19 enero 1997

Por primera vez, EL PAÍS reprodujo en sus páginas un artículo del periódico de la competencia que iba contra ellos

Nuevo artículo de Pedro J. Ramírez contra el presidente del Grupo PRISA, Jesús Polanco, causa una réplica de Javier Pradera

Hechos

El 19.01.1997 el director del diario EL MUNDO, D. Pedro J. Ramírez dedicó  un nuevo artículo contra el presidente del Grupo PRISA, D. Jesús Polanco. Artículo que, inesperadamente, fue reproducido íntegramente al día siguiente por el diario EL PAÍS (de PRISA) que presidía el propio Sr. Polanco.

Lecturas

El diario EL PAÍS reprodujo el artículo de su principal competidor con la siguiente explicación:

EL PAÍS- El director del diario madrileño EL MUNDO se distingue por ser uno de los periodistas más cercanos al presidente del Gobierno. Se exhibió junto a él en la pasada Semana Santa y compartieron en Baqueira Beret las vacaciones de la última Navidad. Fue el primer reportero que entró en La Moncloa de la mano de Aznar y es frecuente compañero de éste en el juego del pádel, junto con el presidente de Telefónica, al que acompañó recientemente en un viaje de placer y negocios por el sureste asiático del que dio cuenta en su periódico. Ayer publicaba el artículo que reproducimos a continuación. Estamos seguros de que los lectores de EL PAÍS agradecerán que pongamos en su conocimiento esta joya del nuevo periodismo que se practica en la capital de España, representante probable de la nueva política que nos gobierna.

19 Enero 1997

POLANCO

Pedro J. Ramírez

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Es el principal editor de prensa y el único que actúa simultáneamente en los mercados de la información general, deportiva y económica; domina hasta tal extremo la radio privada que en importantes demarcaciones tiene más emisoras que todos sus competidores juntos; logró en tiempos del PSOE el monopolio de facto de la televisión de pago y está a punto de consolidarlo para siempre con el PP; el año pasado ha sido ya el mayor productor de cine español; es el amo del más próspero negocio de libros de texto tanto en España como en América Latina y sus editoriales de creación abarcan todos los segmentos de la actividad literaria y el pensamiento; directa o indirectamente controla la industria discográfica a través de sus 40 Principales y otras radio-fórmula; posee cadenas de librerías, agencias de publicidad, hoteles, empresas de exportación y váyase a saber qué otros activos ocultos; acaba de quedarse con el fútbol. Polanco es un poder fáctico uninominal equivalente a lo que en épocas diversas representaron la Iglesia, la Banca o el Ejército. Su red de párrocos y capellanes tal vez sea algo menor, su liquidez no tan abultada y sus fuerzas de choque más reducidas, pero hay que remontarse cinco siglos en la Historia para encontrar en manos de una de estas instituciones un arma tan formidable sobre el control de las conciencias como la poliédrica hegemonía sobre la industria cultural que este hombre ostenta.

Novelistas, poetas, ensayistas, dramaturgos, catedráticos, reporteros, columnistas, actores, actrices, directores-estrella, músicos, cantantes y, por supuesto, políticos de todos los pelajes le bailan el agua sabedores de lo mucho que sus favores, inquinas o meros desdenes pueden influir en su triunfo, fracaso u ostracismo. Lo hacen además cómodamente arrullados en la más eficaz adormidera, porque Polanco, un hombre -al igual que sus dos primeros espadachines- profundamente enraizado en el franquismo, tuvo hace veinte años la habilidad para aprovechar esa ventaja estratégica y, estando en el lugar correcto en el momento correcto, quedarse con la patente de un sedicente progresismo que por mor de la implacable ley del péndulo iba a convertirse en palanca, coartada y superstición de varias generaciones de españoles.

