22 septiembre 1994

Acusan al Teatro Marquina de Alejandro Colubi de vetar el acceso al crítico del diario EL PAÍS, Eduardo Haro Tecglen ante el estreno de una obra de Antonio Gala

Hechos

El 22.09.1994 EL PAÍS informó de que el Teatro Marquina no permitía el acceso al Sr. Haro Tecglen.

Lecturas

En un acto de publicidad el consejero de Cultura de la Comunidad de Madrid, D. Jaime Lissavetzky, rompió su entrada al teatro Marquina para ver la obra de D. Antonio Gala ante los fotógrafos de EL PAÍS en solidaridad con D. Eduardo Haro Tecglen.

22 Septiembre 1994

El teatro Marquina impide el acceso del crítico Haro TecgIen al estreno de Gala

Rafael Fraguas

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Alejandro Colubi, propietario del teatro Marquina, impidió anoche el acceso de Eduardo Haro Tecglen, crítico teatral de EL PAÍS, al estreno de la obra Los bellos durmientes, de Antonio Gala, dirigida por Miguel Narros y protagonizada por Amparo Larrañaga. Las invitaciones al estreno habían sido cursadas con un saluda de Jaime Lissavetzky, consejero de Cultura de la Comunidad de Madrid, patrocinadora del evento. Lissavetzky rompió su localidad públicamente y se negó a entrar a la sala en actitud de rechazo al veto y en solidaridad con el periodista.

Al estreno teatral asistieron unas doscientas personas, entre las que se hallaban Carmen Alborch, ministra de Cultura, Cristina Alberdi, ministra de Asuntos Sociales y José María Aznar, líder del Partido Popular, además de otras personalidades de la política y el mundo del teatro.Jaime Lissavetzky explicó su decisión «por el respeto que la libertad de expresión y de crítica merecen» mientras, visiblemente indignado, hacía trizas su entrada. Para el viceconsejero Ramón Caravaca «esto es franquismo puro, algo así como regresar al 20-N de 1975. Me siento avergonzado e indignado de que esto pueda suceder ahora», agregó.

Pedro Larrañaga, productor de la obra estrenada anoche y hermano de la primera actriz, se mostró «absolutamente abochornado» por la exclusión del crítico e indicó que cuando Colubi, en la mañana de ayer, había anunciado a un grupo de personas vinculadas a la representación su decisión de excluir al crítico, él se opuso rotunda’ mente a lo que consideré «una monstruosidad».

Alejandro Colubi, de 54 años, presidente de la Asociación de Propietarios de Locales de Teatro y secretario general de los productores dijo a este diario que el crítico Haro Tecglen «es un enemigo del teatro en general y del mío en particular, por lo cual he decidido no invitarle al estreno de esta obra». Para Colubi, «este señor, a quien prácticamente ni conozco, se mostró cutre y rastrero en una crítica contra una obra de Sebastián Junyent representada en mi teatro, al afirmar sin pruebas que un perro que salía a escena había sido drogado». Colubi señaló que «el perro fue comprado en Inglaterra e instalado en un apartamento de 50 metros cuadrados, con vigilancia de veterinarios, que certificaron que no fue nunca drogado. El perro vive ahora magníficamente en un chalé de Puerta de Hierro».

El propietario del teatro Marquina añadió que «en un estreno por invitación se invita a quien se quiere y ese señor es persona no grata en esta casa. No puede entrar». Ante una pregunta sobre si consideraba su decisión acorde con el respeto a la libertad de expresión, Colubi dijo: «Eso es lo único por lo que lucharía hasta el final. El teatro necesita de la crítica, naturalmente constructiva».

Antonio Gala, autor de la obra estrenada anoche, dijo a EL PMS: «No tengo nada que ver con este coño que habéis formado. Soy partidario de los estrenos a taquilla abierta; pero el que invita está en su derecho de invitar a quien desee». El director Miguel Narros suscribió las palabras del autor.

