7 noviembre 1982

A pesar de su negativa inicial, el pasar de 23 escaños a 4 en los comicios del 28-O había generado una fuerte hostilidad contra el líder en el propio seno de la organización

Santiago Carrillo dimite como Secretario General del PCE tras su debacle electoral, le sustituye Gerardo Iglesias

Hechos

El 7.11.1982 dimite como Secretario General del PCE, D. Santiago Carrillo, siendo reemplazado por D. Gerardo Iglesias.

Lecturas

En la reunión del Comité Central del Partido Comunista de España (PCE) del 6 de noviembre de 1982 D. Santiago Carrillo Solares anuncia su dimisión como secretario general del partido, cargo que ocupaba desde el año 1960. El propio D. Santiago Carrillo Solares propone como sucesor a D. Gerardo Iglesias Argüelles, hasta ese momento secretario general del PCE en Asturias consideraod alineado en el sector ‘carrillista’.

La elección del Sr. Iglesias Argüelles dio el siguiente resultado:

  • A favor – 64 votos.
  • En contra – 3 votos.
  • Abstenciones – 15 votos.
  • En blanco – 3 votos.

Entre las abstenciones más destacadas a la elección del Sr. Iglesias Argüelles las de los dirigentes D. Nicolás Sartorius Álvarez de las Asturias y D. Francisco Frutos Gras, que consideran al Sr. Iglesias Argüelles demasiado ‘carrillista’.

El secretariado del PCE queda formado de la siguiente manera:

  • Presidenta del PCE – Dña. Dolores Ibarruri Gómez.
  • Secretario general del PCE – D. Gerardo Iglesias Argüelles.
  • Vicesecretarios – D. Enrique Curiel Alonso y D. Jaime Ballesteros Pulido.
  • Prensa y Propaganda – D. Andreu Claret.
  • Política Municipal – D. Juan Francisco Pla.
  • Organización – D. Francisco Palero Gómez.

Forman parte también del secretariado D. José María Coronas, Sr. Romero Marín y D. Simón Sánchez Montero.

D. Santiago Carrillo Solares sigue siendo portavoz del PCE en el Congreso de los Diputados y miembro de su Comité Central.

La relación entre el Sr. Carrillo y el Sr. Iglesias se irá deteriorando hasta fraccionar al partido, como quedará acreditado en el siguiente congreso del PCE, en diciembre de 1983.

La ruptura final entre ambos terminará con la salida del partido del Sr. Carrillo en 1985.

D. Gerardo Iglesias se mantendrá como secretario general del PCE hasta 1988.

D. Gerardo Iglesias será el nuevo Secretario General del PCE en sustitución de D. Santiago Carrillo.

D. Enrique Curiel será el nuevo Vicesecretario del PCE, cargo vacante desde la dimisión de D. Nicolás Sartorius. El otro Vicesecretario seguirá siendo, de momento D. Jaime Ballesteros, afín a D. Santiago Carrillo.

D. Francisco Palero será el nuevo Secretario de Organización del PCE.

Memorias

Santiago Carrillo

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Tras la derrota del 82 yo habría podido conservar la Secretaría General del PCE. Pero hubiera tenido que entrentarme con la prensa, con la descomposición creciente de un partido que perdía su espacio y que podía convertirse en un grupúsculo, con una contestación continuada y con las intrigas redobladas por el malestar de la derrota. Era demasiado para mí. Y me decidí por la única salida razonable: la dimisión.

Dolores Ibarrurí hizo una proposición escrita de su puño y letra firmada, pidiendo que no se aceptase mi dimisión y que continuara en el cargo. Me emocionó. Era un gesto de solidaridad que por enir de ella tenía para mí un valor especial. Conservo el folio.

Antes de dimitir había consultado este paso con otros dos camaradas, Ariza y Piñedo. No estaban muy de acuerdo, pero terminaron por aceptarlo. También consulté con ellos la persona del candidato que pensaba proponer para reemplazarme. Gerardo Iglesias había sido un puntal de la política seguida por el partido y se había enfrentado sistemáticamente con renovadores y leninistas. Le suponía modesto y sin grandes ambiciones en lo que me equivoqué de medio a medio. Pensaba en él como un secretario provisional que debería tranquilizar el partido, antes de ir a un congreso, en el que con más sosiego pudiera garantizarse la continuidad de aquél. En absoluto estaba en mi ánimo volver más tarde al cargo; pensaba, sí, que podía ser un consejero por algún tiempo de quienes tuvieran en sus manos la misión de conducirlo. Más, en pocas semanas, casi en días, Iglesias comenzó a asimilar a su manera las posiciones renovadoras y a hacer concesiones a los leninistas, reanudnadno las relaciones con el partido checo reformado por los ocupantes soviéticos, relaciones que nosotros habíamos interrumpido tras el 68 y haciendo gestos de acercamiento del PCUS.

