13 junio 1998

"No me gustaría que en un futuro asistieran homosexuales a unos hipotéticos homenajes a mi figura, como hicieron con Federico García Lorca"

Camilo José Cela sobre los homosexuales «no estoy ni a favor ni en contra de sus reivindicaciones, me limito a no tomar por el culo»

Hechos

En junio de 1998 trascendieron unas declaraciones de D. Camilo José Cela sobre los ‘gays’.

Lecturas

REACCIONES A LAS PALABRAS DE CELA

PedroZerolo D. Pedro Zerolo (Representante gay): «El señor Cela se ha manifestado siempre como un reaccionario. Que tenga en cuenta que un Premio Nobel de Literatura sólo acredita un buen hacer literario, no supone calidad personal».

almunia1985 D. Joaquín Almunia (PSOE): «El Sr. Cela no está a la altura de los tiempos. Sus palabras me han causado una profunda repugnancia y asco».

Ines_sabanes Dña. Inés Sabanés (IU) «España también ha invertido de alguna manera en su proyección como escritor y no puede permitirse ciertas licencias».

Maruja_torres Dña. Maruja Torres: «Es mucho más digno tomar por el culo que lamerle el culo al poder, como Cela ha hecho tantas veces».

13 Junio 1998

Cela y los gays

Eduardo Haro Tecglen

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No me gusta llamar gay al homosexual. Es voz occitana ilustre, que mantiene un poco perplejos a los etimólogos: quizá venga del movimiento vivo y alegre, quizá del goce. El gai savoir se aplicó a los trovadores, era, en España, la “gaya ciencia” del marqués de Santillana, frase con que se tradujo un título de Nietzsche. Ellos la eligieron.

Ah, tampoco me gusta decir ‘ellos’ y ‘nosotros’ no hay división por usos sexuales. En España hay cuarenta millones de sexos; cada habitante es un caso. No me agradó la palabra gay porque he visto la tristeza, el miedo, la angustia, la cárcel, la muerte del homosexual por la bestia ibérica. De niño me irritaba que llamaran ‘de vida alegre’ a las mujeres peor tratadas, aborrecidas, humilladas y envilecidas de la comarca. ¡Que idioma! O qué pensamiento español, en cada lengua nacional. O dialectal. Así duelen unos exabruptos de Cela en un momento delicado del resurgimiento de la discriminación. El partido que gobierna tiene vocación confesional, y la Iglesia pasa también por una voracidad retroactiva. Camilo es, como muchos de los dirigentes de ese partido, hombre diseñado por otro tiempo: guerrero de Franc, falangista, ahora amarquesado y personaje de esta regresión. Falange era ‘una manera de ser’ en la que entraba un machismo / femenismo de la vieja España: la que ahora enaltece a Felipe II, bajo cuyo reino se mataba a los culpables del ‘pecado nefand’.

Camilo escribió en la manera bronca del falangista guerrero, del militante del machismo: con una literatura extraordinaria. Como los lectores participamos de la creación literaria, yo encontré siempre una ternura por los personajes perseguidos y vencidos: por Pascual o por los escondidos y hambrientos de La Colmena. Me pareció valiosísimo, más allá de su personalidad abrupta, de su oficio de censor, de su vocación d delator. Su exabrupto no me importaría nada, allá él, si se hubiera solventado la vieja cuestión; si persecuciones, discriminaciones, sutiles apartamientos, chistes y alusiones irónicas hubieran terminado: allá él con su opinión. Pero como todo sigue existiendo, el peso real del gran escritor, el peso apócrifo de sus premios, parece avalar la posición de los malditos machos ibéricos. La parte menos directa de ellos se limita a restringir los derechos de las parejas: la más brutal, se rapa la cabeza y mata.

Eduardo Haro Tecglen

15 Junio 1998

Fin de Feria

Jaime Campmany

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La tropa del orgullo gay la ha puesto Cela en levitación. ¡Oh, la envidia, pilar, fundamento y macizo de las ínclitas razas ubérrimas! Ha bastado que el Premio Nobel confiese algo muy comprensible – ¿habrá que decir imperdonable? – para que el orgullo gay alce con histérica pasión la bandera de guerra. La verdad es que Cela ha dicho algo muy razonable. Le preguntan que si está en contra de la homosexualidad y él responde que ni en contra ni a favor, pero que a él no le gusta que le den por la retambufa. Escribo ‘recatumba’ y no ‘culo’ porque es palabra más de Cela.

Cuando a Cela le dan el Nobel, la progresambre del rojerío se queda jodido aquí con Jorge Semprún, ‘cabeza de chorlito’, anclado en el Ministerio llamado por paradoja de Cultura, en vez de mirar con orgullo íntegro y no parcial hacia la desembocadura del lago Mälar, por donde Estocolmo se asomo al Báltico. Desde entonces, la progresión del rojerío se escandaliza en cualquier trompetazo o pitorreo de los que le gusta soltar a Cela y Cela se descojona de la risa. Entran al trapo como vaquillas resabiadas.