A la salida de la representación, Carmen Alborch, ministra de Cultura, definió lo sucedido como «increíble». «Creía que esas cosas no pasaban» agregó, informa Rosana- Torres. Cristina Alberdi, ministra de Asuntos Sociales, dijo por su parte: «No puedo opinar; no tengo ni idea de cuál es el problema. José María Aznar, líder del PP, señaló: «No sé por qué le han impedido entrar; si tenía entrada, tenían que haberle dejado pasar». Isabel Vilallonga, senadora y portavoz de IU en el Parlamento autónomo, indicó: «Me parece un desafuero, propio de otra época no acorde con la legislación actual. Si además tenía entradas, me parece un, acto ilegal».

Colegas de Eduardo Haro, como Lorenzo López Sancho, crítico teatral del diario ABC repetían que «es intolerable».

Según el crítico teatral de EL PAÍS, «jamás me había sucedido una cosa semejante».

La Consejería de Cultura de la Comunidad de Madrid, que ha brindado una ayuda aproximada de cuatro millones de pesetas para el montaje de la obra, así como su apoyo dentro del Festival de Otoño, abordará hoy el asunto en una reunión específica.

23 Septiembre 1994

Crítica, invención y libertad

ABC (Director: Luis María Anson)

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ABC no coincide, evidentemente, con mucho de los planteamientos intelectuales de Eduardo Haro Tecglen y aún menos con su corrosiva crítica teatral. Pero, naturalmente, defendemos su derecho al ejercicio de la libertad de expresión y repudiamos que haya sido declarado persona ‘non grata’ por algún empresario de teatro que, además, ostenta la presidencia de un gremio al que la Cultura tiene tanto que agradecer. Aunque se haya producido alguna distorsión en las noticias, porque Haro ni fue invitado ni acudió, queremos dejar rotundamente clara nuestra oposición frontal a cualquier tipo de discriminación que afecte a un crítica, sea cual sea su ideología, sean cuales sean sus simpatías o antipatías teatrales.

24 Septiembre 1994

Curioso lo de Colubi

Juan Cruz

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Curioso lo de Colubi, el empresario del Marquina: no dejó que el crítico Eduardo Haro Tecglen viera Lobellos, durmientes de Antonio Gala en su teatro y demostró así que él tampoco ha visto la obra. No invitó a Haro,. ha dicho, porque asegura que el veterano escritor-«no ama el teatro», como si Colubi hubiera patentado una vara para medir esa clase del amor escénico. Si Colubi hubiera visto la obra de Gala y ésta le hubiera penetrado en las meninges de su propia intransigencia no sólo,le hubiera franqueado las puertas de su coliseo, sino que hubiera recibido al crítico con los brazos abiertos, pues, como bien decía ayer en El Mundo Javier Villán en un inteligente relato, lo que la obra de Gala defiende -en esta obra y en toda.su clarísima trayectoria de defensor de la tolerancia y la ternura- es el amor por los otros, y la transparencia, la generosidad y la pureza en el desarrollo de ese amor.

El entusiasmo de los actores -y su propio amor por el teatro; Gala dijo al final de la representación que el amor al teatro es grande aunque no pese: el de Colubí parece depender de sus propio sistema de pesar- no merecía una actitud como la de este, empresario que dejó que constara en acta que un crítico como Haro no resulta bienvenido en un sitio donde se representa lo que él dice que ama.

Como Haro no ama según la teoría de Colubi, Colubi no le invitó: perpetró su castigo: el castigo de Colubi. Lo anunció de modo suficiente y le hizo llegar la amenaza, como el Clint Eastwood de los escenarios: Gary Cooper, te vas a enterar. Como Haro es sospechoso de no querer, pues no le quiero, y además le echaré a patadas. Dice que no dijo esto, último, pero trascendió la frase, tan de exabrupto español.

