5 enero 1984

Lázaro Carreter acusa desde el diario de Prensa Española al rector de 'sectarismo'

Francisco Bustelo renuncia a presentarse a reelección como Rector de la Complutense denunciando una campaña del ABC contra él

Hechos

El 5.01.1984 D. Francisco Bustelo publicó una tribuna en el diario EL PAÍS, aludiendo al diario ABC y a su gestión como rector de la Universidad Complutense de Madrid.

Lecturas

D. Francisco Bustelo, afiliado al PSOE, pero del sector crítico a la actual dirección de ese partido (‘Izquierda Socialista’, donde se agrupan los marxistas) es rector de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) desde 1980. El político renuncia a presentarse a reelección coincidiendo con que el periódico ABC publicara varios artículos contra su gestión firmadas por figuras destacadas de la citada universidad.

En la contienda entre el ABC de D. Luis María Anson y EL PAÍS de D. Juan Luis Cebrián se establecían las normas habituales en toda guerra mediática que se precia, cualquier enemigo de EL PAÍS debía tener a su disposición las páginas de ABC y cualquier enemigo de ABC debía tener listas las de EL PAÍS para sus desahogos. Ambos periódicos cumplieron esa regla.

bustelo02  bustelo01 Desde su llegada a la dirección del diario ABC, D. Luis María Anson  mantuvo una campaña feroz contra el Rector de la Universidad Complutense, D. Francisco Bustelo, el ‘marxista monárquico’ al que acusaba de ser un ‘comisario político’ del PSOE, pese a que eran conocidas sus pésimas relaciones con la dirección del PSOE de D. Felipe González y D. Alfonso Guerra con los que se había enfrentado a cara descubierta en el Congreso Extraordinario de 1979. En su campaña el ABC del Sr. Anson logró el respaldo de ilustres figuras de la Complutense como D. Fernando Lázaro Carreter, que hizo una Tercera de ABC contra el Sr. Bustelo. Por su parte el Sr. Anson escribía del Sr. Bustelo era un ‘ultra del marxismo y del socialismo’.

Nuevamente el Sr. Bustelo no denunció la campaña mediante una carta al director de ABC, sino que optó por publicar esa tribuna de protesta en la competencia, en EL PAÍS, que le cedió una página para su desquite titulado: “La Universidad Complutense y el Abecé de la Convivencia”.

24 Diciembre 1983

Elecciones en la Complutense

Fernando Lázaro Carreter

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Como la mayor parte de mis colegas, fui a votar no sé qué. Sí sé a quién, porque en la mesa electoral recogí una lista de candidatos, y se me invitaba a señalar con una cruz a mis preferidos. Pero como ignoraba para qué tenía que preferirlos -mejor: qué van a hacer si los prefiero-, decidí marcar a aquellos con quienes me agradaría celebrar una tertulia. Aunque se trataba de seleccionar un claustro «constituyente» -adjetivo espantable, en una Universidad varias veces centenaria-, con dos cometidos fundamentales: elegir rector y redactar nuevos Estatutos.

Lo raro del caso es que hemos debido designar a los claustrales sin conocer quiénes son los candidatos a rector (salvo uno: el actual); por tanto, el mandato que los electos han recibido (salvo unos: los que concurrieron ya consignados) es que, en su momento, obren como les dicte el albedrío. Los electores no habremos intervenido ni directa ni indirectamente en la elección: ningún compromiso liga a nuestros compromisarios con nosotros. Lo mismo puede decirse respecto de los Estatutos: no es imposible -aunque sí muy improbable- que mis votados, si algunos de ellos han sido elegidos, sustenten criterios que a mí me parezcan abominables.

