6 octubre 1988

Triunfo del 'Comando por el No' encabezado por el demócrata-cristiano Patricio Aylwin

Referéndum sobre la Dictadura en Chile: los votantes dicen ‘NO’ a Pinochet iniciando una transición democrática

Hechos

  • Resultados del referendum:
  • – SÍ a Pinochet: 40%
  • – NO a Pinochet: 60%

Lecturas

El General Fernando Matthei fue el primer miembro de la Junta Militar que Gobierna Chile desde el establecimiento de la Dictadura que reconoció públicamente el triunfo del NO ante los medios de comunicación.

LOS GANADORES:

La Concertación

Patricio Aylwin, líder oficial de la Democracia Cristiana, ha sido la cabeza visible de la Concertación por el NO. A pesar de que Aylwin apoyó la llegada al poder de Pinochet en 1973.

Eduardo Frei Ruiz Tagle lideraba la facción del partido Democracia Cristiana, uno de los mayoritarios de la Concertación, dentro de los defensores del NO en aquella campaña electoral. El padre de Frei apoyó el golpe de Pinochet en 1973, para acabar enfrentándose a la dictadura y morir en extrañas circunstancias, siendo a partir de ese momento Frei Ruiz Tagle el heredero de su memoria.

Gabriel Valdés lidera la facción de la Democracia Cristiana que nunca respaldó la dictadura del General Pinochet.

Ricardo Lagos, fundador y líder del Partido Por la Democracia (PPD) a sido uno de cabecillas de la defensa del ‘NO’. Su partido agrupa en gran medida a los socialistas chilenos contrarios a la dictadura, pero distantes del comunismo guerrillero.

Enrique Silva Cimma, líder del Partido Radical, Socialdemócrata, también integrando en la Concertación.

El Partido Comunista de Chile, ilegal, liderado por Luis Corvalán, no formó parte de la Concertación por la mala imagen que tenía por su apoyo a la organización guerrillera o terrorista Frente Patriótico Manuel Rodríguez, pero igualmente hizo campaña a favor del NO.

En la campaña del No también participaron numerosos artistas como Alex Zisis, Nissim Sharin, Bastián Bodenhöfer, «Gervasio», Ana González, Ana María Gazmuri, Coca Guazzini, Maitén Montenegro

LOS PERDEDORES:

Sergio Fernández, ministro de Interior, fue el encargado de liderar la campaña a favor del SÍ a Pinochet. Ante su derrota será destituido por Pinochet y reemplazado por Carlos Cáceres, el encargado de negociar con la oposición como modificar la constitución de cara a convocar unas elecciones.

El partido Renovación Nacional, cuyo Presidente era Sergio Onofre Jarpa y su Secretario General era Andres Allamand, fue uno de los dos partidos que hicieron campaña a favor del SÍ.

Unión Demócrata Independiente (UDI) que lideraba Jaime Guzmán fue el otro gran partido que hizo campaña a favor del SÍ.

Los partidos del SÍ trataron de sacar mucho en pantalla a figuras jóvenes para dar la imagen de dictadura abierta al futuro. Entre ellos se destacaron Marcela Cubillos (UDI), José Antonio Kast (UDI) y Evelyn Matthei (Renovación Nacional).

Patricia Maldonado y Katherine Salosny.

En la campaña por el SÍ (Franja del Sí) también participaron famosos artistas y presentadores de televisión que se declararon partidarios de que Pinochet siguiera el poder como Patricia Maldonado o Katherine Salosny (que más tarde se declararía arrepentida), Hermógenes Pérez de Arce, Hernán Serrano, Jorge Rencoret, Ginette Acevedo y Carmen Gardeweg.

07 Octubre 1988

La victoria en La Victoria

Maruja Torres

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El sueño de los demócratas chilenos se ha hecho realidad. El dictador Augusto Pinochet fue estrepitosamente derrotado el miércoles en el plebiscito presidencial. Según resultados, oficiales, escrutada la práctica totalidad de los votos emitidos, el no se sitúa claramente en cabeza, con un 54,68%, frente al 43,04% del sí. Mientras el Gobierno presentaba su renuncia y la oposición pedía la apertura urgente de negociaciones para la etapa de transición que ahora se abre, las reacciones internacionales reflejaban un sentimiento casi unánime: satisfacción. El Ejecutivo español expresó su esperanza en un "tránsito ordenado hacia un sistema pluralista mediante elecciones generales".

