2 noviembre 2021

Su principal competidora, Susanna Griso de ANTENA 3 TV, le mandó un saludo en directo al conocer la noticia

Ana Rosa Quintana deja de prensar ‘El Programa de Ana Rosa’ de TELECINCO para tratarse un cáncer

Hechos

  • El 2.11.2021 Dña. Ana Rosa Quintana anuncia que dejaba de presentar temporalmente ‘El Programa de Ana Rosa’.

Lecturas

El 2 de noviembre de 2021 Dña. Ana Rosa Quintana Hortal comunica a los espectadores que padece cáncer y que abandonará su puesto de presentadora de ‘El Programa de Ana Rosa’ en Mediaset (líder de audiencia en la franja de mañana). Será sustituida por Dña. Ana Terradillos (que conducirá la parte política del programa) y por Dña. Patricia Pardo (que conducirá la parte de crónica social). La Sra. Quintana Hortal seguirá siendo la productora del programa como presidenta de Unicorn, la empresa que produce el espacio.

El mismo día 2, desde ‘Espejo Público’ de Atresmedia Dña. Susanna Griso Raventòs, principal competidora de la Sra. Quintana Hortal, la manda un abrazo.

LOS ATAQUES DEL INFLUENCER BASILIO ARAGÓN A LA ENFERMA ANA ROSA QUINTANA:

El mismo 2 de noviembre de 2021 el popular influencer izquierdista D. Basilio Aragón Posada ‘Bulldog Punk’ puso un tuit haciendo la broma de que ‘esperaba que el tratamiento se lo diesen en ese Zendal que tanto defendió’ (en referencia al controvertido hospital especial para atender a infectados por el Coronavirus del Gobierno de la Comunidad de Madrid).

En su siguiente tuit el Sr. Aragón Posada ‘Bulldog Punk’ ya pasaba al ataque directo a Dña. Ana Rosa Quintana: «No le deseo a Ana Rosa nada más que el doble de lo que ella desea a los que no tenemos su estatus económico», sin concretar en qué basaba ese supuesto odio, según él de la presentadora de Mediaset a los otros estatus.

 

07 Noviembre 2021

Ana Rosa

Eduardo Inda

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Llegué a Ana Rosa en julio de 1990 por esos insondables caprichos de un dios llamado destino. Mis primeras prácticas me las facilitó José María García, al que conocía sobradamente porque su hijo Pepe y mi hermano pequeño, Ignacio, jugaban en el mismo equipo de fútbol. El primero de portero, el segundo de mediapunta, los dos bastante bien por cierto. El mejor periodista deportivo de todos los tiempos se comportaba como el pequeño Napoleón que es: en los descansos suplantaba al pusilánime entrenador y se dedicaba a reequilibrar tácticamente el equipo con monedas de 100 pesetas, que representaban a cada jugador, repartidas por el suelo de hormigón del murete pegado al banquillo. Una injerencia que no siempre daba sus frutos, aunque en honor a la verdad hay que reconocer que sabía más de la materia que un míster más experto en el arte del rezo que en el de la pelota. Así, en el ecuador de los 80, conocí a SuperGarcía, que por aquel entonces era sencillamente el periodista más famoso de España gracias a sus retransmisiones, a su aluvión de primicias y a sus gloriosos “Pablo, Pablito, Pablete”. Un tipo cuya soldada superaba los 500 millones de pesetas anuales.

—¿Quieres hacer prácticas con nosotros?—, me espetó un sábado cualquiera SuperGarcía cuando le comenté que había dado el pistoletazo de salida a mis estudios de Periodismo.

A un servidor se le hizo el culo pepsicola. Iniciar tu carrera profesional en el Real Madrid de la información, Antena 3 de Radio, el ámbito periodístico más libre que he conocido, era lo más. El proyecto radiofónico liberal emprendido por Manuel Martín Ferrand el mismito año en el que una apisonadora llamada Felipe González había conquistado Moncloa era para un imberbe mejor regalo que si le hubiera tocado el Gordo de Navidad. Dicho y hecho. José María García no me defraudó. Cumplió:

—Este verano trabajarás en la Sección Local de Antena 3 en Madrid, eso sí, gratis—, me espetó en la primavera de 1990 el periodista franquicia de Antena 3.

Y allá que me fui el 1 de julio a las nueve de la mañana. El pardillo que era el Eduardo Inda de los 22 años franqueó la puerta de Oquendo 23 cual Paco Martínez Soria recién estrenado en la gran ciudad. Es lo que pasa cuando en una misma mañana te topas de sopetón por la redacción con el tan superlativo como inolvidable Antonio Herrero, con ese Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón al que apodaban “El repelente niño Vicente” o con el implacable verdugo de Paracuellos, Santiago Carrillo, que por aquel entonces colaboraban en su programa mañanero, con los geniales Gomaespuma, con los otros puntales de la Sección de Deportes, con el desaparecido y llorado Manuel Marlasca sénior, con el genialoide Carlos Pumares o con ese nunca bien ponderado Oscar de Hollywood que es José Luis Garci. La asignatura García, como digo, la tenía aprobada hacía tiempo.