Extrañísimas elecciones, cuyo sentido tendrían que elucidar especialistas. Los resultados, que aún no conozco, tampoco admitirán exégesis clara, por la falta de relación inequívoca entre candidatos y electores, excepción hecha, naturalmente, de la arriba señalada. Por ahora es un enigma lo que el claustro piensa, ya que no se le ha dado ocasión de pensar para proponerlo. Sólo la derrota de los pocos aspirantes que implícitamente sustentaban al actual rector (apoyo que cabe deducir del hecho de haber sido graciosamente aupados por él a cargos), ha introducido la sospecha generalizada de que la votación ha sido adversa al señor Bustelo. Pero las conjeturas no son evidencias. Yo lamento mucho la alegría precipitada de algunos, precisamente hoy, día 17, sábado negro, en el que cunde en mí una inmensa gratitud al Rectorado por haber dotado a mi resquebrajada Facultad de una escalera exterior contra incendios. Los cuatro riesgos que nos amenazaban a sus habitantes han quedado reducidor a tres: la congelación, el desprendimiento de los ascensores y el hundimiento del enorme caserón.

Sin embargo, comprendo que no todo en la gestión rectoral ha sido tan meritorio. Recuerdo, por ejemplo, que cuando hace tres años se saludó el precario triunfo del señor Bustelo como una victoria «socialista», se me encogió el corazón. Igual que ahora, cuando ciertos medios diagnostican su presunto borrado como una victoria «conservadora». Pensar que son ésos los criterios para sentir satisfacción o pesadumbre, pone carne de gallina. Porque significa que quienes sienten así consideran la Universidad como simple objetivo en la pugna por el Poder, igual que otro tinglado cualquiera, idéntico, por ejemplo a la televisión, y no como órgano vital de la sociedad, que tiende a la parálisis cuando lo bambolean.

El fin de la dictadura permitía la esperanza. La institución universitaria había sido brutalmente ocupada por una ideología, y era escenario de lucha entre sus facciones. En esa experiencia tan próxima se debió haber aprendido que eso jamás debe hacerse, porque no es la Universidad un organismo que deje de pensar, aunque sea sometida. De ahí su enérgica reacción (y no sólo la de encuadrados y militantes), una de las más decisivas entre las que abrieron caminos a la democracia. Alcanzada ésta, y siendo ya posible ejercitar públicamente todas las libertades, parecía haberle llegado el momento a la Corporación académica de regresar a su ser y recobrar sus rumbos. Pero he aquí que sigue estando ocupada, ahora por otros, zarandeada, y traída y llevada, como lo prueba el hecho de que sean criterios políticos los que se esgrimen como únicos para regirla, y sean lentes políticas las que se usan -acertadamente, por desgracia- para leer su comportamiento.

Yo no sé si el no confirmado triunfo «conservador» lo es en verdad, o si constituye el síntoma ilusionante de que la Universidad proclama su anhelo de ser dejada en paz por los de fuera y los de dentro. Si se tratase de lo primero, ya no me cabría el desaliento en el alma. Sería otra noticia dramática de este siniestro mes no porque la victoria fuese «conservadora», sino porque ese adjetivo, como cualquier otro, obstruiría de nuevo la victoria de la Universidad.

Celebrar la escuálida elección del señor Bustelo como éxito de un partido constituyó una torpeza memorable. Imagino que, incluso, para muchos universitarios de su ideología. Hacía imposible que toda la institución la aceptara como propia, cosa que hubiera ocurrido si aquella victoria se hubiese atribuido al triunfo de la aptitud y dedicación investigadora, de la asiduidad y eficacia en la docencia, y del mérito reconocido por la Comunidad universitaria. No digo que esto no pudiera hacerse en aquel caso concreto, porque lo ignoro; afirmo sólo que no se hizo. Únicamente se puntualizó la fidelidad a un «ismo»; derecho que nadie -al menos yo no- discutía al elegido; pero que no confiere por sí solo ni un átomo de capacidad para regir ninguna Universidad. Rectores fidelísimos ya hemos tenido muchos.

El caso es que aquel triunfo mínimo fue el de un estilo que ya ahogaba a muchos centros universitarios desde la inolvidable reforma de Villar Palasí: el del rasero y el de la apisonadora que igualan achatando; el del previo cálculo de mayorías para imponer; el de las clientelas de agrio gesto o displicente; el del formalismo burocrático; el del poder sin autoridad, en suma. Probablemente no era ése el designio del señor Bustelo, pero tuvo excelente mano para darle cauce. Y, con él, alcanzó estado oficial.

