4 mayo 1996

En el Gobierno habrá cuatro mujeres: Esperanza Aguirre (Cultura), Isabel Tocino (Medio Ambiente), Loyola de Palacio (Agricultura) y la independiente Margarita Mariscal de Gante (Justicia)

Aznar forma su 1er Gobierno con Rato y Cascos de Vicepresidentes y la presencia inesperada del ‘socialista’ Eduardo Serra

Hechos

El 6.05.1996 se hizo pública la composición del primer Consejo de Ministros presidido por D. José María Aznar.

Lecturas

El 4 de mayo de 1996 se presenta el primer Gobierno presidido por D. José María Aznar López (PP), como resultado de haber ganado las elecciones de 1996 y fruto de su investidura lograda tras firmar un pacto de legislatura con los nacionalistas de CiU, PNV y Coalición Canaria.

EL PRIMER GOBIERNO DE AZNAR

MINISTROS

  • Presidente- D. José María Aznar
  • Vicepresidente 1º- D. Francisco Álvarez Cascos
  • Vicepresidente 2º Economía- D. Rodrigo Rato
  • Exteriores- D. Abel Matutes
  • Interior- D. Jaime Mayor Oreja
  • Justicia- Dña. Margarita Mariscal de Gante
  • Fomento- D. Rafael Arias Salgado
  • Agricultura- Dña. Loyola de Palacios
  • Medio Ambiente- Dña. Isabel Tocino
  • Educación Cultura- Dña. Esperanza Aguirre
  • Defensa- D. Eduardo Serra
  • Trabajo- D. Javier Arenas
  • Sanidad- D. Juan Manuel Romay
  • Industria- D. Josep Piqué
  • Administraciones Públicas- D.  Mariano Rajoy

El gobierno Aznar constituido en mayo de 1996 dura hasta enero de 1999 sin cambio alguno, lo que le convierte en el  gobierno más largo desde la llegada de la democracia.

DOS VICEPRESIDENTES

Rato_Cascos_1996 Mientras que en los Gobiernos de D. Felipe González sólo había una vicepresidencia que ocupó primero el Sr. Guerra y luego el Sr. Serra, el Sr. Aznar ha preferido recuperar el modelo de que simultáneamente existan dos vicepresidencias: la de D. Francisco Álvarez Cascos, más política, y la de D. Rodrigo Rato, como vicepresidente económico.

CUATRO MUJERES EN EL GOBIERNO AZNAR:

Aznar_Ministras D. José María Aznar flanqueado por sus cuatro ministras: Dña. Loyola de Palacios, Dña. Margarita Mariscal de Gante, Dña. Esperanza Aguirre y Dña. Isabel Tocino. Es el Gobierno que más mujeres ha tenido hasta ahora en la historia de España.

OTROS ALTOS CARGOS

  • Secretario de Estado de Comunicación y Portavoz del Gobierno – D. Miguel Ángel Rodríguez
  • Jefe de Gabinete de Presidencia – D. Carlos Aragonés
  • Secretario General de la Presidencia – D, Francisco Javier Zarzalejos
  • Secretario de Estado de Relaciones con las Cortes – D. José María Michavila
  • Director de la Guardia Civil: D. Santiago López Valdivieso

LA POLÉMICA PRESENCIA DE SERRA EN EL GOBIERNO DESCONCERTÓ A LOS TERTULIANOS

Falló la quiniela de la SER

zap_1997_preciado En el programa ‘Hoy por Hoy’ de la Cadena SER del 30.04.1996, la periodista Dña. Nativel Preciado adelantó en primicia el Gobierno: «Rato Economía y vicepresidencia, Cascos presidencia, Rajoy Administraciones, Mayor Oreja interior, Abel Matutes Exteriores, Arias Salgado Defensa y José Manuel Romay Sanidad. Hasta aquí los que son seguros». Pero la Sra. Preciado acertó en todos menos en uno: el Sr. Arias Salgado no sería ministro de Defensa, sino de Fomento, el ministro de Defensa sería D. Eduardo Serra, que formara parte de ese ministerio en el Gobierno del PSOE.

Malestar en la COPE

martin_ferrandRamonTamames En la tertulia de la Cadena COPE del programa ‘La Mañana’ del 1.05.1996 se hicieron eco de que el ministro de Defensa iba a ser D. Eduardo Serra. Lo que no sentó demasiado bien.

D. Manuel Martín Ferrand: «Rato y Mayor Oreja han demostrado una singular altura política, pero Eduardo Serra es otra historia. Que el nuevo Gobierno llame a independientes me parece muy bien porque son savia nueva. Pero hay que reocrdar que Serra estuvo Oliart y después como segundo de Narcís Serra en el Ministerio de Defensa en unos años en que se generó parte de los problemas relacionados con las escuchas, espionajes y fondos reservados. Si no se enteró es que era pocos sensitivo y si participó en el asunto, peor».