La prensa que tanto me había combatido, aplaudía sin cesar al equipo de Gerardo Iglesias, que al fin había conseguido lo que se decía en EL PAÍS de adaptar el partido a la sociedad.

07 Noviembre 1982

Dimisión en el Comité Central

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera)

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La aceptación por el Comité Ejecutivo del PCE de la dimisión de Santiago Carrillo y la propuesta de Gerardo Iglesias como nuevo secretario general tendrán que ser ratificadas por el Comité Central de la organización -reunido cuando se escriben estas líneas- para tener el carácter de firmes. La tradicional opacidad de los de bates entre los comunistas y la dificultad para averiguar las motivaciones reales que suelen esconderse tras las fintas y las maniobras por el poder trabajan en contra de la fiabilidad de los pronósticos. No sólo existen varias interpretaciones alternativas de la dimisión de Santiago Carrillo, todas ellas razonables, sino que, además, el futuro desarrollo de los acontecimientos puede escapar del control de quienes pusieron en marcha con un propósito determinado cualquiera de las estrategias imaginables. Habrá que aguardar, así pues, a la conclusión del pleno del Comité Central, para conocer sus decisiones y discusiones, y a las pugnas de los próximos meses. Hace escasos días tuvimos ocasión de recordar la importante deuda que tiene contraída la Monarquía parlamentaria con este veterano dirigente, sin cuya colaboración muy posiblemente la transición hubiera caminado por rumbos más ásperos y peligrosos. Su partido, en cambio, tal vez no tenga otro camino para resolver su profunda e interminable crisis que sustituirlo en sus amplísimas responsabilidades. Es descartable, en cualquier caso, que Santiago Carrillo exprese, con su dimisión, el deseo de retirarse a la amenidad de una huerta, ya que este correoso profesional de la política difícilmente aceptará la jubilación voluntaria. Aunque no quepa desechar que una inversión de alianzas o un cambio de tácticas en el Comité Central mantenga a Carrillo en su puesto, parece más probable que su paso temporal a un segundo plano y su sustitución por Gerardo Iglesias, líder obrerista que actuó en 1978 como un auténtico pionero en la purga de intelectuales y discrepantes en Asturias, sea una fórmula de continuismo -mediante la que el nuevo secretario general desempeñaría en el carrillismo el mismo papel que Rodríguez Sahagún en el suarismo tras el Congreso de Palma-, para permitir al veterano dirigente recuperar totalmente el poder cuando aclare la tormenta. Sin embargo, la historia enseña que el sueño de reinar después de dimitir rara vez se cumple. Gerardo Iglesias, que recibirá los apoyos de los sectores más duros del aparato y se beneficiará incluso de la tolerancia de los prosoviéticos, puede verse impulsado a volar con otras alas y sentir la mactiethiana tentación de organizar su propio equilibrio de fuerzas. De otro lado, la corriente mayoritaria del PSUC y los cuadros que consideran a Nicolás Sartorius como la persona idónea para sacar al PCE del agujero tratarán, presumibiemente, de impedir esta solución a la francesa -al estilo del partido de Georges Marchais- de la crisis.

En cualquier caso, la decisión de Santiago Carrillo, cualquiera que sea la estrategia a medio plazo en que se instale, es el resultado de la final aceptación por el dimitido de la nueva realidad política creada por las urnas el pasado 28 de octubre. Las circunstancias le han forzado, así, a adoptar, muy a pesar suyo, una postura que combina la maniobra táctica con el mal menor. Tras sus primeras declaraciones en la madrugada poselectoral, cuando Santiago Carrillo forzó la analogía entre su figura y la de Manuel Fraga a fin de consolarse con mañanas risueños similares a los progresos alcanzados por Alianza Popular desde 1979, la tozudez de los hechos ha terminado por imponer su argumentación. La noticia de la pérdida del escaño de Valencia ha sido tal vez la gota que ha rebasado el vaso de los autoengaños. Para la formación de un grupo parlamentario autónomo, el PCE incumplía la exigencia de reunir el 5% de los sufragios emitidos en toda España, pero satisfacía, al menos, la segunda condición de contar con cinco diputados. La reducción de los efectivos parlamentarios comunistas a solo cuatro congresistas confiere un carácter todavía más dramático al revolcón del 28 de octubre. De añadidura, el cierre de filas del PSUC para exportar hacia Madrid todas las responsabilidades de su dramático fracaso dificultaba todavía más a Santiago Carrillo la conservación de esa mayoría que le permitió derrotar, con la ayuda de los comunistas catalanes, a los disidentes hoy agrupados en la ARI y capitaneados por Manuel Azcárate.