—Hola, soy Ana Rosa Quintana, la redactora jefe de Madrid—, se presentó nuestra protagonista con su personal, intransferible, sobria y sincera amabilidad. Pelín menos simpática, cortés en cualquier caso, estuvo su a la sazón número 2, Carmen Martínez Castro. Los dos meses que pasé allí fueron una prerrogativa por la que, en lugar de cobrar cero pesetas, tendría que haber desembolsado un potosí. Pero así como Carmen Martínez Castro se comportó conmigo echando mano estrictamente de manual, Ana Rosa actuó más como una hermana mayor que como una baranda al uso. Mi capacidad radiofónica era hace 30 años la misma que la de un besugo. Y, sin pedírselo, se puso manos a la obra para pulirme a modo y manera. Todas las noches grababa en casa una cinta leyendo una noticia cualquiera, al día siguiente se la entregaba y al siguiente del siguiente me exponía pedagógicamente en qué había mejorado y en qué permanecía estancado. Mis dos maestras en Antena 3 de Radio acabarían siendo, con el paso de los años, gente importante, vips de verdad: sobra insistir qué y quién es Ana Rosa pero sí cabe rememorar que Carmen Martínez Castro fue con el paso del tiempo la directora de Comunicación del Rajoy presidente del Gobierno, poltrona desde la que ordenó —sí, ordenó— que se me echase de Trece TV por haber osado destapar los sobresueldos y la financiación en B de Génova 13. Así se escribe la historia.

Fueron 62 días apasionantes. Enriquecedores. Alucinantes. El no va más. Entre medias el pirado de Sadam invadió Kuwait y algún que otro fin de semana me citaban de madrugada para leer los boletines horarios de una crisis que, apenas medio año más tarde, desataría la primera Guerra del Golfo con el consiguiente colapso económico. El paquete que entró el 1 de julio salió el 31 de agosto de Oquendo 23 con al menos los rudimentos básicos aprendidos y aprehendidos. Y la gran culpable de eso fue Ana Rosa. Esos dos meses fueron tanto para un servidor como para la otra becaria, Amaya Caldeiro, setenta veces siete mejor escuela que todo el tiempo echado en la Facultad de Periodismo. No sólo nos pulimos activamente sino también pasivamente. Constituía un privilegio al alcance de muy pocos poder observar en directo, en el mismito estudio, el programa de García, el de Antonio Herrero o esas Asignaturas Pendientes —una joya irrepetible— adornadas con la Luna de Miel de Gloria Lasso que grababan Ana y su entonces pareja, José Luis Garci. Ni en la mejor Facultad de Periodismo del planeta, la neoyorquina Columbia, nos habrían enseñado tanto en tan poco tiempo. La verdadera escuela de este oficio es la calle y para hacer calle hay que estar en un medio. Y si es en el número 1, tanto mejor.

Me fui con una enorme deuda de gratitud y cariño hacia Ana Rosa, amén de una admiración que con el paso de los años se agigantó. Aunque perdimos el contacto, obviamente nunca perdí de vista una carrera profesional que se resume en pocas palabras: todo lo que hacía, lo hacía bien. Mi único contacto con ella, indirecto, eso sí, fue su ex marido Alfonso Rojo, que casualidades del destino fue mi jefe máximo en la Sección Local de Madrid en El Mundo. El único periodista occidental que, junto al neozelandés Pete Arnett de la CNN, permaneció en Bagdad durante los bombardeos estadounidenses de 1991, fue mi siguiente mentor. El mejor periodista que conocí en Unidad Editorial, con mayor potencial incluso que Pedro J. Ramírez, hablaba siempre maravillas de Ana Rosa, con la que se había casado a principios de los 80 y divorciado antes de que la década expirase. Rara avis en una cofradía, la de los ex, en la que poner a parir al contrario es moneda de uso corriente.

Aquel detalle, especialmente significativo en alguien tan crítico como Rojo, que no suele dejar títere con cabeza, ratificó en mí la sensación que me había llevado en el verano del 90: Ana Rosa atesoraba magia, aura y, pese a que había nacido con ese algo que diferencia a los triunfadores de los fracasados, jamás se le subió a la cabeza ni provocó una sola envidia. Caía tan bien y era tan buena profesional que criticarle era casi un delito de lesa humanidad. Salvo algún envidioso patológico, todos aplaudían.

Pasaron los años y ella jamás dejó de crecer. Sin prisa pero sin pausa. A velocidades supersónicas y sin dejar cadáveres en el armario. Era una suerte de Cristiano Ronaldo, Leo Messi, Rafa Nadal o Roger Federer en versión televisiva: sus programas se contaban por éxitos. Desde el inicial Veredicto hasta el actual Programa de Ana Rosa, pasando por Extra Rosa o Sabor a ti, han sido líderes incuestionables. No es de extrañar, pues, que todos los críticos de la pequeña pantalla la apodasen “la Oprah Winfrey española”. Su trayectoria es más meritoria de lo que parece si tenemos en cuenta que se explosionó en una España infinitamente menos igualitaria que la de nuestros días.