Nuestra sociedad ha alcanzado la suficiente madurez como para que las críticas episódicas de un dirigente político o un medio de comunicación al jefe del Estado no sean entendidas sino como expresiones de normalidad y pluralismo. Y del Rey abajo, ninguno. Ninguno… excepto Jesús Polanco. Cualquier revelación o denuncia contra el gran magnate por parte de los contados medios que nos atrevemos a formularla es inmediatamente entendida como un desafío merecedor de implacable represalia. La simple mención de su nombre, la mera aparición de su efigie en la televisión pública en relación con el penúltimo caso de corrupción con el que efectivamente está relacionado,- es ya considerada como una agresión intolerable, materia de anatema y piedra de escándalo. Hace unos días un gran diario de amplia tradición liberal censuró su edición para omitir un artículo crítico contra Polanco de uno de sus más brillantes y sólidos articulistas. Simultáneamente las dos únicas cadenas de televisión privada a las que tienen acceso todos los ciudadanos bifurcaron su cobertura sobre el antedicho caso de corrupción: mientras para una de ellas resultó ser inexistente, la otra le dio una gran importancia con la salvedad de eliminar a Polanco de la foto, según las más acreditadas técnicas de maquillaje de la Historia.

Hasta en privado la crítica a Polanco desemboca en una situación embarazosa si el grupo es medianamente nutrido: los contertulios se miran de reojo sospechando del compañero de armas literarias, del colega periodístico con legítimas ansias de medrar, del individuo bien relacionado con los círculos financieros, del amigo de un amigo que es amigo de no sé quién que puede terminar haciendo llegar el mensaje de que has sido tú, pobre infeliz, el que has osado poner a parir al gran jefe. ¿Acaso no ha sido Polanco el único ciudadano que ha conseguido el secuestro judicial de un libro, por el hecho de que incluía afirmaciones supuestamente calumniosas contra él, cuando cada año se editan cientos de libelos contra otros tantos individuos?.

Y es que Polanco sabe que la fuerza sólo se tiene de verdad cuando se ejerce, se exhibe y se despliega. En lo pequeño, en lo mediano y en lo grande. Si en un momento dado la víctima propiciatoria para apartar la atención de otros asuntos es un pobre diablo que escribe gilipolleces desde su covachuela académica, la inmolación ritual se hace imprescindible: su obra debe ser retirada, su cátedra clausurada, su persona centrifugada. En la antigua Roma, Polanco habría hecho cónsul a su caballo y en la moderna Argentina nombrado vicepresidenta a su mujer. En la España actual se ha conformado con hacer a Cebrián académico de la Lengua. Eso es el poder: imponer que lo blanco es negro -desatar -un turbión de voces proclamándolo-, mientras nuestras octogenarias glorias literarias cuchichean su humillación por los rincones.

Pero ahora voy a decir lo que de verdad importa, porque al final toda dictadura cultural es soportable en la medida en que cada uno amuralle la integridad de su conciencia. Lo que hace de Polanco un personaje profundamente nefasto para la sociedad española es su tozuda determinación de proteger y preservar el felipismo frente a cualquier evidencia sobre sus horrores y desmanes de toda índole. –

En cualquier país democrático un solo escándalo como el de los fondos reservados, Filesa, las comisiones del AVE, las escuchas del CESID o los crímenes de los GAL habría desembocado expeditivamente en el apartamiento de su máximo responsable de la vida pública y en una drástica renovación de la cúpula de su partido. Que Felipe González esté sobreviviendo a la suma de todos ellos y vuelva a constituir una alternativa de gobiemo, apalancado en la dirección del PSOE junto a personas que han robado y han ordenado asesinar, no puede atribuirse solamente a la falta de tradición democrática de la sociedad española, a sus prejuicios frente a cualquier opción que pueda ser identificada como de derechas, al limitado carisma del presidente Aznar y a la ilimitada ingenuidad de Julio Anguita.

Ninguno de esos factores habría permitido a González conservar el poder hasta marzo del 96, obtener entonces más de nueve millones de votos y comparecer de nuevo ante el inminente con greso del PSOE como líder incontestado y gran esperanza blanca para la vuelta a La Moncloa, si Polanco no hubiera puesto todos los tentáculos de su imperio comunicativo al servicio del enmascaramiento de la infamia.

