4 enero 2013

Catarata de críticas por no incluir preguntas sobre el 'caso Urdangarín', Corina o la caza en Botsuana

TVE emite una entrevista al Rey realizada por Jesús Hermida para hacer balance de su reinado al cumplir 75 años

Hechos

El 4.01.2013 TVE emitió una entrevista a S. M. el Rey Juan Carlos I realizada por el periodista D. Jesús Hermida.

Lecturas

julio_Somoano_tve El Director de Informativos de TVE, D. Julio Somoano, apareció por primera vez ante las cámaras desde su nombramiento para introducir la entrevista.

05 Enero 2013

Malos tiempos para la campechanía

Ricardo de Querol

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El Rey se muestra cercano y preocupado por los suyos, pero un formato encorsetado impide arrancarle confidencias. Ya que no cabía una entrevista agresiva, se habría agradecido una charla más relajada. Manda la prudencia.

Nadie esperaba una entrevista impertinente. No tocaba un cara a cara como el de Ana Pastor con Dolores de Cospedal tras el cual el PP pidió la cabeza de la periodista; mucho menos algo similar a cuando Iñaki Gabilondo dio las buenas noches y espetó en frío a Felipe González: “¿Organizó usted los GAL?”. No íbamos a ver esta noche a un monarca acorralado por preguntas incómodas, porque ya de entrada se dijo que esta entrevista se planteaba como un diálogo sosegado dentro de un programa especial sobre el Rey y su generación, y que los asuntos más espinosos (Urdangarín, Botsuana) no serían planteados. Con eso contábamos, pero anoche la primera frase del entrevistador Jesús Hermida fue «permítame que le felicite» y el tono permaneció así de amable en los 22 minutos de diálogo. “Vuestra majestad”, se dirigía repetidamente el respetuoso periodista, al que el monarca tuteaba como acostumbra.

Si no esperábamos una entrevista agresiva, al menos habríamos agradecido una conversación relajada. Pero tampoco. Todo fue medido, encorsetado. Planos muy calculados, sobrios, no daban opción a que la cámara capture un gesto, un detalle que delate algo. Las preguntas, todas del tipo “de qué está más orgulloso” o “qué nombre pondría a su generación”, fueron en algún momento repetitivas, lo que es difícil de perdonar en una charla tan breve y con tantos temas ausentes.

Sin duda, el Rey gana en las distancias cortas. Llegaba a la entrevista en el momento más complicado de su mandato y seguramente cumplió sus objetivos: mostrarse cercano al ciudadano que sufre la crisis, solidarizarse con su penuria, reivindicar la obra política de la Transición y los beneficios del consenso y lanzar alguna advertencia contra el rupturismo catalán. Don Juan Carlos explota su simpatía personal, eso que llaman campechanía, aunque con la edad y las operaciones se le ve corporalmente más rígido, tiene la voz más ronca y, claramente, es más prudente en lo que comparte con la audiencia. Ya no grabaría un documental como el que le hizo en 1992 para la ITV británica Selina Scott, quien se metió tanto en la intimidad de la familia real que acabó ayudando al monarca a arrancar su moto.

El tiempo corre en contra de la campechanía. Un país desmoralizado por el empobrecimiento súbito no encajaría del mismo modo nada que pudiera entenderse como una frivolidad de su jefe de Estado. Los consensos sociales de la transición en torno a la figura real se han debilitado; la República ya no es tabú en el debate. En la estrategia real que siguió al traspié en África, y que pasó por una petición de disculpas sin precedentes, don Juan Carlos se dedica a preocuparse por sus compatriotas e inyectar algo de esperanza. Un rey más concienciado. Más cuidadoso.

Jesús Hermida, que es una institución del periodismo español -el hombre que nos contó la llegada del hombre a la Luna, el primer gran corresponsal televisivo, modernizador del medio en la pública y la privada- no necesita más medallas, pero ayer no ganó ninguna nueva. Chirrió que TVE presumiera tanto en la introducción de su director de informativos, Julio Somoano, de haber logrado una entrevista que su redacción persigue «desde hace una década”. Fue en 2000, al cumplirse 25 años de reinado, cuando Victoria Prego entrevistó al rey por última vez en la televisión pública y logró arrancarle confidencias más interesantes sobre la transición, el golpe de Estado o su relación con los presidentes del Gobierno.

