27 diciembre 2007

Dos meses antes había intentado volver al país Nawaz Sharif y había sido inmediatamente deportado

Benazir Bhutto es asesinada a tiros en Pakistán poco después de que regresara al país para presentarse a las elecciones

Hechos

El 27.12.2007 Benazir Bhutto fue asesinada por un suicida que causó un total de 16 muertos

28 Diciembre 2007

Pakistán ante el abismo

EL PAÍS (Director: Javier Moreno)

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Desde su largo exilio en la vecina Dubai y su formación occidental, Benazir Bhutto calibró mal las implicaciones de su regreso después de ocho años a Pakistán, un país degradado y sin duda el más incierto, peligroso e inestable de todos aquellos que cuentan con el arma nuclear. El asesinato de la líder opositora y ex primera ministra cuando abandonaba un mitin político de su partido en Rawalpindi, a 13 días de las previstas elecciones, dificulta hasta la exasperación cualquier horizonte próximo de estabilidad o democracia en el país musulmán. De ahí la alarma generalizada suscitada por el magnicidio, especialmente en la vecina y archirrival India y en Estados Unidos. La diplomacia de Bush, soporte estratégico y económico del presidente Pervez Musharraf, cocinó el acuerdo por el que Bhutto retornó perdonada a su país para tomar parte como favorita en unas elecciones que nunca verá.

El atentado suicida de Rawalpindi, pese a la confusión inicial sobre algunas de sus circunstancias, puede haber sido obra de cualquiera en el oscuro y desquiciado Pakistán, pero tiene la impronta una vez más del fanatismo islamista, tan especialmente activo como descontrolado en la nación «de los puros». Benazir Bhutto tenía muchos enemigos, pero a ninguno de ellos en su sano juicio, comenzando por Musharraf, le interesa la brusca desestabilización de un país geopolíticamente crucial, extenso y superpoblado, el único musulmán en posesión de la bomba atómica. La naturaleza del asesinato y sus consecuencias encajan en cualquier caso a la perfección con los designios globales de Al Qaeda y sus yihadismos locales. A su regreso a Pakistán, en octubre, Bhutto, convertida desde ayer en colofón del destino trágico de su familia, había salido indemne de un atentado similar que segó casi centenar y medio de vidas.

Las implicaciones del asesinato, que de momento ya ha puesto en alerta absoluta a las tropas y fuerzas de seguridad y sembrado el caos callejero en diferentes lugares de Pakistán, van mucho más allá de la desaparición de la indiscutible líder del más importante partido laico (PPP), comprometido con los estándares políticos democráticos. Supone una de las más graves crisis en los 60 años de historia de Pakistán, un Estado rehén de sus todopoderosos generales y sometido a formidables fuerzas desestabilizadoras de carácter fundamentalista. Si las elecciones del próximo 8 de enero, destinadas a poner fin a la dictadura de Musharraf -que este mismo mes ha renunciado por fin a la jefatura del Ejército después de hacerse reelegir presidente por el Parlamento en noviembre-, tenían escaso sentido legitimador en un país que acaba de salir de la ley marcial, su celebración ahora presenta todavía mayores dificultades.

El clima de miedo e incertidumbre en el que vive Pakistán hoy no es muy acorde con la celebración de unos comicios libres y representativos, cuyo boicoteo ha anunciado además uno de los partidos clave de la coalición islamista que ganó en 2002 la quinta parte de los escaños del Parlamento de 2002. Las presiones internas (una judicatura progresivamente independiente, el hartazgo popular y la ingobernable y sangrienta frontera afgana), unidas a las de EE UU, alarmado por el imparable auge del terrorismo, han forzado a Musharraf a convocar elecciones. Amnistió a la ex primera ministra asesinada ayer y después permitió el regreso del también ex jefe de Gobierno y candidato Nawaz Shariff para otorgar alguna credibilidad a un proceso que carece de ella. Pero también hay que tener cuenta que el objetivo que persiguen los autores del magnicidio es que no se celebre elección democrática alguna en Pakistán, ni dentro de 13 días, ni nunca.

28 Diciembre 2007

PAKISTÁN, ENTRE EL ABISMO DE LA DICTADURA O EL FANATISMO

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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Probablemente quienes asesinaron ayer a Benazir Bhutto en Rawalpindi no eran conscientes de que la estaban convirtiendo en una mártir y que iban a contribuir a que su partido se perfile como favorito indiscutible para ganar las elecciones legislativas del próximo 8 de enero, si éstas no son aplazadas.

Benazir Bhutto era una mujer prooccidental, formada en Harvard y en Oxford, madre de tres hijos y partidaria de unas buenas relaciones con EEUU. No hay la menor duda de que su asesinato lleva la marca de Al Qaeda o de alguno de sus apéndices, que ya intentaron acabar con su vida hace dos meses, cuando volvió al país tras nueve años de exilio.

La hija de Ali Bhutto, ahorcado en 1979 tras ser depuesto por un golpe de Estado militar, era la líder del Partido del Pueblo, bien colocado para ganar las elecciones, lo que convertía en muy probable su nombramiento como primera ministra.

El general Pervez Musharraf, reelegido presidente en octubre pasado en unas turbias elecciones -pendientes de la convalidación del Tribunal Supremo-, había manifestado su total oposición a cohabitar con Benazir Bhutto.

Musharraf, que llegó al poder tras un golpe de Estado en 1999, decretó el estado de excepción tras la vuelta de Bhutto y la confinó durante unas semanas en su casa bajo arresto. Pero ello no arredró a la líder del Partido del Pueblo, auténtica referencia de la oposición democrática contra la dictadura militar. Bhutto, como su padre, había sido apartada de su cargo de primera ministra en 1996 por otro golpe militar. Los generales pretextaron que había desviado dinero a cuentas suizas, algo que nunca pudo ser probado.

Su desaparición deja a Pakistán al borde del caos en la medida que agudiza la enorme fractura que existe en el país entre los partidos democráticos, el régimen militar y las fuerzas islamistas violentas que intentan sembrar el terror en todo el país.

Pervez Musharraf condenó ayer el magnicidio e hizo una llamada a la calma que no sirvió para impedir numerosos incidentes en las grandes ciudades del país. La cuestión es ahora si el presidente va a aplazar las elecciones y hasta cuándo. Podría verse tentado a retrasarlas indefinidamente en un intento de enfríar las excelentes expectativas electorales del Partido del Pueblo.

La Casa Blanca advirtió que la decisión del aplazamiento corresponde a las instituciones de Pakistán, pero subrayó que no tolerará una involución democrática. EEUU se ha distanciado en los últimos meses del régimen de Musharraf, al que ha impuesto incluso unas tímidas sanciones comerciales, pero Bush no quiere hacer nada que desestabilice a los militares, firme reducto contra el integrismo islámico. La muerte de Bhutto provoca un fuerte daño a la imagen de Musharraf, al que se le acusaba ayer de no haber hecho nada para proteger a su gran adversaria política.

Para complicar la situación, el ex primer ministro Nawaz Sharif pidió anoche la dimisión de Musharraf, convocó una huelga general y anunció que su partido boicoteará las elecciones. La situación en Pakistán no puede ser más compleja ni explosiva. El asesinato de Benazir Bhutto pone en peligro la única alternativa democrática y moderada en un país que pugna por salir del abismo de una larga dictadura militar sin caer en el otro extremo del fanatismo islamista.