Jaime Campmany

15 Junio 1998

El Nobel, en la letrina

Terenci Moix

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Don Camilo, académico, Nobel y marqués, ha conseguido desacreditar de un solo golpe sus tres títulos y al mismo tiempo el concepto de «hombre de cultura» tal como nos habíamos acostumbrado a entenderlo en una sociedad democrática. No ha tenido, sin embargo, la virtud de sorprenderme: su reiterada utilización de la palabra «maricón» cada vez que se ha referido a algo remotamente parecido a la homosexualidad -o lo que sus luces le permiten entender como tal- autoriza a comprender por dónde van los tiros. Se parecen mucho a los que acabaron con la vida de Federico García Lorca.A estas alturas, o si lo preferís bajuras, el Cela escritor que cautivó nuestra adolescencia se ha convertido en un figurón que repugna a nuestra madurez, ora con estentóreos desplantes que son obras maestras de grosería y vulgaridad, ora con desfasadas pompas de aristócrata parvenu que entran simplemente en el terreno de la ridiculez.

A mis 14 años intenté aprender en la obra de Cela cómo debía escribir. En mi cincuentena aprendo cómo no debo comportarme. Y aprendo, sobre todo, a elegir con extrema prudencia en su «riquísimo» acervo lingüístico; acervo que, por cierto, se ha convertido en el único soporte de una obra hueca, repetitiva e innecesaria, bagatelas, saldos de diccionario y santoral.

Que ésta sea la elección del otrora interesante escritor es algo que concierne sólo a él y, en todo caso, a su economía. Otra cosa es cuando su lenguaje se convierte en vulgar transmisor de mensajes que desafían las más elementales reglas de la convivencia, por no hablar del buen gusto y la urbanidad. Cuando declaraba ante una perpleja congregación de periodistas que el Premio Cervantes «está lleno de mierda», hacía algo más que ofender a una serie de escritores que, como mínimo, le igualan en importancia y a veces la superan: estaba preparando el camino para hacernos saber, algún día, que «nunca le han dado por el culo».

Ignoro a quién puede interesar el culo de este anciano, pero sí conviene destacar la utilización de un lenguaje que ya no usan siquiera los cabos chusqueros. Es, como mucho, el lenguaje que escupía aquel abominable monstruo televisivo que se llamó La Veneno. Pero también es, tristemente, un lenguaje que revive el añejo espíritu de Raza, A mí la Legión y títulos parecidos. Es así como, en 1998, don Camilo se convierte en una réplica de los inefables machos Cifesa de 1942, inspirados en aquellos oficiales nazis que sabían cómo tratar a los gays de la época en campos de exterminio perfectamente acondicionados.

Y volvemos, con esto, a Federico. Dejando aparte el despropósito que supone ignorar a estas alturas los aspectos homosexuales de su obra, los exabruptos contra la participación de los colectivos gays en el centenario representan un grave atentado contra las libertades constitucionales, marginando a un colectivo, cualquiera que sea, de una manifestación pública. Otra cosa son los gustos personales de don Camilo. Es probable que hubiese preferido ver la memoria de Federico honrada por los miembros de la Hermandad de la Sidra, la Cofradía del Chorizo, la Sociedad de Amantes de la Mojama y otros representantes de la cultura que ha venido patrocinando en los últimos tiempos; y que son, seguramente, los que adornarán su sepelio, cumpliendo la expresa recomendación de que no haya ni un solo gay. Lo triste es que, de seguir así las cosas, no habrá ni lectores.

Pese a todo, seguimos interesados en un hecho fundamental: ¡A don Camilo nunca le han dado por el culo! Es una excelente noticia que confirma el buen gusto de los gays españoles, incluidos los más gerontófilos. Ignoro cuál será el aspecto de esa parte de la anatomía del marqués-académico, pero no debe de ser muy apetecible a juzgar por el resto. Podemos hablar con conocimiento de causa, pues, al serle concedido el Nobel, el señor Cela se nos mostró en una revista poniéndose los pantalones y exhibiendo partes del cuerpo que un caballero jamás debería mostrar.

Dejando aparte la horterez y el mal gusto de semejante opción, era evidente que su ano puede descansar tranquilo. Y, por supuesto, libre, desocupado. ¿Lo estuvo siempre? Cierto que escapó a esa agresión que todo macho de ley debe temer como a la peste, pero parece ser que don Camilo le dio cierta utilidad en el pasado. Es leyenda y es de fama que una de las gracias preferidas del Nobel consistía en tragarse líquido por el recto y expelerlo después. No sé qué diría un buen psiquiatra de semejante pasatiempo, pero ahí quedó, para el anecdotario de las Españas. Se comentó, creo recordar, en una entrevista que Mercedes Milá hizo a Cela en la televisión. Ella se ofreció a sacarle una palangana con vistas a una demostración pública. Desgraciadamente para los récords de kistch universal, don Camilo no tenía sed ese día.