Nadie podrá discutir ni la eficacia bélica con la que él y su estado mayor han mantenido esta causa perdida a note, ni la rentabilidad económica que han logrado obtener de ello. Pocos generales han sabido dirigir mejor a sus ejércitos, trazando cortinas de humo, inventando maniobras de distracción para proteger sus enclaves estratégicos, golpeando sanguinariamente con la escoria de la milicia a los más renombrados adversarios, incorporando tropas de refresco, satelizando a los tibios, cortejando a los ambiciosos, corrompiendo a los enfermos de codicia, dando alas a los locos y desesperados. Es Polanco el que ha logrado que medía España crea -o finja creer- que José María Aznar es un oportunista mediocre que se ha aprovechado de la conspiración de unos financieros corruptos, unos jueces resentidos y unos periodistas megalómanos para, con la complicidad de un mesiánico tonto útil llamado Anguita, arrebatar temporalmente el poder a Felipe el Prestigioso, Felipe el Modernizador, Felipe el Difamado. Es Polanco el que desde el mismo día en que ese accidente se produjo puso a todas sus legiones al servicio de la operación Reconquista, bloqueando la ejemplar regeneración de la democracia mediante la ejemplificadora regeneración del PSOE.

Durante los últimos años todos los bancos parecían aspirar a tener grupos periodísticos. En el caso que nos ocupa sucede casi al revés. Polanco no tiene bancos, pero sí tiene banqueros. Ha sido tal la habilidad con que ha urdido sus negocios que prácticamente ninguna de las grandes familias de la oligarquía financiera ha quedado al margen. Si en algo coinciden los dos Emilios es que a ambos les beneficia la prosperidad de Polanco. ¿Puede extrañarle a alguien que hasta para aceptar los más deseados puestos del panorama empresarial emergente, profesionales de primera se sientan obligados ante todo a pedir la venia del Padrino?

Tras el golpe de mano del día de Nochebuena las cosas han llegado a tal extremo que el mundo del dinero, sensible como ningún otro al poder de quien tiene en sus manos la capacidad de configurar las apariencias, empieza a ver en Polanco el único fielato verosímil a través del que encauzar su relación con la política. Esa mañana el grupo Prisa consiguió de un solo golpe la exclusiva sobre todos los derechos de imagen de los clubes de fútbol (o sea el monopolio de la oferta) y la exclusiva para su comercialización a través de la televisión de pago (o sea el monopolio de la demanda). Un elemental sentido del pudor me impide dedicar una sola línea a describir la conducta de Antonio Asensio quien en no menos de 30 conversaciones a lo largo de los últimos dos años me expresó con las peculiaridades propias de su estilo, la más inamovible resolución de servir de dique de contención a la marea polanquista. Además, la gravedad de lo que está pasando ni siquiera deja margen para plantearse si llegará o no el día en que comportamientos tan indescriptibles obtengan su merecido. Lo tremendo para quienes anhelamos que la nueva situación política sirva para pasar de una España en la que hay mucho poder en pocas manos a una España en la que haya algo de poder en el mayor número posible de manos, es que basta mencionar tres sílabas para constatar -y nunca mejor dicho- que, por ahora, vamos perdiendo por goleada.

Pedro J. Ramírez

22 Enero 1997

LA POLÍTICA DEL TEMOR

Javier Pradera

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Pedro J. Ramírez deje entrever que ha cambiado sus antiguas funciones de asesor mediático, apologista de cámara y terminal informativo de los chantajes de Mario Conde por el nuevo papel de portavoz ideológico, confidente de vestuario y director espiritual del presidente Aznar confiere especial gravedad.