La personalización de los esfuerzos de un partido político en la figura de su máximo dirigente es un conocido fenómeno de proyección social mediante el que ese líder se apropia enteramente de los trabajos y las fatigas de los mílitantes. Pero esos procesos de alienación colecti va, gratificadores para el beneficiario en los momentos de éxito, se vuelven en su contra cuando llegan las horas bajas. Santiago Carrillo identificó su persona con el PCE hasta el punto de convertir a quienes discrepaban de sus posturas en anticomunistas. Su personalización de la política comunista ha traído como consecuencia que la de rrota electoral se haya vuelto en contra suya en un movimiento de péndulo cuyo punto simétricamente opuesto cabe situar en su enorme popularidad durante los primeros años de la transición.

Santiago Carrillo trató de explicar los resultados del 28 de octubre mediante los argumentos del voto útil y la bipolarización, sin reparar en que esas presuntas causas no eran, en realidad, más que un resultadocuya génesis quedaba sin aclarar. La pregunta realmente pertinente es por qué un millón de antiguos votantes comunistas consideraron inútildepositar su sufragio a favor de Santiago Carrillo y desplazaron sus preferencias hacia Felipe González. Invitados a escoger entre el PSOE y un PCE rnimetizado ideológica y programáticamente con los socialistas, esos electores, ante dos ofertas muy semejantes, optaron por el partido que les merecía más credibilidad, a causa de una larga serie de factores que van desde la mayor proximidad -generacional y biográfica- del votante medio de izquierda con el grupo dirigente socialista hasta la confianza en que Felipe González podía llegar a ejercer el poder efectivamente. A este masivo corrimiento electoral puede haber contribuido también un conjunto de imágenes negativas asociadas con el partido de Santiago Carrillo: el rechazo de los modos internos del PCE para castigar a los discrepantes (como sucedió con los concejales madrileños), el mal recuerdo de la tenaza contra el PSOE instrumentada por comunistas y centristas durante el período constituyente o la abrupta ruptura, entre el moderno eurocomunísmo, simple variante del socialismo democrático, y las viejas tradiciones de la III Internacional -tales como la alineación incondicional con la Unión Soviética, el desprecio hacia las libertades formales, la dictadura del partido único y el simplista catón del marxismo-leninismo-, defendidas hasta no hace muchos años por Carrillo y la vieja guardia de la organización.

Tampoco la bipolarización es la causa, sino el resultado de las transformaciones operadas en el sistema político español. El esfuerzo de Manuel Fraga por destruir el centro y aglutinar al electorado de clases medias en torno a la derecha autoritaria no tenía mejor aliado que la consigna de juntos podemos de los comunistas, que trataron de sustituir la estrategia del gobierno de concentración UCD-PSOE-PCE por una conminatoria llamada a la unidad de la izquierda con los socialistas en niveles parlamentarios y de gobierno, antesala segura de una unidad de la derecha que hubiera cabalgado a sus anchas con los pendones de la cruzada anticomunista. Ni que decir tiene que hay un espacio político y electoral para la opción comunista en nuestro régimen democrático y que la incapacidad para ocuparlo puede tener negativos efectos sobre todo el sistema. Pero la pretensión de. Carrillo de invadir los terrenos del PSOE no sólo ha conducido al PCE a la derrota electoral, sino que además ha dejado desamparada una zona de la izquierda que sólo un partido menos preocupado por el poder y el corto plazo y más interesado por la marginalidad y el largo plazo puede llegar a ocupar.

23 Diciembre 1982

El PCE , antes y después

Andreu Claret

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"Los resultados electorales han provocado en el PCE y en el PSUC", dice el autor, "una profunda conmoción. Los comunistas, ciertamente, nos hemos alegrado de la victoria electoral del PSOE. Hemos expresado reservas, es verdad, acerca del contexto en el que se produce esa victoria y también en relación al talante con el que la dirección del PSOE parece dispuesta a administrarla. Pero nuestras críticas no empañan en absoluto la certeza de que nuestro país ha entrado en una etapa nueva, más favorable a las ideas democráticas y progresistas". En este contexto, el autor desarrolla aquí una sincera autocrítica del Partido Comunista de España tras los últimos cambios habidos en la cabeza del partido y la celebración de la conferencia.