Poco después de las diez de la noche, hora local, se temía lo peor. Una tanqueta militar aparecía estacionada frente a la imagen de un Cristo crucificado al que nunca le faltan las luces, en una de las entradas a la población La Victoria, la más combativa, la más representativa del cinturón de la miseria de Santiago de Chile. De su ocupación por los sin casa se cumplirán 32 años el día 30 de este histórico mes de octubre.

A la una de la madrugada, cuando se supo que el general Matthei había reconocido públicamente la victoria del no, la tanqueta dio media vuelta y se, fue por donde había venido. Simultáneamente, las aproximadamente 200 personas, en su mayoría jóvenes, que quedaban esperando junto a la Casa de Cultura saltaron y gritaron, lloraron y rieron, se abrazaron como si se reencontraran después de una larga travesía. Entonces, poco a poco, los otros empezaron a salir de sus casas. En pijama, en bata, ojerosos, bostezantes, incrédulos. Dos únicas banderas, formadas cada una por la nacional chilena cosida a la del no -con el añadido «hasta vencer» del partido comunista, que en esta población tiene fuerte arraigo-, se pusieron al frente de la espontánea manifestación. Dos banderas y algo más: una guitarra, blandida en el aire por Lito, compositor y cantante poblacional.

La guitarra daba la medida de lo que aquello iba a ser. Un clamor de alegría y esperanza que, siguiendo escrupulosamente las instrucciones de los partidos de oposición, se redujo a los límites de la población, sin caer en provocaciones ni revanchismo. Era la felicidad y nadie podía creerlo.

Empezaron a llegar los periodistas. Se cantaba en torno a pequeñas fogatas hechas con panfletos. Se cantaba todo. Y se echaba a Pinochet-ya, ahora mismo, a grito limpio: «Y ya cayó», «la alegría llegó». Un grupo coreó una letanía rernatada por: «Y por si fuera poco, le cortamos los cocos (testículos)». La señora Olga, veterana con cabello de nieve, responsable de la olla común, lloraba en solitario. Pilina, 50 años, 15 días de tortura en la funesta Villa Grimaldi, recordaba a la hija que se murió de frío la noche en que tomaron la población. Cogidos de la mano, los vencedores del no formaban corros que giraban con energía largamente contenida. «Tenemos dignidad, señora, ya lo puede usted escribir», dijo a esta periodista un chaval como de 15 años llamado Andrés.

A medida que la manifestación avanzaba se iban sumando los recién despertados. Como en una película de las que ya no se llevan, cada vez más y más gente recorría los senderos flanqueados por murales de Allende, del Che Guevara, del asesinado padre André Jarlan, de los detenidos-desaparecidos. Los periodistas lloraban: tipos llegados de cualquier parte del mundo, que no están acostumbrados a contar victorias.

«Ahora, a cuidar el triunfo, compañeros. A quedarse muy quietos, a no provocar, a no dar motivos para que nos quiten lo que tanto dolor nos ha costado. Y a luchar para que nos devuelvan a nuestros presos políticos». La consigna iba de boca en boca. Y muchos de los que la pronunciaban eran jóvenes miembros del grupo armado Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Esa noche no hubo partidismos. Hubo Chile, el asombrado y orgulloso renacimiento de Chile. «Para que no nos vuelva a pasar lo que nos pasó», remachó el señor José con sabiduría de viejo combatiente.

Representantes sindicales, observadores extranjeros y luchadores representativos de la población formaron improvisados mítines pidiendo prudencia y firmeza.

Cuando tomó el megáfono el médico del policlínico -que les costó a todos una dura y prolongada batalla, y que se construyó con la aportación de un ladrillo por vecino-, se cuajó el silencio más respetuoso de la noche. «Él vive bien lejos, mi amiga, pero siempre se las arregló para llegar hasta aquí y cuidar de nosotros».

Recién conversos

Y no faltaron los recién conversos. Un reconocido sapo (soplón) proporcionó la radlo y los altavoces que hacían falta para que sonara la música y se bailara como en una verbena. «Ya se están cambiando la camisa. No importa, compañeros, no importa». Un par de provocadores pidieron a gritos quemar neumáticos. «El neumático arde dentro de nosotros. Es el triunfo del no», les respondieron, neutralizándolos.

