20 diciembre 2001

La presión de la calle tras el 'corralito' de los depósitos apuró la de su caída y la del ministro Cavallo

Dimite el Presidente de Argentina, Fernando de la Rúa, que huye de la Casa Rosada en helicóptero tras la crisis del ‘corralito’

Hechos

El 20.12.2001 dimitió el presidente de Argentina, D. Fernando de la Rúa.

Lecturas

El mandato de De la Rúa ha sido breve desde que ganó las elecciones de 1999 fue perdiendo apoyos. Fichar a Cavallo como ministro de Economía el pasado marzo era su último cartucho.

PORTADA DE CLARÍN SOBRE DE LA RUA

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El 20 de diciembre comenzó con la dimisión del ministro de Economía, D. Domingo Cavallo, cuyo prestigio se había hundido al verse obligado a ordenar un ‘corralit0’.

El peronista D. Adolfo Rodríguez Saa asumirá la presidencia del país. Pero su mandato será efímero.

21 Diciembre 2001

Caos en Argentina

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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La dimisión del presidente de Argentina, Fernando de la Rúa, abre una crisis institucional de imprevisibles consecuencias. A falta de vicepresidente, que dimitió hace un año, le sucederá el presidente del Senado, el peronista Ramón Puerta, que tiene un plazo de tres meses para convocar elecciones. Previamente los peronistas, que cuentan con mayoría en las dos Cámaras, habían rechazado la propuesta presidencial de constituir un Gobierno de selvación nacional.

La suma de una grave crisis financiera y una profunda quiebra política se ha traducido durante los últimos días en una cadena de disturbios callejeros que hasta el momento ha causado ya más de 20 muertos. Unos ciudadanos hartos de sus gobernantes se han echado a la calle a pesar del estado de sitio decretado en la noche del miércoles por De la Rúa. Con un Gobierno dimisionario y el ex ministro de Economía Cavallo materialmente cercado en su domicilio, el presidente intentó a la desesperada algún tipo de acuerdo nacional con los peronistas, los gobernadores provinciales y los sindicatos para evitar el desplome total de la tercera economía latinoamericana, el impago de la deuda y la devaluación formal del peso, fantasmas todos ellos que atenazan a millones de ciudadanos, que intentan sacar de los bancos el máximo posible de sus ahorros.

Áislado en la Casa Rosada, cuestionado incluso por su propio partido, De la Rúa decidió poner término a su mandato como hizo Raúl Alfonsín en 1989, también en medio de una situación de caos y disturbios callejeros.

Aunque el detonante final del estallido social argentino -un país que hace no mucho se enorgullecía de tener la mayor clase media del subcontinente- han sido las últimas medidas adoptadas por Cavallo, que significaron de hecho la congelación de las cuentas de los ciudadanos con la prohibición de disponer de más de mil pesos (equivalentes a mil dólares) al mes, las tensiones que han desembocado en los acontecimientos de los últimos días venían acumulándose desde hace tiempo. La economía argentina lleva casi cuatro años de brutal recesión, con una tasa de paro creciente (que ronda en realidad el 30%), una deuda pública superior a los 132.000 millones de dólares y una recaudación fiscal en mínimos. Sobre esas bases, la atención de las obligaciones frente a los acreedores es prácticamente imposible, a no ser que se sacrifiquen todos los gastos públicos.

La terquedad en mantener el régimen de cambio fijo frente al dólar, creado en marzo de 1991 y que garantiza la plena convertibilidad de pesos en dólares, lejos de fortalecer la credibilidad frente al exterior ha reducido de forma significativa las posibilidades de salir de la recesión. Sirvió para poner término a la hiperinflación, pero ha sido una trampa mortal cuando las demás economías de la zona depreciaron significativamente sus monedas frente al dólar. A partir de entonces, Argentina ha incurrido en las desventajas derivadas de tener la misma moneda que EE UU sin obtener ninguno de sus beneficios.

