10 febrero 1995

Al igual que su amigo Baltasar Garzón, tras romper con el socialismo solicita su reingreso como juez a la Audiencia Nacional

Ventura Pérez Mariño dimite por sorpresa como diputado del PSOE decepcionado por Felipe González reventando el ‘Debate sobre el Estado de la Nación’

Hechos

El 10.02.1995 D. Ventura Pérez Mariño dimite como diputado del PSOE.

Lecturas

PÉREZ MARIÑO REVENTÓ EL DEBATE DEL ESTADO DE LA NACIÓN

FelipeGonzCongreso_1995 D. Felipe González había intentando convertir el Debate de Estado de la Nación en una alegato para la regeneración política en España, pero todo el discurso del Sr. González quedó eclipsado por la noticia de la dimisión de D. Ventura Pérez Mariño como diputado, que además incluyó la petición expresa de que el Sr. González dimitiera.

ANSON APROVECHA EL CONTEXTO PARA PRESENTAR A UN FELIPE GONZÁLEZ SOMETIDO A PUJOL

10 Febrero 1995

Golpe de efecto

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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El desplante del diputado independiente del Grupo Socialista Ventura Pérez Mariño, que renunció a su escaño tras pedir la dimisión del presidente González, arruinó en buena medida el efecto estabilizador que tenía la aprobación de un programa de gobierno para 1995 por parte de socialistas y nacionalistas catalanes. Aunque se trate de una decisión individual, en el actual clima de crispación política ha venido a añadir un nuevo elemento de confusión. Tal como se había planteado el debate, que un miembro del Grupo Socialista asuma la tesis defendida por la oposición de que la pérdida de credibilidad de González le incapacita para seguir gobernando constituye un sabotaje a la estrategia del PSOE y CiU para dar continuidad y estabilidad a lo que resta de legislatura. Éste era el riesgo asumido por González al fichar diputados independientes como Pérez Mariño y Garzón. Pero siempre podrá argumentarse que tal vez, sin ese refuerzo de credibilidad que en su momento supuso su presencia en las listas socialistas, González no habría ganado las elecciones de 1993.Por lo demás, el debate confirmó que en España falta cultura de coalición. No es posible construir durante años un discurso sobre los males de la mayoría absoluta y, cuando ésta desaparece, descalificar al partido del Gobierno, por pactar su programa con un aliado que completa la mayoría. Y es especialmente incoherente que, tras haber criticado, no sin razón, el carácter semisecreto y más bien personal del apoyo de Pujol al Gobierno de González, se reproche ahora a ambos socios una iniciativa que viene a remediar esa irregularidad. La resolución conjunta presentada ayer a la Cámara por el PSOE y CiU podrá criticarse por su contenido, pero su existencia supone un avance indudable: el telefonazo de Pujol se sustituye por el compromiso público en sede parlamentaria, y los acuerdos genéricos y privados, por un programa de actuaciones discutido a la luz del día.

Las 27 propuestas presentadas por socialistas y nacionalistas conforman un sistema de prioridades bastante coherente con las preocupaciones de la sociedad, especialmente en materia economía y social. La búsqueda de un equilibrio entre crecimiento económico y cohesión social se traduce en España en la prioridad otorgada al objetivo de crear empleo. Precisamente porque los datos reales del paro son tan preocupantes como dijo el portavoz popular, Rodrigo Rato -en una intervención que tuvo más nervio que la de Aznar 24 horas antes-, esa combinación entre crecimiento y cohesión implica hacer compatible la reforma del mercado laboral con el mantenimiento de lo esencial del Estado de bienestar y el crecimiento de la competitividad con un clima sociolaboral no conflictivo. Lo que no es lógico es que cuando por fin comienzan a abordarse las reformas tan largamente aplazadas que se deducen de esa prioridad de lucha contra el paro arrecien las críticas con la excusa de considerarlas insuficientes. Además, la mayoría de las medidas tienen el mérito de la concreción, lo que permitirá juzgar el grado de cumplimiento de las mismas antes de fin de año.