El amanecer cogió a mucha gente en la calle, insomne. Por la avenida Departamental empezaron a circular coches que, al pasar por La Victoria, saludaban con el claxon. Un bebé rompió a llorar en la casa vecina a la que sirvió de cobijo a esta enviada especial. A través de los agujeros del techo llegaba el trinar de los pájaros. La gente, como si nada, salía de sus hogares para ir a trabajar. Tal como el Comando para el No había recomendado. Tranquilos, silenciosos. Armados sólo con una sonrisa apenas reprimida. Cargada de futuro.

07 Octubre 1988

Chile vive

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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PACÍFICAMENTE, CÍVICAMENTE, el pueblo chileno ha dicho no a la dictadura de Pinochet. Por grandes que sean las incógnitas que se abren tras los resultados de la consulta del miércoles (preparada por el propio dictador con la vana pretensión. de ver legitimado el poder que por la fuerza tomó y por la fuerza ha mantenido), una constatación se impone con el brío de la evidencia: que el futuro de Chile no pasa ya por la biografía de ese militar melifluo y felón, asesino y corrupto, llamado Augusto Pinochet.Hace ocho años, el pinochetismo hizo aprobar, en condiciones que nada tenían que ver con una consulta democrática, una Constitución confeccionada a su medida y teóricamente destinada a institucionalizar el régimen dictatorial. El plebiscito, entonces programado para fines de 1988, se concebía como una pieza más de un proyecto continuista, y de ahí que prácticamente no contemplase la posibilidad de una derrota. El desprecio de los dictadores por las urnas les hace olvidar a menudo el riesgo que supone someterse a la voluntad popular aun en las condiciones más desfavorables para expresar un voto libre. Sucedió en Uruguay, ocurrió en Polonia, y ha vuelto a pasar en Chile. Irónica paradoja.

Frente a las autocomplacientes previsiones del dictador, una serie de circunstancias, tanto internas como externas, han permitido convertir la consulta chilena en el punto de arranque de un proceso cuyo sentido es diametralmente opuesto a aquel para el que fue concebido. En primer lugar, la decidida voluntad de una mayoría de chilenos de acabar con la dictadura y recuperar la libertad. En segundo lugar, el acuerdo de todos los

partidos democráticos chilenos de superar sus normales diferencias ideológicas y concentrar sus esfuerzos exclusivamente en la consecución del no. Finalmente, la presión de las naciones democráticas occidentales, que, sin excepción durante el último año, han clamado por la recuperación democrática chilena y que, con su vigilancia, han impedido que el Gobierno de Pinochet cayera en la tentación de amañar el resultado o de negar sus conclusiones por la fuerza de las armas. Las cifras hablan bien a las claras: con una mínima abstención, indicativa de cómo Chile ha entendido la gravedad de lo que estaba en juego, los partidarios de que Pinochet se vaya han sido el 54,68% de los votantes, mientras que los que apoyaron al dictador han sido el 43%. Que se hayan conseguido unas cifras tan expresivas es doblemente satisfactorio si se consideran las condiciones en que se desarrolló la campaña del referéndum.

Es probable que tenga que pasar algún tiempo antes de que los resultados permitan formular conclusiones sociológicas y políticas precisas. Para averiguar, por ejemplo, el calado profundo del pinochetismo en Chile será necesario comparar, como ocurrió en la España posfranquista, el voto de apoyo a Pinochet ahora con el que eventualmente pudiera obtener en unas elecciones democráticas futuras, si el dictador decidiera hacer la prueba. El país puede encontrarse con la usual sorpresa de que la extrema derecha se ha diluido en la nada con el mero transcurso de unos meses fuera del poder.