Esta vez no tocaba ninguna revelación sorprendente. Escuchamos al Rey y entendimos su mensaje sin aprender nada nuevo sobre él. No cabía esperar una entrevista tan explosiva como la que el mismo Juan Carlos I dio a Newsweeken abril de 1976, en la que se escribía: “En opinión del Rey, Arias es un desastre sin paliativos, que se ha convertido en el soporte de los leales a Franco, conocidos como el búnker”. Eso sí que era un titular.

06 Enero 2013

Tan cercano

Carlos Boyero

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El martilleo publicitario durante toda la semana sobre el celestial acontecimiento había sido excesivo. Y entiendes que los jefes de prensa y los estrategas de ese regalo del que disfrutamos tanto los españoles llamado monarquía perciben que las cosas andan chungas para la divina familia cuando necesitan vender con tanto alboroto una entrevista en televisión al patriarca del clan. Hacen su trabajo, con la convicción de que el deprimido pueblo llano volverá a amar al casquivano cuando este les muestre su intimidad, su lado más cálido y humano, sus entrañables recuerdos familiares, su espontaneidad relatando las cosas de la vida, su honda preocupación por el estado de las cosas, su inalterable confianza en que juntos podemos (imagino que no le van a pagar derechos de autor a Obama por el exaltante “podemos”) salir de la crisis y, en fin, esas cositas tan originales.

Julio Somoano, aquel aguerrido centurión de Esperanza Aguirre, se siente en la obligación de aparecer de cuerpo entero haciendo de introductor a esas excepcionales confesiones. Nos ilustra sobre la personalidad del entrevistador Hermida definiéndolo con afanes arqueológicos como “un rostro histórico de esta casa” y asegura que esta entrevista ya forma parte desde hoy de la historia de España. O sea, todo es histórico. Si la capacidad expresiva del tal Samoano es limitada, la de su Majestad tampoco invita a lanzar cohetes cuando no le han escrito el texto. ¿ Y su interlocutor, el rostro histórico?. Pues en su línea. Para mi deplorable gusto, tan melifluo, sobreactuado y estomagante como siempre.

En la matraca de frases comunes le escucho más de una vez al monarca su certidumbre de que la España de hoy es moderna, democrática y solidaria. Vale, ya no es paleolítica ni dictatorial (qué progreso tan rápido y sublime para estar en 2013), pero ignoro los datos que posee su Majestad para asegurar que es solidaria. Imagino que se refiere a que en algunas casas todos los parados de la familia se alimentan con la jubilación del abuelo. La justicia social es prescindible cuando existe la solidaridad familiar. Y, por supuesto, el entrevistador no va a ser tan maleducado como para preguntarle por corrupciones y paquidermos. Que natural resulta todo, que emotivo, que revelador, que bonito. Deberían mantener esta tradición en cada cumpleaños de su Majestad.

