19 diciembre 2010

Campaña contra el entrenador del Real Madrid, José Mourinho, por parte de comentaristas de la capital como Diego Torres y Santiago Segurola

Hechos

El 19 de diciembre de 2010 durante una rueda de prensa el entrenador del Real Madrid D. José Mourinho reprochó que tuviera que ser él siempre el que defendiera al equipo.

Lecturas

20 Diciembre 2010

El Madrid descubre lo peor de Mourinho

Diego Torres

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La intempestiva reacción del técnico tras el partido con el Sevilla causa perplejidad a los dirigentes del club, que recuerdan que el Barça se quejó "durante 80 años" de los árbitros porque le iba mal

Dicen que la imagen de Agustín Herrerín cayendo de espaldas sobre el césped se quedó clavada en la retina de Florentino Pérez como un recuerdo obstinado de una noche desagradable. El presidente del Madrid se fue a la cama el lunes de madrugada en estado de perplejidad y solo empezó a recuperarse cuando comprobó de primera mano que el hombre con quien compartía mesa era un actor y no un verdadero neurótico. Era José Mourinho en persona, alegremente dispuesto a devorar su faisán a las uvas con cebolletas caramelizadas. Ese fue el plato fuerte que sirvieron ayer en la comida de Navidad de la plantilla y la directiva en el palco del Bernabéu. Durante el acto, Pérez recibió las disculpas de Mourinho de parte de Silvino Louro, su ayudante, responsable de provocar el altercado con el banquillo del Sevilla que dio por tierra con Herrerín, el delegado de campo. La conversación se produjo horas después de que, en el mismo escenario, Pérez asistiera a una de las veladas más inconcebibles desde que asumió el cargo hace un año y medio. Al cabo de la jornada, el desencuentro se había superado. Pero los dirigentes madridistas afirmaron haber descubierto lo peor de Mourinho, al que ven nervioso tras la goleada del Barça.

«Hemos fichado a un gran general», dijo un directivo, celebrando la contratación del entrenador más famoso, el pasado verano; «Mourinho es Alejandro Magno». Pero debieron sospechar que la ley marcial no suele coincidir con la del fútbol ni con las costumbres más arraigadas en Chamartín. No imaginaron que, tras completar un partido desapacible y conseguir una victoria sufrida ante el Sevilla (1-0) y después de que Louro montara una trifulca cuyo máximo perjudicado fue Herrerín, de 74 años y que lleva más de casi cinco décadas cumpliendo su servicio con discreción, Mourinho se presentaría en la sala de prensa denunciando una improbable conspiración arbitral y lamentándose del mal funcionamiento de una institución que le deja solo, expuesto a peligros oscuros. «Quiero pedir una reunión con el presidente», repitió como si estuviese harto de todo. «Si el presidente es el número uno, yo quiero reunirme con el número uno», insistió como si no hablase casi a diario con Pérez, como si fuese un empleado marginado.

A Pérez le alarmó la reacción porque percibió que aquello, más allá de representar un choque contra el director general, Jorge Valdano, escondía un extraño desafío a su autoridad. Mourinho es consciente de que el poder no lo tiene Valdano, con quien mantiene una relación fría y cordial, sino el presidente. En el club saben que Mourinho quiere fichar un delantero centro y está molesto porque cree que no obedecen a sus exigencias. Saben que quiere más poder. Saben que pretende cambiar hasta las costumbres más viejas para ajustarlo todo a su método. Quiere ser duro con los árbitros. Como hacía en el Inter si el equipo jugaba mal, perdía o empataba: les declaraba una guerra institucional. «El Barça se quejó de los colegiados durante 80 años», decían ayer los directivos, «y fueron sus peores años».

En el calcio, Mourinho aplicó todo su arsenal interpretativo. En Italia, donde la teatralidad es parte de la cultura, sus despliegues resultaron incluso eficaces. En España a la audiencia le resulta más complicado asumir que todo es una actuación. Le resultó difícil incluso a Pérez, que habla frecuentemente con Mourinho y el domingo se sintió incómodo, asombrado al descubrir que su relación con el entrenador con el que soñó será más tortuosa de lo que pensaba.

En los seis meses que lleva al frente del Madrid, Mourinho ha desplegado todo su talento como técnico. Los dirigentes y los jugadores han descubierto lo mejor de su repertorio, pero también lo peor, sobre todo tras el 5-0 del Camp Nou. Hoy no son pocos los que perciben que, además de un excelente entrenador, es un hombre que busca ante todo sus propios intereses, que detrás de su apasionada promesa de protección se esconde un intento de manipulación y que, si no se andan con cuidado, cualquier día se quedarán a la intemperie. Así les pasó a Canales y Pedro León. Y a Valdano. Y quién sabe si a Pérez.

20 Diciembre 2010

La revuelta de un consentido

Santiago Segurola

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Era cuestión de tiempo –de muy poco tiempo- que Mourinho se revolviera contra su club. Hubo un anticipo en su delirante intento de compaginar su trabajo en el Madrid con el de seleccionador de Portugal, capricho que vendió como un acto de servicio a la patria. Lo justificó por la exigencia de su hiperactiva naturaleza, que le impide estar mano sobre mano cuando se detiene el calendario de la Liga española.

