30 julio 1975

El 'ganador' de la guerra de Biafra es derrocado cinco años después de su triunfo

Un Golpe de Estado en Nigeria derriba al dictador Gowon, que es reemplazado por el general Murtala Roufai Mohammed

Hechos

En julio de 1975 el presidente de Nigeria, General Yakubu Gowon fue depuesto por un Golpe de Estado que lo reemplazó por el General Murtala Rufai Muhammed.

06 Agosto 1975

Cambio sin cambio en Nigeria

Horacio Sáenz Guerrero

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La inestabilidad de los regímenes personales se ha puesto en evidencia una vez más en el reciente golpe de Estado que se ha producido en Nigeria. La breve ausencia del general Gowon para asistir a la conferencia de la Organización de la Unidad Agricana, celebrada en la capital de Uganda, ha sido aprovechada por otros militares del ejército nigeriano para poner punto final a los nueve años de Gobierno de un general que constituyó decididamente, en 1967, a reducir a los secesionistas biafreños y que, a continuación, se opuso, resistiendo múltiples presiones, a que un ajuste de cuentas, colofón habitual de las guerras acabara de ensangrentar al país.

El golpe de Estado que ha derrocado a Yakubu Gowon es el número 29 de los realizados al sur del Sahara en los últimos 12 años. En esta ocasión todo parece indicar que fue gestado por coroneles y comandantes de los cuarteles del norte del país, aunque no hay constancia de que hayan influido decisivamente motivos tribales. Según el nuevo hombre fuerte – ¿por cuánto tiempo? – el general Murtala Mohamed, los cambios eran inevitables ya que Nigeria navegaba a la deriva hacia un derramamiento de sangre.

En el primer comunicado dado a conocer por el general Mohamed se acusaba al régimen presidencial depuesto de falta de consulta, indisciplina y descuido respecto al pueblo, pero no se presenta en contrapartida esbozo alguno de proyectos para el futuro. Ninguna referencia tampoco sobre la formación de un gobierno civil – desde 1968 el poder en Nigeria está en manos de militares – ni sobre la prometida autorización de partidos políticos. No fuera caso, quizá haya pensado que ocurriera lo que al derrocado presidente Gowon, que, dado marcha atrás de promesas solemnes, anunció en octubre pasado que no instauraría un régimen civil democrático, contra lo que había anunciado cuatro años antes.

En el país que se dispone a gobernar precisamente el ministro de Comunicación del Gobierno anterior – 80 millones de habitantes , un marcado antonismo entre el norte islámico y el sur cristiano, hombres políticos incisivos, burguesía consolidada, sindicatos turbulentos y estudiantes politizados – la crisis política y social ha hecho su aparición recientemente y en relación con las desigualdades en la distribución de su riqueza, vertiginosamente incrementada tras la subida del precio del petróleo, del que Nigeria es importantísimo productor.

En los últimos meses se han sucedido los conflictos sociales y las manifestaciones estudiantiles que pedían la abolición de las medidas de excepción que permiten los encarcelamientos sin juicio previo y el establecimiento de un régimen civil. Pero, como en la mayoría de estados africanos, el problema regional y étnico sigue siendo la piedra de toque. El censo de 1973 permitió registrar más exactamente esas diferencias y el recuerdo aumentó la inestabilidad, igual que había ocurrido diez años antes.

El sur, más de 28 millones de habitantes, patria de los ibos y de los yorubas, cristianos y animistas en donde se encuentran los recursos más importantes y con una pujante burguesía comercial, no se resigna a ser la minoría.  Mientras que más de la mitad de la población total de Nigeria (50 millones y medio) vive en cuatro de los seis estados de predominio musulmán, con las estructuras arcaicas que caracterizan el norte del país. Estas desigualdades ocasionaron en enero de 1966 la matanza de varios oficiales norteños por un grupo de militares ibos y la siguiente declaración de independencia de la República de Biafra, que se liquidó con uno de los más terribles genocidios de la historia de África.

Todo hace suponer que los nuevos dirigentes de Lagos se opondrán, una vez más, a una transformación de la estructura del poder que permitiera la formación de un gobierno civil, e intentarán gobernar al país por el camino ya trillado de la dictadura.