08 Enero 2013

La ley como provocación

Hermann Tertsch

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Las almas tiernas del nacionalismo del noreste se ha sentido heridas. Dicen que las han querido provocar desde este pueblo manchego y mesetario, mitad cuartel, mitad caverna. Desde Madrit, desde donde se les niega el pan, la sal y el derecho a decidir, se les ha provocado. Y en la Epifanía. Encima. El pecado no ha sido al parecer esta vez del Rey Juan Carlos, que estuvo breve en su tercera alocución pública en quince días. Con sus dos discursos oficiales importantes, el de Nochebuena y el de la Pascua Militar, algunos creemos que la entrevista organizada por la Casa Real en TVE1 era prescindible. Por cuanto sólo podía decepcionar a muchos y satisfacer a pocos. Había majaderos que le pretendían exigir «confidencias» al entrevistado. Y otros que querían que Jesús Hermida se comportara con el Rey como un interrogador faltón de la izquierda trata habitualmente a Esperanza Aguirre. Al final, Hermida se portó con el Rey como era de esperar. Como lo haría un Jordi Evole en entrevista al exjuez, delincuente prevaricador y santón izquierdista Baltasar Garzón. Es decir, como amigos y con más complicidad de la que tolera una entrevista para merecer tal nombre. En fin, no seré yo quien se ponga a discutir si ese activismo de la Casa Real es absolutamente necesario. O si hubiera sido suficiente con los dos buenos discursos institucionalmente prescritos en estas fechas. En todo caso, no ha sido el Rey el acusado ahora de herir las hipersensibilidades de quienes, encastillados en una institución del Reino como la Generalitat, no parecen tener en cuenta sensibilidades ajenas cuando no dejan pasar un día sin ofensa a España, al Estado o a su pueblo. Ni pierden una oportunidad de desprecio a las leyes comunes. Esta vez es el ministro de Defensa, Pedro Morenés, el que es reprendido por los partidos separatistas catalanes, por subrayar, con mucha razón, que en España «los militares cumplen sin atender absurdas provocaciones». Era una mínima coletilla para dejar constancia que existen esas provocaciones contra la unidad de España y contra la Constitución que la garantiza. Que los militares no las atienden es una obviedad. Quien tiene que atenderlas y actuar en justa y medida correspondencia, es el Gobierno del que forma parte el ministro Morenés. Y aun no lo ha hecho con la claridad que para muchos millones de españoles exige el momento y la procacidad con que se prepara la violación de todas las leyes en ese fantasmal, ilegal e imposible “proceso de transición” hacia la independencia. Cómo y cuándo va a poner el Gobierno pie en pared para poner fin a este delirio no lo sabemos. Pero sí sabemos que tiene la obligación de defender a los españoles en Cataluña y fuera de ella ante las evidentes intenciones de secuestro por parte de un proyecto golpista y de alta traición. No sabemos si todavía tiene el Gobierno alguna esperanza en que Artur Mas recupere un mínimo de sentido común y de realidad. Y alguna autonomía frente al socio indeseable al que, en su desesperación tras su grotesca operación electoral fallida, ha unido su destino. Si así fuera, haga el Gobierno con Mas o con quienes puedan sustituirle una reconducción de la situación hacia la legalidad. Pero si no fuera así, el Gobierno habrá de actuar. Nadie se agite. Nada indica que vayan a hacer falta los militares. Pero la Constitución está ahí, toda ella es ley y toda aplicable. La ley y la constitución no son la provocación. Lo es su violación y la agresión al orden constitucional, el golpismo desde el nacionalismo, en suma. Toda Europa y todo el mundo civilizado entienden esto.

11 Enero 2013

¿Me entrevistas o me quieres?

Juan Cruz

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El entrevistador debe ser incisivo y repreguntar, pero con límites La preparación, el respeto y saber escuchar son claves

El 14 de octubre de 1892 la mujer de Rudyard Kipling, Caroline, escribió en su diario, según se cuenta en Las mejores entrevistas de la historia (Edición de Christopher Sylvester, EL PAÍS Aguilar, 1993), que la jornada de ambos en Boston se había “echado a perder a causa de dos periodistas” que habían querido entrevistar a su marido. Kipling explicó con más detalle su ira: “¿Que por qué me niego a ser entrevistado? ¡Porque es una inmoralidad! Es un delito, en la misma medida que una ofensa a mi persona y una agresión, y como tal merece castigo”. Es más, decía: “Es una vileza y una cobardía. Ningún hombre respetable pediría una cosa así; y, menos aún, la concedería”.