Nuestra consternación -que comparten otros demócratas no comunistas- tiene su fundamento en el descalabro que ha experimentado el voto comunista. Sólo cuatro diputados representan hoy en el Congreso a una de las fuerzas políticas que más ha luchado en este país para que la democracia y el cambio fueran algún día realidad.Algo tiene que haber sucedido para que se nos juzgue con tanta severidad. El Comité Central del PCE -y el del PSUC- primero, y, ahora, la conferencia del PCE, han iniciado una reflexión colectiva acerca de las causas de esta derrota, insuficiente todavía, abierta a desarrollos ulteriores, pero significativa. Hemos reconocido públicamente que los resultados revelan errores políticos y desaciertos organizativos. Y hemos afirmado que era necesaria una revisión crítica y autocrítica de nuestra política y de nuestra forma de hacer política. Hemos concluido también que son necesarios cambios en los métodos de trabajo y de organización y en los equipos de dirección.

En mi opinión, la explicación de la derrota electoral del 28-O obliga a mirar hacia la sociedad y hacia el partido. Y hacia la relación entre el partido y la sociedad. De lo contrario, se abren dos intentos de análisis del retroceso electoral políticamente estériles: el que pretende atribuir nuestro descalabro a problemas de imagen o el que se apoya en la estricta descripción de fenómenos de sociología electoral, esto es, en la dinámica del voto útil.

No se pierden un millón de votos comunistas sin errores políticos de primera magnitud. Y en ellos debemos profundizar si queremos reflotar la opción comunista y ocupar un espacio político y social que la nueva situación del país contribuirá a delimitar.

Hemos apuntado ya autocríticamente una primera idea: la tendencia a hacer política por arriba. Una política acertada en su propósito -la contribución a consolidar la democracia que todo el mundo nos reconoce-, pero nefasta en sus formas, cada vez más distanciada de la realidad social, de las exigencias y de la conciencia de quienes constituyen la razón de ser de un partido como el nuestro.

Otros partidos pueden permitirse este lujo. En la derecha, por supuesto, porque, al fin y al cabo, se corresponde con su proyecto de sociedad. Pero también en la izquierda, si el poder está al alcance de la mano y sus expectativas permiten acallar inquietudes. Pero el nuestro no. Porque nuestro proyecto es esencialmente participativo y porque sólo una tarea paciente, desde abajo, pegados al tejido social, nos podía permitir colmar poco a poco la distancia que se puso de manifiesto el 15-J de 1977 entre nuestra incidencia como fuerza antifranquista y la fragilidad de la tradición y de las ideas comunistas en amplias zonas del país.

Agilizar la comunicación

Un cambio radical en los métodos de dirección -iniciado en el Comité Central de los días 6 y 7 de noviembre-, destinado a priorizar la eleboración colectiva y democrática de la política y a agilizar la comunicación con el conjunto del partido, y una reformulación de nuestras orientaciones y de nuestro trabajo, orientada a volver a la sociedad, son, pues, del todo necesarios.

Esta reflexión no agota el capítulo de los errores políticos. En mi opinión, los comunistas no valoramos en toda su dimensión el proceso de recomposición de la derecha, que se inició con el derribo de Suárez y el acceso de Calvo Sotelo al Gobierno. Hablamos de derechización de UCD cuando entrábamos en una etapa cualitativamente nueva de la transición. El retraso en reaccionar nos colocó en una tierra de nadie y nos marginó del movimiento popular por el cambio, moderado, pero firme, que se inició con la moción de censura a Suárez, y cuya expresión electoral ha sido el 28 de octubre.

Es cierto que el PCE no podía ser el factor hegemónico de un cambio de estas características, situado inequívocamente en el campo de la reforma y no en el de la ruptura. También es verdad que la crisis económica provoca entre la clase obrera y las capas populares tendencias moderadas, corporativas incluso. Y nadie duda que el contexto político, marcado por amenazas reiteradas de golpe de Estado, actuó también en beneficio de un posibilismo electoral que nos era perjudicial. Pero aun así, qué duda cabe acerca de la posibilidad de haber ocupado un lugar específico en el cambio, como factor de dinamización política y cultural, de movilización de las capas sociales más afectadas por la crisis y de los sectores más conscientes de nuestra sociedad. En mi opinión, los resultados electorales se han resentido también de la crisis que han conocido el PCE y el PSUC en los dos últimos años. Ambas crisis nos han restado credibilidad democrática y credibilidad como partido de clase.

