11 febrero 2013

La prensa conservadora loa el gesto del pontífice, mientras que EL PAÍS lo atribuye al bloqueo de las ultras

Renuncia inesperada del Papa Benedicto XVI, que pasará a ser el primer ‘Papa Emérito’ de la Historia Contemporánea

Hechos

El 11.02.2013 se hizo público que el Papa Benedicto XVI iba a renunciar de su cargo, algo que se hizo oficial el 28.02.2013.

Lecturas

El lunes 11 de febrero de 2013 el Papa Benedicto XVI anuncia por sorpresa su renuncia como Papa de la Iglesia católica. Ocupaba el cargo desde 2005, durante su mandato trató de combatir los escándalos de pederastia, así como padeció el escándalo de Vatileaks, y las conspiraciones en la curia entre facciones de la Iglesia. Al final alega falta de fuerzas para abandonar el cargo. Los cardenales deberán reunirse en un nuevo cónclave para designar al nuevo obispo de Roma que asuma la dirección del cristianismo.

12 Febrero 2013

Un acto de extrema valentía y humildad

Bieito Rubido

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l humilde labrador de la viña del Señor está muy agotado. Probablemente, exhausto. Tendemos a pensar a veces que determinados puestos de liderazgo son un honor, un privilegio que envidiar. Rara vez reparamos en la carga que tal lugar puede llegar a representar. La sonrisa de Albino Luciani no pudo tributar más allá de 40 días bajo el nombre de Juan Pablo I. Joseph Ratzinger ha decidido confesarse ante la cristiandad como el hombre débil que todos somos. Conmueve su ejemplo. Es la imagen de Moisés ante Yahvé en el monte Horeb. No ha recurrido a grandilocuencias para comunicar su decisión. Lo ha hecho en un acto de valor que toma por sí mismo, meditado delante de Dios, en conciencia. Ello le otorga una dimensión intelectual y una hondura espiritual y humana que convierten su Pontificado en uno de los de más profunda huella. El tiempo así lo escribirá en la Historia. Como en aquella ocasión en que el Santo Padre pidió perdón por los delitos de la Iglesia. El cansancio emocional también erosiona. Por eso en esta hora es de rigor hacerle justicia por las profundas heridas que un teólogo de su talla sufrió cuando decidió bajar a las bodegas oscuras, donde reconoció verse rodeado de lobos.
Con Benedicto XVI deja la silla de San Pedro el último Papa que participó directamente en el Concilio Vaticano II. Desde entonces, la Iglesia Católica ha abordado, con luces y también inevitables sombras, un valiente proceso de renovación, de puesta al día, que obliga a quien quiere profesar el credo católico. Estar comprometido con el mensaje de Cristo en un contexto que alardea de modernidad resulta harto difícil. Y ese ha sido uno de los empeños del actual Papa: fe y razón; compromiso sin complejos; firmeza frente al relativismo; amor en todo. Por eso no cabe otra motivación a su renuncia que la lucidez y la responsabilidad de un intelectual ilustrado que ha sabido vivir su alta misión con sencillez, coraje y serenidad. Esa misma serenidad que le permite dar un paso más en la puesta a punto de una Iglesia necesitada aún de un debate profundo si quiere seguir siendo la sal del mundo.
El cardenal Ratzinger estuvo con un protagonismo de primera línea en la escena de Juan Pablo II. Probablemente desde aquella sangrante agonía, concluyó que no podía volver a manifestarse aquel declive físico en el depositario del mandato de Dios. Por eso ha insistido de forma reiterada en que la renuncia de un Papa podría llegar a ser un deber. Todavía hoy recordamos la imagen doliente del venerado Juan Pablo II. Su ejemplo sirvió además para revindicar el elogio de la ancianidad en un mundo que ha sacralizado la juventud. Pero no es menos cierto que la Iglesia necesita ser gobernada con mano vigorosa. No es fácil dirigirla según los pasos de Dios. El complejo mundo moderno está más atento que nunca a la posible germinación de un mensaje de esperanza al que no puede ni debe renunciar la Iglesia de nuestros días.
La renuncia de un Papa es un hecho casi sin precedentes. Por eso, puede ser analizado desde tantas ópticas como uno quiera. Sin embargo y paradójicamente, para entender la trascendente determinación de Benedicto XVI conviene dejarse llevar un poco más por los sentimientos. No faltan ya las voces que aseguran que estamos ante una mala noticia para la Iglesia Católica. Como otras que aseguran que es un paso en el empeño de Ratzinger por modernizar la Iglesia. Por encima de todo, creo que constituye un acto humano y espiritual. Una decisión valiente. En la extrema debilidad física en la que se encuentra, el Papa tiene el valor de tomar una decisión que hace más grande todavía su legado. Una reafirmación más de su empeño de racionalizar la fe y, por tanto, hacerla más auténtica, más influyente, más hermosa, más creíble.
Se cierra un período. La fuerza de la Historia sigue, y traerá respuestas. En ocasiones no somos capaces de intuir cómo evolucionarán en el futuro determinados hechos o ideas del presente. Benedicto XVI fue la voz de la razón, de la ilustración y asumió esa racionalidad en su mensaje frente a una época posmoderna, de sociedad líquida, de relativismo rampante. Este Papa será recordado y valorado por un Pontificado breve pero intenso, que ha permitido a la Iglesia abordar una nueva apertura sin renunciar a su esencia. No me cabe duda, en contra de lo que muchos piensan, que la libre, valiente, honesta y humilde decisión de Joseph Ratzinger tiene un enorme valor para la Iglesia y para su futuro.
Bieito Rubido