No, no era ésta la Complutense que debía salir de una larguísima noche, en la que, por cierto, no fue todo letargo intelectual, como pretenden muchos soñolientos de hoy. En cualquier caso, esta aurora lleva mucho gris en su luz. Lástima grande, porque el momento es óptimo. Desde mi pequeño observatorio advierto en los estudiantes avidez por aprender, serenidad y severa exigencia. Nunca había sido testigo de tanta sensatez. Su clamorosa inhibición en las elecciones la ha demostrado: quizá estén ya hartos de ser meros pretextos.

Sí, conviene cambiar. El cambio debe consistir en colocar a cada uno en su sitio, el que determinan su talento y su trabajo. Háganlo mormones, vegetarianos o calvos. Y hágase para que no nos quedemos tan atrás en el saber que Europa se nos adelante otra vez un par de siglos. Sólo un rector que posea solvencia personal como universitario, y que convoque a todos a la común tarea, puede servir. Si los Estatutos no fortalecen los criterios de calidad y rendimiento, tan débiles en la Ley; si son tan originales que no admiten comparación con las normas vigentes en cualquier Universidad seria del mundo, desde Oriente a Occidente, la ocasión se habrá perdido. ¿Cuándo habrá otra? Porque la Complutense, tal vez, ya no resista mucho más.

En fin, esperemos ahora las candidaturas para rector. Abrigo la esperanza de que, por misteriosa telepatía, alguno de mis compromisarios se incline por la que yo hubiera votado.

Fernando Lázaro Carreter

05 Enero 1984

La Universidad Complutense y el abecé de la convivencia

Francisco Bustelo

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Con motivo de las recientes elecciones del claustro de la Universidad Complutense y de las próximas de rector, el diario ABC y, con él, algunos profesores, sostienen que una universidad ha de ser dirigida por un profesor independiente, sin vinculación con partidos políticos o sindicatos. Corrobora lo acertado de esa teoría, dicen esos señores, el hecho de que mi gestión como rector político durante los tres años en que he desempeñado el cargo haya sido todo un ejemplo de sectarismo e ineficacia. En justa recompensa, siguen afirmando, la Universidad, en las primeras elecciones ya celebradas, ha asestado una derrota estrepitosa a mis escasos partidarios, derrota que resultaría descomunal si tuviera la osadía de presentarme a la reelección. Por todo ello, concluyen, lo mejor que puedo hacer, sin ni siquiera esperar a cumplir las pocas semanas que me quedan de mandato, es dimitir cuanto antes, marcharme a mi casa y dejar que personas serias y entendidas se ocupen de arreglar la maltrecha Universidad. Un rector independiente y científico sería, así, imprescindible para desfacer los muchos entuertos que he cometido, pues, a lo que parece, he convertido a nuestra respetable institución en lugar de reunión de apologetas del terrorismo, siniestra oficina donde el pobre profesor ha de fichar a la entrada y salida, patio de monipodio de trapicheos y manipulaciones electorales y organismo gestionado peor que mal. Todo esto -y le juro a quien no lea ABC que no exagero- tiene, claro está, su explicación. Política, en el caso del periódico citado, que gusta, como es sabido, de atacar a los socialistas, y cree haber encontrado en mí un blanco -o quizá, en este caso, habría que decir mejor un rojo- pintiparado. Nada hay que objetar a ello, y menos por los que luchamos tantos años por la libertad de expresión. Además, suele decirse, y no sin razón, que en España hay que aprender a encajar la crítica. Pero también es un derecho del criticado responder, y a mí me parece, dicho sea con todos los respetos, que cualquier parecido con la realidad de lo que ABC lleva dicho en las muchas páginas que me tiene hasta ahora dedicadas es pura coincidencia. Lo que ocurre, me temo, es que de un tiempo a esta parte hay dos ABC. El que aspira, y a veces consigue, a ser un gran diario conservador, de talante liberal y respetuoso con los demás, y el ABC que casi me atrevería a calificar de diario del sensacionalismo político y del derechismo a ultranza. Yo he tenido la mala suerte de que me haya tocado en estos momentos el segundo, lo mismo que en 1980, en cambio, me ocurrió todo lo contrario. Sic transit…