Porque lo que sí parece seguro es que en ese 43% de votos sí existe un componente de temor; y que ese temor no lo es tanto a la libertad como a la reacción que una situación plenamente democrática podría suscitar en las fuerzas armadas. Dicho de otro modo: con su voto positivo, un sector de las clases medias y de la población rural ha expresado al Pinochet de 1988 su temor al Pinochet de 1973. Es decir, su miedo ante una situación que le recuerde la vivida hace 15 años. De hecho, la propaganda oficial ha difundido sutilmente ese mensaje al intentar asociar el recuerdo de la inestabilidad política que caracterizó al Gobierno de la Unidad Popular con lo que vino después. Como si esa secuencia de acontecimientos fuera inevitable y no derivada, precisamente, de la interrupción violenta del régimen constitucional por el mismo Pinochet.

Una sola salida

El referéndum, previsto desde que hace ocho años el régimen militar concibió la idea de autolegitimarse con unas instituciones a su medida, estaba preparado para una victoria del sí. El triunfo del no pone de manifiesto que las soluciones previstas son sencillamente impracticables. ¿Cómo es posible que quede en el poder un derrotado que ha condicionado su permanencia a un plebiscito que ha perdido? La inevitable y acelerada erosión de su figura en las próximas semanas va a hacer que Pinochet, carente de autoridad, sea incapaz de gobernar. Incluso sus propios compañeros de milicia, ya reticentes a que fuera candidato, pueden empezar a retirarle el apoyo. Es cierto que estaba previsto que, si perdía el plebiscito, Pinochet seguiría siendo presidente de la República durante 15 meses más, pasados los cuales, como jefe militar máximo durante 18 meses más, continuaría vigilando que las cosas se hicieran siguiendo los dictados de las fuerzas armadas. Es difícil que los acontecimientos puedan seguir ese camino. El general Pinochet no va a tener más remedio que negociar con los que le han derrotado, y la única negociación posible es la que gestione su marcha.

La relativa paridad de cifras a favor y en contra exige una salida pactada entre los militares y las fuerzas democráticas. El único objetivo de la negociación tiene que ser la instauración de un Gobierno civil provisional que convoque elecciones presidenciales y, probablemente, una Asamblea legislativa constituyente. Existe, para ello, una condición sin la que nada es posible: la oposición, que con tanto rigor ha defendido la opción del no sin permitir que las diferencias ideológicas estorbaran el convencimiento democrático, debe mantenerse unida, sin que discusiones internas puedan dar lugar a que el Ejército se sienta nuevamente impelido a intervenir apelando a lo que no dudaría en calificar como división suicida del país.

El Gobierno español emitió ayer un comunicado lleno de buen sentido. Tras constatar el triunfo del no, pide que el Gobierno de Chile «haga posible el tránsito ordenado hacia un sistema pluralista mediante elecciones generales». En el recuerdo de los españoles está todavía muy reciente el tránsito de nuestro país hacia la democracia, muchas veces plagado de dificultades y de amenazas, pero capaz de concitar en los momentos decisivos, para lo bueno y para lo malo, la voluntad mayoritaria de un pueblo determinado a salir del agujero negro de una pesadilla histórica. Chile se encuentra en estos momentos en una encrucijada similar, y ello explica la pasión con la que se han vivido en España los últimos espasmos de una dictadura llamada a desaparecer en un corto plazo de tiempo. Sería bueno que la experiencia española sirviera de modelo para los demócratas chilenos y para aquellos que, acunados durante años por la dictadura, terminen por rendirse a la evidencia de un futuro inevitable. La transición española no la hicieron solamente demócratas sin tacha, pero todos trabajaron a favor de la democracia. Los militares chilenos deben saber, por otra parte, que la comunidad internacional, y especialmente la Europa comunitaria, que España presidirá dentro de poco, sigue atentamente cuanto ocurre y exige, con los chilenos, el regreso sin demora a la libertad democrática. Como hubiera dicho León Felipe, los militares tienen «la hacienda y la pistola», pero el pueblo chileno ha recuperado «la voz antigua de la tierra».