Hacia otro futuro

Sigo convencido que, tanto en la crisis del PSUC (5º congreso) como en la del PCE (crisis de los renovadores), asistimos a una confrontación política de fondo que no podíamos eludir. En el caso del PSUC, ésta se ha puesto de manifiesto de forma inequívoca con la formación del PCC, un partido de matriz estratégica distinta a la que tenemos los comunistas, al menos desde 1956. En el caso de los renovadores, la confrontación fue y es más confusa. Pero el posicionamiento ulterior de algunos (aunque no todos) de sus portavoces revela también un propósito de contestación de nuestra estrategia -en particular de la centralidad del papel que le corresponde a la clase obrera- por la vía de la negación de la necesidad del partido comunista o por la de una reflexión movimentista, tan interesante como insuficiente, si no se articula con una perspectiva marxista de transformación del Estado.

Pero dicho esto, creo que no supimos evitar lo que podría calificarse como efecto de amalgama en la resolución orgánica de ambos conflictos. No acertamos en considerar que, en ambos casos, la confrontación a la que he aludido se entrecruzaba con críticas fundamentadas a aspectos de nuestra política y de nuestra práctica organizativa.

En el caso catalán no todo podía reducirse a una confrontación entre eurocomunismo y dogmatismo, aunque ésta fuera decisiva. Se expresaba también una voluntad de afirmación de señas de identidad, cuya difuminación ahora todos lamentamos. Y en el conflicto con los renovadores, no todo era contestación de plano del papel del partido comunista. Se expresaba también una exigencia de democratización y de adecuación del partido a la sociedad en la que ahora estamos comprometidos.

Hay que ser consecuentes con este error y actuar, como ha decicido la conferencia, para que muchos comunistas que tienen un lugar en el PCE y en el PSUC -porque ni tenían ni tienen un proyecto sustancialmente distinto del que colectivamente nos hemos dado- vuelvan al partido.

En esta reflexión crítica y autocrítica de nuestros errores políticos y organizativos radica el sentido profundo de la nueva etapa que se abrió para todo el PCE tras la reunión del Comité Central de los días 6 y 7 de noviembre, la elección de Gerardo Iglesias como secretario general y, ahora, la celebración de la conferencia nacional.

Andreu Claret

07 Noviembre 1982

La dimisión de Carrillo

ABC (Director: Guillermo Luca de Tena Brunet)

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La respuesta de don Santiago Carrillo al hundimiento electoral del PCE suscita una primera pregunta: se trata de establecer si la dimisión tiene un alcance puramente personal o si también alcanza a la propia fórmula eurocomunista. El eurocomunismo fue el más importante sector de los comunistas españoles. Era el eurocomunismo una oferta ocurrente dentro del campo  de la izquierda con la del socialismo; plantada sobre la revisión de la dogmática staliniana compartía orígenes históricos y propósitos políticos con los comunistas italianos herederos de Togliati. Carrillo y Berlinguer han formalizado en la década de los 70 la disidencia expresa con la conducción soviética del proceso revolucionario en el mundo. Pero mientras Carrillo sucumbe Berlínguer ha podido capitalizar en Italia la entera oposición a los Gobiernos de base democristiana.

La conducción política del PCE por don Santiago Carrillo ha tenido un doble planteamiento: hacia dentro, para lo que correspondía a la propia organización y al interno debate, de rígida centralización democrática, de férrea disciplina staliniana; hacia fuera, con ofertas que competían abiertamente con el socialismo democrático del PSOE. Sólo las radicalizaciones en el neutralismo han separado las fórmulas diplomáticas del eurocomunismo de las líneas seguidas por la socialdemocracia europea. Tanta moderación en la receta ha terminado por desfigurar el proyecto comunista, que llegó a ser una suerte de pastel de liebre sin liebre.

Carrillo quiso que el PCE fuera una oferta más del socialismo democrático, competidora como decimos con la del PSOE. Proyectado sobre el mito de la vía democrática al socialismo con la fórmula de Salvador Allende, Carrillo acaso imaginaba ser el moderador que desde el aparato apoyaba al comunismo pactista en su resistencia al extremismo radical, figura ésta cuyo papel podría ser representado en el socialismo español por el sector de Pablo Castellano.

