7 abril 1991

Conmoción en el CDS a un mes de las elecciones, todos los partidos políticos asumen que su retirada supone la pérdida para los centristas de su principal baza electoral

El alcalde de Madrid, Agustín Rodríguez Sahagún (CDS), anuncia por sorpresa que no se presentará a reelección

Hechos

  • El 7.04.1991 D. Agustín Rodríguez Sahagún anunció que no encabezaría la lista del CDS en las elecciones municipales de ese año por Madrid. El CDS escogió en su lugar a D. José Ramón Lasuén.

Lecturas

El 8 de abril de 1991 el alcalde de Madrid D. Agustín Rodríguez Sahagún anuncia que se retira de la política y, por tanto, que no será candidato del CDS a reelección en las elecciones municipales del 26 de mayo de 1991.

El Sr. Rodríguez Sahagún llegó a la alcaldía con un pacto con el PP y era partidario de mantener los pactos con el PP en un momento en que el presidente del CDS, el Duque D. Adolfo Suárez González impuso en el último congreso que el socio preferente del CDS sea el PSOE.

El nuevo candidato del CDS a la alcaldía de Madrid será D. José Ramón Lasuén Sancho presidente del partido en Madrid.

A juicio de los analistas si las perspectivas electorales del CDS ya eran bajas, sin el Sr. Rodríguez Sahagún sus resultados serán aún peores. Entre los beneficiados está, sin duda, el candidato del PP D. José María Álvarez del Manzano

Todos asumen que la retirada del Sr. Rodríguez Sahagún es un varapalo para el CDS:

D. José María Álvarez del Manzano (PP) – «La ausencia de Rodríguez Sahagún va a incidir negativamente para el CDS»

D. Juan Barranco – «El CDS no va a sacar suficiente número de concejales como para formar Gobierno»

D. Julio Anguita (IU) – «Su renunica supone una importante pérdida de imagen para el CDS, que se traducirá en pérdida de votos»

D. Félix López Rey (IU) – «Significa la desaparición virtual del CDS en la región. Si el CDS ya lo tenía difícil, sin Sahagún es un partido muerto.

09 Abril 1991

El sueño del cisne

Alex Grijelmo

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Agustín Rodríguez Sahagún se dirigía con vehemencia al Congreso de los Diputados: «Dígalo, señor Serra, salga en televisión y diga: ‘Estamos en la estructura militar de la OTAN’; dígalo, sin vergüenza, sin vergüenza».Sólo al escuchar las rápidas carcajadas de los diputados, que habían convertido el complemento circunstancial en un insulto, atinó a matizar: «Sin ninguna vergüenza, quiero decir».

El alcalde Rodríguez Sahagún -antes diputado, antes ministro, antes dirigente empresarial- ha despertado siempre la ternura, así en sus furibundos ataques como en su foto de campaña. Su éxito de público nace en las dulces frases del patito feo y en el fervoroso trabajo empresarial de Manolito, el otro pelopincho. Como personaje que parece salido de una tira cómica, protagoniza decenas de chistes populares, pero guarda entre sus mejores secretos de Estado la dirección de su peluquero.

Todo es simpático en él, como en el patito que quería ser un cisne: «Puede que yo no sea Gary Cooper», ha dicho, «pero sí podría ser Humphrey Bogart». Tal vez sí, en efecto, por las dotes humanas de los personajes, pero no para doblarle en la banda sonora.

Su vida de cuento infantil empezó en Ávila, en 1932, hijo de un notario republicano. Ya en Bilbao, donde se buscó la vida su padre, represaliado, el joven Agustín sufre una enfermedad cardiaca y es operado dos veces -a los 14 y los 18 años- de una estenosis mitral. Después, en otras dos ocasiones ha estado a punto de no poder convertirse en cisne: en 1967, el año en que trabajaba en la Compañía Petrolera Latinoamericana, SA, con sede en Caracas, decidió regresar a España un poco antes de lo previsto. Al día siguiente, la capital venezolana sufría un tremendo terremoto con 600 fallecidos. Su hotel quedó destrozado.