12 Febrero 2013

Innovación y renuncia

EL PAÍS (Director: Javier Moreno)

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La renuncia de Benedicto XVI al pontificado es un innovador jalón en la historia del Vaticano. Ninguno de los más de 250 papas que se han sucedido en Roma renunció tan voluntaria y libremente como lo hará Joseph Ratzinger. Tampoco ninguno de ellos se ha retirado con un comunicado tan cargado de dignidad y verdad con el que pondrá fin a un papado corto —de transición, se dijo en su momento—, pero tan intenso, turbulento y, en cierta forma, innovador debido a la necesidad de afrontar uno de los mayores escándalos que ha salpicado a la Iglesia católica moderna: la pederastia.

Ratzinger accedió al papado con unas nítidas credenciales conservadoras. Fue prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (la antigua Inquisición) durante más de dos décadas y rechazó las innovaciones del Concilio Vaticano II. Como sucesor de Juan Pablo II se apresuró a proclamar innegociables la familia, la indisolubilidad del matrimonio, el celibato sacerdotal, el repudio al aborto, el divorcio y las uniones entre homosexuales. Durante sus casi ocho años como sumo pontífice ha cumplido con las expectativas de todos los que esperaban el inmovilismo de la ortodoxia. Ha criticado al islam, ha regresado a la liturgia de la misa en latín, ha levantado la excomunión que pesaba sobre los lefebvrianos (la extrema derecha católica francesa) y ha clamado de forma inoportuna contra el uso de los preservativos en su primer viaje a África, el continente más severamente castigado por el sida.

Pero Joseph Ratzinger es un teólogo, un intelectual riguroso difícil de etiquetar con simpleza. Procedente de una Conferencia Episcopal, la alemana, que es la que más claramente distingue entre poder terrenal y religioso, Benedicto XVI ha mantenido actitudes que han molestado a los sectores más radicales. Su primera visita a España fue un jarro de agua fría para las expectativas de la Conferencia Episcopal Española, que quiso instrumentalizarla para atacar el proyecto de matrimonio homosexual de Rodríguez Zapatero. A su regreso a Roma fue destituido sin contemplaciones el portavoz Joaquín Navarro-Valls.

Sin duda es la lacra de la pederastia de sacerdotes y jerarcas la que ha marcado su papado y ha llevado a Benedicto XVI a tomar las decisiones que menos esperaban los más ultraconservadores. Llegado al solio pontificio un año después de que estallara el primer escándalo en EE UU, esa bomba de efectos retardados le estalló desde el principio, tras décadas de abusos sistemáticamente ocultados por la curia y por Roma. Frente a los que clamaban por mantener el silencio, Benedicto XVI rompió con el ocultamiento impuesto por su predecesor, pidió perdón por los pecados cometidos y en una histórica visita a Malta prometió que los culpables serían entregados a la justicia secular.

