30 septiembre 1995

EL PAÍS critica la forma en la que anunciaron su aparición TVE, ANTENA 3 TV y la Cadena COPE

El asesinato de Anabel Segura conmociona a España y produce llamamientos a endurecer las condenas a criminales

Hechos

El 30.09.1995 apareció el cuerpo de Dña. Anabel Segura y fueron detenidas tres personas acusadas de su secuestro y asesinato.

Lecturas

LOS ASESINOS QUE SIMULARON UN SECUESTRO PARA COBRAR DINERO

Emilio Muñoz, Cándido Ortiz y Felisa García.

Emilio Muñoz y Cándido Ortiz asesinaron a Anabel Segura cuando hacía ‘footing’. Después optaron por fingir que seguía viva y mandar llamadas a sus padres para cobrarles un rescate, para lo que usaron la voz de Felisa García (esposa de Emilio Muñoz).

CRITICAN A LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN

 Como es habitual en los casos de célebres crímenes se acusó a los programas de televisión y, en especial a «¿Quién Sabe Donde?» del Sr. Paco Lobatón, de TVE y a «Se Busca» del Sr. José Antonio Gavira de ANTENA 3 TV de exponer con demasiado detalle sucesos del crimen, en especial en sus programas especiales del viernes 29 al aparecer el cadáver.

 En radio se criticó a la Cadena COPE y en especial a su comentarista D. Pablo Sebastián, que aprovechara el momento en que se informaba de la muerte de Dña. Anabel Segura, para cargar contra el Gobierno y el PSOE de los que el Sr. Sebastián era firme detractor.

 

30 Septiembre 1995

Anabel ya no estaba

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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EL SECUESTRO más largo ha resultado el más corto. La peor hipótesis era desde hace tiempo la más probable, pero la esperanza de la familia y amigos de Anabel Segura mantenía viva la llama; sobre todo desde que la casi milagrosa reaparición de la farmacéutica de Olot, Maria Ángels Feliu, a los 16 meses de su desaparición, hubiera demostrado que la conducta de los secuestradores no siempre es predecible, y que algunas veces lo irremediable no acontece.No ha sido el caso. Los captores de Anabel Segura, que ni siquiera sabían a quien secuestraban, la asesinaron la misma tarde que se la llevaron. Al parecer, según han confesado a la policía, porque carecían de medios para retenerla y temían que ella pudiera delatarlos si la soltaban. Al exigir un rescate a cambio de la vida de alguien a quien ya se la habían quitado, y mantener la ficción durante meses y años a despecho del dolor de los allegados a la víctima, los secuestradores demostraron una crueldad fuera de lo común. Por eso ha sorprendido su identidad: personas corrientes, que vivían entre sus vecinos sin que nada delatara una especial violencia o maldad.

Por eso, en medio de la tragedia, resulta encomiable la tenacidad policial que ha llevado a detener a los autores y digno de resaltar que ello haya sido posible merced a la colaboración de ciudadanos solidarios con la angustia de una familia a cuyo dolor. nos sumamos. La indignación que ha producido el hecho dignifica a la sociedad española tanto como la colaboración ciudadana y la solidaridad mostrada a los familiares de la víctima. Pero la ira no es buena consejera para reformas legales o políticas que algunos se han apresurado a exigir. Pedir justicia es inexcusable. Agitar pasiones de venganza en momentos de tanto dolor es detestable y peligroso.

30 Septiembre 1995

Anabel Segura: Se ha hecho posible

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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El drama ha emocionado a toda España. Pocas veces en este país una desgracia personal ha conmovido a tanta gente, y pocas veces tanta gente ha mostrado un tan vivo interés porque esa desgracia acabara cuanto antes. Lamentablemente ha sido imposible. En realidad, era imposible desde el principio: la pobre Anabel Segura fue asesinada a las pocas horas de su secuestro.

La Policía ha hecho lo único que estaba en su mano: encontrar a los asesinos. Lo cual no era en absoluto fácil. Apenas había pistas: unas voces impostadas, un murmullo de fondo en las cintas grabadas… Pero, gracias al progreso de la investigación científica -y gracias también a la colaboración ciudadana-, eso ha sido suficiente para localizar a los asesinos.

La conmoción social producida por la amarga noticia de la muerte y por el macabro hallazgo del cadáver ha estado a la altura del enorme interés colectivo anterior. Un buen número de ciudadanos se pregunta -radios y televisiones lo constataron ayer más que fehacientemente- si las penas de prisión que la Justicia acabará imponiendo a los autores serán suficientes para castigar su horrendo crimen. Y no faltan tampoco los que aprovechan para reclamar que se restaure la pena de muerte.

