5 julio 1985

El polémico ministro de Exteriores, Fernando Morán, fue cesado por el Presidente Felipe González. El antiguo franquista Francisco Fernández Ordoñez entra en el ejecutivo como ministro de Exteriores

Cambio de Gobierno ante la dimisión del ministro de Economía, Miguel Boyer, tras perder su pulso con el Vicepresidente Alfonso Guerra

Hechos

El 5 de julio de 1985 se hizo pública la dimisión de D. Miguel Boyer como ministro de Economía y Hacienda, tras el cual el presidente D. Felipe González realizó un cambio de Gobierno.

Lecturas

El 5 de julio de 1985 el Gobierno del PSOE realiza su primera modificación desde la formación del primer gabinete de D. Felipe González Márquez, que con sus tres años de duración ha sido más estable que todos los gobiernos de UCD.

El cambio de Gobierno se ha producido por la dimisión del ministro de Economía D. Miguel Boyer Salvador y por el cese del ministro de Exteriores D. Fernando Morán López.

El Gobierno queda formado de la siguiente manera.

  • Presidente – D. Felipe González Márquez.
  • Vicepresidente – D. Alfonso Guerra González.
  • Asuntos Exteriores – D. Francisco Fernández Ordóñez.
  • Defensa – D. Narcís Serra Serra.
  • Interior – D. José Barrionuevo Peña.
  • Economía y Hacienda – D. Carlos Solchaga Catalán.
  • Trabajo y Seguridad Social – D. Joaquín Almunia Amann.
  • Presidencia – D. Javier Moscoso del Prado Muñoz.
  • Industría y Energía – D. Joan Majó Cruzate.
  • Educación y Ciencia – D. José María Maravall Herrero.
  • Administración Territorial – D. Félix Pons Irazazábal.
  • Cultura y portavoz del Gobierno – D. Javier Solana Madariaga.
  • Justicia – D. Fernando Ledesma Bartret.
  • Sanidad – D. Ernest Lluch Martín.
  • Obras Públicas – D. Javier Sáenz de Cosculluela.
  • Transportes – D. Abel Caballero Álvarez.
  • Agricultura – D. Carlos Romero Herrera.

Este cambio de Gobierno supone la destitución entre otros de D. Fernando Morán como ministro de Exteriores y el retorno a primera fila política de D. Francisco Fernández Ordóñez a pesar de que hubiera negado que fuera a hacerlo.

Esta composición de Gobierno se mantendrá hasta las elecciones generales de 1986, cuando se configurará un nuevo consejo de ministros.

ALFONSO GUERRA GANÓ EL PULSO A BOYER

La tensión existente en el Gobierno entre el vicepresidente D. Alfonso Guerra González y el ministro de Economía D. Miguel Boyer Salvador concluye el 4 de julio de 1985 cuando el periódico ABC titula su portada ‘Boyer derrota a Guerra’ al anunciar que el Sr. Boyer Salvador a va a ser ascendido a vicepresidente.

El titular quedará desmentido por los hechos. Ante el anuncio de D. Alfonso Guerra González al presidente del Gobierno, D. Felipe González Márquez, de que él dimitía si se ascendía al Sr. Boyer Salvador lleva a D. Felipe González Márquez a anular el ascenso. Ante esa situación el Sr. Boyer Salvador anuncia su dimisión como ministro y su tercera ruptura con D. Felipe González Márquez.

D. Alfonso Guera González incrementa su poder por meter en el consejo de ministros a figuras de su confianza, los llamados ‘guerristas’, como son el Sr. Sáenz de Cosculluela o el Sr. Caballero.

UN SOCIALISTA ‘LIBERAL’ REEMPLAZADO POR OTRO SOCIALISTA ‘LIBERAL’

Boyer_Solchaga Si para los sectores más a la izquierda del PSOE, concretamente los próximos al sindicato UGT, el deseo era que tras la salida de D. Miguel Boyer, a quien tanto habían criticado por ‘liberal’, viniera un ministro con unas ideas próximas a las de ellos, se equivocaron, D. Felipe González nombró sucesor a D. Carlos Solchaga, hasta ahora ministro de industria, padre de la reconversión industrial y también considerado del sector ‘liberal’ del PSOE.

FernandoMoran D. Fernando Morán fue cesado como ministro de Asuntos Exteriores en el cambio de Gobierno de julio de 1985. Sobre él se habían realizado numerosos chistes populares sobre sus supuestos despistes.