D. Ramón Tamames: «El nombramiento de alguien de fuera del partido para Defensa les deja mal sobre todo porque demuestra que el PP no tiene un experto en estos temas».

En la tertulia de la COPE también participaba el director de ABC, D. Luis María Anson, que se mostró más elogioso.

D. Luis María Anson: «Si se confirma el nombramiento será un gran acierto por parte de Aznar porque Eduardo Serra es una persona prudente, inteligente y joven, pero con una larga experiencia que le permitirá desarrollar su labor de manera eficaz. Del GAL, del CESID, de las escuchas fue responsable el presidente del Gobierno y de eso no tiene duda el ciudadano medio».

ONDA CERO ¿Intervención del Rey?

En la tertulia de ‘Protagonistas’ de ONDA CERO del 13.05.1996 comentaron la aseveración del líder comunista D. Julio Anguita, de que la decisión de nombrar ministro de Defensa a D. Eduardo Serra en lugar de a D. Rafael Arias Salgado, fue a petición del Rey Juan Carlos I. Para algunos tertulianos era una teoría descabellada.

D. Íñigo Cavero: «El Rey reina, pero no gobierna y todo lo demás son chorradas de Julio Anguita. La Constitución deja muy claro que el nombramiento de ministros depende exclusivamente del presidente del Gobierno».

D. José María Calleja: «El nombramiento de Eduardo Serra no ha sentado bien en determinados sectores del PP.»

LA COPE CRITICA LOS EMPALAGOSOS ELOGIOS DE EL MUNDO AL PP

Si ya era habitual que el ABC elogiara a las figuras del PP, desde las elecciones de 1996 los elogios de EL MUNDO de D. Pedro J. Ramírez hacia el nuevo Gobierno aznarista se habían disparado, hasta el punto de que tertulianos de la COPE criticaron su deriva en ‘La Mañana’ del 14 de mayo:

D. Justo Fernández – «El diario EL MUNDO antes me ha cabreado, me ha indignado o me ha informado. Ahora me resulta empalagoso».

D. Antonio Herrero – «Se parece a EL PAÍS».

05 Mayo 1996

Un centrismo a prueba

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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LA COMPOSICIÓN del primer Gobierno de Aznar plantea algunas dudas sobre el giro hacia el centro comprometido en su discurso de investidura. Parece, en cualquier caso, un centro menos rotundo del que presumió ayer Aznar en su primera comparecencia ante los medios de comunicación como presidente del Gobierno. El Partido Popular gobernará con un programa pactado con los nacionalistas, de duración y geometría variable para cada aliado, y que, en muchos aspectos, no es el votado el 3-M por su electorado. El discurso de investidura reflejaba la necesidad de apertura al mundo exterior impuesta por esa circunstancia. La composición del Gobierno podía haber traducido mejor esa apertura en la inclusión de independientes más significativos o de sectores del PP menos ligados al aparato. Finalmente, y en puestos clave, Aznar ha optado por reforzar su presidencia con los nombres que desde la dirección le han acompañado en su ascenso hasta La Moncloa.Es cierto que la presencia de ministros como Mayor Oreja, Rafael Arias o Eduardo Sería avala la voluntad de acreditar un perfil centrista y abierto al entendimiento con la oposición: los tres se iniciaron políticamente con UCD, y el tercero incluso fue alto cargo de la Administración socialista. En la misma dirección cabe considerar la no presencia de ministrables como Trillo y Álvarez de Miranda, estratégicamente desplazados a otros destinos. La inclusión de fraguistas como Isabel Tocino, Loyola de Palacio o Romay recuerda que el PP sigue teniendo unas claras referencias en Alianza Popular y sobre todo en su fundador, Fraga Iribarne.Tampoco es buen augurio de tolerancia la presencia de Margarita Mariscal en Justicia, con etiqueta de independiente, pero claramente situada en la derecha, como elocuentemente ha demostrado con su actitud en el Consejo General del Poder Judicial. Y la de Esperanza Aguirre, ex responsable del área de cultura en el Ayuntamiento de Madrid, revela la idea no muy elevada que (le esa actividad domina en la calle de Génova, la sede central del PP. En fin, ¿alguien imagina a Isabel Tocino, responsable de Medio Ambiente, negociando con una coordinadora ecologista? Y si la presencia de cuatro mujeres es relevante, no puede dejar de llamar la atención que se consideren sustituibles entre sí dos personas de perfil tan diferente, como Pilar del Castillo, que rechazó la oferta, e Isabel Tocino, al parecer sugerida por Fraga a última hora. ¿No es eso aplicar la cuota femenina al margen de la cualificación profesional, como acusaron de hacer a los socialistas?