Al calor de esas reacciones, comprensibles por emocionales, algunos políticos del PP y el PSOE -Isabel Tocino y Cristina Alberdi, por ejemplo- insistieron ayer en la tesis de que los reos de ciertos delitos deberían cumplir sus condenas íntegramente. Tuvo razón el presidente del Gobierno, Felipe González, en la respuesta que les dio: si lo que dicen no es demagogia circunstancial, si responde a un criterio de fondo y no a un mero intento de nadar a favor de la corriente, lo que deberían hacer es proponer que se reforme la Constitución. Porque es ella la que dictamina que puede haber en todos los casos redención de condena.

Es un problema de filosofía general. De decidir si las condenas de los tribunales han de servir para que la sociedad se cobre venganza por los males causados por los delincuentes, conforme a la vieja y recurrente ley del Talión, o si las penas privativas de la libertad «estarán orientadas hacia la reeducación y reinserción social» de los reclusos, como establece la Constitución Española.

A veces no es fácil, en momentos en que el horror y la indignación nos dominan a todos, lograr que la razón se imponga a las vísceras revueltas. El deseo de venganza está sólidamente enraizado en el alma humana. Pero no precisamente en su parte más constructiva. La experiencia ha puesto en evidencia por activa y pasiva que el eterno «castigo ejemplarizante» no sirve realmente de ejemplo. Lo que sí es ejemplar -y disuasorio- es la demostración palpable de que la Policía es capaz de perseguir y atrapar al criminal. Ese ha sido el único aspecto positivo de toda esta patética historia.

30 Septiembre 1995

Anabel Segura

Pablo Sebastián

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El crimen de Anabel Segura ha roto el ritmo infernal del debate político y su trastienda delictiva y judicial y ha sumido a una gran mayoría de españoles en la sensación de rabia e impotencia que produce tan despiadado asesinato, que la Policía -a pesar del caos de Interior- pudo resolver de manera brillante, gracias a la colaboración ciudadana y a su tesón. El crimen de Anabel, frío y despiadado, nos trae otra vez la imagen de una España negra que nunca se rinde y ensombrece, más si cabe, el enrarecido aire que se respira en toda la nación.

Crímenes del «lumpen», aprendices de gángsters que quisieron hacer, como se ve en la televisión o en la vida misma, dinero rápido. Drogadictos a la desesperada que toman un bar con rehenes para conseguir una dosis de heroína, bandas de jóvenes violentos que atemorizan las calles de Euskadi, o persiguen a los emigrantes de color, o que tiran piedras y huevos contra los políticos, en Barcelona o en Madrid. El crónico e irracional terrorismo de ETA que no cesa con el secuestro interminable de José María Aldaya; y el otro terrorismo, de Estado, que no acaba en el largo proceso judicial porque el primer responsable de los GAL, Felipe González, se niega a asumir la parte que le corresponde y continúa negando todo desde la mayor impunidad.

Con un Roldán, director general de la Guardia Civil, preso por ladrón; un ex director general de la Seguridad del Estado, Sancristóbal, confeso de pertenecer a banda armada; el ex secretario de la Seguridad del Estado, Vera, procesado por terrorismo y malversación; un teniente general como Manglano, ex jefe de los servicios secretos y asesor del ministro de Defensa, inculpado como responsable de escuchas ilegales y cómplice de los GAL; un general, Galindo, acusado de no pocos horrores; y mandos y altos funcionarios de la Policía, la Guardia Civil y el CESID -Llaneras, Planchuelo, Alvarez, Perote, etc.-, inculpados igual por los crímenes de los GAL, escuchas ilegales, corrupción y malversación.

Con esta tropa y panorámica de los ministerios de Defensa e Interior resulta difícil pensar en que los ciudadanos tengan fe en las fuerzas de Orden Público y de Seguridad.

Y no digamos si miramos la galería de retratos de hombres ilustres del felipismo pasados por las carteras de Defensa e Interior. El ex ministro Barrionuevo, acusado de malversación y terrorismo con los GAL; otro ex ministro, Corcuera, responsable de malversación y encubridor de los GAL; otro ex ministro de Interior, Asunción, que no sabe dónde están los fondos reservados que tenía bajo su custodia, ni las cartas del Roldán que se le escapó en sus narices, y el actual ministro de Interior, Belloch, que miente en la caza de Roldán, hace de chófer y negociador del presunto delincuente Mario Conde y aparece como aliado y posible encubridor de toda la trama de los GAL; un ex vicepresidente del Gobierno, Serra, responsable de escuchas telefónicas y de los papeles de los GAL y del CESID; y un presidente del Gobierno, González, sospechoso de ser el jefe de la banda y ya inculpado por Garzón.

