18 diciembre 1970

En la Plaza de Oriente de Madrid

Concentración de apoyo a Francisco Franco organizadas por la dictadura para contrarrestar las protestas por el ‘Proceso de Burgos’

Hechos

El 17 de diciembre de 1970 se produjo una concentración en la Plaza de Oriente de Madrid

18 Diciembre 1970

EL HIMNO DEL PUEBLO

Jaime Campmany

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El clamor, poco a poco, se iba amansando sobre las cabezas de la muchedumbre, sobre los pañuelos que blanqueaban de paz. No había sido necesario distinguir exactamente las palabras. Hay palabras que se adivinan antes de oírlas, Franco había dicho ‘Patria’, que es lo que nos está diciendo desde siempre, desde el primer día, y las gentes enloquecían en el entusiasmo. Y entonces se hizo el silencio. Un silencio expectante, un silencio como de vísperas del gozo. Un silencio grande, de quinientas mil gargantas que buscaban las palabras comunes, las palabras que todos supiéramos decir al tiempo.

Desde abajo, desde el hormiguero enorme y apretado, se pedía ver como Franco movía los labios. También se adivinaban aquellas palabras, antes de que el altavoz nos lo acercara a los oíos ensordecidos por los vítores. Y de pronto, como un trueno unánime, el ‘Cara al Sol’ pobló el aire ancho de la plaza de Oriente. Cuando los hombres se reúnen y quieren hablar todos, juntos y a la vez, de las mismas cosas, de las mismas cosas queridas y emocionantes, los hombres, entonces, cantan. Cuando se réunen lso viejos soldados, entonan sus lejanas canciones de guerra. Los jóvenes tienen sus himnos de marcha y sus baladas de amor. Hay canciones para que los encarnecidos y los separados canten su tristeza. Hay decisivos himnos de revolución y dolorosas odas desesperadas. Alguna vez el hombre es un ser que se une con otros, y canta.

Los españoles tenemos bellas canciones para cada tiempo. Pero no hemos tenido, hasta hace no muhcos años, un himno que fuera de todos. De todos, Antes de que aquel muchacho que se llamó José Antonio encerrara una noche a los poetas y los pusiera a escribir las palabras les pusiera música un vasco español, España no tenía una canción totalmente suya; los españoles no teníamos una canción de España, una canción para reconocenros para irnos los uno, junto a los otros, en la alegría de sabernos las mismas estrofas.

Canta una de las primeras palabras, que traen recuerdos del cubanito José Martí, aquel que quería vivir de cara al sol, y levanta uno la frente, casi sin quere y se le hincha a uno el pecho con un air, de nobleza, y seguramente de esperanza, seguramente de decisión, y seguramente un defintiivo amor a lo que todos amamos, lo es un himno gigante y extraño, ni es un himno solemne y amenazante. Tiene la difícil belleza de la sencillez y de la brevedad. Es un himno para ir a morir, cuando morir es bello y justo y necesario. Y no lo vuelvo a ver. Y es un himno para volver de la guerra, al paso alegre de la paz, y es un himno para saludar, por fin, el amanecer de España. Temas: el amor, la muerte. Y España. No se sabe que haya más.

He vuelto a cantar el Cara al Sol. Caía el sol de España sobre la plaza de Oriente. Resbalaba el dulce sol en este nuevo diciembre sobre el oro, múltiple y uno, de los árboles del parque del Oeste. La hermosa gente del pueblo tenía, toda y unida, un lugar en el sol y un lugar en la paz. Y todos cantábamos. Y todos cantábamos lo mismo. Como tantas otras cosas de la Falange, el ‘Cara al Sol’ ya no es el himno de guerra de unos pocos es el himno de la paz de todos los españoles.

Hoy – como quien dice un día cada 25 años – en vez de pensar, cantar. Metido entre este hormiguero emocionante y sorprendente del pueblo de Madrid; bajo el balcón donde Franco ha empezado a cantar con nosotros, aún antes que nosotros, el ‘Cara al Sol’, a la luz y a la paz de la Patria; en la plaza de Oriente, plaza mayor y abierta de todas las Españas yo os escribo. Os escribo hermanos, como quien canta. Os escribo, hermanos del pueblo, como quien canta e himno claro de la España clara: el himno del pueblo.