Esas estrellas que escriben el destino quisieron que en 2011 nuestros caminos volvieran a cruzarse. Esteban Urreiztieta y yo acabábamos de derribar el muro de opacidad y miedo levantado en torno a la Familia Real y allá por el otoño destapamos la historia moderna del caso Urdangarin, prolongación de esa prehistoria que habíamos adelantado en 2006 en El Mundo de Baleares que yo dirigía. Me llamaron como experto en una materia de la que sabía más que nadie por perogrullescos motivos. Muy mal no lo debí de hacer porque lo que eran colaboraciones esporádicas se transformaron en fijas. Iba y voy encantado: más que por lo que me pagan, que también, por poder sumar minutos televisivos al lado de la mejor periodista del siglo XXI. Y porque he tenido y tengo el honor de compartir parte de mi vida profesional con esa gran familia que es Unicorn, en la que el marchamo de Ana Rosa se nota porque no hay un solo integrante del equipo al que se pueda tildar de malaje. Que son buenos, muy buenos, profesionalmente lo certifica ese apabullante liderazgo que, lejos de ir a menos, es cada semana mayor. El cóctel Ana Rosa-Xelo Montesinos, la otra reina Midas de la televisión española, es imbatible. Pero lo más importante es que humanamente son un 10. Lo es Mamen, la estilista, y lo son también Paco, su conductor, Bea, su asistente, el director del programa, Óscar de la Fuente, y el regidor, Miguel Mayo. Qué decir de esas esperanzas blancas que son Ana Terradillos, Patricia Pardo o Sonsoles Ónega —de casta le viene a la galga—. O de mi hermano Joaquín Prat, al que la única pega que le pongo es que me deja tirado cada vez que quedamos a cenar, sea en Mallorca o nos citemos en Madrid. Sin olvidar a ese tipazo que es Juan Muñoz, el amor de su vida. Un equipo con tal ambiente de pluralidad y profesionalidad que me recuerda al de esa Antena 3 de Radio que se cargaron entre el deleznable conde de Godó, el inefable Polanco y Felipe González.

Ahora, en la plenitud de su carrera, la vida le ha planteado un nuevo desafío llamado cáncer. Batalla que, no lo duden, ganará y por goleada. Simple cuestión estadística: no sólo venció un tumor anterior sino que, además, ha derrotado sin despeinarse a todos los enemigos que han salido a su paso desde que empezó en este oficio hace más de tres décadas. También cuenta a su favor con lo empírico: el tumor está controlado. La mala noticia trae consigo otra buena, no existe metástasis. Es igualmente menester recordar que está en manos de los mejores de los mejores del mejor centro hospitalario de España: la Clínica Universitaria de Navarra.

España necesita a Ana Rosa, conclusión que no podría mantenerse a la inversa toda vez que tiene la vida solucionada de aquí a 20 reencarnaciones. Hace tiempo que podía haberse cortado la coleta y dedicarse a vivir de las rentas y disfrutar de la vida. No ha sido así porque para ella el periodismo es un compromiso ético. Los que estamos del lado del bien la vamos a echar de menos las semanas o los pocos meses que restan para su regreso. Es cualitativa y cuantitativamente el mejor baluarte en la defensa de la España constitucional, en la lucha por ese proyecto de consenso que es lo mejor, por no decir lo único bueno, que hemos llevado a cabo en nuestros mejorables cinco siglos de historia. Su posicionamiento contra el dinamitero mayor del Reino, Pedro Sánchez, que ha hecho saltar por los aires ese Pacto de la Transición que puso fin a la España que tan fielmente reflejó Goya en su Duelo a garrotazos, no es oportunismo ni tampoco cuestión de audiencia. Para ella es idealismo. Una obligación moral. Un acto más de decencia de una persona impecablemente honrada.

La vida es un todo en lo que la persona está y debe estar por encima del personaje. Ana es tal vez el mejor ejemplo de esa disociación en nuestro gremio. Es igual de normal que cuando la conocí hace 30 años, cuando arribaba a la radio en su Renault 5 o cuando la veíamos fuera del trabajo con ese gran abogado que es tres décadas después su hijo Álvaro. Que nadie, empezando por el imperio del mal, se equivoque: la coyuntura que le está tocando afrontar es un punto y seguido. La esperamos más pronto que tarde, aun a sabiendas de que como acontece con los equipos de fútbol de élite el segundo once es tan potente que continuará venciendo a los rivales que están por debajo. En el mientras tanto yo seguiré admirándola y envidiándola sanamente porque ha logrado lo que el devenir nos niega a los que somos respetados por toda España pero temidos u odiados por el 50% de un país que por culpa de Zapatero y Sánchez ha vuelto al guerracivilismo, a las trincheras, al cainismo en definitiva. Por muchas imbecilidades que suelte contra ella la chusma podemita es la mujer consenso. Cualquiera que haya leído todo lo anterior pensará que carece de defectos. Pues no. Es del Atleti. Nadie es perfecto.