Pero más allá de antecedentes y biografías, el Gobierno que hoy jurará ante el Rey está basado sobre todo en cuatro vigas maestras: Rodrigo Rato, Francisco Alvarez Cascos, Javier Arenas y Mariano Rajoy; a los que desde hace algún tiempo se han unido Jaime Mayor, promovido a una de las vicepresidencias del partido en su último congreso, y Rafael Arias, consejero privilegiado del número uno.

Álvarez Cascos y Rato, los dos vicepresidentes, coordinarán las áreas política y económica del Gobierno, respectivamente. Si hay que juzgar por, sus antecedentes, el primero ha logrado ganarse a pulso una nítida imagen (le derecha pura y dura, propiciada por excesos verbales más que discutibles. Desde algunos sectores se subraya, sin embargo, su condición de político profesional, conocedor de ese oficio y capaz, por tanto, de actuar en diferentes claves; y se recuerda que en tiempos de Suárez los ministros azules, profesionales, de la política, resultaron a la larga, por su pragmatismo, interlocutores más abiertos. Rato también ha demostrado profesionalidad en sus relaciones con otros partidos. Más brillante que Aznar en muchas ocasiones, si no ha llegado a excitar la desconfianza de éste es porque nadie duda de su vocación de númerodos. Esa confianza de su jefe, y su propio pragmatismo, se han puesto de relieve en las negociaciones de los pactos con los nacionalistas.

El prestigio de Jaime Mayor Oreja dentro y fuera de su partido se debe sobre todo a la sensatez de sus pronunciamientos sobre el terrorismo y asuntos conexos. También Rajoy es una persona moderada. Ambos deberán lidiar los dos problemas más delicados del momento: la lucha contra un terrorismo recrecido por la crisis de Interior y el difícil encaje de las cesiones pactadas con los nacionalistas con el proyecto de cierre del proceso autonómico planteado por el PP. En cuanto a Javier Arenas, quizá su viaje de ida y vuelta a Andalucía tan cerca de los efectos del antes denostado PER, le hayan aportado una sensibilidad para el diálogo social que todos ignorábamos. La presencia del empresario catalanista Josep Piqué puede considerarse un guiño de Aznar no tanto hacia Pujol como hacia el conjunto de la burguesía catalana; y la del también empresario Matutes, hasta 1994 uno de los dos representantes de España en la Comisión Europea, como un gesto indicativo de la voluntad de continuidad en política exterior y especialmente de su componente europeo.

Por lo demás, la negativa de Aznar -en su comparecencia para presentar el Gabinete- a definirse sobre los asuntos que preocupan a la opinión pública mantiene abiertas las incógnitas que quedaron colgando tras la investidura. Durante años se le reprochó mantenerse en la indefinición por temor a disgustar a algún sector de su heterogéneo electorado. Hoy, instalado en La Moncloa y con un Gobierno ya nombrado, siguen existiendo más preguntas que respuestas. Las definiciones, a lo que se ve, tardan en llegar.

05 Mayo 1996

Claudio, el dios

Pedro J. Ramírez

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PREPARANDO el espíritu del lector para el contraste que supondrá el cambio de régimen, Robert Graves explica en las últimas páginas de «Yo, Claudio» cómo, después de tantos abusos, Calígula ya sólo contaba con el apoyo de los sectores menos ilustrados de la población: «Para entonces era difícil que hubiese un solo ciudadano que no ansiara la muerte de Calígula, o que no le hubiese hecho añicos con ganas, como se dice. Pero para esos germanos era el héroe más glorioso que había existido nunca… Sus actitudes inexplicables lo hacían más digno de su adoración, lo convertían en un ser divino. Solían mirar y, asintiendo, se decían: `Sí, los dioses son así. No se sabe qué harán en un momento dado’».

Por si todavía quedara alguna duda, el debate de investidura ha demostrado que Aznar va a hacer honor a su promesa de proporcionar un nuevo estilo de liderazgo. Frente a la exuberancia barroca y a menudo impredecible en que se ha basado la mitificación de González, el nuevo presidente parece dispuesto a predicar con el ejemplo la «modestia» con que propugna que se asuma el servicio público. Tras década y media de heroísmo carismático, llega al poder el vecino de la esquina, el hombre como los demás. Tiempo habrá para desarrollar las teorías del sociólogo Schwartzenberg, pero así es como lo extrapolaba al mundo del ciclismo: «El hombre ordinario contra el héroe es casi como Anquetil contra Poulidor, o Merckx contra Thevenet».