En cuanto a los respetables profesores que, noblemente preocupados, creen de verdad que el remedio de la Universidad está en un rector despolitizado, su caso es más sorprendente y sólo se explica, creo yo, por nuestro pasado y el consiguiente rechazo que en algunos produce todavía lo político. Pensar que el cargo de rector de la Universidad Complutense no tiene dimensión política y que para dirigir un organismo con 10.000 millones de pesetas de presupuesto, 2.000 funcionarios, 4.000 profesores y 100.000 alumnos no hace falta una persona con vocación pública e 3 estar en babia. Un rector que tiene que tratar constantemente con ministros, subsecretarios y directores generales, que ha de estar pendiente de lo que hacen el Gobierno y el Parlamento, por sus repercusiones en la vida de nuestra institución, que ha de participarvelis nolis en la vida política y diplomática de la capital, por lo visto, para hacerlo bien., tiene que ser un profesor que jamás haya salido de su departamento.

La Universidad española está mal, y el lógico descontento asoma por donde puede. Sin embargo, no deja de ser extraño que personas que se dedican a la ciencia acepten sin más como verdad evidente tan peregrino aserto. No sólo el simple sentido común indica que el rector de la Complutense ha de ser en buena medida político, sino que, además, así ocurre en muchas de las principales universidades del mundo. El presidente de la Universidad de Nueva York, que acaba de investir doctor honoris causa a nuestro Rey, es un conocidísimo político y ex senador del Partido Demócrata estadounidense, y nadie en la comunidad científica y universitaria de aquel país -un poquito mejor que la nuestra- se lleva por ello las manos a la cabeza.

Un ‘rojo’ raro

Respecto de las afirmaciones que se hacen sobre mi sectarismo y desmedido izquierdismo habrá que reconocer que resulto ser un ultrarrojo bastante raro. Véanse, si no, algunas muestras.Durante los tres años en que he desempeñado el cargo de rector he tenido el honor de invitar y recibir en la Complutense al Papa, al Rey -la Casa Real tiene una propuesta nuestra para hacer a Su Majestad, por su contribución a la paz entre los españoles, doctor honoris causa por la facultad de Derecho, donde estudió, o bien, si se prefiere, para organizar un homenaje conjunto de todas las universidades españolas-, al actual presidente del Gobierno, a bastantes ministros, sobre todo centristas, y a altos jefes de las Fuerzas Armadas, con cuyo Centro de Estudios Superiores de la Defensa Nacional hemos establecido relaciones fecundas y cordiales, y por lo que el Gobierno de UCD, a propuesta de las FF AA, me concedió la Gran Cruz del Mérito Militar. Movido también por mis irresistibles afanes sectarios trabé lazos de amistad y entendimiento con el hasta hace poco cardenalarzobispo de Madrid cuando coincidimos en los actos de los colegios de la Iglesia adscritos a nuestra universidad, que casi siempre que me lo han pedido he aceptado presidir. No sólo he trabajado en la Fundación Universidad-Empresa para promover el tan necesario acercamiento entre ambas, sino que la junta de gobierno de la Complutense, a propuesta mía, concedió la Medalla de Oro de la Universidad a un distinguido empresario, y para otro, igualmente ilustre, tomé la iniciativa de pedir al Gobierno, junto con los demás rectores de Madrid, la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio.

Siguiendo en esa misma línea de radicalismo y partidismo a ultranza, me he rodeado a lo largo de tres años de una veintena de incompetentes vicerrectores, secretarios generales y gerentes, de los que sólo cuatro pertenecen a partidos políticos de izquierda y de los que tres, sin duda por causa de su radicalismo e ineficacia, fueron promovidos a altos cargos, dos por el Gobierno centrista y uno por el socialista. Todos ellos nada hicieron en estos tres años y se limitaron a disfrutar de las pingües gratificaciones que cobran los cargos académicos. Y ya en pleno empacho partidista, no he nombrado a un solo miembro del PSOE para los cargos de libre designación del personal no docente de la universidad, y sí he destituido a alguno.