Fue un giro copernicano que probablemente esté en consonancia con su rigor intelectual y doctrinal, y contra el que todavía se revuelven muchos estamentos de esta anquilosada institución. En ellos podría hallarse una parte de la razón de su creciente aislamiento en el Vaticano, lo que sería una paradoja de la historia, como lo es su propia renuncia (en latín) y su posterior retiro espiritual a un convento de monjas. Porque es una muestra del poder innovador que en ocasiones ofrece la más estricta ortodoxia y el regreso a los principios. La misma partida antes de tiempo es una señal inequívoca de responsabilidad hacia una curia envejecida.

Como él mismo dice en su despedida —una irrupción de modernidad en un espacio más que tradicional— es de esperar que los cardenales sepan elegir sabiamente al nuevo pontífice. En ello se juegan el futuro de una Iglesia en crisis y hoy en manos del inmovilismo.

12 Febrero 2013

Una decisión que fortalece el Papado

Francisco Marhuenda

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La Iglesia ha tenido papas extraordinarios. Unos hombres santos dedicados a servir a Dios y a la Humanidad. Benedicto XVI es uno de ellos. Un hombre sencillo cuya grandeza no ha dejado de crecer a lo largo de los años y que ha concluido su mandato con una decisión histórica que busca fortalecer el Papado. No se puede comparar la actual situación de la Iglesia con lo que sucedía en la Edad Media o el Renacimiento. Los papas unían a su condición líderes espirituales y cabeza de la Iglesia un importante papel como soberanos temporales de los Estados Papales. En ambos casos tenían que lidiar con las ambiciones de los diferentes reyes de la Cristiandad. Eran tiempos y realidades distintas a las actuales que se prolongaron hasta no hace demasiado tiempo. La unificación italiana acabó con los Estados Papales, que quedaron reducidos a la Ciudad del Vaticano. Es cierto que en el pasado hubo otras renuncias, pero nada tienen que ver con la trascendente decisión que anunció ayer Benedicto XVI. No hay duda, conociéndole, que es una decisión largamente meditada y que en su ánimo ha estado la experiencia que vivió al lado de Juan Pablo II.

El Papado es una magistratura vitalicia y la renuncia es una decisión personal. Ha sido adoptada, a diferencia de lo que sucedió en el pasado, sin ninguna influencia o presión así como en plenitud de facultades. Ha elegido el momento óptimo antes de que le abandonen las fuerzas, tras una labor extraordinaria desde que ocupa la silla de San Pedro y con una prolífica y profunda labor como teólogo cuyas obras son magníficas. No hay más que leer sus últimas aportaciones, que muestran el perfil de un intelectual profundo e incisivo, pero también capaz de divulgar con eficacia la obra de Jesucristo.

Desde el siglo XX, el Papado tiene poco que ver, en muchos aspectos, con lo que sucedía en épocas anteriores. La labor pastoral del Sumo Pontífice es vertiginosa, con numerosos viajes, incontables audiencias y otras muchas actividades que trascienden menos, pero tienen una enorme importancia. El Papa dirige una organización que se extiende por todo el mundo, y es el líder espiritual más importante del mundo. Es una magistratura que trasciende el ámbito de la Iglesia para extenderse a toda la Humanidad, como se ha comprobado en las últimas décadas. Juan Pablo II fue la mejor muestra de ese enorme carisma que ha mantenido con éxito su sucesor.

Esta realidad hace necesario que al frente del Papado se encuentre una persona con fuerzas suficientes y que sea capaz de seguir ese ritmo de vida tan vertiginoso. En la época de su antecesor, algunos cardenales comenzaron a plantear privadamente, aunque con gran respeto, esta cuestión. El bien superior es la Iglesia y Benedicto XVI ha tenido claro que una decisión tan importante marca un precedente que sin lugar a dudas será seguido por sus sucesores. Hay un antes y un después, porque el Papado también tiene que responder a las necesidades de una sociedad moderna y dinámica. No hubiera sido deseable que le fallaran las fuerzas y sufriera el deterioro propio de la edad. Es el primero en la historia que lo hace sin ninguna presión y con un Papado totalmente independiente, a diferencia de lo que sucedió con Celestino V u otros Pontífices. Ha sido una decisión muy meditada, con nombramientos recientes de enorme trascendencia y que busca, una vez más, fortalecer la Iglesia.