Sólo que esta vez ha ganado Poulidor. Cuando hace cuatro años le comparé con Claudio, que llegó a emperador a base de exagerar sus defectos, ocultar sus planes y esperar escondido detrás de la cortina -«Si no, o lo habría matado Fraga, o lo habría matado González»-, Aznar tuvo el rasgo de humor de llamarme por teléfono imitando el tartamudeo del nieto de Augusto. Ya en aquel artículo se pronosticaba que si Aznar llegaba al poder, «su exaltación electoral se deberá a motivaciones completamente distintas a las que proporcionaron al seductor Adolfo Suárez los triunfos del 77 y el 79 y al carismático Felipe González los del 82, 86 y 89» (quedaba por añadir el del 93).

Aznar no sólo ha sobrevivido a Fraga y a González, sino también a las intrigas palaciegas de los barones de la derecha, la gran banca y la patronal; a los coches bombas de Euskadi Ta Askatasuna; a la precariedad de sus victorias electorales primero en Castilla y León y luego en toda España; y, por supuesto, a sus propias limitaciones mediáticas. Es como si las siete plagas de Egipto hubieran soplado a su alrededor y, envite tras envite, él siempre hubiera permanecido en pie. Pero incluso admitiendo que todo superviviente termina siendo un virtuoso del autocontrol y creyendo conocerle más o menos bien, tengo que admitir que me ha impresionado la dureza espartana con que este hombre se ha negado a sí mismo, en el discurso más importante de su vida, el menor gesto hacia la galería, el más nimio adorno literario, una mera frase redonda para pasar a la historia.

Se entiende así su disconformidad con quienes interpretaron que Pujol le humillaba al obligarle a retrasar la investidura hasta este feo puente de mayo, en el que no tenía más opción que celebrar el debate el día de la fiesta de la Comunidad de Madrid o ser elegido en sábado. Está claro que Aznar no concibe su entronización en La Moncloa como la culminación de un designio inesperado, digno de ser paladeado, sino más bien como el trámite inevitable que da paso al comienzo de una acción de Gobierno para la que lleva años estudiándose el temario.

Por eso tiró directamente a la papelera el discurso inaugural de Kennedy y otras zarandajas parecidas que le enviaron los amigos, dejó aparcadas las atractivas construcciones literarias que le preparó Rodríguez y hasta se olvidó de Azaña, Gerardo Diego y demás montañas de su santoral laico, para leer en la tribuna de oradores algo así como el índice adelantado de cuatro años de Consejos de Ministros.

Excepción hecha de Anguita, guardián de las esencias, lo que vino luego no fue un debate sino un vals vienés. Umbral escribió ayer que cuando Aznar hacía pareja con Glez. eran «el funcionario y el guepardo». Pero el guepardo se limitó a enseñar un poco las uñas entre bostezo y bostezo. Ya veremos lo que ocurre cuando a la vuelta del verano empiece el circo de verdad.

Antonio Burgos prefirió centrarse en la «carpeta de gomillas» con la que compareció el candidato, como si intuyera desde su almena sevillana que esa iba a ser nuestra fotografía de portada. Y es que la imagen de Aznar, cruzando marchoso el patio de entrada del Congreso con su cartapacio azul en ristre y con cara de recién duchado tras haberse pasado la noche con un par de centraminas dando un último repaso a los apuntes, representa -a falta de palabras más elocuentes- el mejor pórtico de la nueva etapa. El tenaz opositor hizo un buen ejercicio oral, aprobó el último examen y ya tiene la plaza.

La clave de su aplomo es que la «carpeta de gomillas» no iba vacía, sino que a la chita callando, cual si se tratara de un anticipo de todo lo que tan «modestamente» pretende, había logrado llenarla con el acuerdo político más importante desde los grandes consensos ucedistas. Es cierto que CiU y PNV también respaldaron en el 93 la investidura de González, pero ni sus compromisos con él fueron tan amplios y explícitos ni le dedicaron los inauditos piropos que anteayer llovieron sobre Aznar. O cuando se sepa el coste de lo pactado se arma la de San Quintín, o estamos ante el último paso decisivo para la consolidación de una España plural y democrática.

Haciéndose eco de una composición satírica de Séneca en la que una vez muerto comparaba al emperador con una calabaza, Robert Graves puso como título a la segunda parte de su gran crónica romana «Claudio, el dios». En ella relata los hechos del reinado y divinización de aquel «pobre Claudio» que resultó ser uno de los mejores emperadores de todos los tiempos, que llegó a cruzar personalmente el Támesis extendiendo los confines de Roma desde Inglaterra hasta el Norte de Africa, que reformó la justicia, amplió las condiciones de la ciudadanía y emprendió un vasto plan de construcción de acueductos.

¿Fue Claudio un humanista o un tecnócrata? Aunque Graves no habla de ello, la Enciclopedia Británica (tomo IV, página 697) dice que una de sus primeras medidas fue conceder «autonomía fiscal» a las provincias. Ningún historiador ni escritor de ficción ha especulado nunca con lo que habría sucedido en el Imperio si Calígula hubiera salvado la vida y Claudio hubiera contribuido a rehabilitarle.