12 junio 1982

El veterano secretario general del PCE llegó a plantearse su marcha, pero fue respaldado por el 'aparato' dominado por 'carrillistas' como Julián Ariza

Crisis terminal en el PCE: Marcelino Camacho y Nicolás Sartorius también rompen con Santiago Carrillo, que decide seguir como líder

Hechos

  • En la reunión del Comité Central del Partido Comunista de España (PCE) celebrada los días 10, 11 y 12 de junio de 1982 D. Nicolás Sartorius presentó su dimisión como Vicesecretario General del PCE y D. Marcelino Camacho (Secretario General de CCOO) como miembro de la Ejecutiva del PCE.

Lecturas

El 9 de junio de 1982 se celebró una reunión del Comité Central del Partido Comunista de España (PCE) para evaluar los resultados en las elecciones autonómicas andaluzas. Reunión en la que D. Santiago Carrillo Solares planteó su dimisión como secretario general del PCE.

En el Comité Central D. Nicolás Sartorius Álvarez de las Asturias dimite como vicesecretario general del PCE y D. Marcelino Camacho Abad dimite como miembro del Comité Ejecutivo. Ambos se manifiestan contrarios a la línea seguida por D. Santiago Carrillo Solares.

Pese a ello D. Santiago Carrillo Solares acepta seguir siendo secretario general del PCE.

CarrilloSIgue A pesar de los malos resultados electorales del PCE en las elecciones andaluzas, y de las muchas expulsiones y deserciones, D. Santiago Carrillo siguió contando con la mayoría del ‘aparato’ del Comité Ejecutivo del partido.

LOS ‘RENOVADORES’ DEL PCE CLAMAN CONTRA CARRILLO

 El mismo día en que D. Santiago Carrillo era ratificado como Secretario General del PCE (12.06.1982) los principales líderes del llamado ‘sector renovado’ del partido, Dña. Pilar Brabo, D. José María Mohedano y el Sr. Alonso Zaldívar presentaban el libro ‘Los Herejes del PCE’, que era una fuerte crítica contra la continuidad del Sr. Carrillo al frente de la formación comunista. «De seguir así, dentro de poco saldrán del PCE gentes de la categoría de Marcelino Camacho o Nicolás Sartorius y el PCE seguirá dominado por el actual aparato».

Memorias

Santiago Carrillo

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En el X Congreso del PCE la mayoría se había decantado frente a renovadores y leninistas. PEro intentando salvaguardar la unida del partido en su Comité Central habíamos mantenido a representantes de una y otra tendencia. En el ejecutivo estaban Nicolás Sartorius, Ignacio Gallego y Marcelino Camacho; el primer ‘renovador’ y los segundos ‘leninistas’.

Pero la unidad fue puramente formal y duró my poco. En junio del 82, cuando ya era evidente la proximidad de elecciones generales, Sartorius vino a mi despacho a proponerme una ‘amnistía’ para los renovadores sancionados. Estos se habían distanciado claramente del PCE y comenzaban a girar en la órbita del PSOE; entre tanto se había creado una organización conjuntamente con los leninistas, el ARI. Habían hecho una especie de frente único conq uienes aparentemente estaban en sus antípodas. Yo le anuncié a Sartorius que si planteaba tal proposición al Comité Ejecutivo yo dimitiría de todos mis cargos, incluido el de diputado.

No obstante Sartorius planteó la cuestión y abrió la crisis en la dirección. A él se unió Marcelino Camacho que pidió mi paso a la presidencia del partido y la designación de Sartorius a la secretaría general. El frente único de renovadores y leninistas se completaba así por arriba. En la reunión se acordó convocar al COmité Central, al que yo iría como dimisionario. Después de haber provocado la crisis, los autores de ella querían darla por cerrada, retirando sus propuestas y no convocando al Comité Central. Sus objetivos estaban claros para mí: al día siguiente filtrarían a la prensa lo ocurrido y publicamente el ‘aparato’ habría apoyado mi obsesión de no abandonar el poder a ningún precio.

Yo estaba hasta el copete de esos juegos y deseaba irme, dejarles el poder para que se las arreglaran ellos. Una delegación del Comité Central subió a mi despacho: el Comité Central no aceptaba mi dimisión. Laly Vintró fue la única que en conversación personal me insistió en que no retirase la dimisión; creo que lo hacía con la intención de salvarme de la quema. Un sentimiento de devoción al partido me indujo a retirar la dimisión con la muerte en el alma. Se lo dije a Gutiérrez Díaz y a los camaradas del Comité Central: «Sé muy bien que al día siguiente de las elecciones estaréis con la escopeta cargada para dispararme».