FernandezOrdonez_2 D. Francisco Fernández Ordoñez, que ocupó el cargo de Técnico del Ministerio de Hacienda (1969-1973) y presidente del INI (1974) durante la Dictadura del General Franco y ministro con la UCD (1977-1981), en julio 1985 pasó a entrar en el Gobierno del PSOE de D. Felipe González.

04 Julio 1985

El cese de Morán

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián)

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La destitución de Fernando Morán como ministro de Asuntos Exteriores -inicialmente no previsto en la crisis que se preparaba- ha modificado la importancia de ésta. El cambio en el palacio de Santa Cruz confiere una aparente justificación a la teatral medida de anunciar, de manera oficial y con ocho días de anticipación, la intención del presidente del Gobierno de renovar su equipo. Tras el abortado reajuste de julio del año pasado, González comentó que la opinión pública se enteraría de los cambios de ministros únicamente cuando fuesen publicados en el Boletín Oficial del Estado. La espectacular apertura pública de la crisis hace una semana, contradictoria de ese propósito de discreción, hizo pensar que el presidente se disponía a introducir cambios en el Gabinete capaces incluso de afectar al rumbo de la política gubernamental en determinadas áreas. Sin embargo, ni siquiera la sustitución de Morán explica la extraña liturgia que ha acompañado a este reajuste, culminada con la última cena en la Moncloa, a la que asistieron -de cuerpo presente- los destituidos. El presidencialismo está ganando terreno a costa de los usos de los regímenes parlamentarios. Para los españoles que han vivido las crisis de gobierno franquistas,estos resabios autoritarios, aun proviniendo de líderes probadamente demócratas, causan una comprensible preocupación.Era un secreto a voces el mal entendimiento entre el presidente del Gobierno y su ya ex ministro de Asuntos Exteriores. Las discrepancias no nacían tanto de la política como de desencuentros personales y de distintas sensibilidades generacionales y de estilo. La falsa imagen de un Fernando Morán resuelto adversario de la permanencia de España en la OTAN y firme partidario de llevar a la práctica las ideas que había formulado en sus artículos y libros no encaja con los hechos producidos a lo largo de esta legislatura. Desde que Felipe González anunciara, en el Pleno del Congreso del debate sobre el estado de la nación, el decálogo fabricado para asegurar la permanencia de España en la Alianza Atlántica, Fernando Morán quedó activa y públicamente comprometido con el viraje de la política exterior del Gobierno entero. Pero ahora el ex ministro de Asuntos Exteriores, hombre de probada vocación y ambición política, puede sentir la tentación de cambiar otra vez de caballo y encabezar la oposición de izquierda a Felipe González, tan sensible a las cuestiones de política exterior. Por lo demás, preciso es reconocer que la crueldad de la política queda ilustrada con la estampa de esta destitución, tres semanas después de la firma del tratado de adhesión de España a la Comunidad Económica Europea, objetivo histórico al que Morán contribuyó con su peculiar estilo diplomático y después de superar con éxito la prueba de fuego de una campaña de bromas y de chistes. Morán tiene una imagen de izquierdista avant la lettre que no se compadece ni con su historial político ni con su gestión como ministro. Por si fuera poco, ha presidido la peor combinación de embajadores de España que este país recuerda en mucho tiempo, prisionero quizá de viejos compromisos con sus compañeros de carrera. Pero es justo decir que había revalorizado su imagen de político en los últimos meses.

Fuera de la sustitución de Morán, y si se confirman las especulaciones que anoche se hacían, el presidente ha respetado a los auténticoshombres fuertes de su Gabinete y ha mantenido las estrategias y los objetivos marcados hace dos años y medio. Los cambios en el área económica tratan de recomponer la unidad de la política gubernamental. La sustitución de Sotillos era inevitable si se quería poner remedio a una de las peores políticas de imagen que se recuerdan en este país. Y los otros retoques son del todo marginales, afectando a ministros tan poco significativos políticamente como Barón o Campo. En cualquier caso, es una injusticia que Morán, que había recuperado como decimos su imagen política, apuntándose éxitos que no le correspondían en la negociación con la CEE y otros absolutamente propios y dignos de elogio en el contencioso sobre Gibraltar, sea despedido de un equipo de gobierno que sigue incluyendo entre sus miembros a Barrionuevo. Éste ha batido todos los récords posibles de equivocaciones y se ha decantado ya como el claro representante de la derecha, no tan civilizada, en el Gobierno del PSOE. Sin duda es otra vez la derecha, y no sus votantes, a los que debe creer cautivos, lo que trata de cuidar con este reajuste Felipe González. Y es que un dato tan importante como los ministros que cesan y los nombres de sus reemplazantes -todavía dudosos, y sobre los que algo habrá que decir mañana- son los que permanecen. Dentro de esa categoría, y al margen el caso Barrionuevo, sobresale la figura de Miguel Boyer, cuyo relevante papel como diseñador de la política económica queda reforzado por la destitución de sus colaboradores discrepantes o poco estimados y por probables nombramientos de hombres de su confianza para las carteras de Obras Públicas y Transportes.