Aquel chusco episodio se produjo después de una laboriosa victoria del Madrid en San Sebastián, con dos conferencias de prensa –una en Anoeta y otra en el aeropuerto de Vitoria- que manifestaron su irresistible voluntad de utilizar al periodismo como vehículo de sus obsesiones. No sólo le gusta, sino que recibe el mayor retorno que un gigantesco ego pueda concebir: la consideración de rebelde, dueño de una suprema inteligencia, siempre dispuesto a marcar la agenda del Madrid, de sus rivales, del fútbol y del periodismo. En la mayoría de los casos, se trata de las fatigosas travesuras de un consentido y no del minucioso plan de un genio.

Mourinho es un privilegiado del fútbol, no el rebelde que pretende aparentar. Se trata del entrenador mejor pagado de la historia al frente de un equipo trufado de estrellas, con dos Balones de Oro, cuatro campeones del mundo y varios jugadores que él solicitó. Aunque pretenda aparecer como un mártir, Mourinho es el técnico del club con el mayor presupuesto del fútbol mundial y con el mejor palmarés de la historia. Por mucho que se empeñe, no ha llegado a una institución paria, ni él es un romántico incurable.

Si algo representa Mourinho, es el poder en estado puro, un jerarca con vocación absolutista que ha colocado a Florentino Pérez en una delicada situación. Nunca un presidente tan fascinado por el poder ha concedido tantas atribuciones a un entrenador. Es evidente que la resignación de Florentino Pérez en favor de su entrenador está motivada por las urgencias del Madrid y por la impaciencia del presidente. Contrató a Mourinho porque su historial es lo más parecido a la garantía de éxito.

Con el técnico portugués se produce un fenómeno infrecuente en el fútbol y absolutamente novedoso en el Madrid. Asume su poder de tal forma que ha invertido la relación con el club: el empleado de Mourinho es el Real Madrid, con todo lo que eso supone de subordinación a sus intereses, que él difunde como si fueran los esenciales de una institución que no nació ayer. El Madrid ha sido alguien antes de Mourinho y lo será después, aunque el entrenador no lo tenga muy claro todavía.

No son novedosos ciertos rasgos de la personalidad de Mourinho. Abundan los entrenadores, no todos célebres, que se proclaman guardianes de sus equipos, a los que supuestamente protegen de todo tipo de indignidades, insufrible carga que ellos asumen con el sacrificio de los mártires. A la hora de la verdad pocos entrenadores han dejado más expuestos públicamente a sus futbolistas que Mourinho. Basta recordar los casos de Pedro León y Canales, dos jóvenes jugadores criticados hasta el sarcasmo por su técnico.

Este mecanismo simplón –os defiendo con mi sangre para preservaros del enemigo exterior- pretende dos objetivos: reforzar un gigantesco ego y establecer una deuda moral, cercana a la extorsión, que los futbolistas deberán saldar tarde o temprano, a veces cuando hayan terminado su carrera y el entrenador les exija el pago por su sacrificio. Cualquier disidencia, duda o negativa a participar en el juego se considera una traición. La manipulación es notoria, pero suele funcionar porque el fútbol es muy permeable a estas subordinaciones infantiles y dañinas. Lo son porque el carácter de esta clase de entrenadores invita irremediablemente al ruido, la división y el enfrentamiento. La selección y algunos clubes españoles conocen muy bien este penoso proceso, que suele dejar tierra quemada.

Divisoria fue la conferencia de prensa de Mourinho tras la sufrida victoria ante el Sevilla. Entre otras cosas, dijo estar harto de ser el único defensor del Madrid, exageración que no se corresponde con el rastro de charcos que ha pisado desde su llegada a España. Apenas ha habido una semana en la que el técnico portugués no haya protagonizado algún incidente, la mayoría de ellos innecesarios. A estas alturas ha tenido problemas con un buen número de colegas, con los árbitros y con la UEFA. En la mayoría de los casos, ha pretendido mezclar sus provocadoras travesuras con la idea de un quijote sincero, romántico, víctima de amaños y conspiraciones que le dejan indefenso.

Las declaraciones de Mourinho se distinguieron por su incoherencia. Pidió una reunión con el presidente después de afirmar que hablaba con él todas las semanas. Habló de los méritos del equipo –“un equipo de otro mundo”- y luego dijo que preferiría ver un partido de la Liga vietnamita antes que el horrible encuentro que acababa de presenciar. Sin que nadie le preguntara nada al respecto, aparcó su papel de entrenador para justificar las peticiones económicas de Pepe, cuyo agente es el mismo que le representa a él. Esgrimió un papel con 13 quejas sobre el árbitro, pero evitó cualquier referencia crítica a la actuación de Silvino Louro, uno de sus colaboradores más cercanos, en el desagradable incidente que acabó con el derribo de Agustín Herrerín, delegado de campo del Real Madrid.

Fue una comparecencia intempestiva y desafiante. Mourinho decidió medir su grado de poder en el club y avanzar en la consentida línea que ha mantenido hasta ahora. La diferencia con episodios anteriores –salvo el caso de la selección portuguesa- es que lo hizo en público, con el punto de provocación y victimismo que tanto le motiva y sin ningún interés por la discreción.

Aprovechó un asunto menor –la incompetencia del árbitro, problema que no va a resolver ni el Madrid ni nadie- para escenificar un conflicto con el club, que hasta ahora ha dedicado la mayor parte de sus energías a socorrerle en la mayoría de los incendios que ha provocado. Éste resulta más grave que los anteriores porque cuestiona la actuación de los dirigentes, les exige que se acomoden a su estrategia y convierte a Florentino Pérez en árbitro de un asunto muy feo. Uno de esos asuntos, en definitiva, que definen la trayectoria y la personalidad de Mourinho.