En cuanto a la total y obvia ineficacia de mi gestión he de confesar que he sido el primer rector desde la guerra civil que no he sido objeto del menor intento de agresión, ni física ni verbal, de nadie de la universidad durante mi mandato, que ha sido también el primero en que no se ha suspendido una sola clase por motivos políticos. También he sido el primer rector en la historia de la Complutense que ha presentado balances de gestión anuales y un programa de acción, y el primero también que ha llevado a la junta de gobierno todo el presupuesto para su discusión y aprobación. Por primera vez no se ha pedido al Ministerio ni una sola cátedra, agregaduría o adjuntía que no estuviera aprobada. por la correspondiente facultad o escuela ni se ha contratado a dedo a un solo profesor no numerario. Los estudiantes, también como novedad, han tenido una relación estrecha con el rectorado por conducto de su junta de representantes, aunque no siempre hayamos estado de acuerdo. Hemos gastado más dinero -en pesetas reales- en instalaciones y equipamiento que en los cinco anos precedentes y hemos mejorado muy sustancialmente la labor diaria de administración y gestión. Cuando un admirado catedrático [Fernando Lázaro Carreter] dice en la tercera de ABC que mi labor ha sido pésima en este aspecto, demuestra ignorancia o parcialidad, pues el que la universidad siga mal en términos absolutos -cosa que nadie discute- no debería impedir reconocer las muchas mejoras relativas. He acrecentado sustancialmente las relaciones científicas internacionales de la Complutense, he sido invitado por una docena de Gobiernos y universidades extranjeras; Francia me ha otorgado su máxima condecoración académica, y, eso sí, entre otros muchos, he firmado un convenio de colaboración con la Universidad de Moscú, de lo que no me arrepiento en absoluto.

La necesidad de ser político

Por último, y para no alargarme, como único ejemplo de cuánto he manipulado las elecciones del claustro, citaré el hecho de que entre los representantes estudiantiles figuren muchos alumnos del CEU, centro privado de inspiración religiosa adscrito a la universidad, y a cuyos estudiantes, a propuesta del rectorado, se les concedió derecho de voto. O, como una prueba también de mi reconocida incapacidad, señalaré el que se hayan hecho,- sin el menor tropiezo e impugnación -salvo en la mente acalorada de algún editorialista- unas elecciones con un censo que supera al de 17 capitales de provincia.En lo que sí he de confesar que he sido sectario es en no conceder a los catedráticos la exclusiva de la sabiduría ni del poder. Todos los miembros de ese estamento -al que huelga decir que me honro en pertenecer- han sido tratados por mí con respeto y compañerismo; ni a uno que haya venido a mí he desatendido, han sido mayoría entre mis colaboradores, pero también he respetado, consultado y reunido a profesores adjuntos (hoy profesores titulares) y a profesores no numerarios. Incluso me atreví a convocar una o dos veces al año reuniones amplias, llamadas miniclaustros, de representantes de todos los sectores de la universidad, donde, he de reconocerlo, no sólo podían hablar los catedráticos. Como también es cierto, que estamos exigiendo el cumplimiento de sus deberes a todo el personal docente sin distinción alguna.

Es, asimismo, verdad que he rendido homenaje siempre que he podido a los profesores de nuestra universidad que la guerra civil lanzó fuera de España y que he distinguido a Alberti, a Bergamín y a muchos otros a los que hasta ahora la Universidad oficial había casi siempre ignorado. Pero ni un solo profesor, un solo estudiante, un solo funcionario ha sufrido, siendo yo rector, la menor discriminación por motivos políticos. No daré nombres, pero algunos muy ilustres catedráticos de derechas de toda la vida -no faltan en la Complutense- han podido comprobarlo. No hace falta tampoco que recuerde que fueron otros tiempos, aún no muy lejanos, cuando sí había discriminación en la Universidad y no precisamente por parte de la izquierda.