Meses después, cambió los billetes de un vuelo desde Nueva York. El avión que iba a tomar se estrelló en el océano.

Su mejor canto como cisne-alcalde ha durado dos años, un poco desafinado en los últimos cuatro meses por un régimen médico de comidas que le ha hecho olvidar sus anteriores entusiasmos gastronómicos (aunque a veces se lo salta).

Ha perdido unos kilos, pero no el sentido del humor. Esto le permite aceptar la broma de los amigos que ponen en relación ese régimen, su desenfrenado ritmo de trabajo, y el nombre de su esposa, Rosa Martínez, a quien ahora recuerdan también con su segundo apellido, Guisasola: «Es que ahora» dicen, «sólo guisa para ella».

Enseguida serán dos, porque el patito vuelve a casa.

10 Abril 1991

El centro de Madrid

EL PAÍS (Director: Agustín Rodríguez Sahagún)

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El alcalde Madrid, Agustín Rodríguez Sahagún, ha aludido a razones personales y familiares para explicar su decisión de renunciar a comparecer como candidato en las elecciones municipales de mayo. No sería dificil hallar motivos políticos capaces de explicar por sí mismos esa decisión, pero la experiencia aconseja no descartar totalmente la posibilidad de que, efectivamente, existan razones de tipo personal. Si así fuera, la decisión de Rodríguez Sahagún merecería todo el respeto, tanto del conjunto de los ciudadanos como, en particular, de sus colegas, los políticos profesionales. Las reacciones de algunos de ellos, excluyendo tajantemente tal posibilidad y aprovechando la ocasión para deslizar algunos dardos envenenados, han estado lejos de ese respeto y más bien han revelado falta de sensibilidad.Pero es cierto que no eran motivaciones políticas las que faltaban al ex ministro de Suárez para irse. Era alcalde merced al pacto suscrito hace dos años por- su grupo (el CDS) y el Partido Popular (PP) para desplazar, mediante una moción de censura, al alcal(le socialista Juan Barranco. Dicha operación se justificó por parte de la dirección del CDS en nombre de la necesidad de poner fin a la mala gestión socialista. «Sólo plantearemos mociones de censura», dijo Suárez, «allá donde así lo requiera el interés de los cludadarios; no donde ello sea aritméticamente posible, sino donde la mala gestión de los socialistas la haga imprescindible». Tales cautelas revelaban los temores del ex presidente del Gobierno a que una imagen de aliado permanente de Fraga arruinase toda posibilidael de acreditar al CDS, que acababa de calarse el gorro liberal, como fuerza de centro progresista.Pero habiendo cambiado radicalmente, desde el congreso de Torremolinos, a comienzos de 1990, la política de alianzas de su partido, Rodríguez Sahagún se habría encontrado ahora, caso de haber mantenido su candidatura, en la tesitura de tener que justificar y criticar a la vez su propia gestión al frente de] Ayuntamiento. Justificarla, para conseguir el voto de los ciudadanos, y enticarla, para argumentar la necesidad de sustituir el pacto de centro-derecha por la alianza de centroizquierda propugnada ahora por su partido.

Según algunas encuestas, Rodríguez Sahagún hubiera obtenido más votos presentándose como candidato independiente que al frente de una lista de su partido, lo cual es todo un síntoma de la pérdida de atractivo del suarismo. El CDS obtuvo en Madrid, en las municipales de 1987, el 16% de los votos, el triple de lo que ahora pronosticaban los sondeos. Fue aquél su inejor año, el mismo en el que alcanzó, en las europeas de junio, su cota máxima en el ámbito nacional: cerca de dos millones de sufragios, el 10,36% de los votos válidos. Ese ascenso coincidió con el punto más bajo del PP, en plena crisis tras la retirada de Fraga y entronización de Hernández Mancha. Pareció entonces que Suárez podría convertirse en el eje de tina, alternativa de centro-derecha; pero su errática der.iva posterior permitió al PP recuperar el espacio de] moderantismo y arrinconar de nuevo al CDS, que, en plena desbandada, se vio forzado a replegarse hacia la que había sido su vocación fundacional: la de complemento en las diversas instituciones de un PSOE sin mayoría absoluta.