El 28 de octubre, sin embargo, sobrevino al naufragio. El PCE se ha quedado con sólo cuatro diputados en el Congreso; pero fuera del Congreso, en la calle, con el aparato sindical de Comisiones Obreras. Por eso es pertinente repetir la pregunta del principio: ¿Supone la dimisión de Carrillo el arrumbamiento del carrillismo? Habría que interrogarse también sobre si el eurocomunismo como género se agota en España con esta dimisión. De ser así, parece segura la involución dentro del PCE. La probabilidad es tanto más verosímil cuanto el aparato de CCOO aparece convocado a una acción de máximos por el propio Carrillo desde la misma madrugada del 28 de octubre, al conocerse la debacle electoral. Los herederos de Carrillo, en caso de involución, puede ceder a la tentación maximalista y decirle al PSOE: el Parlamento es vuestro, pero la calle es nuestra. Antes de asumir las responsabilidades del Gobierno el PSOE comienza a encarar el precio de su habilidad política electoral. Al haber polarizado los socialistas en voto de la izquierda, los comunistas han quedado reducidos poco menos que a la condición de fuerza extraparlamentaria.

En un primer comentario no es posible omitir la valoración nacional del papel que ha jugado don Santiago Carrillo durante el último sexenio en la conducción de los comunistas españoles. En pura lógica democrática su comportamiento ha sido impecable, puesto que caminaba a favor de corriente; aunque no puede decirse lo mismo desde la lógica liberal. Desde el plano económico se podría señalar hoy la función de los comunistas, que ha resultado decisiva para el desplome de los rendimientos nacionales.

El sindicalismo comunista conducido por Carrillo puede apuntarse en su cuenta haber contribuido más que nadie a que los caballos de la transición reventaran comprometiendo con ello los logros. Aun siendo la eurocomunista una propuesta de socialismo en libertad, la libertad política de que ha disfrutado el PCE de don Santiago Carrillo no ha sido ciertamente fecunda para la libertad ni para el bienestar real de los trabajadores españoles.

24 Enero 1983

El PCE se mueve

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera)

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LA DIMISION de Santiago Carrillo tras las elecciones legislativas del 28 de octubre fue la primera consecuencia práctica de la catástrofe cosechada por el PCE en las urnas. Aunque la designación de Gerardo Iglesias para sustituirle como secretario general fuese una iniciativa del propio Carrillo, confiado en su capacidad para seguir controlando a media distancia las decisiones del partido, el simple cambio en el vértice del poder burocrático, al desbloquear una situación anquilosada y suscitar expectativas inéditas, puso en marcha una nueva dinámica de consecuencias difícilmente previsibles.La reunión del Comité Central concluida el pasado jueves ha mostrado que el universo comunista tampoco es terreno abonado para retiradas tácticas temporales. Gerardo Iglesias, que sobresalió como inquisidor de la dilidencia durante el X Congreso y la posterior batida contra los renovadores, ha llegado probablemente a la conclusión, una vez instalado en el poder, de que su mantenimiento en la secretaría general depende de su habilidad para convertirse en la clave de arco de un nuevo equilibrio de fuerzas. No parece que el recién ascendido dirigente del PCE simpatice con la idea de una ocupación temporal de su puesto y de la devolución de la secretaría general a Carrillo cuando los efectos de la tormenta del 28 de octubre se hayan disipado.

La tradicional opacidad de los debates comunistas obliga a interpretar los cambios en la composición del secretariado, solicitados y obtenidos por Gerardo Iglesias, a través de síntomas tales como las reñidas votaciones que los han decidido (44 votos contra 32) y las biografías de los cesados y de sus sustitutos. Mientras la discusión política transcurrió sin pena ni gloria y el informe del nuevo secretario general sobre la situación del país fue aprobado casi por unanimidad, los relevos de dirigentes han enfrentado, en dos bloques casi parejos, al Comité Central. Resulta altamente significativo que ese virtual empate se haya producido con ocasión de unos cambios síntomáticos pero nimios, que no afectan, en última instancia, a las estructuras básicas de poder dentro del PCE. Cabe conjeturar, en consecuencia, que Gerardo Iglesias se vio obligado a renunciar de antemano a sustituciones más radicales (por ejemplo, el desplazamiento de dirigentes históricos como Ignacio Gallego o Francisco Romero Marín) ante la seguridad que su precaria mayoría estaba condenada a convertirse en franca minoría si las remociones afectaban a auténticos pesos pesados del aparato.