12 Febrero 2013

Ratzinger puro

Hermann Tertsch

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Ahora son muchos también los que tampoco habrán comprendido al frágil Ratzinger cuando ha decidido que había llegado el momento. Sin aviso

La incomprensión de muchos no le preocupó nunca. Ni al joven teólogo Joseph Aloisius Ratzinger con sus ambiciosos escritos tempranos, ni al severo cardenal Ratzinger cuando, como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ejercía con mano de hierro y se granjeaba las mismas fobias de enemigos de la iglesia que de corrientes «liberales» en el seno de la misma, Tampoco como Papa Benedicto XVI ha tenido miedo a la incomprensión cuando irrumpió con radicalidad en los lentos procesos de esclarecimiento del escándalo de la pederastia. Y expuso al clero de muchos países al escrutinio interno y externo. Ni cuando habló del islamismo y le pidió que dejara atrás su carácter violento. Ni cuando arremetió contra ese relativismo mendaz de la sociedad moderna en la que todo vale lo mismo, lo bueno y lo malo, el culpable y la víctima, lo efímero y lo eterno, lo auténtico y lo falso, la verdad y la mentira. Y cuando ha llamado a los creyentes a hacer frente al atropello permanente de un laicismo agresivo que se pretende tolerante, pero sólo lo es con la intolerancia. Un laicismo militante que mantiene una obsesión de acoso contra el cristianismo, mientras pide comprensión para el islamismo político y todo tipo de desviaciones ideológicas radicales. El 24 de abril del 2005, había pedido: «Rezad por mí para que no huya en pavor ante los lobos». Iba a encontrar muchos lobos en cuanto desplegara su tenacidad y lucidez para luchar contra lo que no sólo creyentes consideran ya plagas de la modernidad . «Si sólo hubiera cosechado aplauso habría tenido que preguntarme seriamente si estoy proclamando el Evangelio».

Benedicto XVI, con su serenidad inamovible, ha irritado hasta el paroxismo a las ideologías del odio y al frente político y mediático de la tiranía de una corrección política que sólo sirve para perpetuar una hegemonía izquierdista de la cultura. Los ha puesto literalmente enfermos como se ha vuelto a ver en el alarde de simplezas, bajezas y zafiedad sin límites de que han hecho gala tanto políticos y periodistas. Especialmente por supuesto en España, donde somos campeones en el alarde de pestilencias culturales, odios gratuitos y mala educación.

Ahora son muchos también los que tampoco habrán comprendido al frágil Ratzinger cuando ha decidido que había llegado el momento. Sin aviso. No se trata sólo de que no quiera agonizar en el cargo como su antecesor Juan Pablo II. Aunque también. Sabe que su debilidad física y falta de presencia de ánimo en asuntos de gobierno fomenta disensos e intrigas que irían necesariamente en aumento. Estaba pensado, muy pensado. Lo había sugerido de forma más o menos clara a varios interlocutores. Para impedir el vacío de poder que inevitablemente causaba la ancianidad en la Silla de San Pedro. Hacía falta mucho valor para tomar esta decisión. No sólo porque nadie había dado ese paso en seis siglos, que no es poco. Ante todo, porque a partir de ahora lo tendrán que dar, obligadamente ya, todos los que lo sigan en el Pontificado. Ratzinger había demostrado siempre su inmensa valentía intelectual. Ayer la llevó a su máxima expresión, al imponer, con tímida y frágil voz, un colosal cambio en la forma de asumir y entender el Pontificado, por la curia, por la Iglesia y por el mundo. Para que el Vaticano no quede en manos que no sean las del Pontífice. Él se retira a rezar y pensar hasta el final. Después de haber meditado sin duda con exacta pulcritud todo el proceso que se abre con el anuncio hecho al filo del mediodía de este 11 de febrero para la historia.

12 Febrero 2013

De guionista de Juan Pablo II a protagonista

Juan José Tamayo

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Cuando el teólogo Joseph Ratzinger fue nombrado arzobispo de Munich en 1977 tuvo que abandonar el ejercicio de la teología. Él mismo lo confesaba: “Me estaba enfrentando a dos grandes proyectos (teológicos), ninguno de los cuales sería después realizado a causa de mi nombramiento episcopal… No estaba llamado a terminar esta obra. En efecto, apenas estaba empezándola, fui llamado a otra misión”.

