5 marzo 1984

Pedro J. Ramírez advierte de la permisividad de la sociedad contra los excesos policiales y lo define como ‘la antesala del fascismo’

Hechos

El 25 de marzo de 1984 el director de DIARIO16 publicó el polémico artículo ‘La Antesala del Fascismo’

25 Marzo 1984

LA ANTESALA DEL FASCISMO

Pedro J. Ramírez

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Con Tal y como estaban las cosas, fue justo y conveniente que la UCD perdiera el poder. Lo malo es que también perdió la oposición, en beneficio de un planteamiento mucho más radicalmente derechista y dando pie a una crispación de la vida pública, cada día más palpable.

Política y periodísticamente, la contestación al Gobierno socialista está orquestada de acuerdo con los más genuinos principios de aquello que vino en llamarse el «franquismo sociológico». El evidente aunque limitado incremento de la delincuencia viene siendo manipulado al servicio de una ofensiva sin escrúpulos, en la que se reivindican unos conceptos de «paz» y «orden» muy similares a los vigentes en el antiguo régimen.

De acuerdo con el esquema reflejado en los editoriales de los dos vetustos colegas que cada mañana compiten por arrebatarle lectores al diario EL ALCÁZAR, la sociedad española se divide en «gentes de orden», «maleantes» e «intelectuales marxistas». Según esa teoría, desde hace varios años, y en especial desde la victoria electoral del PSOE, los «maleantes» no dan abasto violando, robando y asesinando con total impunidad a las «gentes de orden», gracias al libertinaje moral, social y legal patrocinado por los «intelectuales marxistas».

La receta que se propone es bien sencilla. A los «maleantes» -sean terroristas, sean simples chorizos- hay que combatirlos con las armas en la mano, devolviendo a las Fuerzas de Seguridad, y especialmente a la esforzada Benemérita, la suficiente confianza como para recurrir a la vieja tradición de disparar primero y preguntar después. Además hay que neutralizar su caldo de cultivo, persiguiendo el consumo de drogas -sin distinción entre el «caballo» y el «porro»-, la homosexualidad, la pornografía y demás formas de degeneración humana. En cuanto a los «intelectuales marxistas» -concepto que, por supuesto, incluye a casi todas las voces liberales de la cultura y el pensamiento español actual-, ya va siendo hora de ponerlos en su sitio, aunque para ello haya que recurrir -con idéntico estilo y hasta con las mismas plumas imperantes hace veinte años- a todo tipo de insultos, calumnias y mezquindades.

Por fin la derecha española -la montaraz, la genuina, la que periódicamente se autodestruye- parece haberse reencontrado con su lenguaje. Y es que en los primeros seis meses de poder socialista -fundamentalmente a instancias de esos tibios «compañeros de viaje», los democristianos del PDP- el énfasis de la crítica al Gobierno se centraba en la acusación de que bajo su mandato se estaba produciendo un «recorte» de las libertades. Como divertimiento para salones de familias ricas no estaba mal pensado -Fraga, Robles Piquer, Arespacochaga: esos esforzados paladines de los derechos humanos y la libertad de expresión-, pero, naturalmente, no se lo creían ni ellos y a sus bases el asunto les dejaba más bien frías.

Ahora es otra cosa, pues de lo que se trata es de protestar por la ola de degradación que nos invade, por la erosión de los valores tradicionales de la familia y por la demoniaca conjura marxista para desplazar al reino de Cristo de la católica España, mancillando al mismo tiempo la sagrada unidad de la patria. Los mismos que anteayer tildaban al Gobierno de totalitario, hoy lo tachan de permisivo y reclaman que ponga en marcha el «rodillo socialista» hasta aplastar a toda esa calaña de navajeros, drogotas, punkies y etarras que contaminan nuestras calles.

Aniquilada por blandengue la UCD, provisionalmente desvanecido el burdo espejismo golpista, la España eterna, la derecha de toda la vida, está vertebrándose para pedir lo que ha pedido siempre: ¡mano dura! Con el dinero de todos los empresarios Carlos Ferrer -quién lo iba a decir hace años, tan inglés él en apariencia- financió primero el partido del catastrofismo e intenta financiar ahora el periódico del catastrofismo. Es la teoría del cuanto peor mejor, con la palabra «libertad» como careta. Resulta que el PSOE es el «totalitario», pero el poder se transmite en la CEOE por cooptación -Cuevas-Chernenko- de idéntica manera a como sucede en la nomenklatura soviética. Resulta que el PSOE es el que coarta el derecho a la información y la libertad de la empresa informativa -que de hecho lo hace-, pero son los mismos supuestos paladines de la «economía de mercado» los empeñados en censar y controlar a la profesión periodística mediante un nuevo carnet franquista.

