24 noviembre 2003

Triunfa 'la revolución de terciopelo' liderada por Mijaíl Saakashvili

Una revuelta popular derriba al presidente de Georgia, Shevardnadze (pro-Rusia), después de 11 años en el poder

Hechos

El 23.11.2003 Shevardnadze dimitió como Presidente de Georgia

Lecturas

 Triunfa ‘la revolución de terciopelo’ liderada por Mijaíl Saakashvili, considerado anti-Rusia, que podría convertirse en nuevo presidenta en un nuevo recuento electoral.

24 Noviembre 2003

El Rey Lear cae en Georgia

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

Leer

Banderas al viento, multitudes eufóricas y olor a pólvora tan sólo en los fuegos artificiales. Son las imágenes que ofreció en directo la cadena de televisión CNN al retransmitir el final incruento de la era Shevardnadze, una caída por medio de una nueva revolución de terciopelo, como si el reloj de la Historia volviera a las calles de Praga del pasado fin de siglo.

Las últimas elecciones en Georgia fueron un plato imposible de digerir. El fraude generalizado, reconocido incluso por el entorno del hasta ayer Jefe del Estado, llevaron al país a una situación límite. La toma del Congreso por los partidarios de la oposión, este sábado, había empujado a Shevardnadze a refugiarse en su residencia y a amenazar con un baño de sangre. Todos sabían que se trataba de un farol.

Las Fuerzas Armadas no estaban dispuestas a secundarle. De hecho sólo 50 policías leales y un carro de combate se encontraban ayer en las inmediaciones de su domicilio. Frente a ellos una multitud de 35.000 personas le exigía la inmediata renuncia.No pudo resistir tanta presión.

Shevardnadze fue la cara amable de la Perestroika. Llegó a ser el ministro de Exteriores más querido fuera de las fronteras de la URSS y uno de los paladines de la lucha contra la corrupción.Era el georgiano más conocido después de Stalin y volvió a su país en el 92 con la aureola de los héroes.

Dos guerras, las de Osetia y Abjasia, y la pérdida del mercado ruso, al deteriorarse su relación con Moscú, llevaron al país a unos niveles de pobreza que alcanzaban a un 80% de la población.Los 840 millones de dólares que llegaron como ayuda desde EEUU desaparecieron entre sus dedos mientras su familia se hacía rica.En 2002 el Kremlin le acusó de convertir a Georgia en un santuario para los terroristas chechenos. Estaba ya condenado.

El ministro de Exteriores ruso, Ivanov, se trasladó ayer a su residencia para convencerle de que firmara la renuncia a su cargo.Como en un drama de Shakespeare, el nuevo Rey Lear, ajeno a la realidad y abandonado hasta por los más próximos, conoció al fin, a los 75 años y después de haber tenido a lo largo de su vida enormes éxitos políticos, el amargo sabor de la derrota absoluta. Georgia se encaminará ahora hacia nuevas elecciones que darán la victoria a la oposición. Rusia y EEUU respirarán tranquilos.

24 Noviembre 2003

La soledad del último dirigente soviético

Pilar Bonet

Leer

Eduard Shevardnadze, al que sus allegados llaman familiarmente el abuelo, era uno de esos veteranos políticos de forja soviética que aún sobrevivían en algunos Estados que fueron parte de la URSS hasta su desintegración en 1991. Desde que Geidar Alíev, otro miembro del club, fue sustituido por su hijo Iljam al frente del vecino Azerbaiyán en octubre, Shevardnadze, de 75 años, se había quedado solo en el Cáucaso.

Pero, a diferencia del viejo Alíev, con quien compartió responsabilidades en los años ochenta en el supremo organismo colegiado de la URSS, Shevardnadze no tenía ni los petrodólares ni el férreo control policial de su vecino.

Por la posición autónoma y díscola de los tres territorios que Tbilisi no controla (Abjazia, Adzharia y Osetia del Sur), Georgia es un Estado frágil. Dirigirlo no ha sido tarea fácil para el hijo de un maestro rural que comenzó su carrera en las Juventudes Comunistas en 1946 y fue ministro del Interior de Georgia de 1965 a 1972.

En 1985, cuando llevaba 13 años como máximo dirigente de la república y se había distinguido entre los sectores reformistas por sus experimentos económicos, Mijaíl Gorbachov le llamó a Moscú para renovar la política exterior soviética. Como jefe de la diplomacia de la URSS, su nombre está unido al «nuevo pensamiento», a la perestroika y, sobre todo, a la reunificación de Alemania. Este suceso histórico le valió el reconocimiento de los alemanes, que en 1998 le enviaron un nuevo coche blindado después del segundo atentado contra su vida. También le ha valido la animadversión de sectores nacionalistas rusos, que le tildan de «traidor». Ayer, un portavoz del Gobierno alemán, dijo que le daba la bienvenida si decidía exiliarse.

