5 abril 1938

La salida del histórico socialista se produce después de un conflicto con el ministro Jesús Hernández, del PCE

Nueva victoria para el PCE en el Gobierno del Frente Popular: El Doctor Negrín echa a Indalecio Prieto como ministro

Hechos

El 5.04.1938 El Dr. Juan Negrín formó un nuevo Gobierno del Frente Popular de la II República del que ya no formaría parte D. Indalecio Prieto.

Lecturas

El Gobierno del bando del Frente Popular durante la Guerra Civil (presidido por el Dr. Negrín desde mayo de 1937) española realiza una modificación de su composición el 5 de abril de 1938. La principal característica es que el jefe de Gobierno, D. Juan Negrín, destituye al ministro de Defensa, D. Indalecio Prieto Tuero y asume personalmente esa cartera.

  • Presidente de la República – D. Manuel Azaña Díaz (Izquierda Republicana)
  • Presidente del Gobierno – Dr. Juan Negrín (PSOE, próximo al PCE)
  • Estado – D. Julio Álvarez del Vayo (PSOE, proximo al PCE)
  • Justicia – D. Ramón González Peña (PSOE, próximo al PCE)
  • Defensa – Dr. Juan Negrín (PSOE, próximo al PCE)
  • Economía y Hacienda – D. Francisco Méndez (Izquierda Republicana)
  • Gobernación – D. Paulino Gómez (PSOE)
  • Obras Públicas – D. Antonio Velao (Izquierda Republicana)
  • Instrucción Pública – Segundo Blanco (CNT)
  • Trabajo – D. Jaume Aiguader (ERC)
  • Sin Cartera – D. José Giral Pereira (Izquierda Republicana) y D. Manuel de Irujo (PNV).

Esta destitución es un movimiento arriesgado para el Dr. Negrín, dado que el Sr. Prieto Tuero es, realmente, el ‘hombre fuerte’ del PSOE, pero para los comunistas era un enemigo que, con su pesimismo y su oposición a ellos, estaba favoreciendo involuntariamente al bando fascista en la Guerra Civil española. como había quedado claro en el artículo ‘el pesimista impenitente’ del ministro D. Jesús Hernández publicado no sólo en Frente Rojo (publicación del PCE), sino también en La Vanguardia (periódico controlado por el Dr. Negrín), artículo que causó la crisis de Gobierno.

Pero que dentro del Gobierno del Frente Popular cada vez hay menos esperanzas de ganar la Guerra lo evidencia los ’13 puntos’ como intento de acabar con el conflicto mediante la negociación.

EL CONFLICTO INDALECIO PRIETO – JESÚS HERNÁNDEZ SEGÚN PRIETO:

Nunca quise parar mi atención en los antecedentes de Jesús Hernández, ni siquiera en la circunstancia de haber planeado este, en agosto de 1923 un atentado contra mí, que debía realizarse colocando una bomba de dinamita, llevada personalmente por dicho sujeto, en las oficinas de EL LIBERAL de Bilbao, y que no llegó a consumarse porque la policía, al descubrir en actitud sospechosa frente a EL LIBERAL a Hernández y sus cómplices, hubo de sostener con ellos vivo tiroteo.

En el consejo de ministros Zugazagoitia dice «este artículo ha sido tachado por la censura, no obstante Frente Rojo lo ha publicado. Al pedir explicaciones a Frente Rojo han contestado que tenían órdenes del ministro de Instrucción Pública de que, aún cuando lo tachara la censura ese artículo se publicase. Vengo a quejarme del desacato que eso supone a mi autoridad».

Jesús Hernández responde: «Yo soy el autor de esos artículos. Quién ejerce la censura es un funcionario y un funcionario no puede impedir la publicación del pensamiento de un ministro. No tolero que la censura prohíba expresar mi pensamiento, pues para eso sólo tiene autoridad el jefe del Gobierno, doctor Negrín.