Si se aplicara en España el que ya puede ser conocido como «castigo de Colubi», muchos críticos literarios no podrían salir a la calle, Angel Fernández-Santos no podría pisar una sala de cine -ni de aquí ni de Hollywood, donde sería especialmente vetado-, Antonio Muñoz Molina no hubiera vuelto jamás al escenario de María Corral, la Renfe viajaría vacía porque los innumerables críticos de sus servicios tendrían que quedarse en tierra, e igualmente Iberia viajaría sin pasajeros españoles. Habría periodistas que no podrían pisar las Cortes y, en general, este país de intransigentes paralelos viviría en un estado tal de intolerancia que habría que pensar en nuevas formas de exilio o de silencio. Sería muy poco divertido vivir, o a lo mejor esto es lo divertido.

El castigo de Colubi ha tenido la desgracia de manifestarse en España; esa intransigencia, aplicada en Nueva York, París o Londres, hubiera merecido honores de primera página en todos los periódicos, porque no es moneda corriente en esas capitales tan teatrales que un crítico de un periódico importante -o de cualquier periódico, claro está- sea tácitamente vetado de un estreno de la trascendencia que supone una obra deAntonio Gala. Pero en España como bien esceníficó La Fura dels Baus esta misma semana en Madrid- no salen en primera las noticias de la cultura, a no ser que te maten o te mueras o te den un premio de más de diez millones de pesetas. A lo mejor, si Colubi hubiera cumplido su supuesta amenaza de echar a Haro a patadas, este curioso incidente hubiera merecido aquellos dudosos honores de la primera página. Pero ni los ataúdes irónicos de La Fura salieron en primera: compitieron ese día con la reconciliación UGT-Guerra, y donde manda.hermana miento no manda marinero. Fue increíble. Una periodista, ávida de obtener declaraciones de políticos que pudieran secundar a Jaime Lissavetzky, el consejero de Cultura de Madrid, que había roto su entrada como protesta ante Colubi, le preguntaba en el entreacto a Carmen Alborch que opinaba del incidente:

-Me parece increíble, decía la ministra de Cultura.

-No, pregunto qué te parece la decisión de Colubi de echar a Haro.

-Que me parece increíble. ¿No es suficiente?

Colubi ha hecho historia en la pequeña historia de la intransigencia patria. Para reprenderle, la Comunidad de Madrid, que patrocina el teatro dentro del Festival de Otoño, le retira la subvención; no debe hacerlo; debe obligarle a ver la obra que no ha visto para reformar sus particulares convicciones acerca de los baremos del amor. Y debe indicarle que tenga más cuidado con los tocayos de Marquina, que nunca hubiera dejado fuera de sus puertas a un tipo llamado Eduardo.

Y ahora, unas palabras sobre Eduardo: la gente le vio el día después -fue una pequeña guerra: tuvo día después- en la tele, rodeado de libros, hablando con la mano izquierda abierta hacia arriba y explicando que él no se merecía eso, estar en medio de un escándalo. Ha sido cronista de todos los escándalos, a lo largo de los años que cumple al revés, y aún no se acostumbra a ser él mismo piedra de tal: le llaman momia, le descalifican airadamente, le cierran las’puertas, y él sigue enhiesto, creyendo en las viejas convicciones que se le han ido derrumbando como las ganas de andar. De pronto viene Colubi y le despierta con su cástigo, el castigo de Colubi. Eso quedará en la pequeña historia, pero la. dignidad de Haro va mucho más allá que ese subrayado verdaderamente increíble que el empresario del, Marquina ha querido imprimir en las impenetrables primeras páginas de los medios informativos españoles.

Falló Colubi: no apareció en primera. Fue el castigo de Colubi.

26 Septiembre 1994

Puntualización del teatro Marquina

Alejandro Colubi

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Me dirijo a ustedes con el fin de dejar aclarada una situación que parece se ha desvirtuado y en la que ciertas partes no están reflejando la realidad. Con respecto a lo divulgado, queremos decir:

A) 1. El teatro Marquina nunca ha impedido el acceso a Eduardo Haro Tecglen ni a ninguna otra persona.