Sylvester, el editor de este libro, recuerda que Kipling cometió la misma vileza que deploraba con Mark Twain, a quien entrevistó unos años antes de amenazar a los reporteros de Boston. Saul Bellow, que tenía un carácter más apacible que el de Kipling, creía que las entrevistas “eran marcas de huellas dactilares en su garganta”. Para ilustrar el resquemor del entrevistado ante el reportero, Sylvester saca a colación una anécdota que Dustin Hoffman cuenta de lo que fue su primer contacto con un entrevistador. Había entrado en su casa una periodista. “Ya tenían decidido lo que yo era”, cuenta el protagonista de El graduado. “Acababan de encerarme el suelo cuando llegó la periodista. Husmeó el aire y concluyó: ‘¿Ha estado fumando yerba?’. Le respondí que era el olor de la cera y me contestó: ‘Vamos, sé cómo se lo monta la gente como usted”.

En un libro de 1927 que Sylvester cita al principio de su interesante recopilación, Edward Price Bell explica: “Entrevistar, en el sentido periodístico, es el arte de extraer declaraciones personales para su publicación… La entrevista es un mecanismo cuidadosamente elaborado, un medio de transmisión, un espejo”. Pero si el otro no colabora, si no consigues respuestas, ¿para qué sirvió el esfuerzo de concertarla?

Ahora que el género de la entrevista se halla en el centro de la controversia generada en torno al tono de la conversación televisiva de Jesús Hermida con el rey Juan Carlos hemos acudido a algunos entrevistadores de referencia. ¿Cómo tiene que ser la actitud de un entrevistador? ¿Cuáles son sus límites?

Iñaki Gabilondo, cuya pregunta más famosa fue aquella que le hizo a Felipe González sobre si el entonces presidente había sido la X de los GAL, ha hecho “miles de entrevistas”, en todos los formatos radiofónicos o televisivos (en la SER, en TVE, en Canal +) y a gente muy diversa. Quizá sea esa variedad la que lo ha llevado a conocer con qué actitud hay que plantear las preguntas, pues cada uno de los interlocutores es una historia distinta, que se ha de abordar de un modo diferente. Si no es así, te conviertes en “una máquina de hacer preguntas”, dice Gabilondo. A la hora de hacer estas, hay una ética civil básica; proviene del respeto que le debes a la persona, aunque esa persona sea Hitler. “Has de preguntarle con respeto y con respeto has de esperar que te hable”, añade.

El respeto incluye la documentación, dice Manuel Campo Vidal, presidente de la Academia de Televisión y entrevistador habitual de campañas electorales. “Humildad, respeto e investigación”. Una entrevista es para descubrir a un personaje. “¿Cómo lo vas a descubrir si no sabes de él? Esa preparación te permite hacerle preguntas cerradas, que le impidan irse por las ramas…”. ¿Hay algún límite? “Ninguno. Siempre que guardes respeto, todo está permitido”. Como dice Gabilondo, la indiscreción es posible si se ha conseguido el clima de confianza que deviene del respeto.

En el libro de Sylvester hay un prólogo de Rosa Montero, que durante años fue entrevistadora de EL PAÍS Semanal. Ahí ella dice: “(…) Detesto al periodista enfant terrible, al reportero fastidioso y narciso cuya única ambición consiste en dejar constancia de que es mucho más listo que el entrevistado cuando en realidad siempre es mucho más tonto, porque no aprende nada”.

En esa línea está Manuel Campo Vidal. “Parece que si no matas, si no eres agresivo, no eres bueno entrevistando… Algunos le dicen al presidente del Gobierno o al líder de la oposición cómo ha de comportarse”. Un periodista pregunta para saber, y para que el lector sepa a través de él. “Para saber no tienes que agredir”.

La entrevista ha de ser tensa, pero no agresiva, dice Pepa Bueno, que tiene tras de sí un buen número de ellas en TVE y ahora en SER. “Una entrevista no es una charla entre amigos, ni tampoco un tercer grado. Es una cuestión de confianza: la has pedido y te la conceden. Y mientras las haces debes conseguir que la confianza vaya in crescendo, hasta que llega el momento oportuno para hacer la pregunta que tienes en la cabeza”. Pero si no escuchas ni sabes repreguntar, no conseguirás colar esa pregunta que llevas madurando. “En lo que te dice el entrevistado puede estar lo más valioso, tienes que oírlo para ponerlo de manifiesto. Tienes que dejarte sorprender sin perder el mando”, añade Bueno. Existe el entrevistador rottweiler, que muerde en seguida. “No me parece la mejor vía para obtener buenos resultados… Has de tener puño de acero en guante de seda. El oyente no puede sentirse incómodo con tu agresividad. Si el entrevistado se va por las ramas, debes atraerlo sin agresividad”, concluye.