Es cierto que tal como están las cosas la estabilidad política no sólo depende de los apoyos parlamentarios con que cuente el Gobierno; pero era obligación del Parlamento despejar las incertidumbres que sí dependen de la Cámara: un Ejecutivo de coalición habría sido una respuesta más apropiada, pero el acuerdo firmado ayer era la mejor de las alternativas probables. Se trata de un acuerdo de dos grupos, pero de tres partidos, y parece probable que haya sido la influencia de Unió, el socio de Pujol en la coalición CiU, la que ha determinado que en el programa no se incluyan algunas propuestas que figuraban entre los compromisos electorales del PSOE, como la reforma de la ley del aborto. Está en la lógica de las, coaliciones que el programa conjunto implique renuncias a planteamientos particulares de cada socio, pero, dado el carácter de la alianza -sin participación gubernamental-, no sería lógico que el PSOE renunciase a plantear por su cuenta el proyecto correspondiente.

En cuanto a la propuesta de creación de una comisión de investigación sobre los GAL, presentada por IU y apoyada por el PP, entre otros, llega con tanto retraso que su oportunidad es ahora discutible. Ahora: no cuando los hechos se produjeron, hace una década, sino cuando la existencia de imputados con graves cargos y en prisión preventiva podría, producir una interferencia grave entre ambas vías, la penal y la política. Si esos imputados comparecieran en una comisión parlamentaria, lo harían sin las garantías del procedimiento penal. Y sin su presencia, esa comisión colgaría del vacío. De otro lado, ha sido el Partido Popular el que ha apostado desde el principio por la vía judicial para investigar el uso de los fondos reservados. Y no lo ha hecho arbitrariamente, sino precisamente porque de lo que se trataba era de investigar su uso presuntamente delictivo.

10 Febrero 1995

Pérez Mariño, independiente

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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Ayer, y tras confirmar que el grupo socialista no tenía la menor intención de apoyar la formación de una comisión parlamentaria de investigación sobre los GAL, el diputado Ventura Pérez Mariño anunció su decisión de pedir la dimisión del presidente del Gobierno, la formación de un ejecutivo de gestión, apoyado en un amplio consenso de los grupos parlamentarios, y la celebración «a medio plazo» de elecciones anticipadas. Pérez Mariño hizo pública su decisión de votar a favor de la creación de la comisión sobre los GAL, de otra sobre los fondos reservados y de varias propuestas más de la oposición que creía no menos positivas.

Fue el escándalo. Las huestes felipistas, felices por el debate de la víspera, saltaron indignadas. Al punto, lo acusaron de traidor y pidieron que renuncie a su acta de diputado.

Se entiende que se duelan. Era un torpedo en la misma línea de flotación del felipismo. Pérez Mariño, tras el abandono de Baltasar Garzón, era el único diputado independiente que quedaba en el grupo socialista. El era la última bandera del «cambio del cambio», aireado por Felipe González a raíz de las elecciones generales de 1993, que quedaba izada. Ahora se levanta, sí, pero contra las posiciones del jefe del Gobierno, y llevando consigo el prestigio acumulado en toda una larga trayectoria de honradez y coherencia democrática.

Para respetar esa coherencia, Pérez Mariño no podía hacer otra cosa. Porque él mismo, como representante del grupo socialista en la Comisión de Justicia, se había comprometido hace poco más de un mes a colaborar plenamente y sin reservas en la investigación del «caso GAL». Que Felipe González eludiera anteayer el fondo del asunto y el grupo socialista cerrara ayer las puertas al esclarecimiento de la verdad era mucho más de lo que podía admitir. Y no lo ha admitido.

Pérez Mariño aguó la fiesta de los felipistas. Bien es verdad que, de todos modos, su gozo no estaba demasiado justificado. Se precipitaron al atribuirse la victoria en un debate que, según demuestra el sondeo Sigma Dos-EL MUNDO que hoy publicamos, perdieron ante la opinión pública.

Es obvio que ésta se muestra cada vez más insensible a la presunta «magia» parlamentaria de González. Exhibió más habilidad en la pelea, pero no convenció. Los que tienen ahora peor opinión de él que hace tres días son muchos más (26.6%) que aquellos que lo valoran mejor (11.3%). En el polo opuesto se sitúa Julio Anguita: ha mejorado en la estima del 20.8% de la población, y sólo un 11.4% lo mira con más severidad. Incluso Aznar, pese a haber tenido un día particularmente gris, sale mejor parado que él.