08 Octubre 1988

Ni Pinochet ni Allende

Alejandro Muñoz Alonso

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El triunfo del ‘No’ en el plebiscito chileno ha sido vivido como algo propio por la práctica totalidad de la clase política española y por amplísimos sectores de la población. Algunos habían temido que la prosperidad económica lograda en los últimos años bajo el régimen dictatorial funcionaría como argumento contundente a favor del ‘Sí’, y cesa era precisamente la estrategia de Pinochet. Se pensaba – en un revelador lapsus de desconfianza íntima en la democracia – que los pueblos pueden llegar a renunciar a la libertad por un cierto y obsceno bienestar, pero por fortuna una vez más ha replandecido el buen sentido popular en las coyunturas históricas. A pesar de las grandes diferencias de todo tipo, el acontecimiento vivido por los chilenos pone de manifiesto la misma sensate cívica de los españoles cuando abrumadoramente optaron por el ‘SÍ’ en el referéndum de 1976 que aprobó la Ley para la Reforma Política. En contra, además, de lo que entonces proponía la oposición de izquierdas, que, ayuna de sentido histórico, pidió a los españoles inútilmente que se abstuvieran.

Ciertos sectores de la izquierda chilena han dado muestras del mismo despiste al agitar la bandera del allendismo y de la Unidad Popular, cuya irresponsabilidad generó un caos que sólo trae malos recuerdos a la inmensa mayoría de los chilenos. Es bien significativa la encuesta que citaba la víspera de la consulta un competente corresponsal, José Comas, según la cual los chilenos ordenarían así sus preferencias por cuatro Gobiernos históricos: 29,7% para el democristiano Frei (1964-1970), 24,4% para el conservador Alessandri (1958-1964), 13,3% para el dictador Pinochet (1973) y sólo 12,8% para el socialista Allende (1970-1973)

La conclusión a la que ha de llegarse es evidente: la victoria del ‘No’ podria haber sido aún más contundente si no se hubiera utilizado tan profusa y obstinadamente un allendismo que no suma sino que esta votos. Todo ello, además con el aplauso de la progresía española, con el reloj tan descabalado como siempre y más preocupada por reivindicar lo irreivindicable, la memoria y la obra de Allende, que por lograr para los chilenso un régimen moderno de libertad y demoracia. La cobertura informativa, clara y trannochadamente proallendista, que han hecho ciertos medios españoles, incluida TVE, ha sido sencillamente lamentable porque los chilenos no elegían entre Allende y Pinochet, padre e hijo del caos respectivamente. Más bien hay que concluir – repárase la encuesta citada más arriba – que prefieran mirar al futuro con un espíritu de moderación que rechaza tanto a la extrema derecha como a la extrema izquierda. Ni Allende ni Pinochet.

En Chile falta todavía muco camino por recorrer, y los resultados finales dependerán de cómo actúen unos y otros en los próximos meses. Como en España en 1976-77, se plantea ahora allí, en cierto modo, el dilema reforma-ruptura y la experiencia vivida aquí puede ser ilustrativa: el rupturismo y el todo o nada no van a ninguna parte y sólo serían bazas para Pinochet y el involucionismo. Lo cual no quiere decir, por supuesto que no deban negociarse – en un proceso de presión democrática mantenida – los plazos previstos por la dictadura, pues es absurda la perspectiva de un Pinochet derrotado inequívocamente y goberando todavía 15 meses
Alejandro Muñoz Alonso

07 Octubre 1988

La Despinochetización de Chile

Manuel Blanco Tobio

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El principal deber de un dictador es no hacer preguntas. A Miguel Primo de Rivera se le ocurrió hacerlas y a Pinochet también y los dos perdieron. En cambio, a Fidel Castro, o a Gorbachov, jamás se les ocurría encerrar a sus dictaduras con las urnas, y por eso han durado, duran y seguramente durarán.

Sin duda el general Pinochet confío en la cierta bonanza económica que venía disfrutando el país, en el amor del común de las gentes al orden público y en el temor al marxismo. Se equivocó de época. Una situación económica tiene que ser desesperada para que influya decisivamente en un plebiscito; en el desorden está visto que se puede vivir, al menos durante algún tiempo, sólo con llamarle movida; y en cuanto al marxismo, va de cabeza en todo el mundo; ya no es el espantajo con el que antaño se aterrorizaba al buen burgués.

Entonces, el pueblo chileno ha dicho NO al general, y ahí suelen acabar los dramas de esta clase. Pero Pinochet, en sus horas de ociosidad o acaso de desvelo, se puso a pensar, con una mano en la mejilla, en la mejor manera de ponerse a cubierto de plazos democráticos, e inventó ese que hemos llamado laberinto constitucional chileno, en virtud del cual, si no lo remedian va a pasar otro año y pico, hasta finales del que viene, en la presidencia de la República, se supone que preparando la transición a la democracia.