Aunque Jaime Ballesteros continúa siendo vicesecretarío del PCE y ha sido designado responsable de relaciones internacionales, su apartamiento de la secretaría de organización, puesto clave en el aparato burocrático, significa el desplazamiento de un hombre de la plena confianza de Santiago Carrillo en un área decisiva. Idéntica interpretación tiene la salida del secretariado de Anselmo Hoyos y Leopoldo Alcaraz. Francisco Palero, nuevo secretario de organización, y José María Coronas, elegido para figurar en el secretariado y ocuparse de la comisión de movimientos sociales, son hombres con escasa personalidad política y eran responsables hasta ahora de organizaciones regionales del PCE (Guadalajara y Extremadura, respectivamente) débiles y con escasa implantación electoral. Sorprende, así pues, su nombramiento para dos áreas cuya importancia orgánica no se corresponde con la grisura de los nuevos titulares. Enrique Curiel asciende un escalón en su rápida carrera, sustituyendo a Nicolás Satorius en una de las vicesecretarías generales. Aunque el nombramiento constituye probablemente un gesto de buena voluntad hacia los renovadores que jugaron al. posibilismo durante la crisis posterior al X Congreso, Enrique Curiel, carente de apoyos en Comisiones Obreras y visto con escasa simpatía por los medios intelectuales, carece de estatura suficiente para convertirse en una alternativa creíble de Sartorius. Finalmente, el nombramiento de Eulalia Vintró para la secretaría de cultura cumple la doble función de vigorizar el pacto implícito entre Gerardo Iglesias y los comunistas catalanes y de establecer puentes entre el PCE y esas fuerzas de la cultura que abandonaron masivamente la militancia a lo largo de los últimos meses.

Algo se mueve en el PCE, pero el equilibrio de fuerzas entre el inmovilismo organizativo y los intentos de cambio, entre los sectores controlados por Santiago Carrillo y la incoada mayoría agrupada en torno a Gerardo Iglesias, es la nota definitoria de esa inestable situación. La alianza que parece dibujarse entre Gerardo Iglesias, los comunistas catalanes y algunas figuras subalternas del aparato apuntaría a ofrecer una imagen renovada del PCE que descargara a la cúpula dirigente del peso de la vieja guardia, modificara los hábitos autoritarios de la organización y promoviera a gentes capaces de entender la complejidad de la sociedad española contemporánea.

10 Febrero 1983

Metáforas comunistas

Manuel Vázquez Montalbán

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Tanto el Partido Comunista de España (PCE) como el Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC) han celebrado sendas conferencias nacionales que han sido, en realidad, dos metáforas. Así como la Conferencia Nacional del PCE se convocó bajo la coartada de la municipalización, la del PSUC quiso ser más radical (radical viene de raíz), y escogió el tema de la organización, clave en un partido comunista. La metáfora del PCE era más surrealista que la del PSUC, porque se utilizaba la cuestión municipal para iniciar el descarrilamiento; en cambio, la metáfora suquera era más obvia, más dentro de las claves estéticas del realismo socialista: se reorganizaba lo organizado para dar por organizado lo reorganizado con la firme promesa de reorganizarlo todo después de la Conferencia Nacional sobre Organización. En resumen: Gutiérrez Díaz consiguió que se le aprobara, casi por unanimidad, un informe político sincrético, prueba evidente de la influencia de la cultura japonesa sobre Cataluña. Y con esa aprobación, Gutiérrez Díaz daba un salto de Mary Poppins sobre críticas y autocríticas derivadas de los resultados electorales del 28 de octubre.Ya están los partidos comunistas de las Españas con tanta campaña poselectoral por detrás como campaña preelectoral por delante, y tienen ante sí dos opciones clave para su futuro. La primera es de carácter interno: debatir el porqué y el para qué de su situación actual, y la caricatura de ese debate necesario sería reducirlo a un implícito o explícito ajuste de cuentas al carrillismo. La segunda es de carácter externo: trabajar por la reinserción social con el objetivo de crear un poder de masas realmente transformador, y la caricatura de esta estrategia imprescindible sería instalarse en la puerta de los locales del partido a la espera de ver pasar el cadáver del PSOE.

Ya están anunciados los congresos del PCE y del PSUC, congresos sobre los que gravitarán subjetivamente los resultados de las elecciones municipales, pero que deben aprovecharse para resolver un problema de identidad que es básicamente un problema de necesidad histórica. ¿Necesitan los sujetos emancipadores en los países capitalistas un partido comunista? ¿Cómo y para qué? Si, como parece, se va a ratificar la llamada línea eurocomunista, ¿la relación entre institucionalismo y movilización es dialéctica o coyuntural, según nos vaya la cuantificación electoral? Es decir, la fórmula partido de lucha y partido de Gobierno ¿se resuelve en luchar cuando no se está en el Gobierno y obviar la lucha cuando se está?