A diferencia del amplio consenso existente sobre los requisitos para dar por concluida una transición a la democracia (acuerdo previo sobre las futuras reglas de juego, elecciones libres, sistema constitucional basado sobre los derechos fundamentales y las libertades públicas, etcétera), los criterios en torno a la consolidación de las nuevas instituciones son objeto de mayor controversia. En la Historia de la transición 1975-1986 dirigida por Javier Tusell y Álvaro Soto (Alianza, 1996), Juan J. Linz señala tres condiciones (compartidas por Alfred Stepan) para que una democracia esté efectivamente consolidada: imposibilidad de un golpe de Estado o de la secesión por la fuerza de un territorio; respaldo ampliamente mayoritario a la democracia y reducido apoyo electoral a las fuerzas anti-sistema; aceptación por todos los actores de que los conflictos políticos sean solucionados mediante procedimientos democráticos. La experiencia española cumple satisfactoriamente las exigencias requeridas por Linz y Stepan para considerar consolidada una democracia: el golpe del 23-F fue un fracaso y el respaldo de los votantes al sistema constitucional es abrumador. Pero hay puntos de vista menos tranquilizadores; en una historia de UCD titulada La apuesta por el centro (Alianza, 1996), Silvia Alonso-Castrillo afirma que la democracia en España «sólo estará verdaderamente consolidada cuando dejen de producirnos miedo aquellos. a quien no votamos». Si esa tesis fuese cierta, algunos comportamientos del Gobierno del PP moverían a la inquietud respecto a la solidez efectiva de nuestra democracia.

Así, las indiscretas revelaciones sobre la plataforma digital hechas por el director de EL MUNDO muestran cómo la política informativa del Gobierno de Aznar, lejos de velar por los intereses generales de la sociedad, está al servicio de un propósito doblemente sectario: discriminar a un grupo concreto de comunicación y favorecer a una abigarrada alianza formada por los intereses partidistas del PP y las ambiciones de algunos periodistas metidos a empresarios. La circunstancia de que Pedro J. Ramírez -comprometido hasta las cejas en ese híbrido de conspiración y negocio- deje entrever que ha cambiado sus antiguas funciones de asesor mediático, apologista de cámara y terminal informativo de los chantajes de Mario Conde por el nuevo papel de portavoz ideológico, confidente de vestuario y director espiritual del presidente Aznar confiere especial gravedad a su testimonio involuntariamente inculpatorio contra el Gobierno. También la escandalera organizada en torno a la supuesta amnistía fiscal encubierta de 200.000 millones dada por los socialistas a sus amiguetes tiene connotaciones intimidatorias: el confesado acceso del portavoz parlamentario del PP (Luis de Grandes) y de su coordinador general (Ángel Acebes) a esa información reservada del Ministerio de Hacienda prueba que los populares están utilizando la inspección fiscal para fines partidistas.

El capítulo XVII de. El príncipe -De la crueldad y de la clemencia- se plantea «si es mejor ser amado que ser temido o viceversa». Tras reconocer que la fórmula más deseable sería la armoniosa combinación de ambos sentimientos, Maquiavelo concede que «es mucho mas seguro ser temido que amado» si el dilema se plantea; sin embargo, el escritor florentino también recomienda, al príncipe que consiga al menos evitar el odio cuando le resulte imposible ganarse el amor de sus súbditos: «Puede combinarse perfectamente el ser temido y el no ser odiado». En el caso de que la consolidación democrática exigiera -como escribe Silvia Alonso-Castrillo- que los derrotados en unas elecciones no sientan miedo de los ocupantes del poder, a España le quedaría todavía mucho camino que recorrer para llegar a destino: el Gobierno del PP parece dispuesto no sólo a sembrar el te mor entre los ciudadanos que no le han votado, sino, además, a cultivar un odio contagioso entre sus propios electores contra los adversarios.

Javier Pradera

17 Febrero 1997

Gritos y murmullos

Carlos Semprún Maura

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Un director de periódico tiene el derecho y hasta el deber de relacionarse con políticos en el gobierno, como en la oposición. Y cualquiera tiene el derecho de preferir Aznar a González o al revés.