A comienzos de la década de los 80 se hacía cargo de la Congregación para la Doctrina de la Fe y, durante casi un cuarto de siglo, fue el guionista de la obra teatral que representó Juan Pablo II durante su largo pontificado con notable éxito en todos los escenarios: nacionales e internacionales, políticos y religiosos, sociales y culturales. El guión está escrito en el Informe sobre la fe, que recoge la entrevista del periodista Vittorio Messori al cardenal cuando era presidente del ex Santo Oficio, que se abre con dos citas periodísticas de perfiles contrapuestos del mismo personaje: Una: “Un típico bávaro, de aspecto cordial, que vive modestamente en un pisito junto al Vaticano”. Otra: “Un Panzer-Kardinal que no ha dejado jamás los atuendos fastuosos ni el pectoral de oro de Príncipe de la Santa Iglesia de Roma”. ¿Cuál de las dos ha prevalecido durante su pontificado? Yo creo que la segunda.

En el libro-entrevista mostraba su desencanto ante “las exageraciones (posconciliares) de una apertura indiscriminada al mundo” y “las interpretaciones demasiado positivas de un mundo agnóstico y ateo”, y proponía como alternativa un programa de restauración que recuperara el equilibrio de los valores en el interior del catolicismo y excluyera la reforma: “La Iglesia  de hoy –afirmaba citando a Juan Pablo II- no tiene necesidad de nuevos reformadores. La Iglesia tiene necesidad de santos”. Y entre tales colocó a su predecesor el 1 de mayo de 2001 elevándolo a los altares como beato. Era un mensaje contrario al Concilio, que había defendido la reforma de la Iglesia. Ratzinger expresaba su confianza en los nuevos movimientos eclesiales de tendencia conservadora, y, algunos, integrista: “Movimiento carismático, Comunidades Neocatecumenales, Cursillos, Movimientos de los Focolaris, Comunión y Liberación”. Durante su pontificado ratificó dicha confianza. Se olvidaba de las comunidades eclesiales de base, los movimientos apostólicos de la Acción Católica, las Congregaciones religiosas fieles al Vaticano II y comprometidas con los empobrecidos, etc.

Tras la muerte de Juan Pablo II, los cardenales, interpretando la voluntad de Juan Pablo II, eligieron papa al cardenal Ratzinger, quien pasó de guionista a actor e intérprete de su propio texto. En la misa de apertura del Cónclave reescribió su programa en un memorable discurso contra la dictadura del relativismo, que hizo perder las esperanzas de cambio y apertura en el nuevo pontificado.

Durante los casi 8 años de gobierno, Benedicto XVI ha sido fiel al guión que escribiera años atrás, sin desviarse un ápice, y si lo ha hecho ha sido para virar hacia el integrismo. Efectivamente, todo lo que no se atenía a su programa restaurador era considerado relativismo y condenado: la teología de la liberación, la teología del pluralismo religioso, la teología feminista, la teología moral renovada, incluso la teología del concilio Vaticano II, numerosas Congregaciones religiosas, sobre todo femeninas, defensoras del sacerdocio de la mujer, etc. Ha seguido excluyendo a las mujeres de los ámbitos de responsabilidad. Ha roto los puentes de diálogo con las religiones, con el islam en el discurso de Ratisbona y con las comunidades indígenas en sus viajes a América Latina y África. Cuando le estallaron en las manos los grandes escándalos, como la pederastia, las intrigas vaticanas, la corrupción instalada en la cúpula de san Pedro, no fue capaz de darles la respuesta adecuada. Lejos de estar abierto a los desafíos de nuestro tiempo, dio respuestas del pasado a preguntas del presente. Lejos de caminar por la senda del diálogo, optó por anatema. Se equivocó de siglo.

