11 junio 1997

En opinión del ex ministro socialista y columnista de LA VANGUARDIA varios de los intelectuales vascos que se enfrentan al nacionalismo vasco lo hacen porque son nacionalistas españoles

Polémica entre Ernest Lluch y Fernando Savater en EL CORREO vasco sobre nacionalismo y antinacionalismo

Hechos

  • El 14.06.1997 el diario EL CORREO publicó un artículo de D. Fernando Savater, ‘El nacionalismo obligatorio’, que contestaba al artículo ‘Savater visceralmente nacionalista’ publicado en el mismo periódico por D. Ernest Lluch.

Lecturas

D. Ernest Lluch acusó a D. Fernando Savater en un artículo en EL CORREO Español El Pueblo Vasco de ser ‘visceralmente nacionalista’ a lo que este le replicó en el mismo periódico de ser ‘poco original’ en una acusación que calificó de ‘bobada’.

14 Junio 1977

El nacionalismo obligatorio

Fernando Savater

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Ernest Lluch en un artículo que me eximía de ser «visceralmente antinacionalista», pero sólo al precio de convertirme en «visceralmente nacionalista»... español. Comprendo que nadie tiene derecho a exigir a sus críticos talento en la argumentación, pero uno suplicaría al menos originalidad en las bobadas.

En un reciente y espléndido artículo, Antonio Muñoz Molina señalaba que a él le parecía bien que el nacionalismo fuese legítimo, pero se negaba a aceptarlo como obligatorio. Sin embargo precisamente el primer dogma nacionalista es la obligatoriedad del nacionalismo: o bien se es nacionalista de los suyos o bien se es nacionalista de los otros, pero nadie puede escaparse de ser nacionalista, porque por lo visto el nacionalismo es característica esencial del ser humano, como la mortalidad o la risa. De modo que cualquier crítica al nacionalismo no puede brotar más que del nacionalismo opuesto, lo cual la neutraliza. Como también las críticas al nacionalismo son nacionalistas no pueden desmentirlo sino que lo confirman, lo cual llena de júbilo al nacionalista, que suele ser proclive a las alegrías sencillas de la vida.

Esta argumentación, la más vieja del mercado, me ha sido aplicada recientemente por Ernest Lluch en un artículo que me eximía de ser «visceralmente antinacionalista», pero sólo al precio de convertirme en «visceralmente nacionalista»… español. Comprendo que nadie tiene derecho a exigir a sus críticos talento en la argumentación, pero uno suplicaría al menos originalidad en las bobadas. En este caso no he tenido suerte. A diferencia mía y caso único en el mundo, Lluch asegura en cambio que él no forma parte de la aguerrida milicia nacionalista de ninguna nación, sea pequeña, grande o mediana: según parece sirve a la patria sólo en servicios auxiliares, de modo que su reconvención es desinteresada. El buen hombre quiere curarme de mi nacionalismo exacerbado antes de que sea demasiado tarde. Muy gentil por su parte.

¿En qué se nota mi grave nacionalismo, según el doctor Lluch? Paso por alto su mención a que nunca he denunciado el nacionalismo español de Covadonga, el Cid y la lengua del Imperio, cosa que atribuyo a un olvido suyo o a una disculpable ignorancia de mi obra. Como escribo demasiado, no puedo reprochar a nadie que no me lea del todo si tiene cosas mejores que hacer.

En todo caso, prefiero que me reprochen no haber dicho lo que sí he dicho que el haber dicho lo que no he dicho… Pero los dos síntomas concretos más significativos que me señala, ambos recientes, merecen sin duda comentario. El primero es haber sido distinguido en Barcelona por la Asociación para la Tolerancia. El segundo, haber presentado elogiosamente el libro Contra Cataluña de Arcadi Espada, también en una librería de la ciudad condal. Veamos más de cerca ambas alarmas.

El reproche contra la Asociación para la Tolerancia que formula Lluch es que son contrarios a la Ley de Normalización del catalán. No sé si son contrarios o no, ni tampoco me parece un pecado demasiado grave: en democracia tenemos obligación de cumplir las leyes, no de que nos gusten.

Y tenemos la posibilidad, si no nos gustan, de intentar cambiarlas por vía parlamentaria. Por lo que escuché en la grata velada que pasé con ellos, los miembros de la asociación son contrarios a que el catalán sea la única lengua vehicular de enseñanza en Cataluña. Tampoco yo estoy de acuerdo con esa disposición, que niega de facto un rasgo evidente de la sociedad catalana, a saber su bilingüismo, y empuja hacia la enseñanza privada a quienes desean escapar de esa discriminación de la pública. No creo que esa discrepancia me convierta en nacionalista español, lo mismo que mi igualmente firme oposición a una enseñanza sólo en castellano no me hace nacionalista catalán.

