1 noviembre 1990

Crisis de Gobierno de Margaret Thatcher en Reino Unido: Aumenta la contestación contra ella y dimite su brazo derecho Geoffrey Howe

Hechos

El 1 de noviembre Sir Geoffrey Howe dimitió el 1 de noviembre de 1990.

Lecturas

Geoffrey Howe abandonó su puesto al frente del Foreign Office, un fiel entre los fieles a la dama de hierro. Y también ha abandonado el barco tory el último de los prestigiosos varones del partido, Nigel Lawson.

Cuando el 24 de julio de 1990 Margaret Thatcher destituía a Sir. Geoffrey Howe como secretario del Foreing Office por sus discrepancias europeistas aumentadas de tono tras la derrota que obtuvo la primera ministra en las elecciones al Parlamento Europeo comenzaba en cierta manera la cuenta atrás del entonces nombrados viceprimer ministro para abandonar el Gobierno, algo que finalizaba con su dimisión el 1 de noviembre de 1990.

La Sra. Thatcher desempolvaba un cargo figurativo de adjunto a la primera ministra y además era nombrado líder del grupo parlamentario conservador en la Cámara de los Comunes.

La dimisión ha estado nuevamente motivada por las posiciones encontradas con la primera ministra británica respecto a la Comunidad Europea después de la cumbre de Roma, en la Margaret Thatcher quedó aislada del resto de la Comunidad ante la negativa de llevar a cabo la segunda fase de la unidad monetaria.

Howe fue secretario del Foreing Office desde 1983 hasta el 24 de julio de 1990. Howe había defendido la integración británica en el Sistema Monetario Europeo y había mantenido un comportamiento marcadamente europeista. Es considerado no de los artesanos de la revolución thatcherista que llegó al poder en 1979 su ruptura con Thatcher puede suponer su fin.

27 Julio 1989

Sorprendente crisis

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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LA REORGANIZACIÓN ministerial anunciada por Margaret Thatcher el pasado lunes es la más amplia desde, la denominada noche de los cuchillos largos de Harold Macmillan en 1962 -17 cambios se han producido en los distintos niveles del Gobierno (ministros del Gabinete, ministros juniors y subsecretarios)-, pero ha dejado en el aire casi tantas interrogantes como a las que pretendía dar respuesta. De » asombrosa» fue calificada por algunos de los propios afectados.El origen de la crisis de Gobierno -inevitable después de la derrota conservadora en las elecciones europeas- era frenar un desgaste mucho más aparatoso que el que se concede a todo Gobierno en medio de un mandato. La resurrección del Partido Laborista como la única fuerza creíble de la oposición y las tensiones entre la primera ministra y algunos de sus ministros y compañeros de partido en torno a la política del Gobierno sobre Europa han colocado a los conservadores casi 20 puntos por detrás de sus oponentes en las preferencias del electorado.

El nuevo Ejecutivo tendría por misión principal, pues, recuperar la iniciativa política e introducir las correcciones necesarias, sobre todo en política económica, para presentarse a las nuevas elecciones -dentro de dos años- en una situación más favorable. Una inflación que no deja de crecer, la subida de los tipos de interés (de una repercusión popular muy directa en un país donde casi todo el mundo se encuentra amortizando un préstamo hipotecarlo), la oposición mayoritaria a ciertas privatizaciones sin justificación económica real, y un clima de descontento social en aumento, manifestado en las últimas semanas en la multiplicación de huelgas en los servicios públicos, han colocado al thatcherismo triunfante de las dos primeras legislaturas en una situación poco menos que defensiva. Y ni el frente interno (atomización de la oposición) ni el externo (guerra de las Malvinas) podían venir esta vez en su socorro.

De la composición del nuevo Ejecutivo, dos elementos han dejado a la opinión pública más confundida de lo que se encontraba. Se trata de la sustitución de sir Geofrey Howe en el Foreign Office y el mantenimiento como canciller del Exchequer de Nigel Lawson. El primero era uno de los fieles de la primera hora de Thatcher y estaba considerado como eventual sucesor en la jefatura del Gobierno. Se le ha reprochado seriamente su política respecto de Hong Kong, calificada de «blanda», pero ello no parece razón suficiente para desplazarle a una honorífica presidencia de los Comunes y un no menos simbólico cargo de viceprimer ministro. La política exterior del Gabinete -a pesar de la oposición que suscitan en el resto de la CE sus posiciones comunitarias- no era, desde luego, el punto más débil del Gobierno saliente.