Gerardo Iglesias, en su discurso de salutación a los camaradas del PSUC, se dividió a sí mismo en el invitado que saluda protocolariamente a un partido hermano y en el secretario general del PCE, consciente de que se espera de él, un acto de sinceración histórica que evite la tentación de mantener la alternativa comunista como se mantienen algunos matrimonios, que no saben cómo dividir el frigorífico o el tresillo. Y, entre otras cosas interesantes, dijo que hay que partir del hecho de la pluralidad cultural interna, que, hoy por hoy, el PCE conserva menos; mal que el PSUC. Esa pluralidad interna no sólo hay que conservarla, sino que hay que reculperarla si el debate sobre función y necesidad quiere ser un debate operativo y no una metáfora más para justificar la supervivencia de aparatos burocráticos tan homogéneos como residuales que se van a dar la razón o el tirón de orejas a sí mismos en cuantas conferencias nacionales o congresos quieran. La llamada homogeneización de los partidos comunistas españoles ha sido un hecho históricamente funesto, que ha reunido una siniestra tradición cultural interna liquidadora, con una programada voluntad de desnaturalizar el partido, reduciéndolo a un escaparate de notables ratificados por masas electorales enfervorizadas. El balance de catástrofes es suficiente para sacar conclusiones y probar que la reinserción social del partido comunista en España pasa por una recuperación plena de ese derecho a la pluralidad interna, que haga real la alianza de sujetos sociales emancipadores unidos por un objetivo de transformación de las relaciones de propiedad y de producción. Un examen frío y distanciado de lo ocurrido en los partidos comunistas españoles entre la legalización y el desastre electoral del 28-0 conduce a la sorpresa de que inicialmente había mayoría de elementos críticos comunes entre sectores que hoy aparecen real o publicitariamente separados por un foso insalvable. Se ha producido el efecto lógico de que escindidos o expulsados han buscado su propia razón de ser en los extremos de su esencialidad, y los sectores más extremos han encontrado sendas sopas de ajo: el octubrismo prosoviético o la socialdemocracia, como si hubieran pasado en balde sesenta años de evolución de la consciencia comunista y se renunciara a la evidencia de que esa consciencia, y sobre todo en España, necesita ponerse al día y predisponerse de cara a su futuro.

Convocado para que algo cambiara sin que cambiara nada, Gerardo Iglesias tiene que asumir el monstruoso poder que acompaña el cargo de secretario general, monstruosidad cultural que los partidos comunistas no han sabido corregir y ni siquiera contrarrestar. Hoy por hoy, los partidos comunistas están programados para que los cambios vengan de arriba a abajo y no de abajo a arriba, e incluso el cambio de ese despotismo ilustrado debe partir de un acto de despotismo ilustrado.

Por lo que se dice y parece, Gerardo Iglesias asume la situación y el reto, y necesita para ello un respaldo moral y sentimental que los comunistas no deben regatearle y una participación crítica que los comunistas no pueden regatearse a sí mismos. Sólo así la próxima campaña electoral podrá convertirse en una aportación al enriquecimiento de la consciencia comunista, y los próximos congresos dejarán de ser metáforas, si no de la Nada, sí de lo poco.

El Análisis

FIN DE CARRILLO, PERO NO DEL CARRILLISMO

JF Lamata

La noche electoral del 28-O de 1982, consumado el batacazo total del PCE, D. Santiago Carrillo no se cansó de repetir a los presentes en la sede comunista de que no pensaba dimitir. Evidentemente, algo cambio para que un mes después anunciara su dimisión por aquellos resultados electorales. D. Santiago Carrillo comprendió o le hicieron comprender que el partido no era él, y que, por tanto si una mayoría del Comité Central quería que se fuera, debía de ahuecar el ala.

Pero el fin del Sr. Carrillo no significaba el fin del carrillismo, el político propuso a su sucesor, D. Gerardo Iglesias, que era visto entonces como un hombre de confianza. Daba la impresión de que el Sr. Iglesias se limitaría a seguir las indicaciones que el Sr. Carrillo le marcara. Y esa podía ser la impresión que tuviera el Sr. Carrillo, pero el tiempo demostraría que no era la que tenía el Sr. Iglesias.

J. F. Lamata