La lista de ministros y altos cargos implicados en crímenes, robo, corrupción y prevaricación no puede ser ni más selecta ni mayor. Es la estampa viva del felipismo (a la que habría que añadir los pájaros de guante blanco de Ibercorp, Filesa, Seat, Banesto, fondos FAD, etc.). Todo un mal ejemplo para los delincuentes comunes y las fuerzas de Seguridad. Si esto pasa en los despachos del Gobierno ¿qué no pasará en los bajos fondos de la sociedad? El secuestro de Anabel Segura es un acto criminal de unos desalmados que quisieron jugar a terroristas de secuestro y nuevos ricos de pelotazo con la recompensa que pensaban obtener. Si desde el Gobierno se roba, se mata y se corrompe, muchos delincuentes pensarán que ellos, a su brutal manera, deben hacerlo también.

01 Octubre 1995

Manipulación y demagogia

Ignacio Carrión

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Las técnicas avanzadas de la polícia alemana – repitió en todas partes el portavoz de la policía española – permitieron que al cabo de dos años y medio de haberse perpetrado un crimen en nuestro país fuera posible la identificación de los presuntos asesinos de Anabel Segura. Éste es, a primera vista, el éxito primordial de la operación, es decir, la ayuda científica alemana.

Lo demás ha sido coser y cantar – sobre todo esto último al producirse el desenlace – en sesiones intensivas de elogios mutuos, intercambiados sin ningún rubor entre la policía española y los medios de comunicación. Un enfoque como éste desvela nuestra tendencia natural no solo a conformarnos con lo que queda sino. además y sobre todo, a explotarlo publicitariamente al máximo. Sin embargo no conviene olvidar que la identificación de la voz tuvo un amo extranjero al que nuestra Policía judicial no hizo más que servir. En otras palabras: el caso Anabel habría seguido probablemente sin solución por tiempo indefinido, igual que otros muchos, sepultado primero por la desidia y luego por nuestros propios excesos de retórica y sensacionalismo.

El viernes 29 fue el día tenso que desató el sensacionalismo barato, la manipulación informativa y la demagogia más fácil. Por fin, debieron pensar algunos comentaristas pulsionales, ya tenemos sangre fresca para cocer nuestro guiso particular, ocultando que su guiso no es más que un refrito, y que en este lamentable caso de Anabel la sangre ya estaba desde hacia mucho tiempo coagulada. Pero aquí todo vale. Lo que no mata engorda.

Volvía yo de Nueva York donde por cierto la pena de muerte acaba de introducirse, cuando en el taxi que me condujo del aeropuerto a casa escuché al vibrante Pablo Sebastián en la cadena COPE relatando los horrores de nuestro país. Sebastián ataba el hilo de un crimen del que no es responsable Felipe González, con su morcilla política particular, sin desaprovechar la oportunidad que le brinda la cadena eclesiástica para llamar delincuentes en libertad a nuestros gobernantes. Yo llevaba tiempo en la mano el último ejemplar del semanario THE NEW YORKER en una d cuyas páginas aparece un dibujo humorístico con una pancarta desplegada en un acceso a Nueva York, donde se lee: «¡Bienvenidos a nuestro Estado! ¡Ahora tenemos la pena capital!

Por si con Sebastián no hubieramos tenido bastante por la tarde del mismo día doña Encarna agitó a sus seguidores del a misma COPE pidiendo que la sangre de los asesinos lave la sangre de la víctima. Todo ello con ese estilo suyo a la vez indignado y lacrimógeno, apto tanto para las añoranzas de la pena de muerte como para las alabanzas de los productos de limpieza de cutis.

En el informativo de ANTENA 3 TELEVISIÓN, Pedro Piqueras, un presentador sobrio y moderado, anunció la imagen del presunto asesino de Anabel Segura omitendo el calificativo ‘presunto’ y anticipándose así al fallo del tribunal.

Cuando se produjo por citar un sólo ejemplo la detención del muy temido destripador de York, en el Reino Unido, nadie aludió a él en esos términos y en ese momento ni siquiera la prensa amarilla a la que entre nosotros se critica tanto. Es evidente que mientras un ciudadano no haya sido declarado culpable de un crimen nadie puede ni debe resferirse a él como asesino. Pero esto se ha olvidado aquí.

Al margen de los espacios de noticias, la oferta televisiva del suceso mantuvo su habtiual tónica sensacionalista cuando no irritante o hasta irrisoria. José Anotnio Gaviaria (‘Se Busca’) arrancó el programa itnerrogando al señor Herrero, portavoz de la policía a quien apremió para que facilitara detalles sobre la violación de la víctima, como si el guión del programa no tuviera bastante con un simple asesinato sin el complemento morboso de otro. Era como decirnos: «¡Lástima que no hubo abuso sexual!».

Viendo ‘Se Busca’, un Lobatón sin bigote, me preguntaba si lo que realmente busca ‘Se Busca’ es un buen guionista o un presentador que no aparezca tieso como un ‘guaperas’ o como un paraguas en la barra de bar con fondo sonoro de una mala película de miedo y misterio.