03 Abril 1982

Por qué hay que renovar la izquierda

Pilar Brabo

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La izquierda ha seguido perpetuando esquemas del pasado. No han entendido que la democracia ya no puede ser sólo delegación de poder, sino fundamentalmente participación y control de los propios ciudadanos, de los propios colectivos. Hoy confirmamos que el "bloque socialista" (La Europa del Este) no tiene nada que ver con los objetivos por los que luchamos.

Los importantes cambios que se han producido en las sociedades occidentales durante la crisis no han sido asumidos -según la autora de este trabajo- por los partidos de izquierda. Los partidos de izquierda -dice- han perpetuado caducos esquemas del pasado y no han atendido el hecho de que la democracia no puede ser ya tan sólo una delegación de poder, sino fundamentalmente control y participación de los mismos ciudadanos. Para lograr esta adaptación a las circunstancias actuales se ha fundado la agrupación, no partidista, denominada Asociación para la Renovación de la Izquierda.

En primer lugar hay que renovar la izquierda, porque parece evidente que la izquierda tiene aún mucho que decir en este mundo y en este país, y, sin embargo, no lo está diciendo con el suficiente empuje y la necesaria amplitud. No es un a priori afirmar que hoy son posibles profundas transformaciones del orden capitalista, que es posible la transformación total -digamos revolucionaria- de este orden. No estoy hablando de derrumbe, una hecatombe o de una toma del poder, sino de un proceso de toma de conciencia democrático, de una lucha por la hegemonía en la sociedad civil que permita la construcción de un nuevo sistema democrático y socialista. La posibilidad de ese proceso reside en que colectivos muy amplios, la inmensa mayoría, se decante en favor de él. Es lo que ha empezado a suceder en Francia y también en Grecia: el triunfo de la izquierda en ambos países es la plasmación del deseo de cambio que las mayorías de ambos países expresan frente a un sistema social injusto, en el que reina la desigualdad, que se muestra incapaz de resolver los problemas que sufren la mayoría de los ciudadanos: desde el paro, el trabajo alienante, la explotación, hasta las relaciones familiares, sexuales, afectivas.Quizá fue el mayo francés de 1968 el primer momento en que se puso de manifiesto la profundidad y la extensión del descontento generalizado en las sociedades capitalistas.

A partir de entonces, y pasando por la crisis económica de los setenta y ochenta, no han hecho sino extenderse las contradicciones del capitalismo que entonces afloraron a la superficie. A los problemas de la clase obrera en la crisis se mezclan y superponen los de los jóvenes, los planteados por las feministas, los ecologistas, los trabajadores no manuales, las asociaciones de barriadas, las asociaciones de consumidores, los partidarios de la paz y el desarme. Inmenso potencial de las sociedades occidentales para el cambio, aunque ese potencial no es suficientemente asumido por los partidos de izquierda.

Creo que los partidos de izquierda, en efecto, han seguido perpetuando, frente a unas sociedades vivas y complejas, esquemas del pasado. No han entendido que la democracia ya no puede ser sólo delegación de poder, sino fundamentalmente participación y control de los propios ciudadanos, de los propios colectivos. Que la política no puede ser, por tanto, un coto cerrado de los profesionales de la misma, ni los partidos delegados mesiánicos de los ciudadanos, sino cauce para su participación. Que por ello la democracia interna hasta el máximo nivel es una condición inexcusable en el funcionamiento de los partidos de izquierda. Se da la paradoja que en sociedades como la española, en que las gentes se consideran cada vez más «de izquierda», las cotas de civilización en los partidos de izquierda se reducen al mínimo y las tasas de abstención electoral alcanzan sus máximos niveles.

La revolución es posible

Ante ello hay que actuar. Por supuesto que no es fácil; las batallas recientes por democratizar y renovar los partidos de izquierda se han saldado con notorios fracasos para los que intentábamos esta tarea. Pero no por ello vamos a cejar en nuestro propósito de lograr la participación política de los ciudadanos, el debate de ideas en la sociedad. Porque creemos, yo lo creo, que la revolución es posible, que sus protagonistas están ahí: hombres y mujeres desencantados en ocasiones, que quieren, desde distintos ángulos y posiciones, cambiar profundamente el modo de vida a que les condena el sistema capitalista.

Aquellos que nos inscribimos en la corriente revolucionaria, no reformista, del movimiento obrero vivimos hoy la confirmación de que el «bloque socialista» no tiene nada que ver con los objetivos por los que luchamos. Ni la clase obrera está en el poder, ni los problemas y contradicciones que surgen en los países de Occidente, al fondo de los cuales subyace la necesidad y el deseo de la libertad y la participación, están no ya resueltos, sino ni siquiera abordados en ese bloque. Esta realidad no sólo no ayuda, también dificulta el avance de las ideas socialistas en el mundo de hoy.