Felipe González ha optado por subrayar las líneas de continuidad de su segundo Gobierno -sustancialmente idéntico al anterior- y por rehuir los cambios que pudieran dar nuevo aliento e impulso a los proyectos socialistas o a las promesas de su programa. Con algunos mimbres diferentes, el cesto que se nos anuncia -aunque el secreto es tal, y tan ridículo, que nada parece todavía seguro del todo- continúa siendo el mismo. Es muy improbable que Felipe González realice un posterior reajuste antes de las elecciones legislativas. Este será, así pues, el rostro de la oferta socialista cuando los ciudadanos sean convocados ante las urnas para participar en el referéndum sobre la OTAN o para elegir a diputados y senadores.

05 Julio 1985

La decepción

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián)

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Primero hubo sorpresa, y luego, decepción: la explicación de Felipe González a la crisis, que él quiso en un principio pequeña y se convirtió luego en algo profundo y preocupante, no pudo convencer ayer a nadie. No ha convencido en la manera de hacerla, abriendo unas expectativas sobre unos propósitos que no fue capaz de cumplir. Ni puede decirse que este Gobierno sea precisamente mejor que el anterior. No hay un giro de políticas, sino la continuidad, según él mismo anuncia. Pero la derecha se preocupará de que no esté Boyer en el diálogo con el mundo de las finanzas, y la izquierda antiotanista, de que Morán no ocupe el palacio de Santa Cruz. Y aun si todo es una guerra de símbolos, el más preocu pante de todos ellos es la conferencia de prensa del presidente, que cerró con toda una apoteosis de errores el descalabro de política de imagen que en su primer Gabinete tuvo. Se puede creer que el que más ha perdido en esta historia de la crisis es el propio presidente. Pero tampoco es preciso dramatizar: ésta es una democracia aún ignorante de muchas cosas, y la clase política está aprendiendo justamente a gobernar. El Gobierno tiene un apoyo parlamentario y social aún ingente, quizá merecedor de mayor peso político en el Gabinete, pero en cualquier caso con derecho a esperar que éste aprenda las lecciones de estas tres semanas de absurdos, misterios y tragicomedias de salón.La relativa sorpresa producida por el cese de Morán como ministro de Asuntos Exteriores quedó ayer pálida por la sustitución de Miguel Boyer como ministro de Economía y Hacienda: la espina dorsal de toda la política de González le abandona. Hay sobradas razones para suponer que el asombroso desenlace que implica la dimisión de Boyer no es la consecuencia de una maniobra calculada, sino el resultado de que al presidente la crisis se le deslizó entre las manos. No hace mucho, González revalidó pública y espectacularmente su confianza en Boyer -como ayer mismo reiteró, después de cesar el ministro-, convirtiendo en norma sagrada el consejo de Olof Palme sobre la conveniencia de que los jefes de Gobierno respalden al 98% la gestión de sus ministros de Hacienda. Y los anunciados cambios en Obras Públicas y Transportes apuntaban hacia el objetivo de recomponer la unidad de la política económica diseñada precisamente por Boyer. El resultado es que una crisis pensada y hecha para reforzar a éste, ha acabado paradójicamente con él.

Aunque el presidente ha hecho hincapié en que la dimisión es fruto del cansancio del ex ministro, es un rumor a voces que éste había planteado una especie de pulso político que ha perdido. La versión de una dimisión motivada por razones exclusivamente psicológicas descarga sobre Miguel Boyer el peso de una notable irresponsabilidad y de una enorme frivolidad: él representaba la continuidad de una política por la que González se había comprometido precisamente a reajustar el Gabinete y de la que depende en gran parte el futuro a corto plazo y el crédito internacional de nuestro país. Las pretensiones de Boyer de ser nombrado vicepresidente y decidir él los nombres de los restantes ministros del área económica parecen, por lo demás, que estaban acompañadas de otras quejas de carácter político que incluían una petición de cambio de rumbo en Radiotelevisión Española. No es difícil dilucidar que el enfrentamiento Guerra-Boyer, que el presidente niega pero todos conocían, se convirtió en las últimas horas de la crisis en un desafio al propio poder de Felipe González por parte del superministro.El final es el que es.