Lo que, por supuesto, no están dispuestos a admitir los altos funcionarios de la patronal es que uno de los elementos que más coadyuvan a la escalada en la inseguridad ciudadana es la fidelidad del Gobierno a una política económica tan acorde con sus intereses como, en mi opinión, acertada. Cuando uno de cada cinco españoles está en paro -dos millones y medio de desempleados en total- es inevitable que, con drogas o sin ellas, con una u otra ley de Enjuiciamiento Criminal, exista una minoría que elija la senda de la delincuencia. Es uno de los costes de esta estrategia de ajuste, ortodoxamente capitalista y liberal, basada en dar prioridad a la lucha contra la inflación y a la reconversión industrial, frente a la alternativa de crear artificialmente puestos de trabajo.

Si el Gobierno alcanzara los ochocientos mil nuevos empleos prometidos, sin duda que disminuiría la delincuencia. ¿Y de qué manera conseguirlo? Friendo, aún más, a impuestos a las clases altas y medias. ¿Están la CEOE, las organizaciones de comerciantes, los autopatronos, dispuestos a que se emprenda esa vía, auténticamente socialista, basada en el elemental principio de quitarles a los ricos y darles a los pobres?

¡Qué cosas pregunto! Naturalmente que no están dispuestos. La derecha española quiere todas las ventajas del sistema de libertades, pero ninguno de sus inconvenientes. Economía de mercado, pero con gendarme incorporado. Y han creído encontrar su hombre, su «caballo de Troya», en el impulsivo e ingenuo ministro Barrionuevo, al que no cesan de llenar de elogios, mientras vilifican al titular de Justicia, Fernando Ledesma.

Uno y otro representan los dos polos de esa conveniente tensión entre idealismo y realismo que cabe esperar de un proyecto político mínimamente renovador. Si Ledesma se ha equivocado, como parece que así ha sido, en la oportunidad y literalidad de la reforma de la ley de Enjuiciamiento Criminal -que no en el fondo del asunto-, también lo hizo Barrionuevo con el «peinado» del barrio del Pilar o con la pretensión de convertir a los arrendatarios de pisos en confidentes policiales. El verse obligado a rectificar una decisión mal calculada no basta para descalificar a unos políticos que inevitablemente tenían que pagar su bisoñez administrativa.

Hoy por hoy el riesgo que planea sobre la democracia española es que se rompa el punto de equilibrio y la libertad empiece a ser sistemáticamente sacrificada en aras del principio de autoridad. Felipe González ha comentado muchas veces que el orden público puede ser en España el verdadero talón de Aquiles de un Gobierno de izquierdas y, por otra parte, sería absurdo negar que en la opinión pública va abriéndose paso un clima distinto al imperante en los ilusionados momentos fundacionales del nuevo régimen.

Hace cinco años la emboscada de Pasajes habría suscitado un debate parlamentario con el «terrorismo de Estado» a vueltas. Son ya tantas las iniquidades cometidas por ETA que, hoy por hoy, muchísimos ciudadanos de muy diversa ideología están dispuestos a aprobar a ojos ciegos lo ocurrido, considerando totalmente secundario el análisis de si hubo o no oportunidad de capturar vivos a los miembros del comando acribillado por el GEO. Mucho me temo que si se hiciera una encuesta rigurosa sobre los crímenes del GAL en el País Vasco-francés, el resultado sería todo un espaldarazo de la opinión pública, incitándole a proseguir su macabra escalada de represalias.

¿Qué tiene de extraño en este contexto de terror contraterrorista que los datos de todos los ciudadanos estén siendo almacenados, como hoy se explica con todo detalle en este periódico, en la red informática de los Cuerpos de Seguridad del Estado y que baste un «error burocrático» para reactivar la memoria de ese león durmiente que es el «Estado policía» y que, digan lo que digan las leyes de cada momento, siempre considerará el activismo político como un delito a reprimir?

Barrionuevo debe ser consciente de que tiene ante sí una fiera insaciable. Hoy le piden la persecución del «porro» -¿cuántos han fumado él y sus colegas del Consejo de Ministros?-; mañana, el acoso de vagos, homosexuales y drogadictos, mediante la reposición de la siniestra ley de Peligrosidad Social. ¿Cuál será el siguiente paso? ¿La impunidad para el policía que torture a un terrorista? ¿La vista gorda para el ciudadano que trate de linchar a un delincuente? ¿La medalla del mérito civil para quien mate a un atracador? Cuidado, cuidado. Todo eso es la antesala del fascismo.

Pedro J. Ramírez