Pero, con todas estas dificultades, o quizá precisamente por ellas, vamos a intentarlo. Desde dentro de los partidos, pero también desde fuera. No sólo con ideas y teoría, aunque la renovación teórica es un tema prioritario, sino también con una nueva práctica política. Con un trabajo en y con los movimientos asociativos ya existentes: sindicatos, asociaciones de vecinos y barrios, feministas, ecologistas, movimientos por la paz y el desarme. La Asociación para la Renovación de la Izquierda será un centro de debates colectivo de las diferentes experiencias, de las iniciativas que surjan.

Será también un punto para reflexionar colectivamente sobre temas muchas veces excesivamente abordados con excesivo pragmatismo por los partidos: el ANE, los problemas del socialismo «real», el aborto en España, los problemas municipales, los problemas autonómicos, las limitaciones y recortes a la libertad, el golpismo. Un punto de encuentro entre los que hemos militado en distintos partidos de izquierda, los que siguen militando en ellos, los que nunca se han planteado militar. Una experiencia nueva en la izquierda de este país, que intentará promover la participación, activar la autoorganización de la sociedad, no se propone como objetivo la competencia electoral, sino contribuir a renovar profundamente los modos de hacer política, consiguiendo que ésta sea algo próximo, cercano, accesible para todos los ciudadanos.

No queremos que esta tarea difícil, y cuyos frutos sólo se obtendrán en el medio plazo, se vea frustrada por las urgencias electorales inmediatas. La renovación de la práctica política de la izquierda en este país no es tarea de meses ni de uno o dos años. La Asociación para la Renovación de la Izquierda en las próximas consultas electorales, aún más nuestra apuesta es que ese triunfo, caso de producirse, no se agote en la superficialidad de una política sólo institucional. Y, en cualquier caso, ocurra lo que ocurra, la Asociación para la Renovación de la Izquierda seguirá batallando por ese nuevo modo de hacer y concebir la política, que es, en definitiva, el único adecuado para conseguir un socialismo democrático.

Pilar Brabo, diputada del PCE

14 Junio 1982

La crisis que no cesa

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera)

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La tensa reunión del Comité Central del PCE de la pasada semana concluyó con una resolución mayoritaria que solicitaba en su punto del secretario general que retirara su dimisión, a lo que Santiago Carrillo ha accedido; aceptaba en su punto 10 la baja de Camacho como miembro del Comité Ejecutivo, y pedía en su punto 9 a Nicolás Sartorius que reconsiderara su dimisión, sugerencia que el vicesecretario general ha rechazado. El debate ha sido una nueva manifestación de los problemas que vienen arrastrando los comunistas desde que las elecciones generales de 1979 confirmaron su modesta implantación electoral y la ruptura de la política del consenso marginó a Santiago Carrillo de la elaboración de las decisiones en las áreas de gobierno.La estrategia, eurocomunista, orientada a arrebatar a los socialistas segmentos importantes de su base electoral, entró en una profunda crisis cuando mostró su inoperancia para atraerse, de forma cuantitativamente significativa, los votos populares de la sociedad española. Es lógico que la hecatombe electoral del 23 de mayo en Andalucía, donde los comunistas han perdido alrededor de un 40% de sus simpatizantes en relación con los comicios de marzo de 1979, reabriera unas heridas sin cicatrizar y diera lugar a una nueva crisis.

Las desventuras electorales del PCE han sido diagnosticadas de nianera diametralmente opuesta por los simpatizantes de las tendencias prosoviéticas y por los partidarios de las corrientes renovadoras. Para los prosoviéticos, los sucesivos fracasos ante las urnas deben ser endosados al viraje eurocomunista y no tienen otra medicina que el regreso a las viejas tradiciones, a las sólidas certidumbres y a las señas de identidad históricas de los comunistas, desde el alineamiento internacional con la Unión Soviética hasta la rehabilitación de los dogmas destronados de la dictadura del proletariado, el canon del marxismo-leninismo y la concepción del PCE como una vanguardia monolítica. La escisión de los prosoviéticos del PSUC, formalmente constituidos como partido de los comunistas de Cataluña, y los avanzados trabajos fraccionales de corte prosoviético en el resto de España muestran que de la crítica este sector ha pasado a la política práctica.

Por el contrario, los renovadores atribuyen el estancamiento general del PCE a la falta de adecuación entre los planteamientos eurocomunistas hacia el exterior y la persistencia de las viejas maneras hacia el interior; esto es, la incongruencia entre una línea política innovadora y unos criterios organizativos lle colorido estaliniano. La crítica se prolonga a la negativa imagen del PCE que transmiten a sus potenciales, electores los hombres y mujeres de la vieja guardia, formados en la guerra civil y en el exilio, y a la propuesta de que sean los renovadores quienes encarnen ante la sociedad civil ese eurocomunismo que ha roto casi todas sus vinculaciones teóricas, ideológicas y políticas con la tradición de la III Internacional.