Indalecio Prieto

caricatura_prieto Caricatura de la prensa comunista en la que se muestra a un D. Indalecio Prieto colocándose un bigote hitleriano.

La puntilla para el Gobierno del Dr. Negrín la tendrá la dimisión del Sr. Azaña como Jefe de Estado en febrero de 1939, que desembocará en el Golpe de Estado de los Sres. Casado, Miaja y Besteiro.

20 Marzo 1938

El Pesimista Impenitente

Jesús Hernández

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Lo mismo que el granuja o el idiota son dos tipos  antípodas pero inservibles, ambos para confiarles empresa noble y delicada, así el pesimista y el optimista sin principios nos resultan dos seres inútiles y muchas veces dañinos en nuestra empresa de ganar la guerra.

Hay quien sostiene la teoría de que el ser pesimista u optimista es cosa natural y temperamental. Eso es falso. El pesimista no nace. El pesimista que siempre lo es, es, contemplativo, que se vanagloria de predestinar todas las catástrofes y cuyo ánimo no reacciona más que para presumir de haber acertado con el suceso que viene a ratificar su pesimismo. Pero ni el pesimista sin fundamento es otra cosa el pesimismo sin fundamento es otra cosa que un individuo privado de las condiciones de fuera, de confianza, de serenidad suficiente para descubrir las razones de todas las causas, preverlas, corregirlas y superarlas. Es decir, el pesimista como el optimista a ultranza, no operan jamás sobre los motivos de los acontecimientos; inducidos por su convicción fatalista, aceptan los sucesos tal como se producen, sin inquirir por qué se han producido precisamente de esa manera.

El pesimismo en estos casos, es producto de una serie de concepciones sin método, mecánicas y simplistas que pueden abonar toda suerte de inepcias y aceptar toda suerte de episodios como un producto fenomenal y maravilloso que está fuera del alcance de la previsión humana.

Naturalmente nada se produce por espontaneidad milagrosa. Si proyectamos a este pesimista a nuestra guerra, nos encontramos por él todas las vicisitude graciadas, todos los accidentes adversos son el producto de la fatalidad. El pesimista razona suficientemente así: “Esto ya lo sabía yo…”.

Y como el pesimista es así por ‘temperamento’, no siente el afán de inquirir las causas que han motivado no importa qué fracaso o catástrofe ‘Tenía que ser así’. El pesimista estaba seguro de que eso había de producirse. Y no vale la pena de molestarse en averiguar qué produjo la situación calamitosa, como tampoco le es menester deducir enseñanzas prácticas de cada acontecimiento.

El pesimismo se nos revela, pues, como la máscara cómoda y fácil de la falta de confianza, de energía y de respectiva. Así como el optimista lo espera todo del azar y de la improvisación, el pesimista se resigna a todo como ante una consecuencia de circunstancias fatales.

Pero en la vida nada ocurre porque sí, ni fatalmente. Ni en la vida, ni en la guerra ni en la política. Lo que importa es saber abarcar justamente el radio de elementos con que se cuenta, calibrar la exactitud de su fuerza, medir el alcance de sus efectos. Y eso le está vedado al pesimista que se encuentra envarado, con los ojos ennegrecidos por sus lentes tétricos, y para quién las cosas ocurren sin antecedente y sin causa.

El pesimista se niega a fiar en la gran fuerza de nuestro pueblo y de nuestras masas. No está facultado para conocer su impulso porque sus concepciones se lo impiden. No puede estimar exactamente el inmenso valor de los recursos que están alcance de su mano porque a sí mismo se veda el reconocerlos. Su reducto es el muro de las lamentaciones, y su meta la aceptación sin esfuerzo crítico de lo que considera irremediable.

Y acontece siempre que a la sombra del pesimismo florecen la más estériles concepciones de las debilidades y de la incompresión. De ahí que el pesimismo ‘enragé’ como no explica nada, tiene explicaciones para todo. Por eso a no importa qué hecho opone su justificación: “Natueral que ocurriera, así. Ya lo suponía yo”.