Pero el dato crucial, el que deja las cosas más en su sitio, es el que dice que el 61% de los españoles cree que fue el Gobierno quien montó y encubrió los GAL. Un 10% más que hace un mes. La conclusión de Pérez Mariño sintoniza con lo que piensa la mayor parte de la ciudadanía. Con ese bagaje no hay Gobierno que aguante.

14 Febrero 1995

Las razones de Pérez Mariño

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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EL MOMENTO escogido por Ventura Pérez Mariño para desmarcarse del PSOE -en pleno debate sobre el estado de la nación- ha sido objeto de crítica por las fuertes dosis de intencionalidad política y de protagonismo personal que dejaba traslucir. Pero las explicaciones dadas ayer por el hasta ahora diputado independiente del PSOE son, además de respetables, coherentes con los« motivos originarios que le indujeron a formar parte de las listas socialistas en las elecciones legislativas de junio de 1993.Pérez Mariño se ha despedido de su experiencia política sin el rupturismo desgarrado con que dio por concluida la suya su compañero de profesión y de aventura política Baltasar Garzón. Ello es debido, quizás, a las profundas diferencias que marcan la personalidad de ambos, al margen de semejanzas aparentes y meramente formales. Siendo los dos jueces, han sido muy distintos los momentos vitales y las vías de acceso de cada uno de ellos a la judicatura. Pérez Mariño se hizo juez por la vía del tercer turno -concurso de méritos entre juristas- tras varios años de experiencia profesional en el campo del derecho, e incluso de la, política. Garzón pasó directamente de la Universidad a la judicatura mediante la tradicional vía de la oposición, sin ninguna otra experiencia prevía, ni profesional ni política.

El caso es que de la boca de Pérez-Mariño no han salido palabras del calibre de «traición» o de «ardid electoral», ni tampoco metáforas tan amargas como la de «sentirse como un muñeco». Quien representara junto con Garzón la marca visible de la voluntad del PSOE en la lucha contra la corrupción ha ofrecido razones exclusivamente políticas sobre el fracaso de su empeño. Ninguna de carácter personal. Ni sentimientos de frustración ni de manipulación ni de engaño. Simplemente la imposibilidad de seguir conjugando sus ideas con el marco de disciplina exigible al grupo parlamentario del que formaba parte.

Pérez Mariño ha considerado que la creación de sendas comisiones parlamentarias de investigación sobre los GAL y el uso de los fondos reservados debería haber sido el corolario lógico de una postura coherente y firme contra la corrupción. El PSOE ha creído tener razones para oponerse, pero no puede decirse que la postura de Pérez Mariño carezca de serios argumentos a su favor. Porque consideraba que los tenía, y hasta el punto de no poder transigir sobre ellos, es por lo que Pérez Mariño se va. Sin dar ningún portazo, pero con coherencia política y con razones de peso. No e poco en estos tiempos de degradación de los usos políticos.

Este desenlace podrá ser considerado a primera vista como un . nuevo fracaso de la colaboración de personas independientes con los partidos. Pero sólo a primera vista. En el caso de Pérez Mariño sería más acertado hablar de las serias dificultades que esa colaboración plantea en los rígidos esquemas parlamentarios. Es una experiencia, en todo caso, que el PSOE no debería echar en saco roto. Y no para arrepentirse de ella, sino para articularla mejor en el futuro: no desde presupuestos meramente electoralistas o de, mercadotecnia social, sino desde otros políticamente más sólidos.

A pesar del mal sabor de boca que puedan dejar episodios como el de Garzón, hace ahora 10 meses, o el de Pérez Mariño, es difícil concebir en la sociedad futura una actividad política de los partidos sin conexiones, más o menos articuladas Con los elementos profesionalmente más. activos de esa sociedad. De ahí que no pueda darse por cerrado, sino todo lo contrario, el ensayo de incorporar a la vida parlamentaria a personas que hayan acreditado sus capacidades en actividades ajenas a. la política profesional, cuya independencia sea garantía de entrada de ideas nuevas y de comportamientos menos rígidos en los grupos parlamentarios. Eso sí, hay que hacerlo con rigor y seriedad, y explicitando al máximo las condiciones y la letra pequeña de ese contrato más o menos implícito que esa experiencia supone.