Todas las salidas pasan por ajustes muy severos que serán difíciles de explicar a una ciudadanía cada vez más exasperada y con un Gobierno provisional carente de la legitimidad de las urnas. Los peronistas, que en el primer mandato de Menem aplicaron la convertibilidad fija del peso como una medida, eficaz, contra la hiperinflación, tienen ahora mismo en sus manos casi todos los resortes del poder para buscar una salida del atolladero recesivo en el que les ha metido el empecinamiento en aquella decisión. Pero la libre flotación del peso tendrá también enormes costes para muchas familias y empresas endeudadas en dólares. El papel de las agencias internacionales, en particular del FMI, es clave. Para no exigir decisiones insostenibles y para mantener una mínima coherencia a la hora de ofrecer respaldo financiero. Fue el Fondo quien propició regímenes cambiarios como el que ahora socava las posibilidades de recuperación argentina, anteponiendo una cuestionable ortodoxia a las exigencias de crecimiento económico.

En cualquier caso, Argentina necesita un Gobierno con credibilidad suficiente para que los capitales exteriores vuelvan al país. Para ello debe huir de la tentación populista tanto como de los salvadores providenciales capaces de vender cualquier mercancía. De la Rúa ha tenido al fin la gallardía de reconocer que carece de los apoyos políticos necesarios para sacar a su país de esta gravísima crisis. Su sucesor no lo tiene más fácil. Una vez más, la economía vuelve a ser tributaria en gran medida de que los políticos sean capaces de lograr una concertación nacional.

21 Diciembre 2001

Argentina, a la deriva

ABC (Director: José Antonio Zarzalejos)

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Al estado de excepción monetaria y política en Argentina y a la dimisión -decidida en el atardecer bonaerense- del presidente Fernando de la Rúa se ha sumado, como se preveía desde hace meses, una crisis social que ha acabado en la desobediencia civil. Los saqueos y los violentos disturbios de estos días -que han dejado al menos una veintena de muertos- son el fiel reflejo de un país al borde de la tragedia social, con una población desesperada y empobrecida y, lo que es peor, sin esperanza de futuro laboral y profundamente desengañada de sus instituciones, la clase política y los partidos que la sustentan. El vacío de poder es tan alarmante que el caos está a punto de hacerse dueño de la nación. Nunca en Argentina la gente se echó a la calle en una espontánea cacerolada, desafiando el estado de sitio, tras una intervención presidencial televisada para pedir calma, como la del miércoles de Fernando de la Rúa. Es cierto que numerosos saqueadores fueron azuzados por activistas de dispar origen interesados en fomentar los desórdenes y la desestabilización política, pero igualmente cierto es la lamentable imprevisión e incapacidad de las autoridades y la oposición, no sólo para contener el estallido social y proteger el derecho a la propiedad, sino por el simple hecho de que la explosión haya terminado ocurriendo.
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Tras la «revuelta del pan» del miércoles, los acontecimientos siguen sucediéndose de manera casi incontrolada. El presidente de la República trató de liderar un gabinete de unidad nacional, después de que, en principio, sólo aceptase la dimisión de su ministro de Economía, Domingo Cavallo, y rechazase las de los responsables de los distintos departamentos. Al tiempo, trataba de convencer a la oposición peronista para que se aviniese a la entrada en el Gobierno. No fue posible, a las diez de la noche (hora española) ya había tomado la decisión de dimitir.
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Su mandato se ha caracterizado por la endémica debilidad. Distante, ensimismado y aislado, apenas estaba en condiciones de ofrecer algo ni a su partido ni a sus adversarios, quienes le han dado sistemáticamente «luz verde» en el Parlamento a todas las propuestas económicas, que finalmente han terminado en fracaso por la ineptitud de su gestión. Prueba de ello es que los seis leoninos planes financieros en nueve meses han terminado en saco roto. No obstante, las responsabilidades del naufragio argentino son compartidas. La oposición no ha sido del todo sincera en su coyuntural respaldo a De la Rúa y ha jugado de forma mezquina a degradar la situación política para retomar el control de los pocos resortes del poder institucional que aún no dominan. Los sindicatos se han comportado como dinamiteros. Ayer mismo, por ejemplo, CGT (que controla el transporte y otros sectores estratégicos) convocó una huelga general indefinida, cuando lo que Argentina requiere es sosiego y paz social.
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El nuevo Gobierno que saldrá de la Asamblea Legislativa que será convocada por el presidente del Senado, Ramón Puerta, tiene ante sí un reto económico abrumador. La deuda, si se cuenta la privada y la de los entes locales, asciende a los 200.000 millones de dólares; los organismos financieros internacionales, como el FMI, han retirado su apoyo; la evasión de capitales y el masivo fraude fiscal impiden la capitalización pública; el paro supera el 18 por ciento; un tercio de la población vive en la pobreza; la prima de riesgo ha endurecido las condiciones de captación de ahorro exterior -dinero vital para la economía argentina-, y las compañías extranjeras se replantean sus inversiones, básicas para crear empleo y riqueza.
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Independientemente del presidente que al final sea elegido, ha llegado el momento del patriotismo en Argentina. No está en juego la suerte de un Gobierno o de un mandatario, sino la de una nación a la deriva. El oportunismo político en estos momentos de zozobra y desintegración social es sinónimo de traición. La unidad y la sensatez tienen que imponerse para alcanzar urgentemente un acuerdo político de amplia base y con un marcado liderazgo que, primero, ponga fin a la violencia y, segundo, que ayude a Argentina, con enormes sacrificios, a salir del abismo y recuperar la autoestima.