Quede impoluta la reputación de Siete Machos, figura que, por cierto, popularizó Cantinflas; preocupa más la ignorancia de un académico en materias sexuales. Su alusión a los gays como simples tomantes es digna de un vulgar coñón de pueblo, macho de boina, por así decirlo. Debe saber don Camilo que, desde los prósperos tiempos de Sodoma y Gomorra, han existido millones de gays que jamás han «tomado», antes bien han adoptado una actitud activa que acaso les iguale en potencia al Siete Machos, si éste es el problema.

Utilizando siempre el lenguaje y la conceptualidad celiana, recordaremos las potentes maniobras del superdotado Jeff Stryker, una de cuyas producciones videográficas me permito ofrecer al Nobel para su información en sucesivas declaraciones sobre el dar y el tomar.

Reafirmada la reputación de don Camilo, regresamos al meollo del asunto, que tiene ¡cómo no! una base ideológica. Nadie ignora que el Nobel fue antes censor. Creo que corrían los tiempos más negros de la Dictadura. Años después, nos contó que, si bien censuró, fue censurado a su vez. Debe de ser justicia poética. O concede la razón a un agradable western de los años cincuenta: «Los lobos acaban devorándose entre ellos» (Lanza rota, de la Fox).

La censura, que muchos escritores sufrimos con tanta o mayor intensidad que el señor Cela, es una forma de dar por el culo bastante más abominable que la que pueda practicar cualquier homosexual en los sagrados derechos de su privacidad. Me estoy moviendo en la metáfora más gratuita, por supuesto, pero éste y no otro parece ser el estilo de Cela, además de los sabios decires del refranero. No es, sin embargo, su dueño exclusivo, y así los demás podemos recordar que el que censura una vez censura ciento, que el hábito acaba haciendo al monje y que, en última instancia, es preferible tomar en democracia que dar desde el fascismo.

Claro que no todo el mundo parece alinearse en la misma trinchera. Una dama del PP ha declarado con extrema suavidad: «Cela tiene una forma de decir que todos conocemos. Son sus opiniones y nada tengo que decir». Pues malo, bonita, malo. Entre esas opiniones se encuentran algunas muy ofensivas para la mujer. «¿No son las mujeres feministas?», declaró el Nobel, «pues yo soy machista». Si yo fuese usted, señora, empezaría a alarmarme. Aparte de ridiculizar de manera muy barata las encomiables luchas de la mujer moderna, esa forma de decir de Cela amenaza con volverse contra las socias de su digno partido. Igual les recuerda que su sitio está en la cocina, y no en la política. Y es que cuando el Siete Machos entra en acción, las mujeres y los gays -y los negros, los judíos, los magrebíes, etcétera- deben buscar refugio en el mismo combate.

Pero nos estamos poniendo trascendentes y el señor Cela no lo merece. Yo me he limitado a retirar sus libros de mi biblioteca y a sustituirlos por los de Pier Paolo Pasolini. Cierto que era un homosexual declarado, pero en su actitud cívica, en sus responsabilidades ante la historia, en su entrega a la humanidad, demostró tener un par de cojones. Es de desear que el señor Cela sepa demostrar los mismos cuando despierte de su famosa «siesta de orinal». Siesta muy larga, por cierto. Acaso no para un marqués, quizás no para un Nobel, ni siquiera para un académico, pero sí para un ciudadano del hermoso descubrimiento que hemos dado en llamar Democracia.

El Análisis

OFENDIENDO A SENSIBLES

JF Lamata

La trasgresión es un elemento publicitario. Dices alguna cosa que sabes que a un colectivo que sea sensible para esa cuestión va a suponer una barbaridad, pero sabes que al mismo tiempo vas a ser aplaudido por otro colectivo que pensara lo mismo que tú pero no se atreva a decirlo en voz alta por ser políticamente incorrecto. Entre artistas e intelectuales esto ha sido una constante, ¿quién no quiere se trasgresor? ¿Quien quiere ser ‘políticamente correcto’? Una buena burla o frase ofensiva contra los católicos y los curas, causará la indignación del colectivo puritano católico, pero te hará quedar ‘guay’ como trasgresor.

En 1998 el Sr. Cela consideró ‘trasgresor’ hacer burlas gays para asustar a los ‘puritanos’ del progresismo y ser aplaudido por los partidarios de aquella trasgresión. El problema de ese tipo de ‘transgresiones’ es que es recomendable medir el tamaño de ese colectivo sensible a esa cuestión. Quizá en 1998 aún podía hacerse. A partir de 2008 un comentario así hubiera causado tal rechazo social que incluso podía haberse supuesto acusaciones de ‘delito de odio’ y similar.

Mudanzas de los tiempo, y de la sensibilidad, también para las trasgresiones.

J. F. Lamata