9 febrero 1994

El Cronista de la Villa franquista sale en defensa del político fallecido desmintiendo al columnista izquierdista

Polémica Alpuente-Aguinaga por el Mercado de Olavide en EL PAÍS ¿Fue una venganza del alcalde franquista García Lomas?

Hechos

Un artículo del Sr. Moncho Alpuente sobre la demolición del Mercado de Olavide (distrito de Chamberí en Madrid) causó una réplica del antiguo cronista de la Villa, D. Enrique de Aguinaga.

Lecturas

16 Febrero 1994

LA VENGANZA FASCISTA

Mocho Alpuente

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En los mentideros madrileños se decía que Miguel Ángel García Lomas había querido consumar, con ésta y otras demoliciones, su particular venganza contra los catedráticos republicanos que solían suspenderle en sus años de facultad.

Sobre el tremendo cráter que dejó la voladura del mercado han crecido, moderadamente, algunos árboles, resguardados por cercas de hierro y protegidos por intrincados setos, selva doméstica que transitan domesticados canes, celosamente custodiados por sus amos para que no contaminen con sus deposiciones el terreno de juego conquistado por los niños y colonizado por las voraces palomas.El 2 de noviembre de 1974, a las dos de la tarde, murió un mercado y nació una plaza en Olavide Flora y Enrique exhiben en las paredes de su taberna fotografías de aquel suceso que cambió la vida del barrio y su fisonomía. El singular edificio del mercado, una pagoda octogonal, racionalista y republicana, de hormigón armado, había sido construida, por iniciativa del Ayuntamiento, en 1934, siendo su artífice el arquitecto municipal Francisco Javier Ferrero. Su demolición fue ordenada y ejecutada por otro Ayuntamiento, a cuya cabeza figuraba otro arquitecto, un fascista confeso llamado Miguel Ángel García Lomas.

¿Venganza?

En los mentideros madrileños se decía que el edil había querido consumar, con ésta y otras demoliciones, su particular venganza contra los catedráticos republicanos que solían suspenderle en sus años de facultad. Había razones más prosaicas, motivaciones inspiradas en oscuros intereses económicos. En la vecina calle de Fuencarral, en el solar de un antiguo colegio de los hermanos maristas, se había proyectado otro mercado, unas modernas y subterráneas galerías comerciales cuya adjudicación prometía magníficas perspectivas para la especulación inmobiliaria.En el Méntrida, el más veterano de los ocho bares que circundan la plaza, sobre el estruendo de las fichas de dominó y los soniquetes de las tragaperras, Flora recuerda que el día de la voladura se asomó al balcón, inmediatamente después de la explosión, y llegó a tiempo para ver «cómo el pobre se hundía». Estallaron los cristales y una tormenta de polvo y cascotes se precipitó por las calles adyacentes. Las tres fotos que cuelgan de la pared del bar forman una secuencia: en la primera emerge la gris osamenta del mercado, incólume, aunque con una grieta premonitoria en su cubierta; en la segunda, humo y polvo surgen de sus respiraderos y acompañan al pesado caparazón en su hundimiento; en la tercera, la única en color, aparece la nueva plaza que brotó de la noche a la mañana, ajardinada y preparada, en 24 horas, por brigadas de obreros que trabajaron intensivamente para borrar las huellas del atentado.

Flora y Enrique reconocen que los bares de la plaza salieron ganando con la demolición, que les permitió instalar sus terrazas en la nueva zona de peatones, terrazas muy concurridas con los primeros soles de la primavera, ventilados oasis donde vivaquear en las agobiantes noches del verano madrileño.

Jóvenes y orgullosas madres conducen a sus criaturas, disfrazadas en estos días de carnaval de pieles rojas, hadas, brujas o piratas, hacia la zona de los columpios y los toboganes. En los ciclópeos bancos de granito conviven jubilados y amas de casa, parejas jóvenes y solitarios en busca de calor humano. Una atildada sexagenaria estudia con detenimiento un mapa de Europa extendido sobre sus rodillas; a su. lado, un hierático y ensombrerado aborigen andino, con los ojos cerrados, absorbe ensimismado los últimos rayos de sol de esta generosa tarde de invierno. Los usuarios del aparcamiento subterráneo emergen a la superficie por las bocas que se abren en el centro de la plaza, guiñan los ojos y, deslumbrados y aturdidos, se abren paso torpemente entre la turbamulta infantil. Cuando terminan las clases, una legión de colegiales, párvulos bajo custodia o adolescentes en pandilla, convergen aquí desde las bocacalles de Olavide: Jordán, Murillo, Palafox, Raimundo Lulio, Gonzalo de Córdoba, Santa Feliciana y Trafalgar. Singular amalgama de héroes, de santos y de artistas que confluyen en un enclave dedicado a la memoria de un ilustrado del siglo XVIII, Pablo de Olavide, colonizador de Sierra Morena, amigo de Voltaire y de Rousseau, perseguido, encarcelado, penitenciado y desterrado por la Santa Inquisición, por sus ideas y, sobre todo, por su sospechosa y nutrida biblioteca enciclopedista, creador de un ambicioso plan de estudios y mentor de una nueva ley agraria, fundador de bibliotecas públicas y de la Real Escuela de Arte Dramático.

La destrucción del mercado trajo consigo la ruina de muchos comercios de la zona conectados con su actividad. Entre los establecimientos que sobrevivieron figuran una tienda especializada en menaje de cocina, una zapatería y alpargatería anclada en la tradición y un ultramarinos que ofrece bacalao de las islas Feroe y ostenta el animoso nombre de La Esperanza.