21 Diciembre 2001

Argentina: El Caos Se Lleva Por Delante A De La Rúa

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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«Los volcanes arrojan piedras y las revoluciones, hombres», escribió Victor Hugo. Anoche, el presidente Fernando de la Rúa se vio forzado a presentar su dimisión, horas después de la renuncia de todo su Gobierno, incapaz de controlar el caos social y político en que está sumido el país desde hace 48 horas. Al menos 23 personas han perdido la vida desde el miércoles pasado, la mayoría en asaltos a comercios y supermercados, repelidos con armas de fuego por sus propietarios.

Los hechos se han sucedido vertiginosamente en Argentina. Anteayer, Fernando de la Rúa decidió decretar el estado de sitio tras la convocatoria de una nueva huelga general, la octava durante su mandato, y la creciente oleada de descontento social. Las protestas arreciaron, especialmente en Buenos Aires, donde la policía reprimió violentamente una manifestación ciudadana en la Plaza de Mayo, provocando al parecer cinco muertos. A partir de ese momento, cientos de miles de argentinos se lanzaron a la calle para pedir la dimisión del Gobierno, mientras en los barrios más pobres de la capital y las grandes ciudades se producían saqueos de los establecimientos comerciales. En la madrugada de ayer, Domingo Cavallo, el superministro de Economía, presentaba su renuncia al cargo. Sus compañeros de Gabinete imitaban el ejemplo poco después. Nada de ello fue suficiente para calmar a una enardecida población, que seguía reclamando en la calle la dimisión de De la Rúa.

En un último y desesperado intento de aferrarse al poder, el presidente argentino ofreció a la oposición peronista su entrada en un Gobierno de unidad nacional, pero la negativa fue tajante.De la Rúa, sin mayoría en ninguna de las dos Cámaras y ante la amenaza de una humillante destitución por incapacidad, decidió por fin presentar su dimisión.

El recambio peronista

El cargo de presidente provisional recae ahora sobre el peronista Ramón Puerta, presidente del Senado y número dos en la jerarquía del Estado tras la dimisión del vicepresidente, Chacho Alvarez, líder del Frepaso, que optó hace unos meses por abandonar la coalición con los radicales.

Puerta, un millonario con un turbio pasado, tiene tres meses para convocar elecciones presidenciales, aunque existe también la posibilidad de que las Cámaras prorroguen su mandato. El peronismo, muy dividido, carece de candidato. Carlos Menem, salpicado por diversos escándalos, no puede presentarse por imperativo legal. Su gran ventaja es que los radicales están totalmente desprestigiados tras la desastrosa gestión del débil Fernando de la Rúa.

Los acontecimientos de estos dos últimos días reflejan la indignación de los argentinos con su política económica, que ha llevado al país al borde de la quiebra y ha colocado a millones de ciudadanos, especialmente a las clases pasivas, en una situación de miseria.En sus dos años de mandato, De la Rúa lo había intentado todo.Desde la supresión de los privilegios sindicales con José Luis Machinea al frente del Ministerio de Economía a la renegociación de la deuda interna y externa en la última etapa de Cavallo.Todas sus iniciativas no han logrado impedir el deterioro del poder adquisitivo de los argentinos y la bancarrota del país.