González no sólo ha expresado rotundamente su voluntad de mantener la línea política de la política exterior y la política económica, sino que además ha designado como sucesor de Miguel Boyer al hombre que, como ministro de Industria en el anterior Gabinete, más estrechamente sintonizaba con el ministro de Economía. Pero de ninguna manera puede suponerse que Solchaga aglutine ahora -más de lo que Boyer antaño- el equipo económico y garantice la unidad de su política. Los nombramientos de Sáenz de Cosculluela (Obras Públicas), Félix Pons (Administración Territorial), Joan Majó (Industria) y Abel Caballero (Transportes) quizá digan algo a los militantes del PSOE o puedan ser interpretados en clave de influencias dentro de la Moncloa. Sin embargo, los nuevos ministros están condenados, hasta que sus obras les den a conocer, a suscitar tan sólo indiferencia o extrañeza en la opinión pública, que esperaba un mayor aliento e imaginación en la designación de los sustitutos de los miembros del Gobierno salientes. De momento sabemos que el deslucido portavoz parlamentario del PSOE en el Congreso -una de cuyas últimas actuaciones fue la lamentable respuesta a la interpelación de Alianza Popular sobre el espionaje policial- ha recibido una cartera como premio a su obediencia.

Sobre ese horizonte de renovada grisura destaca la designación de Fernández Ordóñez como ministro de Asuntos Exteriores, aunque no resulta fácil prever la reacción de las bases del PSOE ante su incorporación al segundo Gobierno socialista. Un dato curioso es que el nombre de Fernández Ordóñez había sido sugerido por Boyer antes de que éste diera la espantada, lo que arroja luces añadidas al planteamiento inicial y desenlace posterior de la crisis. Javier Solana incorpora a la titularidad de Cultura las funciones de portavoz del Gobierno, en un doblete cuya compatibilidad tendrá que ser demostrada en los hechos y que recuerda demasiado, en todo caso, a las prácticas del anterior régimen. En el Gobierno permanecen, por lo demás, ministros cuya continuidad estaba fuera de discusión en virtud de sus propios méritos (como Serra, en Defensa; Ledesma, en Justicia; Maravall, en Educación), y otros de cuya actuación el jefe del Ejecutivo no parece tener mayores quejas. También sigue Barrionuevo en Interior, en una clara demostración de que González ha preferido reafirmar las líneas maestras de su política de orden público, tan discutidas y tan discutibles.

El resumen no es brillante, y sobre todo parece innecesario. La lección es, en cambio, interesante para el propio Felipe González: la crisis ha puesto al descubierto heridas viejas que no se han cerrado con estas soluciones de compromiso. Se nos anuncia una política igual con personas distintas. Pero los políticos ahora alejados del poder no tienen por qué seguir estando calladitos.

05 Julio 1985

Por qué dimitió Boyer

ABC (Director: Luis María Anson)

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Según fuentes de toda solvencia a las que ha tenido acceso ABC, el pasado día 20 de junio Felipe González, al despachar con Miguel Boyer los asuntos relacionados con la crisis le aseguró al ministro de Economía y Hacienda que le nombraría vicepresidente del Gobierno con el fin de que pudiera dirigir adecuadamente la política económica. Miguel Boyer trazó sus planes y propuso una serie de nombres, todos los cuales fueron aceptados  en días sucesivos por el presidente González.

El miércoles día 3, Alfonso Guerra planteó al presidente del gobierno una alternativa radical: si nombraba vicepresidente a Miguel Boyer el dimitiría de forma irrevocable.

El presidente González, ante esta nueva situación, apeló al buen sentido de Miguel Boyer para que continuara como ministro de Economía y Hacienda sin ser elevado a la vicepresidencia del Gobierno y trató de hacerle comprender que no podía prescindir de Alfonso Guerra, pues éste es quien maneja los hilos del partido.

Miguel Boyer, de forma absolutamente serena y tranquila, le dijo al presidente del Gobierno que comprendía perfectamente su posición pero que consideraba que en esas condiciones el que no podía continuar era él.

Aunque la política de moderación y actitud occidentalista de Miguel Boyer se ha impuesto sobre Guerra en los nuevos nombres del Gabinete, sin embargo a última hora la audaz apuesta del vicepresidente del Gobierno ha forzado una reacción digna y responsable por parte de Miguel Boyer, que se ha quedado fuera del Ejecutivo.