Jaime Campmany

18 Diciembre 1970

SIGUEN AHÍ…

Manuel Blanco Tobío

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Podríamos haber creído los españoles, con razón, que aquellas campañas internacionales antiespañolas de antaño eran cosa de un pasado ya rectificado y que viejas hostilidades y resentimientos se habían desvanecido con la erosión del tiempo. Pero acabamos de descubrir, no sin cierta perplejidad que nuestros enemigos seguían ahí, en estado de invernación, al acecho de una oportunidad para reponer su escenificación de los antiguos agravios de los 40.

La oportunidad fue el proceso de Burgos: pudo haber sido cualquier otra cosa. De nuevo hemos visto las agresiones contra nuestras Embajadas y Consulados, las viejas listas de intelectuales solidarios; las mismas protestas callejeras. Es un espectáculo decepcionante que nos demuestra que esas gentes sólo miran atrás con ira: que no habiendo evolucionado sus ideas tampoco han eolucionado en sus rencores. Para ellas, nada de lo que hemos construido los españoles en los últimos treinta y tantos años merece una reconsideración de actitudes: su mundo es también el de 1945, intacto y petrificado. Parafraseando una feliz y lejana intervención de don Félix de Lequerica en las Naciones Unidas, esas gentes se han puesto a torear ahora un toro de cartón en un museo de figuras de cera.

Pero la diferencia está en que en 1945 aún estaban por contrastar los títulos de nuestros enemigos, para atacarnos. En 1970 ¿cuáles son esos títulos revalidados por 25 años de conducta? Ahí están bien visibles: el mundo ha registrado en ese espacio de tiempo hasta cien conflictos armados, que incluyen el pisoteo de Hungría y Checoslovaquia; la extrema izquierda, vieja o nueva no ha sido capaz de ganar unas elecciones libres en ningún país del mundo, con la posible excepción de Chile y bajo una fórmula frentepopulista, y en todas partes aún en las naciones más estables y civilizadas, su legado es una de las más nihilistas y violentas épocas de la historia.

Esos son sus títulos y sus más recientes manifestaciones: secuestros, asesinatos, voladuras, disturbios, atentados. ¿En nombre de qué se erigen en censores y jueces de España? ¿Qué pueden exhibir como ejemplaridad, fuera del terrorismo en sus fórmulas más crudas? Ese es su lamentable expediente de conducta, que puede intimidar a algunos Gobiernos burgueses, como aquellos de la Europa de la preguerra, que rindieron a sus pueblos sin ofrecer la menor resistencia ni aceptar el menor riesgo, pero que ciertamente no nos intimidará a nosotros.

Creimos aquí que más de 30 años de paz, de evolución política, de institucionalización de nuestra vida pública, de desarrollo, de convivencia civilizada, atraerían cuando menos respeto y enseñanzas. Nos hemos equivocado, nosotros olvidamos y hasta perdonamos, pero ellos, no; ellos siguen con su hirsuta, terca, y pétrea hostilidad sin que haya entrado en sus mentes la menor sofisticación. No han aprendido nada; no han cambiado nada en un mundo de enorme aceleración histórica. Sus métodos, su demagogia, su manipulación propagandística, pertenecen al cuaderno de Europa, a las cuevas de Altamira de la evolución política, como prehistóricos bisontes que sólo usan la cabeza para embestir. ¿Cómo vamos a entender nada de esto unos españoles que disponemos de centrales atómicas y que ya hemos empezado a vivir los prodigios de la revolución tecnológica? Nos han retrotraído, emocionalmente, a los años 40, a quienes estamos con un pie en 1970 y otro en 1980. Hemos tenido que hacer un esfuerzo de acomodación óptica y volver a la plaza de Oriente. Pero la respuesta ha sido la misma. Sólo en eso no hemos cambiado.

Manuel Blanco Tobío