2. Alejandro Colubi jamás ha impedido el acceso al teatro Marquina, ni al señor Haro Tecglen ni a ninguna otra persona.

Por tanto, es absolutamente incierto el que se diga que el teatro Marquina impidió en la noche del 21 de septiembre de 1994 el acceso al crítico Eduardo Haro Tecglen, puesto que el señor Haro Tecglen no vino a dicho estreno.

B) Sí es cierto que el teatro Marquina, como todos los teatros, tiene una relación de posibles invitados a los estrenos y representaciones privadas, donde no figura el señor Haro TecgIen.

Lo anterior no excluye que, como en ocasiones anteriores, el señor Haro TecgIen, el primer día de función al público, haya sacado su localidad, visto la función y hecho la pertinente crítica.

Tampoco excluye que pueda estar en esas representaciones privadas invitado por otras personas o estamentos, pero no por nosotros. Dicho lo anterior, queremos reafirmar que no tenemos ninguna animadversión contra nadie, mucho menos contra EL PAÍS, periódico al que admiramos como a todos los demás, pero nadie puede pedirnos, ni a nosotros ni a nadie, que, aunque comulguemos con el continente, tengamos que comulgar con todos y cada uno de los contenidos.

Resumiendo, coincidimos con las declaraciones hechas por Antonio Gala, que a una función privada vienen los señores que son invitados, sin que eso signifique que se impida nada a nadie.

26 Septiembre 1994

Réplica de Gala

Antonio Gala

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En las diferencias -producidas hace tiempo- entre el crítico teatral de ese diario y el empresario del teatro Marquina, ni he intervenido en absoluto, ni pienso intervenir. Bastante mal anda el teatro como para que los hombres de él se enzarcen en «disputas de frailes». Lo que siento es que puedan alcanzar sus consecuencias a una compañía joven, trabajadora y llena de entusiasmo, y a una productora también joven que inicia su andadura y ha confiado en mí. En cuanto al «inevitable declive de un autor», de eso el señor Haro sabe mucho más que yo. Afortunadamente es el público de teatro, que a pesar de todo queda, quien tendrá la última palabra.-

27 Septiembre 1994

La tropelía de Colubi

Rosana Torres Reines

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La carta de Torres Reines fue publicada el 27 de septiembre de 1994 de manera simultánea en ABC, EL PAÍS y DIARIO16.

Alejandro Colubi, empresario del teatro Marquina, que impidió la entrada al estreno de la obra de Antonio Gala Los bellos durmientes al crítico Eduardo Haro Tecglen, se ha desmarcado de su acción afirmando que el crítico no fue al teatro y que él no le prohibió entrar. Dado que soy el mensajero al que ahora pretende matar Colubi, quien no asume las consecuencias de su error (por su escaqueo colijo que ambos pensamos que lo fue), desearía recordar que la tropelía fue cometida ante bastantes testigos, y que este señor alquila el teatro a la compañía, por lo que como casero y arrendador no puede decidir sobre los invitados al estreno. Colubi, cuando supo que yo cedía mis entradas a Haro (único profesional al que se le impidió hacer su trabajo), me pidió a grito pelado que avisara al crítico que si acudía a la sala iba a crear una situación muy violenta; que estaba dispuesto a echarle a patadas y empujones, ya que no le importaba montar un escándalo en el estreno. Ésas y otras barbaridades hicieron que Pedro Larrañaga, empresario de la obra y hermano e hijo de las dos protagonistas, huyera «abochornado» (lo ha dicho él, no yo); que el crítico radiofónico Florentino Negrín afirme que pocas veces había visto algo tan violento, y que el catedrático Miguel Ángel Conejero, que oyó las voces cuando estaba en la cafetería del teatro, viniera a defenderme y sin saber de qué iba el asunto me preguntara: «¿A quién hay que pegar?». Le hice repetir a Colubi tres veces, tres, su mensaje (ante los ya mencionados y otras cinco o seis personas más) y, siempre fue el mismo.

Me sorprende la cobardía de Colubi al negar estos hechos y especialmente su falta de honestidad, ya que le he visto aludiendo a los sacramentos y yo creía que los católicos no mentían.-