Es una situación absurda. Una transición no puede ser programada como una excursión al Pirineo catalán, como tampoco puede ser programada una indigestión de rodaballo. Una transición puede durar un año o cien años, o un día. Aquí llevamos diez años en esa vía y todavía hay gente que no está seguro de que hayamos llegado al final del trayecto. Además, Pinochet no está calificado para hacer ese trabajo; al contrario, ha sido descalificado por la mayoría del pueblo chileno. Eso es lo que quiere decir exactamente el ‘no’. Interpretado de una manera amplia, es una categoría invitación a que abandone al poder y a ser posible que abandone la nación. El NO no ha sido una insinuación ni un retintín.

En Chile no parece probable que la cruel represión inicial, la tragedia recogida en la película ‘Missing’, pueda ser olvidada, y si en consecuencia se sienta a los presuntos oficiales responsables en el banquillo, el Ejército, como en Argentina, tendrá la impresión de ser juzgado y condenado en su totalidad, provocando tal vez intentos golpistas. Vamos a ver qué resulta de las negociaciones entre el poder civil todavía no constituido y las Fuerzas Armadas, cuya derrota en las urnas es inseparable de la de Pinochet.

La segunda parte de esta historia corresponde a la oposición, que tanto ha lchado y se ha jugado en los 15 años de pinochetismo. Esta oposición actuó como una coalición de 16 partidos políticos. Pero incluso antes del plebiscito se oyeron rumores de platos rotos. Nada más natural: las coaliciones de ese tipo responden a situaciones de emergencia nacional; la vocación de la democracia es la pluralidad, cada partido con sus señas de identidad a la vista. Pero la situación de que han salido ha hecho inevitable que en estos momentos haya dos Chiles enseñándose los dientes, que se temen más que se respeten mutualmente.

El 40% del Chile que ha perdido el plebiscito no puede quedar marginado de la vida política nacional, y conseguir su integración en un sugestivo proyecto de vida en común, como decía los orteguianos, es lo que se espera de esa oposición que ha recibido como quizás ninguna otra en el mundo la ayuda de la comunidad internacional. Una verdadera transición a la democracia tiene esa integración como objetivo principal; quizás no hay más que eso en una transición. En Chile son muchas las circunstancias que se oponen a ella, y no es la menor actitud de una izquierda que parece pensar que en el país no hay cosas más importante que reivindicar la vida y la obra de Salvador Allende. Este hombre tenía grandes virtudes que no servían para nada y no pocos defectos que aun siendo pequeños hicieron inevitable la dictadura de Pinochet. La no repetición del Allendismo, por otro lado, rebasado por los tiempos que corren, muy desilusionados con las utopías sociales de hace unas décadas, es quizá la clave de la regeneración democrática de Chile. Es de suponer que influirá benéficamente sobre los partidos que van a articular la vida nacional el apoyo entusiasta de tantas gentes de todo el mundo y especialmente de tantos españoles que parecían dispuestos a una cruzada para liberar a Chile de sus fantasmas y durante semanas han estado abrumándonos con su fragor de combate. La aspereza de esa cruzada por la democratización de Chile, se reflejaba en la quebrada voz de Adolfo Suárez y en las orejas de Txiki Benegas, y en la fatiga del resto de la tropa, como si en realidad hubiesen estado en la conquista de Granada o en el rescate del Santo Sepulcro.

Si de un artefacto como el plebiscito inventado por Pinochet saliese un Chile democrático, próspero y estable, ya nos podemos creer cualquier cosa sobre la infinita variedad de caminos por los que un país puede ser traído a sus sentidos. No acabamos de creemos tantos portentos: una dictadura que muere en la calle, ocupada por un Ejército que ha sido derrocado en las urnas, y un dictador rechazado en las urnas, y un dictador rechazado que va a seguir siendo presidente de la República durante un año para despejar el camino a la democracia. Es como acudir a un concierto de violas con un garrote. De todo ello sólo podemos decir lo que aquel hombre que se había caído de un octavo piso y al pasar por delante de una ventana del cuarto y su vecino le preguntase como iba, contestó lleno de razón: «¡Por ahora, voy bien!».

Manuel Blanco Tobio.