De esa escuela es Juan Ramón Lucas, que ha entrevistado en Radio Nacional, en TVE y en otras cadenas… “Saber escuchar, esa es la clave. Y la preparación. Pero no has de mirarlo: si quieres tener un diálogo inteligente, prepárate para cualquier cosa… ¿Límites para las preguntas? Depende del clima que hayas obtenido”. No vale irritarse con el entrevistado, “aunque por dentro te sientas irritado”. Pero puede ocurrir que el entrevistado diga algo que no es cierto, “y entonces tienes que estar preparado para repreguntar… Una entrevista no debe ser una discusión en la que el entrevistador se ponga en el mismo nivel que el entrevistado”. Lo inteligente, dice Lucas, “es poner de manifiesto las contradicciones de la persona a la que entrevistas, pero has de hacerlo de modo que el oyente siga tu propia actitud”.

Julia Otero (ahora en Onda Cero, antes en TV3, en TVE…) sabe que “los personajes tienden a escaparse”. Un buen entrevistador debe volver sobre sus preguntas “cuantas veces sea posible, pero en algún momento hay que tirar la toalla, porque, si no, se igualan los planos”. Y el periodista no está en el mismo nivel que su interlocutor. “Puedes insistir dos o tres veces, pero hay un momento determinado en que ya insistir es incómodo también para quien te escucha”. Hay, indica Otero, “quien encaja la mandíbula en la presa y ahí es donde actúa el entrevistador más agresivo. El más cordial deja la presa antes. Una entrevista no es una discusión, intento evitar ese momento”. En radio las entrevistas son más puras, en cierto modo, que en la prensa escrita, pues el periodista tiene menos facilidades para convertirse en “un demiurgo”. “Un entrevistador de radio no corta ni introduce sus prejuicios, emite lo que está oyendo. En prensa se pueden incluir con más facilidad los prejuicios. En la radio los entrevistados son dueños de sus silencios y sobre todo de su tempo”, explica Otero.

A Antonio San José (que hizo entrevistas en Antena 3, en Canal +, en CNN +…, y últimamente en público en la Fundación March) esgrime la humildad como el arma secreta del entrevistador. “Y saber escuchar. Una entrevista se funda en las respuestas del otro; no puedes ir con todo decidido. En medio de una conversación, si la has llevado bien, ya puedes incluir la pregunta que más te quemaba. Y has de oír: si alguien te dice que se va a suicidar no puedes preguntarle por sus proyectos para el año que viene”. “La agresividad me irrita mucho. Te puedo preguntar gritando cualquier banalidad, que el que escucha dirá qué tipo tan valiente. Puedes preguntar por los fondos reservados a un ministro del Interior o por el plagio a un escritor, y si hallas el momento preciso es probable que consigas una mejor respuesta que si has calentado el asunto en el minuto uno”.

Martín Caparrós, periodista y escritor argentino que hizo un libro, Pole pole (ediciones Ecicero), en el que reconstruye el camino que condujo a la famosa entrevista a Livingstone, cree que el límite a la repregunta “es el del morro o la certeza de cada cual”. “Los míos son escasos, así que corto más o menos pronto… La agresividad produce una reacción defensiva del entrevistado, que se abroquela y calla o recurre a sus lugares comunes. Pienso que es mejor táctica dejarle espacio, mostrarle simpatía y empatía —y mostrarle que uno se ha preparado, que sabe de qué hablamos cuando hablamos de él— para ponerlo cómodo, con ganas de hablar: hay poca gente que resista una buena escucha. Suelo pensar que la verdadera entrevista empieza a la mitad de la entrevista, cuando ya se ha establecido esa falsa amistad efímera y cuando el entrevistado ya ha contestado todo eso que sabía de antemano y empieza a tener que pensarse las respuestas”.