¿Quiere todo esto decir que he hecho las cosas bien y que, salvo unos cuantos carcas, cuento con el apoyó de mi universidad? Ni mucho menos. Sucede que tenemos una universidad pobre y pobladísima, con los muchos inconvenientes y descontentos que ello lleva consigo. Algunos achachan al actual rector esos males y, por injusto que parezca, es una posición legítima, respetable y hasta lógica. No he conseguido, además, convencer a bastantes catedráticos de que la participación de todos no está reñida con el reconocimiento, obvio por lo demás, de la jerarquización de saberes. Muchos de ellos se han retraído y no he tenido la paciencia ni el acierto de hacerles cambiar. Tampoco he logrado interesar a los universitarios, en general, en la gestión y gobierno de la universidad. Ni, pese a haberlo intentado, he conseguido evitar que ésta siga estando burocratizada, centralizada y deshumanizada. Descontento y críticas se han manifestado así en un voto para el claustro constituyente menos lucido del que esperábamos algunos con miras a mi candidatura u otra parecida. Las espadas -académicas sólo, por fortuna- están en alto y pronto se saldrá de dudas sobre qué rector quiere la universidad.

Salga quien salga, aunque sea el no va más de la independencia y la pureza científica, mucho me temo que tendrá que hacer algo no muy distinto de lo que he hecho Yo. Habrá de dirigir un organismo gigantesco, con escasos medios y sin poder ofrecer, hoy por hoy, mayor remuneración a profesores y funcionarios, más medios de investigación al personal docente y a los doctorandos y mejor atención al estudiante. Tendrá que proseguir con el difícil equilibrio entre estamentos o sectores heterogéneos -y aunque más de uno se escandalice déjeseme decir que ese equilibrio en la universidad está más bien en posiciones como las mias- y habrá de bregar con la Administración, sobre todo en la nueva etapa en que la universidad, paulatinamente, empezará a ser, autónoma por primera vez dentro del marco de una reforma legislativa larga y profunda, recién iniciada. Y, mal que pese a algunos, tendrá que ser ese rector un político, pues deberá convencer a la sociedad, a las Cortes Generales y al Gobierno, a la Comunidad Autónoma de Madrid en su caso, de que somos un servicio público que, habida cuenta de nuestra penuria, funciona mucho mejor de lo que se piensa, pero que si no duplicamos en los próximos años el gasto por estudiante, la Universidad Complutense, como las demás universidades españolas, seguirá siendo lo que es hoy: una institución digna, que cumple su misión con decoro, pero no más, que puede y debe mejorar y que está en condiciones de hacerlo, aunque no dependa sólo de ella.

Todo esto requiere muchas cosas. Entre ellas el que mantengamos los universitarios un espíritu de convivencia que, ayudados por los nuevos tiempos, hemos conseguido hacer avanzar mucho en la Complutense en los tres últimos años. Contadísimos han sido durante mi mandato los profesores -algún que otro frustrado por las elecciones a rector de 1980 y que ve ahora ocasión de revancha-, los estudiantes y los funcionarios que, con las lógicas discrepancias, no hayan aceptado la tolerancia, el respeto y el diálogo que constituyen el abecé de la España que estamos haciendo y que son condición sine qua non para mejorar la Universidad. El que, por desgracia, existan ocasionalmente otros ABC de. la inconvivencia sólo es una torpe anécdota en la larga historia de nuestra vieja institución.

Francisco Bustelo

06 Enero 1984

La pataleta de Bustelo

ABC (Director: Luis María Anson)