Pero casi más sorprendente es el mantenimiento en su puesto de Nigel Lawson. Las diferencias entre la jefa del Gobierno y su ministro de Hacienda eran públicas y habían dificultado en los últimos meses la adopción de decisiones económicas de importancia. Hay quien apuesta que el relevo del canciller del Exchequer se ha dejado para el año que viene. En todo caso, y en ausencia de cualquier explicación por parte de la primera ministra, los casos de Lawson y Howe han dejado cierto halo de confusión sobre el conjunto de la operación.

Entre los ascensos más notables están el del nuevo secretario del Foreign Office, John Major, que ocupaba un puesto de segundo rango como primer secretario del Tesoro, y el de Chris Patten, que estará al frente de la Secretaría de Estado para el Medio Ambiente, un departamento al que, tras la advertencia de las elecciones europeas (los verdes consiguieron el 15% de los votos), se quiere dar un nuevo impulso. Ambos son considerados como serios aspirantes a suceder algún día a Margaret Thatcher.

En todo caso, el nuevo Gabinete no es considerado por los comentaristas políticos británicos más fuerte que el saliente. Como señalaba el editorialista de The Independent, «Margaret Thatcher ha remodelado su Gabinete más profundamente de lo que se esperaba, pero no ha conseguido sino dejar importantes ministerios en manos inadecuadas».

13 Octubre 1989

El declive de una estrella

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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DURANTE 10 años, Margaret Thatcher, primera ministra del Reino Unido, ha sido protagonista impertérrita de la vida política mundial. Sus partidarios la han apoyado sin paliativos y defendieron sus puntos de vista hasta el absurdo. Muchos de sus adversarios le han prestado, cuando menos, una admiración reticente. Y todos le tienen un respeto prudente -algunos aseguran que no hay mejor modo de demostrarlo que manteniéndose alejados de la trayectoria de su célebre bolso-. Margaret Thatcher ha conseguido que se bautice con su nombre a toda una fórmula política que sería irrepetible sin ella al timón. Para ello intentó no desviarse de principios que define como inmutables, mezcla de monetarismo, liberalismo a ultranza y sutil nacionalismo antieuropeo y proestadounidense.Hoy todos coinciden, sin embargo, en que su estrella ha comenzado el declive. Después de ganar tres elecciones generales consecutivas empieza a generalizarse la creencia de que le costará gran trabajo renovar el triunfo en la siguiente. El ambiente en el congreso del Partido Conservador que se celebra en estos días en Blackpool es más bien pesimista. Por una parte, los laboristas acaban de concluir el suyo en Brighton convencidos de que en Neil Kinnock tienen por fin a un líder socialdemócrata perfectamente capaz de ganar unas elecciones, apoyándose para ello en una ideología mucho menos radical que la que les ha mantenido alejados de Downing Street desde 1979. Por otra, se diría que la mítica fórmula thatcheriana está empezando a hacer agua por los costados. El hundimiento de la economía británica en la década de los setenta forzó la adopción de durísimas medidas, que fueron aplicadas sin contemplaciones por Thatcher a costa de un elevado precio social. Sólo así era posible el gran «renacimiento económico» prometido por los conservadores al acceder al poder. Pero en 1989 se diría que el «renacimiento» ha alcanzado su techo sin dar todo el fruto que había prometido.

En Blackpciol se empieza a apreciar que el thatcherismo tiene una factura que pagar, y no por sus errores, sino precisamente por el hecho mismo de su existencia. Llegó al poder para remediar los terribles males que aquejaban al Reino Unido, y aunque es innegable que ha enderezado parte de la decaída economía británica de la década de los setenta (mejorando el nivel de vida medio, rebajando impuestos, satisfáciendo a muchos bolsillos con la privatización de einpresas públicas), el sistema acusa el exceso de medicación. Si al llegar Thatcher al poder la inflación era elevada (10,3%), pero más baja que en otros países desarrollados, ahora ha bajado (8%), pero es más alta que en las demás naciones industrializadas. Los términos relativos se han invertido: resulta evidente que el Reino Unido ha aprovechado peor que sus socios la ola general de prosperidad de los últimos años. Llega a esta encrucijada con 14 billones de libras de déficit comercial, su moneda cayendo en picado, los tipos de interés al alza y el Bundesbank presionando por una revaluación del marco que debería forzar al Gobierno británico a enfrentarse con un hecho inevitable: la inclusión de la libra esterlina en la disciplina del Sistema Monetario Europeo.