En diciembre de 1990, Shevardnadze afirmó que se avecinaba una dictadura y dimitió de forma espectacular como ministro de Exteriores. Siguió una fugaz reincorporación al equipo de Gorbachov en plena agonía soviética y la vuelta a Georgia en 1992, tras el derrocamiento del líder Zviad Gamsajurdia, para ponerse al frente Consejo de Estado, un órgano interino de dirección de la República. Dirigió el Parlamento hasta 1995 y en noviembre de aquel año fue elegido presidente de la República, cargo que revalidó para cinco años en los comicios de 2002.

Ni los prestigiosos amigos extranjeros ni la experiencia le han valido a Shevardnadze para afrontar los problemas -corrupción, mala gestión, criminalidad, pobreza- que se han ido acumulando en el país. Desde hace bastante tiempo, ya el malhumor era la expresión más frecuente en el rostro del viejo político.

Chechenia y Abjazia han envenenado las relaciones entre Georgia y Rusia, que llegaron a un acuerdo tácito, a tenor del cual Moscú no coquetea con los separatistas de Abjazia ni Tbilisi con los separatistas chechenos.

Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, Shevardnadze jugó la carta norteamericana, invitando a instructores del Pentágono a adiestrar tropas georgianas, con ciertas esperanzas, aparentemente, de que, en virtud de la lucha contra el terrorismo, Washington le ayudaría a reconquistar los territorios que no se le someten. Todo era ya demasiado tarde.

25 Noviembre 2003

El pivote de Georgia

Hermann Tertsch

Leer

Algunos momentos históricos confieren a sus protagonistas, voluntarios o no, un aura de grandeza que a la postre demuestra haber sido poco merecido o al menos extremadamente efímero. Son líderes que brillan intensamente en una crisis y muy pronto se comprueba que el fulgor no era propio y se apagan en la mediocridad. Aunque hoy muchos jueguen con la tentación, habría que ser extremadamente injusto para explicar en estos términos el tristísimo final político de Eduard Shevardnadze, ya ex presidente de Georgia, que fuera el ministro de Asuntos Exteriores que ayudó a explicar y encauzar en el mundo hechos consumados como la disolución del Pacto de Varsovia, el hundimiento del comunismo y la disolución de la Unión Soviética. Shevardnadze se ha ido para evitar un baño de sangre que era inminente en Georgia. Eso le honra tanto como haber participado en evitar que se produjera en Europa central en los años ochenta y en Rusia poco después.

Hoy ya casi hemos olvidado que la tragedia armada y el horror estuvieron muy cerca en el seno del imperio soviético cuando éste agonizaba, y que sus principales campos de batalla y muerte habrían sido Estados que, en una evolución que entonces sólo un demente habría vaticinado, dentro de pocos meses serán miembros plenos de la Unión Europea. Que hubiera tan pocos muertos en Estonia, Letonia y Lituania, en Polonia, Alemania Oriental o Checoslovaquia, lo debemos en muy gran parte a hombres como Shevardnadze, surgidos de un pueblo en el que la violencia ha sido identidad desde el principio de los tiempos, y formados en un régimen que idolatraba esta violencia en la defensa de su supremacía total hasta el final de los mismos. De ahí que para explicar las actitudes de gentes como Shevardnadze o Mijaíl Gorbachov no sea suficiente alegar al pragmatismo, a la necesidad o a la fuerza y evidencia de los hechos. Hay en el fondo de sus conductas ese factor humano que los totalitarismos del siglo pasado, el nazismo y el comunismo, intentaron por todos los medios extirpar en sus huestes. Fracasando en el intento. Probablemente, algunos de estos hombres de generaciones nacidas bajo Stalin tienen dicho factor humano más activo que algunos nuevos yuppies occidentalizadores con fruicción, cuyo máximo mérito sea, de momento, haber nacido más tarde.

Mijaíl Saakashvili, el jovencísimo líder de la oposición que ha derribado a su mentor y padre político en Tbilisi, ha estudiado en Estrasburgo y en la Universidad de Columbia, pero aún habrá de demostrar su propio factor humanocuando tenga que mostrar autoridad frente a las luchas cainitas, mafiosas y tribales georgianas, influidas por todas las que se dirimen en el Cáucaso -Chechenia incluida- y por las maniobras de Moscú y Washington para el reparto del poder y de la fiesta del petróleo que se anuncia en la región. Georgia no es el campus de la Columbia University.

Shevardnadze no ha podido, por su propia escuela, por su esencia de homosovieticus, acabar con la corrupción económica ni los abusos de poder del aparato estatal. Pero su mayor pecado ha sido perder la amistad de Moscú, a quien no se ha querido doblegar, y la de Washington, que ve en Saakashvili un hombre de los suyos. Shevardnadze era un hombre de tiempos pasados. Su previsible sucesor exhala modernidad, ambición y agresividad. Habrá que ver si al final de su carrera se recuerda tanto su factor humano como el de su antecesor.