Magis Iglesias, que fue presidenta de la Federación de Asociaciones de la Prensa y enseña Periodismo, dice que la repregunta “es una herramienta muy valiosa para obtener información, especialmente la que es difícil de obtener con preguntas directas”. “Es útil para arrancar la verdad, revelar lo que el protagonista pretende ocultar o, en todo caso, poner en evidencia su resistencia a asumir la verdad. Sin embargo, la repregunta ha de abandonarse cuando se pone de manifiesto que su destinatario no está dispuesto a contestar”.

En la convención de una entrevista, el entrevistado no espera que lo quieras, sino que le preguntes. Jordi Évole, que ha alcanzado gran éxito con sus entrevistas en Salvados (La Sexta), dice qué espera como espejo del que tiene delante: “Para mí la entrevista es un encuentro con alguien que sabe más que yo y que los que nos escuchan. Es una oportunidad que me tomo desde la postura del chafardero consentido”. “No uso ninguna táctica, no soy consciente. Es como encontrarte ante un amigo que te cuenta algo interesante y a quien repreguntas con naturalidad, sin estar pendiente del cuestionario. Y a veces te quedas callado, para que siga contando cosas. Cuando te dice algo que parece un titular se produce en ti un orgasmo periodístico, un momentazo. Y cuando no hay nada, cuando no rompes la defensa, cuando no puedes driblar, te vas con la cola entre las piernas”.

Repreguntar es un arte, pero no hay que pasarse de la raya. Lo dice María Casado (El debate, Los desayunos, en TVE). Lo que debe procurar el entrevistador, dice, “es no ser protagonista”. Confiesa: “Mi trabajo de verdad comienza antes, en la trastienda, cuando preparo la entrevista; una vez que sabes quién es el personaje y has preparado el diálogo con él, depende de cómo te responda. Y tu actitud ha de ser la del que escucha, para preguntar, y después para repreguntar”. Pero repreguntar no es una posibilidad infinita. “Si te dice algo que sabes que es incierto, le aprietas; pero hay un límite. No puedes llegar al acoso. Después de tres intentonas, si se sigue escapando lo dejas; lo que tienes que lograr es que para el televidente resulte claro que se escapó pero que tú preguntaste”.

Manuel Campo Vidal cuenta que después de una entrevista para televisión con la cantante Nacha Guevara esta le dijo: “Gracias por esta entrevista tan antigua”. ¿Por qué antigua, señora?, le preguntó el periodista. “¡Porque usted se ha dedicado a escucharme!”. Quizá en esa anécdota se refleja, en fin, cuál es la tarea primordial del entrevistador, preguntar y escuchar, y volver a preguntar, tenga enfrente a Rudyard Kipling o al Rey de España.

El Rey-Hermida: un error de formato

La conversación de Hermida con el Rey no corresponde a los moldes de una entrevista tal como la entienden muchos periodistas. Es evidente, cree Iñaki Gabilondo, «que el Rey no se va a someter a una entrevista». «El formato que le dieron a esa conversación no fue el de una entrevista». Y, «como no era una entrevista, y por tanto no se iba a hablar de las preguntas de inmediato interés del público, la gente fue inducida a error».

Campo Vidal es de la misma opinión. “No es lo mismo decir que el Rey ha dado una entrevista a que el Rey ha accedido a una conversación… El periodista que se somete a llevarla a cabo sabe que va a pagar un precio por hacerla, porque la gente espera una entrevista y no lo es”.

Juan Ramón Lucas: “ Hermida es un referente y creo que no debió aceptar una entrevista sin preguntas. Cualquier asunto que hubiera sacado a colación no cabía en algo tan rígido. Un periodista tiene que preguntar por esas cosas. Y si no puede hacerlo, mejor que no lo haga”.