La fuerte personalidad de Santiago Carrillo fue respetada durante largo tiempo por los renovadores, que le invitaban a llevar las premisas contenidas en Eurocomunismo y Estado hasta sus últimas conclusiones lógicas y organizativas. Sin embargo, los temores de Carrillo a que un rejuvenecimiento demasiado extenso de los cuadros dirigentes engrosara la tendencia prosoviética y su resistenciaa una mayor democratización interna limitadora de sus poderes han transformado la anterior alianza con los renovadores en un enfrentamiento sin cuartel. Nicolás Sartorius, que se mantuvo críticamente leal al secretario general cuando fueron defenestrados Manuel Azcárate y sus compañeros, ha sido acusado ahora de conciliador. Sartorius, con dieciocho años de militancia comunista, varios años de cárcel sobre sus espaldas y un gran prestigio en Comisiones Obreras, sale del conflicto con la autoridad-moral y política de que su dimisión era de verdad y no de boquilla.

Marcelino Camacho también se había hecho sospechoso por sus actitudes conciliadoras hacia los discrepantes y por sus propuestas de democratización interna. Sin embargo, su sugerencia de que Santiago Carrillo cediera la secretaría general a Nicolás Sartorius y pasara a ocu par la presidencia del PCE ha sorprendido a todos por su audacia. El secretario general de Comisiones Obreras ha exigido, de afiadidúra, una mayor independencia de la central sindical respecto al partido político que la alumbró y apoyó. Las razones de la posición de Camacho no son caprichosas. Se calcula que casi un 50% de los afilia dos y simpatizantes de Comisiones Obreras apoyó al PSOE en marzo de 1979, pese a la previa recomendación de voto comunista hecha por la dirección sindical. De otra parte, los prosoviéticos tienen una fuerte implanta ción en la central mayoritaria y el traslado de las discre pancias internas del PCE a CC OO podría deteriorar muy seriamente a una organización sindical que pierde paulatinamente terreno ante la estrategia de negociación de UGT.

La resolución del Comité Central subraya la necesidad de unacorresponsabilidad de los órganos de la dirección, fórmula que debe entenderse como la negativa dé Carrillo a que hombres como Sartorius y Camacho puedan apadrinar posturas, interpretaciones o propuestás que resulten más ajustadas a los hechos que las oficiales. La alusión al «desarrollo y clarificación de la política sindical» del PCE parece apuntar al deseo de devolver aCC 00 su papel de’correa de transmisión delpartido. La promesa de investigar las causas de la hecatombe andaluza y la preocupación por las próximas elecciones generales muestra el papel de los reiterados fracasos ante las urnas en la interminable crisis comunista. No parece, sin embargo, que ninguna de las partes en conflicto dentro del PCE hayan advertido la verdadera naturaleza del problema. Porque la alarma de los comunistas ante la bipolarización política en España no se corresponde con su estrategia de reforzar esa bipolarización mediante la coerción ejercida sobre el PSOE para un Gobierno de izquierda en Asturias o con su campaña de Juntos podemos en Andalucía. Cuyo único sentido objetivo era tratar de justificar los llamamientos de Fraga a la otra alianza, simétricamente opuesta, en la derecha.

El Análisis

EXPLOSIÓN INTERNA EN EL PCE A MESES DE UNAS ELECCIONES

JF Lamata

La principal conclusión que los periodistas podían sacar tras el agitado comité central tras las elecciones andaluzas de 1982 era que a la larga lista de enemigos internos de D. Santiago Carrillo también se incluían D. Nicolás Sartorius (quién, orgánicamente era su número 2 como vicesecretario) y el secretario general de Comisiones Obreras, D. Marcelino Camacho.

La lista de enemigos del Sr. Carrillo era totalmente dispar, desde los más radicales leninistas y prosoviéticos más fieles a como las dictaduras del Este como D. Ignacio Gallego, hasta los más aperturistas partidarios de una occidentalización del partido como el Sr. Mohedano. Y es que el malestar que estaba generando el Sr. Carrillo no era tanto ideológico como de su forma de ejercer el liderazgo. Llevaba más 20 años gobernando el PCE, partido al que había dedicado su vida, demasiados para aprender la democracia interna y abandonar la escuela del ‘ordeno y mando’.

Pero aquella crisis, a pocos meses de unas elecciones generales en las que el PCE se jugaba mucho le costaría muy caro, tanto al Sr. Carrillo como al partido.

J. F. Lamata