Ninguno de los tres ministros de Economía se atrevió a tocar la paridad del peso con dólar, decretada por el propio Cavallo hace diez años. La medida que sirvió para controlar la inflación galopante de la época de Alfonsín y para estabilizar la economía se ha convertido hoy en una pesada losa, que deteriora la competitividad de las empresas y encarece los precios. Pero ni siquiera el poderoso Cavallo se atrevió a devaluar, ya que el final de la paridad con el dólar supondría aumentar la deuda de las familias, un fuerte rebrote de la inflación y la suspensión de pagos del país.

Durante los últimos meses, el Gobierno argentino se vio obligado a utilizar los fondos de pensiones para hacer frente a las obligaciones de la deuda, recortó las subvenciones a hospitales y escuelas, congeló los depósitos bancarios y se retrasó en el pago de los sueldos a pensionistas y funcionarios, mientras los precios subían y las empresas acometían planes de ajuste.

Callejón sin salida

El Gobierno de Fernando de la Rúa se hallaba desde hace semanas en un callejón sin salida, atrapado por dos fuerzas contrapuestas que le tenían inmovilizado. De un lado, las protestas sindicales y el profundo descontento social, que le empujaban a un relajamiento de la política económica de Cavallo. De otro, las exigencias del FMI, que le presionaba para un mayor recorte del gasto público como condición para ayudarle a renegociar la deuda externa, cifrada en 130.000 milllones de dólares.

El estallido de cólera popular de estos últimos días dificulta extraordinariamente la adopción de medidas como la devaluación del peso y el saneamiento de las cuentas públicas, que agravarían a corto plazo la ya desesperada situación de la población.

Cansados de una clase política inoperante y de unos sindicatos desbordados por los acontecimientos, los argentinos exigen un cambio que ni los radicales ni los peronistas saben cómo abordar.Dice el proverbio que no se puede hacer la tortilla sin cascar los huevos. En Argentina, nadie quiere cascar los huevos. Sólo un gobernante democráticamente elegido y con un amplio consenso nacional tendrá la fuerza moral y política para restañar las heridas y acometer ese profundo cambio que necesita el país.

22 Diciembre 2001

Otra Vez, Los Peronistas

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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Argentina será llamada a las urnas el próximo 3 de marzo, según la decisión adoptada esta madrugada por los barones peronistas, tras la lamentable y bochornosa actuación del nuevo y efímero presidente, el peronista Ramón Puerta. El mismo día en que las Cámaras le nombraban sucesor de Fernando de la Rúa, Puerta pidió ser relevado del cargo cuanto antes, probablemente porque no desea quemarse políticamente en las difíciles semanas que vienen.

Hoy el Congreso y el Senado designarán un nuevo presidente, Adolfo Rodríguez Saá y establecerán oficialmente la convocatoria de las elecciones generales, como deseaba la mayoría de los peronistas.Hay, sin embargo, un sector minoritario que no quería convocar a los ciudadanos a las urnas y propugnaba que el nuevo presidente fuera designado con un mandato temporal para afrontar la crisis económica. La llamada Ley de Acefalía deja abiertas las dos posibilidades.

El hermano de Carlos Menem propuso ayer el nombramiento de un presidente hasta octubre de 2003, el final de la legislatura.Ello permitiría presentarse de nuevo al ex líder peronista, que debe esperar cuatro años para ser de nuevo candidato.

La maniobra de Menem refleja la lucha interna por el poder en el movimiento peronista, una amalgama de intereses heterogéneos y caudillismo político, trufado de una confusa ideología en la que conviven elementos que van desde la extrema derecha a un socialismo populista.

Los peronistas, que han alentado en la sombra las protestas populares de estos días y se negaron de forma irresponsable a participar en un Gobierno de unidad nacional, son los más favorecidos por la crisis que ha provocado la dimisión de Fernando de la Rúa. Y ello no sólo porque el poder ha vuelto a sus manos sino, sobre todo, porque su gran rival, la Unión Cívica Radical, es un partido desprestigiado y sin perspectivas electorales. Pero los peronistas tienen un enemigo: su propia división interna.Barones como Carlos Ruckauf, Manuel de la Sota, Eduardo Duhalde, Carlos Reutemann y, tal vez, el propio Puerta se aprestan a librar una pugna implacable para ser el candidato justicialista en las próximas elecciones.

Los peronistas, que tanto daño histórico han causado a Argentina, se presentan ahora como la solución a una crisis que han contribuido a provocar con su irresponsabilidad.