Julia Otero: “No la vi con demasiadas expectativas. No hay nada peor para una entrevista que el protagonista quiera quedar bien con todo el mundo. Y por norma el Rey se supone que, siendo el Rey de todos, querrá quedar bien y tiene que fingir y mentir muchas veces. Hermida no está impelido ahora a hacer preguntas de actualidad”.

Antonio San José: “Demasiada reverencia distancia un poco; Hermida es un personaje en sí mismo, sabían qué podría dar de sí una entrevista suya: sería una conversación, y no fue más allá”.

Pepa Bueno: “No era una entrevista. Una entrevista incluye preguntas, repreguntas que permitan abrir cortinas. Probablemente fue un error de formato. Un reportaje hubiera sido más adecuado. No se puede entrevistar un poquito… Las preguntas son las que hay que hacer. Y si no se pueden hacer, que no haya entrevista”.

María Casado: “El género está inventado desde hace muchos años; puede tener mil formas; ocurre con la entrevista como con el fútbol, todo el mundo tiene dentro un entrenador, todo el mundo sabe qué preguntas tenías que haber hecho. En cuanto a la de Hermida con el Rey, como documento es impagable, porque no siempre tienes a un Rey siendo entrevistado. En cuanto a la forma, cada uno la juzgará. La entrevista es la que es”.

Jordi Évole: “No dejaron al Rey ser el Rey. Un Rey enfrentado a un cuestionario es algo casi único, y la decepción ha sido enorme. El entorno del Rey (no culpo a Hermida) se dedicó a proteger a don Juan Carlos y a desproteger al telespectador. Si se encuentran un Rey y un periodista se genera una expectativa que no fue nunca satisfecha. Consiguieron algo encosertado, previsible, nada fresco. Hermida debe de estar diciendo, como el Rey después de Botsuana: ‘Lo siento mucho, no volverá a ocurrir”.

Jesús Hermida ya hizo las preguntas. Ahora guarda silencio.

12 Enero 2013

Corinna y el elefante

Salvador Sostres

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Los reyes disparan y retozan con cortesanas, y hay que celebrar que el nuestro sea capaz de hacer las dos cosas a la vez. Corinna y el elefante. ¡Pam! ¡Qué dos buenos disparos! Esto es una monarquía y lo demás son tonterías. En nuestros tiempos tan bobos, y tan destruidos por la corrección política, se compara la vida de un elefante a la de una persona, al toreo se le llama tortura y la turba se escandaliza porque un rey tenga cortesanas. ¿Dónde iremos a parar?

De tanto dejar el nivel del debate en manos de socialdemócratas y de cobardes -valga la redundancia-, de tanto querer igualar por debajo y de tanto pensar que el público siempre tiene la razón cuando no hay nada más ignorante e incompetente que el público, hemos acabado tratando al rey y a la monarquía como si fueran la chacha.

Que nuestro rey a su edad vaya todavía de safari tendría que ser motivo de orgullo para los españoles, y tendría que ser recibido entre vítores por ser todavía capaz de calzarse a una dama de la clase de Corinna. Pero hemos caído tan bajo como pueblo y como sociedad que todo lo despreciamos y no somos capaces de admirar nada. No sabemos reconocer la grandeza, ni el estilo, ni la belleza. Nos merecemos la vulgaridad de la república, con esa insoportable ordinariez de confiarle a la democracia la elección del jefe del Estado. ¡Con lo emocionantes que son las dinastías! ¡Qué zafios nos hemos vuelto, qué rabiosos, qué miserables!

El rey Juan Carlos está que se sale pese a sus achaques. Se podía haber ahorrado la entrevista con Hermida, o bien calzárselo como a Corinna, pero aquella escena de salón fue cursi y barata.

Un rey no da explicaciones. Un rey retoza y dispara, y el pueblo agradecido aplaude y paga. Su Majestad está interpretando su papel con la dignidad y la altura que de él esperábamos y esperamos los que pensamos que lo sagrado es lo fundamental, que lo hereditario tiene que prevalecer ante el capricho de la masa iracunda, y que no hay nada peor que doblegarse a la terrible estupidez de la corrección política que todo acaba por destrozarlo.

Larga vida al Rey, y largas damas.