Cuando el pasado lunes 20 de enero, hojeando EL PAÍS, me topé con la reproducción de un artículo de Pedro J. Ramírez, confieso que me extrañé. EL PAÍS no acostumbra loar competidores y reproducir sus artículos. Más me extrañé aún al leer dicho artículo, que me pareció muy bien, aunque discrepe sobre algún punto. Por ejemplo, yo no creo en la ingenuidad de Julio Anguita, pienso que él sabe que, como jefe de una jauría minoritaria pero vociferante, es ‘algo’ mientras que si IU y el PC, formaran parte de una alianza más amplia, frente popular o unión de las izquierdas, él no sería más que uno de lmontón. Y en cuanto a lo de la pinza es tan absurdo, como imposible (hay absurdos posibles). Después de haber terminado el artículo de Pedro Jota que relata evidencias en torno a Polanco, ¿es o no es uno de los capitalistas más poderosos de España? Me fijé en el recuadro en donde se explica la infamia de Pedro Jota, porque se le vio en un balcón junto a José María Aznar. Con sus respectivas esposas ¡cuidado! Yo no veo dónde está el crimen. Un director de periódico tiene el derecho y hasta el deber de relacionarse con políticos en el gobierno, como en la oposición. Y ucalquiera tiene el derecho de preferir Aznar a González o al revés. A esto se le llama, creo, libertad de opinión, en los países democráticos. Acabo de leer el excelente libro de memorias de Jean François Revel, cuyo títul budista es ‘Un ladrón en la casa vacía’ y si algunos le critican por sus posiciones liberales y otros le felicitan, nadie le echa en cara haber cenado con Giscard, Balladur o Chirac. Ni siquiera con Mitterrand, del que fue amigo y colaborador cuando estaba en la oposición y con quien luego rompió y le criticó ferozmente. Este tipo de sectarismos sólo se da en las Batuecas, o sea en EL PAÍS.

Luego se vio que sólo constituía la avanzadilla de una gran campaña en defensa del imperio Polanco. Javier Pradera escribió un artículo contra Cebrián y, en el último momento se dio cuenta de lo que estaba escribiendo y cambió el nombre de su amadísimo consejero delegado, por el de Pedro J. Ramírez. El domingo 26 de enero y los días siguientes, las cosas se claran cuando EL PAÍS dedica sus páginas para explicarnos que el pobre Polanco se ha convertido en Fuerte Álamo y está atacado por todas partes, con lo cual todos los David Crockett de España y de Iberoamérica deben cerrar filas en su defensa. Y tanto batiburrillo ¿por qué? ¿cuál es el objetivo de tantas picas de Flandes? Pues, el fútbol, señores, ¡el fútbol! No el euro, Maastricht, el paro, Filesa, el GAL, los papeles del CESID, ninguno de los temas ralmente importantes han suscitado tanta histeria en la prensa. Sólo el fútbol ha podido con los nervios de los mayordomos de Polanco. Pese a vivir en mi agradable exilio parisiense, tan alejado del mundanal ruido que me cuesta trabajo entender las maniobras de tal o cual juez, pongamos por caso, soy consciente de que el fútbol en televisión es muy popular en España y que detrás de los millones de telespectadores, van y aumentan los millones de la publicidad, el nervio de la guerra. También entiendo que a través del fútbol y su monopolio es el imperio POlanco el que quiere conquistar nuevos territorios, como si no tuviera ya bastantes. (Que nadie me pregunte que es eso de la televisión diigtal, porque no entiendo ‘ni mu’, prometo informarme) Está visto que los siervos del imperio Polanco, desde su buque almirante en la Prensa escrita, seguros de sí mismos porque millonarios a la vez que progres, no toleran la menor crítica. Así EL MUNDO, cuya redacción está atiborrada de progres, y ABC, en donde también colaboran algunos, se ven acusados de todos los crímenes por atreverse a criticar al astro de Santillana, al genio de los Cárpatos, al sol de medianoche, a Polanco.