¿Sería posible mejorar la situación con otro mandato conservador? Éste es el tema que subyace en el congreso de Blackpool: cómo revitalizar la oferta conservadora para atraer nuevamente los votos de un electorado que empieza a inclinarse claramente hacia el laborismo.

No puede negarse que hasta ahora la mayoría de los británicos ha demostrado estar sustancialmente de acuerdo con la terapia de choque aplicada por su primera ministra. Pero la dificil situación por la que atraviesa la economía, unida a lo que Margaret Thatcher promete para el futuro (medidas tales como la privatización del agua; la introducción de impuestos sobre la vivienda pagaderos por los inquilinos en proporciones absolutamente iguales, cualquiera que sea la zona de la vivienda; la sospecha de que el servicio nacional de la salud va a ser privatizado, sin que se sepa bien a quién ha de favorecer … ), hacen dudoso que vaya a seguir disfrutando de la confianza de sus compatriotas. Se comprende que la premier no tenga prisa por acudir a unas elecciones generales que, por otra parte, no tiene por qué convocar antes de tres años.

30 Octubre 1989

La obstinación de Margaret Thatcher

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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LO QUE no pudieron las fragatas argentinas ni las huelgas mineras del carbón lo está consiguiendo el imparable proceso hacia la unión europea: colocar a la primera ministra Margaret Thatcher frente a la crisis más importante de sus 10 años de mandato. La salida del Gabinete del canciller del Exchequer (ministro de Hacienda), Nigel Lawson, es por ahora la última de las batallas perdidas por la terca gobernanta británica en su guerra particular contra una política defendida por el resto de miembros de la Comunidad Europea y que cada vez gana más adeptos dentro de las propias filas del propio Partido Conservador del Reino Unido.En el curso de muy poco tiempo, el Gobierno de Margaret Thatcher ha ido perdiendo a algunos de sus mejores hombres, y siempre por la misma causa: la obstinación de la jefa del Gobierno en ponerle puertas a la marea comunitaria. Primero se fueron Michel Heseltine -hoy, uno de los jefes de filas de las oposición conservadora- y Leon Brittan, actualmente comisario de la CE en Bruselas.

En la última crisis, poco antes del verano, abandonó su puesto al frente del Foreign Office Geoffrey Howe, un fiel entre los fieles a la dama de hierro. Y ahora deja el barco tory el último de los prestigiosos varones del partido, Nigel Lawson, en desacuerdo con los intentos de Margaret Thatcher de frenar los pasos dados -a los cuales la propia primera ministra se comprometió en la cumbre europea de Madrid de junio pasado- para la unión monetaria dentro de la Comunidad Europea.

La salida del último europeísta del Gabinete de Margaret Thatcher era inevitable desde hace muchos meses. En realidad, debió producirse con ocasión de la amplia reorganización ministerial a la que recurrió la primera ministra el verano pasado con objeto de restañar las heridas producidas por la derrota de las elecciones europeas. Desde hace más de un año era notoria la difícil coexistencia de dos políticas económicas contrapuestas: una, la del ministro de Hacienda, partidario de integrar la libra esterlina en el Sistema Monetaria Europeo (SME) y avanzar más decididamente en el proceso de unión monetaria; y otra, la de la primera ministra, apoyada en su consejero privado Alan Walters, opuesta a seguir ese camino.

Genio y figura hasta el final, la inquilina del número 10 de Downing Street ha anunciado ya que no piensa dimitir y asegura que va a ganar las próximas elecciones. Lo primero es seguro, si se tiene en cuenta la política se sostenella y no enmendalla, de la que Margaret Thatcher es particularmente devota; lo segundo ya no lo es tanto. En la última confrontación electoral, precisamente para el Parlamento Europeo, los conservadores se apuntaron una sonora derrota, por más de 15 puntos de diferencia, frente a los laboristas. Los avances laboristas se han confirmado más tarde tras los importantes cambios introducidos en mayor medida en su plataforma partidaria, ratificados en la conferencia anual laborista por una amplia mayoría.

Sea como fuere, el prestigio de la primera ministra británica aparece seriamente dañado. Dos elementos desempeñarán un importante papel en un futuro no muy lejano: la ruptura del consenso interno en el Partido Conservador y la existencia, por primera vez en estos 10 años, de una alternativa de Gobierno creíble.