El pesimista no en todas las circunstancias puede ser considerado igual. Hay momentos, por ejemplo los que vivimos hoy, en que resulta pernicioso y perturbador porque puede desencadenar fáciles corrientes de contagio.

Está claro que el pesimista no es ningún tipo temperamental con características inevitables. ¡Ah, no! Un pesimista consecuente llegaría a negar la ciencia en su concepción de lo irremediable. Aceptada la inexorabilidad de la muerte, el pesimista no tendría por qué luchar contra ella. ¿La cirugía, la aspirina, el suero Pasteur? El pesimista debería estar dispuesto a reventar por lealtad a su concepción a su temperamento, antes de aceptar los alivios con que los hombres se consuelan. Pero el pesimista no ha llegado a acordarse de su temperamento cuando le aprieta el dolor en el estómago o en las muelas.

Salga de sí mismo el pesimista y sature su espíritu con la esencia viva de nuestro pueblo: fe en sus destinos y en la victoria. El pueblo que lucha, trabaja y labora sin cesar, conoce su fuerza, sabe estimar su temple, comprueba en la misma breclia del combate su capacidad y se cerciora de la gran energía que le queda en depósitos de nuevos entusiasmos. Esta sensación real, palpable segura de su poder, le hace que jamás le conturben visiones negras de pesimismo ni le disparaten las corrientesalocadas del optimismo. El pueblo, nuestro pueblo, tiene fe en sí mismo. La fe razonada del examen del o que ha sido capaz y de lo que puede ser capaz todavía.

Es a este ejemplo vivo del pueblo español a donde todos los arrebatados de pesimismo han de volver los ojos para obtener la claridad de concepción y de energía que precisan.

Sólo fundidos de esa majestuosa serenidad del pueblo, pueden corregirse esos ‘temperamentos’. Quien no lo comprenda así es un lastre que embaraza nuestra lucha. No es posible conciliar el pesimismo y la fe en la victoria.

El pesimismo, hoy más que nunca, es un complejo de inferioridad a cuyo amparo se cobijan y refugian todo ese bullaje de compromisos y transacciones que no tienen más origen que el de la desconfianza, la falta de fe en el venero inagotable de energías del pueblo, y en la incapacidad para extraer y utilizar los recursos que esa teoría entrega intactos.

El pesimista se revolverá contra esta afirmación; lo siento, pero esa es la verdad. La decisión personal de sacrificio, no niega los efectos contraproducentes de una concepción injusta.

La única realidad hoy no puede salirse de este marco: mientras a nuestro pueblo le quede una gota de sangre y de energía estará dispuesto a luchar. O lo que es lo mismo; a vencer.

11 Noviembre 1938

CARTA DE NEGRÍN A STALIN

Dr. Juan Negrín

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En la política interior aquí se ha llegado a una unidad que aún no es perfecta pero si se tienen en cuenta el periodo de anarquía por el que hemos pasado, no deja de ser satisfactoria.

Por influjos exteriores, por influjo de la propaganda enemiga; por celos de partidos que han perdido vitalidad o no han encontrado arraigo en el pueblo, sigue manteniéndose una enconada y dura campaña contra los comunistas. Yo no debo ocultárselo a Vd., a quien no vacilo en decirle que son mis mejores y más leales colaboradores. Los más propicios a la abnegación y al renunciamiento en aras de la victoria. Pero el hecho es que el menor pretexto sirve de motivo para emponzoñar el ambiente intentando hacer creer que el gobierno está manejado por influencias extrañas.

Grave es el problema que nos plantea el abastecimiento, estrechamente ligado con la situación financiera. Sobre el particular urge llegar a acuerdos concretos, pues su demora puede ser perniciosa para el desarrollo de la guerra.