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Quizá lo único bueno que tienen los ultras de toda condición es que se les entiende todo lo que dicen, incluso lo que intentan callar. Por eso constituyen siempre un género marginal: a quien más molesta el ultra es a sus próximos. Les desprestigia o les descubre el juego. Don Francisco Bustelo, ultra del socialismo y del marxismo, ha puesto al PSOE en una situación asaz desairada con su ejecutoria en el rectorado de la Complutense, que intentaba defender ayer con desahogos escolares, discentes más que rectorales. La pataleta del rector Bustelo, que publicaba ayer un artículo en el que modestamente se cubría de desmentidos elogios, ha provocado general rechifla en los medios universitarios. No sólo es importante saber ganar; lo es también saber perder, sin reaccionar con el insulto contra la Asociación de Catedráticos, que denunció las maniobras antidemocráticas, las arbitrariedades y las alcaldadas del señor Bustelo; contra un ilustre colaborador de la tercera página de ABC, que se encuentra entre los catedráticos de más prestigio de la Universidad [Fernando Lázaro Carreter]; o contra este periódico, que no ha hecho otra cosa que atender su obligación informativa al denunciar lo que todos o casi todos, lo mismo a la izquierda que a la derecha, decían de la gestión del señor Bustelo en la Universidad. En su atropellado ardor, don Francisco Bustelo hace una síntesis de las concupiscencias que este periódico desata en ciertas izquierdas. Desvela el desordenado apetito que a él y a muchos como a él les despierta la liberalidad de estas páginas, que desearía como plinto y como peana, como salvoconducto y como credencial para sus propias ínfulas de todo orden. En su inagotado e inagotable turno de confusiones, don Francisco Bustelo confunde liberalidad con docilidad, exigiendo entre lamentos un ABC entregado y sumiso, abdicante de la crítica porque la crítica le alcanza ahora a él, años después de que se hubiera beneficiado de nuestra liberalidad; cuando él y su partido se encontraba en la oposición. En esto, preciso es señalarlo, no solamente se confunde el señor Bustelo, son muchos los socialistas que reclaman de estas páginas el mismo trato que si fueran todavía oposición, cuando lo cierto es que disponen de un cúmulo de poder como ningún partido polítivo tuvo jamás en los anales de la democracia española. ABC, ahora como siempre, va a mantener la norma de su fundador: elogiar el mérito con generosidad allí donde crea que se encuentra, sea cual sea la ideología del beneficiado y señalar sin encono el error allí donde se encuentra y sea cual sea la ideología del perjudicado.

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La derecha se había repuesto del disgusto que yo había causado y se juramentó para presentar esta vez un solo candidato. Con ello tenía todas las de ganar. El diario ABC había desplegado una campaña contra mí que, aparte de demostrarme la impotencia en que se halla una persona aislada frente a un medio de comunicación no me causó mucho disgusto por venir de donde venía. Peor fue mi pelea con el Ministerio de Educación y su titular. Mis críticas a la LRU no habían caído bien y Maravall, enfadado, ni siquiera se me ponía al teléfono.

Mis relaciones con el Gobierno y el PSOE no discurrían por cauces muy cordiales, sin embargo aquello no impidió a un ilustre profesor, Fernando Lázaro Carreter, escribir un artículo en la tercera de ABC descalificándome como rector ¡por estar supeditado a los dictados de mi partido! El ABC otorgó el Premio Mariano de Cavia al eximio filólogo a pesar de su ignorancia política. Aquella sarta de disparates culminó en que a la cena del premio acudieron, con sus esmóquines, los dirigentes socialistas de cuyo nombre no quiero acordarme.

Pensaba presentarme a reelección cuando me llamó Carmen García Bloise, de la Comisión Ejecutiva del PSOE, para decirme que habían decidido, no ordenarme puesto que no podían hacerlo pero sí instarme encarecidamente a que no me presentara a la reelección por considerar que mi derrota redundaría en detrimento de los socialistas. Como yo ya había anunciado que, por más que no tuviera obligación estautaria respetaría lo que dijera mi partido, decidí, algo enfadado, a decir verdad, no presentar candidatura. La izquierda salió corrida de aquella elección a rector. Tardé en percatarme de que por una vez la dirección del PSOE me había hecho un gran favor. Si, por un milagro, hubiera sido reelegido, lo habría pasado mal.

Como decía en un artículo que publiqué en EL PAÍS para contestar a la campaña del ABC resultaba yo ser un ultrarrojo raro, ya que durante los tres años en que desempeñé el cargo tuve el honor de invitar y recibir en la complutense al Papa, al Rey, al presidente del Gobierno, a basntantes ministros centristas y a altos jefes de las Fuerzas Armadas.