12 Febrero 2013

Un gran ejemplo para todos

Juan José Omella

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Me ha sorprendido mucho la noticia no me la esperaba. Es un hombre de una gran lucidez y de una gran profundidad. Como también nos sorprendió con su libro sobre la infancia de Jesús, tan lúcido y bien escrito. Ha sido un Papa con una actividad fuerte. Sus homilías y sus mensajes son de una gran altura, de una gran cultura, de alguien que es muy conocedor de las corrientes de pensamiento del mundo, de los problemas de la sociedad de hoy, el relativismo, la ausencia de Dios, la dignidad de la vida. Cómo los abordaba, con profundidad y sencillez y una actitud profunda de fe en Dios. Es un gran teólogo y un gran místico, al estilo de los grandes padres de la Iglesia. Habla del momento con una gran sabiduría mística, que ha sabido transmitir el mensaje de Jesús, del Evangelio. Nadie pensaba que iba a ser así. Mucha gente decía que era muy conservador, de la doctrina de la fe y ha sido todo lo contrario. Ha dialogado con las demás confesiones, con los protestantes y los musulmanes, y ha tratado los verdaderos problemas de la sociedad, tanto sociales como políticos. Un gran ejemplo han sido las Enclíclicas sobre la crisis económica, que ponían a la persona en el centro de todo. Hay que volver a su magisterio, que es de una gran riqueza. La vida hoy en día se alarga mucho, el cansancio y el deterioro se va notando. Antes no renunciaban porque no se vivía tanto. Ha sido un Papa lúcido y se ha apartado para que alguien siga con su trabajo. De hecho, en su despedida ha dado un gran ejemplo al decir que ahora su servicio a la Iglesia iba a ser la plegaria y que se iba a dedicar a la oración. Esta decisión supone también un gran el sacrificio y nos pide que oremos por él, que también lo necesita. Se le ha notado el gran cariño por España, una de las naciones que más ha visitado. Ha estado en la JMJ, en Santiago de Compostela, Barcelona y Valencia. Ha estado muy ligado a la cultura y ha sabido conectar con los jóvenes, constructores de una sociedad nueva. Hablaba directamente al corazón y los jóvenes iban a escucharle y les daba ilusión y esperanza.

12 Febrero 2013

Un hombre firme

Ricard María Carles

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Benedicto XVI es un hombre firme, valiente, que refleja su amor a Dios y a la Iglesia y su profundidad en la fe. Su decisión, que en un primer momento nos desconcierta, también nos hace reflexionar en la grandeza de la Iglesia. Pues este sucesor de Pedro, ante la imposibilidad de regirla como él pensaba que había de ser regida, por su actual condición física, nos brinda un ejemplo de humildad, generosidad y valentía al tomar una decisión de renuncia, cosa que no sucedía desde el siglo XV.

Los que amamos a la Iglesia tenemos la esperanza de que esta decisión, que estoy convencido de que ha estado muy meditada por el Santo Padre, dará sus frutos para el bien de la Iglesia. Es la clara intención manifestada por el Papa: «Me voy por el bien de la Iglesia». Y se ha ido no sin haberse hecho presente, en cantidad de viajes, en muchas comunidades de todo el mundo y como españoles hemos de agradecer los repetidos viajes a España y el amor y la proximidad que ha facilitado a tantos fieles.

12 Febrero 2013

Pasará a la historia como un gran paso de la Iglesia

Lluís Martínez Sistach

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El Santo Padre Benedicto XVI pasará a la historia de la Iglesia no sólo como un excelso teólogo, sino como un gran pastor de la Iglesia universal que ha llenado su intenso pontificado de valientes, profundas y necesarias decisiones encaminadas a que la Iglesia sea la puerta de entrada de los hombres al encuentro con Dios.

Su lucidez, libertad y coraje le han llevado a asumir propuestas de mejora de la vida eclesial vinculadas al anuncio del Evangelio. De modo especial en el proceso de la Nueva Evangelización, incluso asumiendo las nuevas tecnologías, con su Twitter, como parte de su acción pastoral universal. Ha abierto puertas y caminos que la Iglesia seguirá por años.

La decisión de renunciar a su ministerio es una clara muestra del profundo amor de Benedicto XVI por la Iglesia universal, de una profunda espiritualidad y de su deseo de servir como lo ha hecho siempre con plena dedicación a la Iglesia.

Los católicos de Barcelona aún estamos profundamente marcados por su visita para dedicar la basílica de la Sagrada Familia. El impacto de esta celebración late aún con fuerza en el corazón de esta ciudad como una llamada a volver a Dios. Igualmente le agradecemos sus muestras de afecto haciéndonos partícipes de las grandes acciones pastorales de su pontificado, como la misión Metrópolis y el Atrio de los gentiles, en los que por su afecto a nuestro arzobispado pudimos participar.

Jamás estaremos lo suficientemente agradecidos al teólogo, maestro y liturgo que el buen Dios nos ha regalado estos años como Papa. Que el Señor le bendiga y Santa María le proteja.