Los miembros de la Asociación se oponen también a los diputados que abandonan el Parlamento autonómico si se habla en castellano, lengua de la mitad de los ciudadanos del país, a los obispos que intentan convertir en mandamiento divino el catalán para aquellos que no lo saben, a los intelectuales totalitarios que pretenden convertir el catalán en la única lengua oficial de la comunidad autónoma, a los que se inventan absurdamente un derecho lingüístico territorial para negar por decreto lo que efectivamente pasa en el territorio. Y tampoco les gusta que el carnet estudiantil de la Universidad de la que supongo profesor a Lluch sea bilingüe, pero en catalán e inglés. Comparto todos estos antagonismos sin reservas por una razón que Lluch comprenderá: detesto a quienes obligan a otros a andar por el arroyo mientras ellos monopolizan la acera.

En cuanto al excelente y punzante libro de Arcadi Espada, Ernest Lluch le reprocha nada menos que tener como eje la justificación de los catalanes franquistas partidarios de la eliminación del autogobierno y la prohibición de la lengua catalana. Eso no es verdad y mentir está muy feo, aunque comprendo que cuando uno es ex-ministro cueste sacudirse el hábito. Lo que hace Espada es criticar el uso manipulador de la historia que se llevó a cabo en determinado programa de la televisión autonómica, que a su juicio contribuía maliciosamente a encizañar el país más que a entenderlo. Como no vi ese programa no puedo opinar, pero su argumentación me parece verosímil y nada tiene que ver con lo reprochado por Lluch. En cambio conozco lo suficiente Cataluña para saber que el resto del libro está lleno de observaciones agudas cuya crítica contribuye a engrandecer el país en lugar de empequeñecerlo, incluso aunque se discrepe de ellas.

Y de eso se trata en fin, de hacer el país más ancho y no más estrecho. El nacionalismo al que me opongo es el que mutila y descarta parte de la sociedad plural a que se aplica. El que quiere dividir la realidad nacional en propietarios y advenedizos, el que pretende inventarse siguiendo a Charles Maurras un «extranjero interior» contra el que luchar, el que quiere suprimir y monopolizar, poniendo en peligro la ejemplar convivencia de lo diverso que se da en la vida cotidiana de Cataluña… o en Euskadi, mal que les pese a los fanáticos oscurantistas. La verdadera mirada no nacionalista es la de esa niña de Huesca -once años de edad- que en una redacción describe así su limpio mundo en donde todo cabe: «La calle en la que vivo se llama Santiago. Huele a personas a las que les gusta salir a la calle, también huele a abuelos, a humo y a obras. Sabe a limón exprimido con chocolate y un poco de gasolina. Se escuchan gritos y cantes flamencos. Veo perros vagabundos y abuelas cuando van a comprar».

Fernando Savater

28 Junio 1997

Las exageraciones de Savater

Ernest Lluch

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El pasado 14 de junio Fernando Savater intentaba refutar con acritud en EL DIARIO VASCO de San Sebastián un artículo mío que el lector no había podido leer porque no había sido publicado. Al día siguiente lo volvió a publicar intacto en EL PAÍS de Cataluña donde tampoco se había publicado el mío. En otros periódicos, me cuentan ha hecho lo mismo. En mi barrio dirían que no es de buen talante. En cambio sí parece normal haberlo publicado en EL CORREO de Bilbao donde sí yo había publicado un artículo donde decía básicamente dos cosas. La primera es que la lengua catalana como el vascuence o el gallego continúan estando en situación de inferioridad en relación con el castellano. L a segunda que Savater cuando se habla de lenguas, de pueblos o de autogobiernos está tentado por el nacionalismo español menos abierto y no por sus habituales criterios democráticos.

Si Savater dice que se le tacha de visceralmente antinacionalista español. En su respuesta elimina mis comillas al visceralmente, con lo que elimina la ironía. EN mi barrio tampoco les gustaría esta eliminación ante lectores que mayoritariamente no me habían leído. Las habituales durezas verbales del nacionalismo, sea vasco, español o catalán, no me agradan. Le dan un tono político radical cuando coincido con el director de la Real Academia, Fernando Lázaro Carreter, es que ‘es de desear que, en estos cien años venideros, castellano y catalán logren equilibrarse en un bilingüismo espontáneo, y que el empleo de una lengua u otra pierda significado político’. Ahora no hay bilingüismo porque todos los catalanohablantes hablamos y escribirnos en castellano pero no todos los catalanes castellanohablantes quieren hacer lo inverso con el catalán, como algunos amigos catalanes de Savater, o aún no han aprendido una lengua fácil como es la catalana pero no para los que tienen cierta edad.