El bisagrismo se basa en la amenaza siempre latente de cambiar de socio. Pero para que ello no conduzca al mero desconcierto del electorado es preciso contar con un umbral mínimo de votantes incondicionales, que el CDS, en ausencia de unas bases programáticas bien asentadas, no ha encontrado todavía. Ello favorece ciertas piruetas sorprendentes, pero no es posible que una misma persona incorpore simultáneamente papeles tan contradictorios como los que el guión exigía de Rodríguez Sahagún. El todavía alcalde de Madrid ha sido leal durante estos 21 meses a los pactos de centro-derecha; convertirle ahora en su enterrador era seguramente pedir demasiado. Y que se niegue a ello merece elogio. Sobre todo por el contraste que supone con el cinismo que domina ciertos aspectos de la política profesional.

11 Abril 1991

Sahagún se había quedado solo

Julia Navarro

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El último episodio en la lenta agonía del partido fundado por Adolfo Suárez es la historia de una soledad. Agustín Rodríguez Sahagún se había transformado en una isla y sus ideas eran consideradas «antiguas» en relación con la nueva filosofía colaboracionista con el PSOE que prima esta temporada en el CDS. A la discrepancia política se sumaba un cierta distancia personal entre el todavía alcalde de Madrid y su jefe político y amigo de tantos años, Adolfo Suárez. Desde que murió Chus Viana y se hizo con la secretaria general del partido José Ramón Caso, los veteranos de la travesía centrista, se quejan del nuevo clima que impera en la cumbre del partido. A Sahagún en concreto, acostumbrado al despacho directo con su amigo el duque, se le hacía cuesta arriba el filtro primero de José Ramón Lasúen y después del mencionado Caso, jerárquicamente situado por encima suyo en el escalafón del partido. Probablemente Sahagún siempre ha imaginado su situación en el CDS como una suerte de prelatura personal, un estado sometido únicamente a la jurisdicción de Suárez. Sin duda, títulos, amistad y servicios en el pasado no le faltan para recrear ese pequeño espejismo. Quizá le ha faltado nariz para comprender que su patrón ha cambiado y no es el mismo de antes, de la misma manera que tampoco lo es Felipe González y hay quien no se resigna a aceptarlo. Debería haberlo comprendido cuando la rebelión de Castedo y quienes con él se quedaron en minoría en el Congreso de Málaga. Nadie que vaya contra Caso obtiene eco en el oído de Suárez; está convencido de que la madera de su secretario general es la mejor que tiene para construir el barco político que necesita en esta etapa y de ahí no le sacan. Suárez está muy agradecido por la deferencia reciente de Felipe González hacia su persona y partido y ha diseñado una estrategia de aproximación a los socialistas que en la práctica se revela como incondicional. Es el PSOE quien dicta los mensajes. Por ejemplo, el que anunciaba la cerrada oposición de Juan Barranco a pactar nada en el futuro Ayuntamiento de Madrid con Agustín Rodríguez Sahagún. Otro tanto habrá puesto como condición para ir en lista Ana Tutor, caso de acuerdo con el CDS, si seguía Sahagún ella renunciaría a su acta de concejal para irse a casa. Sahagún por su parte se encontraba a gusto con el PP que le ha sostenido en la alcaldía a pesar del fuego graneado que recibían los conservadores desde el puente de mando del partido del señor Alcalde. Una situación que en cualquier caso tenía anunciada su fecha de caducidad por cuanto Alvarez del Manzano, candidato del PP a la alcaldía, tiene promesa en firme de José María Aznar de que tras las elecciones del 26 de mayo no pactará bajo ninguna circunstancia con el Centro Democrático y Social. Todas estos elementos y un razonable entorno familiar empeñado en recuperar a un hombre demasiado obsesionado con la imagen y demás vanidades que se injertan en la fama ha precipitado la renuncia de Sahagún. A la manera de Robinson Crusoe ha tardado un poco en darse cuenta de que se había quedado políticamente solo.