Otra manifestación de histeria en el mismo periódico, menos colectiva y más personal ésta, hemos podido observarla con el berrinche de Eduardo Haro Tecglen, al no obtener un sillón en la Real Academia de la Lengua. Porque ese señor que cada dos por tres se declarar rojo y republicano, no se contenta, por lo visto; con su confortable poltrona en la prensa y radio polanquistas, quiere además consagración oficial, la más tradicional y conservadora posible poltrona en la prensa y radio polanquista, quiere además consagración oficial, la más tradicional y conservadora posible. No sé si ustedes se habrán fijado, cómo, sabiendo que Camilo José Cela se opuso rotundamente a su elección a la Real Academia, Tecglen, desde entonces, no para de darle coba. Pero me imagino que Don Camilo lo habrá notado mucho antes que yo. El delirio ‘académico’ de Tecglen le llevó, según su costumbre, a insultar a una serie de escritores y periodistas, entre los que tuve el honor de figurar yo. ¡El colmo! Yo, con mi castellano bastardo y mis galicismos, que tengo que ver con la Real Academia, ¡pobre de mí! Pero es que para insultar, cualquier pretexto le sirve a ese señor. Ustedes recordarán que la respuesta de ABC a esos improperios fue tan tajante como generosa. Haro Tecglen no se paró en tan buen camino y quiso explicarnos que Carmen Martín Gaite no está en la Academia. Pero como no da pie con bola desde hace siglos, esto le valió una respuesta airosa de esta escritora, tan admirable por su talento, como por su independencia.

Además, ¿cómo podría ser elegido a la Real Academia una persona que ni siquiera conoce el sentido de la palabra ‘chivato’? El chivato o soplón: ‘dícese de la persona que acusa en secreto y cautelosamente’ (Diccionario de la Academia). Por lo tanto no corresponde en absoluto, a quien publica en la Prensa artículos, más o menos afortunados, pero firmados con su nombre y apellidos. El chivato o soplon informa anónimamente y en secreto a la Policía, a las Embajadas, a empresas competidoras, a partidos políticos totalitarios – los democráticos, no los necesitan – etcétera. Esto viene como miel sobre hojuelas para manifestar, con mucho retraso, mi agradecimiento a mis amigos, quienes protestaron, mediante carta al director de EL PAÍS, precisamente porque Haro Tecglen me insultó en varias ocasiones tratándome de chivato. En realidad he tenido ocasión de comentar varias veces este lamentable asunto con Ricardo Muñoz Suay, Antonio López Campillo y Jorge Amat, pero aún no he tenido ocasión de darles las gracias a Julián Marcos y sobre todo a Javier Muguerza. Digo ‘sobre todo’ porqie si Julián y yo nos vemos muy de vez en cuando a Javier no le he visto desde 1954, hace cuarenta años ¡Cuarenta! y aún se acuerda de mí y me echa una mano amistosa. Gracias.

Pero Haro Tecglen es como el mal rayo que no cesa y con motivo de la muerte de Tuñón de Lara vuelve a atacarme: ‘finalmente, C. S. ha aclarado que ‘lo oyó decir: buenafuente para calumnias desde ABC, allí vale todo’. Para terminar de una vez para siempre con aquello de chivatos y embajadas, repito por tecera vez que, efectivamente, oí decir, a Santiago Carrillo en 1955, que la Embajada soviética en París les había pedido – ordenado – que ‘liberaran’ a un grupito de españoles: Tuñón, Haro y a otros de las ‘tareas militantes’ porque ‘hacían otras cosas’, para ellos. Punto final. En cambio, debo constatar que Haro Tecglen en su delirio paranoico se ha puesto a chismorrear malévolamente y a mentir en torno a la vida privada de ciertas personas. Además de ser de muy mal gusto es arriesgado, porque ¿y si un día, alguien, furioso, se pusiera a contar la suya? Yo no, nunca lo he hecho, ni me interesa, además bastante tiempo he perdido con esa Momia. Tout dela pue, Monseur!’.

Carlos Semprún Maura