Afirma Savater que ha atacado tanto al nacionalismo catalán y vasco como al español. En sus dos actuaciones en Barcelona del 10 de abril y del 17 de mayo, según las crónicas de C. G, solamente lo hizo contra los dos primeros a los que tituló de agrestes. En su reciente antología sobre ‘El mito nacionalista’ se concentra en abundantes ataques al nacionalismo vasco y solamente hay brevísimas referencias al nacionalismo españolista en una de sus peores versiones: el fallecido franquismo. Uno que no es nacionalista queda perplejo ante tanta desigualdad. El nacionalismo catalán, sin terrorismo, también le parece campesino, áspero, rudo, tosco o grosero. Este desequilibrio para mí es una tendencia a esconder los rasgos negativos del nacionalismo vasco es la matriz del terrorismo: “El caso del nacionalismo vasco y el fenómeno terrorista que lo prolonga, enloquecidamente’. Algo hay, pero no me parece la causa primera.

De acuerdo con el gran pensador liberal Isaiah Berlin, que ha vivido entre Letonia e Inglaterra, mi interpretación es otra: ‘Un grupo (un conjunto de costumbres y un estilo de vida, una forma de percibir y comportarse que tienen valor sólo porque son las suyas) que es herido es como una ramilla curvada, doblada tan violentamente que cuando se la suelta golpea con furia’. AL golpear se está predispuesto a ‘la contrarreacción violenta, a llamaradas de orgullo nacional y, a menudo, a la autodeterminación agresiva’. El Movimiento Nacional de 1936 no se puede justificar y tampoco su contrarreacción del Movimiento de Liberación Nacional Vasco.

Hace poco le decía a Pedro Miguel Etxenike que en el caso vasco hay la gran singularidad de que en la idea nacionalista de España han colaborado muchos vascos desde Unamuno y Baroja a Maeztu, Balparda o Basterra por no decir Sánchez Mazas. Apenas hay nombres catalanes en esta galería. Desde mi punto de vista bastantes de los postnacionalistas vascos de hace un lustro son sucesores de estos nombres en su vertiente no armada. Por ello pienso que nuestros neo-españolistas excitan temores e inseguridad en el nacionalismo democrático vasco. Romper la terrible dialéctica entre nacionalismos se hace creando un gran espacio de autonomistas, de nacionalistas de todo signo reformistas, socialistas de Eibar, partidarios de desarrollar derechos históricos, patriotas de la Constitución y del Estauto y pacifistas.

Savater está alarmado porque en mi Universidad de Barcelona hay un carné en catalán e inglés sin castellano. No lo he visto jamás. Yo no estaría de acuerdo si existiera pero como demócrata lo tendría que aceptar si hubiera sido votado. También escribe Savater que hay ‘diputados que abandonan el Parlamento autonómico si se habla en castellano’. Hay que explicar a los no catalanes que esto sucedió una sola vez ante un diputado [Julio Ariza, del PP] que no habló en castellano normal sino como provocación. Otros habían hablado en castellano y no sucedió nada. Me parece que fueron tres diputados los que abandonaron impresentablemente el Parlament y a los que riñó CiU. El mismo diputado [Ariza], un integrista religioso, habló hace muy poco de inexistentes trenes de francesas que venían a abortar en Barcelona. Afirma Savater que escribí que un libro que presentó tiene como eje la defensa de los catalanes franquistas. Escribí ‘uno de sus ejes’. Tampoco Savater tendría la aprobación de los de mi barrio en ser tan poco escrupuloso. No ha leído las declaraciones de miembros del Vichy catalán en el definitivo juicio a Companyus. Savater: conoce a Cataluña, por favor, y no exageres.

Si viajan a Cataluña vean los quioscos básicamente en castellano, vean las escuelas donde todo el mundo sabe y aprende el castellano, vean como el catalán no existe en la justicia y en los registros y poco en la función pública, escuchen el 92% de las radios privadas en castellano y el 80% de las televisiones y verán que quienes creen o afirman en persecuciones contra el castellano coinciden con la COPE o con Anson pero no con la realidad básica. Me duele que perjuicios nacionalistas castellanistas de Savater le impidan ver la realidad y aceptar criterios democráticos. Su afirmación de que todos los ministros mienten proviene de Onésimo Redondo. La olvido.

Ernest Lluch