El Chichi ya no alquila bicicletas a los chavales del barrio, su tienda es ahora una heladería que atiende por La Bámbola. Sin embargo, la droguería y perfumería La Popular conserva, entre los grafitos, sus clásicos reclamos, un papagayo y una goleta. Uno de los escaparates de La Popular exhibe un insólito y misterioso muestrario de sustancias minerales y productos químicos: cola de conejo, laca de muñeca, sulfato de cobre, bórax, azufre, betún de Judea, goma arábiga.

Limpieza étnica

Los vagabundos tienen su hueco en Olavide. Hace aproximadamente 15 años un airado cachorro de la camada fascista disparé a quemarropa sobre un mendigo que dormía en uno de estos bancos, y un artefacto de escasa potencia estalló, sin producir daños graves, en plenas fiestas. Nadie quiere acordarse de aquellos años, cuando Fuerza Nueva fijó su sede en las proximidades y sus matones acometieron la limpieza étnica reivindicando el barrio como «zona nacional».Olavide es una plaza abierta donde caben todos, niños y mamás, jubilados y ociosos, golfos y toxicómanos, siempre que respeten el código no escrito que regula su convivencia.

Moncho Alpuente

03 Marzo 1994

PLAZA DE OLAVIDE

Enrique de Aguinaga

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La demolición no pudo ser una "venganza" de García-Lomas por suspenderle, no sólo porque nunca fue suspendido en la carrera., sino, además, por la potentísima razón de que tal demolición fue un acuerdo municipal anterior a su mandato, acuerdo del que García-Lomas fue mero ejecutor.

Bajo el título de La venganza fascista Moncho Alpuente (en EL PAÍS Madrid del pasado día 16 de febrero) se refiere a la demolición del mercado de Olavide (en noviembre de 1974) en términos que exigen la restitución de la verdad histórica y del honor agraviado de quien, fallecido hace 17 años, no puede defenderse: Miguel Ángel García-Lomas, alcalde de Madrid entre julio de 1973 y abril de 1976.Pasando por alto su anticuado lenguaje y demás adornos, Alpuente propaga un doble infundio: la demolición del mercado no sólo fue una «venganza» del alcalde García-Lomas, sino también el modo de satisfacer «oscuros intereses económicos» ligados a la «especulación inmobiliaria».

La demolición del mercado de Olavide no pudo ser una «venganza» de García-Lomas «contra los catedráticos republicanos que solían suspenderle en sus años de Facultad» (?!), y más concretamente contra Javier Ferrero, arquitecto de aquel mercado, no sólo porque nunca fue suspendido en la carrera y, a mayor abundamiento, no tuvo a Ferrero por catedrático, sino, además, por la potentísima razón de que tal demolición fue un acuerdo municipal anterior a su mandato, acuerdo del que García-Lomas fue mero ejecutor y que no se había ejecutado antes en espera de la sentencia de la Audiencia Territorial.

La demolición del mercado de Olavide estaba prevista en un plan de recuperación de plazas para airear el centro urbano que se formula en el Ayuntamiento de Madrid en los años sesenta, que se inicia con las demoliciones de los mercados de El Carmen (1969) y San lldefonso (1970) y que hubiera proseguido con el mercado de Mostenses.

Tras el proceso de iniciativa y trámites, la supresión del mercado de Olavide se aprueba en el pleno que tuvo lugar en febrero de 1972, y, al igual que las anteriores, se acuerda con todo género de garantías técnicas y jurídicas.

Entre las primeras, los estudios de la funcionalidad negativa de aquel mercado, de la densidad de abastecimiento de la zona, de las áreas de influencia de los mercados próximos y de las consecuencias comerciales y urbanísticas.

Entre las segundas, la mencionada sentencia, favorable y definitiva, de la Audiencia Territorial (en febrero de 1974) en el recurso contencioso-administrativo promovido por los usuarios de los puestos.

En cuanto a los «oscuros intereses», si hubieran existido, Alpuente haría bien en denunciarlos con la debida claridad y con todas las responsabilidades, en vez de propagar patrañas. Imposible lo veo.

La recuperación de una plaza para el dominio y el disfrute público (16.000 metros cuadrados suman las tres plazas así recuperadas) esta operación diametralmente opuesta a la especulación inmobiliaria, en tanto que la espontánea instalación de una galería de alimentación, por parte de la legítima iniciativa privada, cumplidos todos los requisitos reglamentarios, en un marco de honorabilidad, no autoriza la insidia ni la calumnia, aunque sea con un difuso efecto retroactivo y desde un ambiente de corrupción contagiosa.

Toda la abundante y cuidadosa documentación de aquellas decisiones municipales debe obrar en la actual Dirección de Servicios de Comercio del Ayuntamiento de Madrid, al que tuve el honor de servir en la antigua Delegación de Abastos y Mercados.

Enrique de Aguinaga

El Análisis

Rumorología vs Fideismo

JF Lamata

No se trata de establecer un cómodo ‘fifty-fifty’ enre la polémica del franquista y el rojelío, se trata de dejar claro que ambos, en sus artículos juegan en ligas diferentes. El Sr. Alpuente está haciéndose eco de rumores populares, mientras que el Sr. Aguinaga muestra fideismo hacía los datos esgrimidos por los políticos fallecidos. Es difícil combatir los rumores,  puestos no obedecen a la lógica documental. Los hubo entre el populacho sobre Olavide y los seguirá habiendo. Por tanto, de nada sirve que el Sr. Aguinaga los refute con datos, los que pensaron que la demolición fue una vendetta del alcalde Sr. García Lomas, lo seguirán pensando igual. Por cierto, en su réplica el Sr. Aguinaga alude a la Plaza de San Ildefonso que será, precisamente, el objeto de la siguiente polémica entre los dos periodistas.

J. F. Lamata