y de las artes abre sus puertas el Alí Fanfarón Végil de la Trapobana. Otro pub, El Balcón, resulta una aparición, un café fantasma emergido en a plaza tras un largo viaje en el túnel del tiempo.

Moncho Alpuente

22 Enero 1996

Plaza de San Ildefonso

Enrique de Aguinaga

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Alpuente califica como "alcalde, asilvestrado de aquellos del franquismo" a Carlos Arias Navarro, marqués de Arias Navarro por decisión del Rey, y, a juicio no sólo mío, uno de los mejores alcaldes que Madrid ha tenido.

Los errores y calumnias acumulados por Moncho Alpuente a propósito de la demolición del mercado de Olavide (La venganza fascista, EL PAÍS, 16 de febrero de 1994) me obligaron entonces a la réplica para la restitución de la verdad vulnerada (Plaza de Olavide, EL PAÍS, 3 de marzo, de 1994).Ahora, los errores y calumnias de su artículo sobre la demolicion del mercado de San Ildefonso (Miserias y maravillas, EL PAÍS, 7 de enero de 1996) me obligan de nuevo a la réplica con la misma causa.

Alpuente atribuye la demolición del mercado de San lldefonso a «un alcalde asilvestrado de aquellos del franquismo… sin más razón que la de buscar clientela para un mercado más moderno al otro lado de la calle de Fuencarral, con el consiguiente reparto de. comisiones y cajones, puestos, impuestos, tráfico de influencias y coimas diversas».

Dado que la demolición del mercado es del año 1970 (Informe económico, número 55; Delegación de Abastos y Mercados del Ayuntamiento de Madrid, 6 de noviembre de 1970), Alpuente califica como «alcalde, asilvestrado de aquellos del franquismo» a Carlos Arias Navarro, marqués de Arias Navarro por decisión del Rey, y, a juicio no sólo mío, uno de los mejores alcaldes que Madrid ha tenido.

Allá cada cual con sus opiniónes; pero los hechos son sagrados y no se pueden tergiversar impunemente. Las razones de la demolición del mercado de San Ildefonso no fueron las que Al puente asevera de modo tan calumnioso como vago y ridículo: hablar de búsqueda de clientela para un mercado de concesión administrativa (se supone, el mercado de Barceló) demuestra una flagrante ignorancia de la cuestión.

La razón básica de la demolición del mercado de San IIdefonso está en el Plan de Alineaciones del Interior (acuerdo del Consejo de Ministros de 30 de septiembre de 1949), que dio lugar: al correspondiente expediente administrativo y al acuerdo plenario de 29- de diciembre de 1965. Este largo proceso, con todos los recursos y garantías legales, venía a reducir el censo que desde 1835 pesaba sobre el espacio público de la plazuela de San lldefonso, que como tal figura en el plano de Texeira de 1656.

A las razones legales se añadía una demanda general de saneamiento, ‘reiteradamente manifestada en la crítica municipal de la época. El mercado, con los, llamados puestos exteriores, no sólo había anulado las aceras en una zona de tránsito difícil, sino que estaba conceptuado como uno de los más cochambrosos y deficientes en el orden higiénico-sanitario. (Socavones en un viejo mercado, J. Muñoz Campos; Pueblo, 10 de febrero de 1956).

El apriorismo y la obsesión de, Alpuente, que ve corrupciones por doquier, son contumaces, porque hace más de diez anos (San Ildefonso; EL PAÍS, 23 de diciembre de 1985) ya atribuía la demolición del mercado de San Ildefonso a la ambición de «los especuladores, deseosos de construir en sus solares torres tan orgullosas como vanas» (¿?). ¿Qué especulación es ésta que rescata una plazuela histórica? Otra cosa es que actualmente la plazuela de San lldefonso no sea ajena al mal uso de los espacios públicos, convertidos, en muchos casos, en’ reductos marginales. Pero ésa es, efectiva y dolorosamente, otra cuestión.

En definitiva, como ya se puso de manifiesto a propósito del mercado de San lldefonso, la demolición del mercado de San Ildefonso, se inscribe en la operación de rescate de las plazas públicas ocupadas, -a partir del siglo XIX, por edificaciones de mercados. Y es en los años sesenta cuando aquella operación se promueve en el Ayuntamiento de Madrid, según la tendencia documentada entusiásticamente por urbanistas tan notables como Rogers, Sert y Tyrwhitt (El corazón de la ciudad, Hoepli; Barcelona, 1955).

Como en la anterior ocasión, me remito a la abundante y cuidadosa documentación de aquellas decisiones municipales, que debe obrar en la actual Dirección de Servicios de Comercio del Ayuntamiento de Madrid, al que tuve el honor de servir en la antigua Delegación de Abastos y Mercados.

Enrique de Aguinaga

El Análisis

AGUINAGA NO CALLA

JF Lamata

Hablar bien del franquista D. Carlos Arias Navarro no era algo precisamente bien visto ni en 1996 ni, prácticamente en ningún momento a partir de que dejara de ser presidente. Pero el Sr. Aguinaga no tuvo problema en decir que, para él, había sido el mejor alcalde de Madrid. Naturalmente, el Sr. Aguinaga también había sido un destacado franquista, pero hubo tantos plumíferos o politiquillos que borraron con prisa su pasado e ignoraron – e incluso denigraron – a su muerte a aquellas figuras a las que habían loado en vida , que no deja de ser digno de respeto la actitud del Sr. Aguinaga que quiso mantenerse fiel a sus ideas. Era la tercera vez que demostraba que no tenía problemas en replicar a columnas de EL PAÍS. Aunque la primera, en 1983 con el Sr.  Umbral,  lo hizo desde ABC, porque según él EL PAÍS dudaba que el diario de PRISA fuera publicar sus replicas. En sus dos polémicas con el Sr. Alpuente (la del mercado de Olavides y esta) EL PAÍS publicó sus réplicas, puesto que sus dudas quedarían despejadas. No sería la última polémica de la que tomó parte el Sr. Aguinaga, que participaría en un polémico programa sobre D. José Antonio Primo de Rivera en TVE.

J. F. Lamata