01 Octubre 1995

Crimen y castigo

Eduardo Haro Tecglen

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Sobre el drama esán la histeria, la neurosis, el morbo, lo rechazaban las tertulias de ONDA CERO y de la SER. Se adherían a Felipe González, que hablaba con sensatez, nadie se justifique para pedir que las condenas se cumplan en su totalidad, porqe la Constitución tiene otras previsiones. Ramalazos de las dos tendencias eternas: una izquierda blanda, comprensiva, suave, y una derecha que pide ‘que se pudran en la cárcel’ (Isabel Tocino, PP). Los padres de la víctima, la hermana, están llenos de serenidad y entereza. No excitan a nadie a la venganza. Muchas voces del pueblo piden la muerte. En los últimos años, el pueblo responde con esa fuerza al horror del crimen: Alcasser, Anabel. No es un ueblo piadoso, no es un pueblo con la cultura de izquierda.

Por eso me da miedo el jurado. Un compañero muy querido – Bonifacio de la Cuadra – me hablaba de él con convicción y me la querría transmitir recordándome que era una vieja aspiración de la República. Había otro pueblo en la República, otra cultura. Y otra de la vida y de la muerte. Y la idea que en las penas de muerte y las condenas duras siempre era el pobre el que resultaba la víctima, como se puede decir ahora que la estadística señala al negro en Estados Unidos o al gitano en España. Ahora hay un sentido del a seguridad exacerbado. Y de la conservación del a vida. El pueblo se va haciendo no fumador, no bebedor, como si esto de vivir fuera una cosa del Guinness, que es el libro que hoy representa la nueva religión monoteista.

Castigo y reducción forman parte de un solo sistema: una vez juzgado, un preso es igual a otro, más allá de su delito. Es un habitante del a penosísisma y horrible cárcel, que hoy está convencida de un crimen de Estado por sus condiciones (un 25% de SIDA en los reclusos). No es más doloroso el terrorista, el traficante de droga, las bestias que mataron a Anabel o el banquero felón o el militar traidor con los secretos de Estado: les debe diferenciar un cumplimiento. El código forma parte de un sistema de reducciones o de aumentos, de cumplimientos, de reducciones de pena. El asco de un delito peculiar no nos debe llevar a la exageración de lo que una sociedad muy represiva ha establecido ya.

03 Octubre 1995

Justicia o venganza

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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ANTE CASOS de crímenes tan atroces como el de Anabel Segura, la exigencia de justicia tiende a confundirse fácilmente con la venganza y con la ley del talión de las sociedades bárbaras. Pero, desechada con fuerza esa reacción inmediata e impulsiva, impropia de una sociedad civilizada y de un Estado de derecho en el que nadie es culpable mientras no lo decida un tribunal de justicia mediante un proceso con todas las garantías, tiene sentido preguntarse sobre el trato que el sistema penal otorga a los desalmados -ya convictos- que secuestran y asesinan, violan, destrozan cuerpos en atentados terroristas o destruyen a jóvenes y a familias enteras con el criminal comercio de la droga.El sistema penal y penitenciario vigente se caracteriza, entre otras cosas, por establecer penas teóricamente elevadas, absolutamente desproporcionadas en algunos delitos, pero que reduce después sustancialmente de manera harto mecánica y sin relación alguna, en muchos casos, con el objetivo de reinserción social ni la personalidad del potencial beneficiario de la medida. Y ello como consecuencia de seguir manteniendo la reducción de penas por el trabajo introducida en el Código Penal en 1944 como forma de amortiguar los efectos de las elevadas condenas que tienen aún su origen en la represión que siguió a la guerra civil. Tampoco diferencia suficientemente el tratamiento de determinadas conductas delictivas -ciertos homicidios, violaciones y, en general, delitos contra menores, que, además de ser objeto de la ley penal, pueden serlo más de la medicina psiquiátrica. No se puede aplicar sin más a este tipo de delincuentes el sistema general penitenciario, sino otro más especializado, vinculado a la naturaleza del delito.

Tienen sentido las preguntas que se hacen al respecto desde la calle, sobre todo cuando cobran actualidad por trágicos y alarmantes fallos del sistema. Pero las respuesta no puede surgir desde la ira y el dolor que suscitan crímenes como el de Anabel Segura. Sacar en este momento, como han hecho algunos dirigentes del Partido Popular (PP), la bandera -por lo demás confusa- del cumplimiento íntegro de las penas no deja de ser un ejercicio de demagogia y mal gusto. Sobre todo cuando existe en el Senado un debate sobre el nuevo Código Penal, donde el tema puede y debe ser abordado con el rigor requerido.

Si con el cumplimiento íntegro de las penas los dirigentes del PP pretenden negar a determinados delincuentes la posibilidad de reinsertarse, tienen razón quienes afirman que ello exigiría la reforma de la Constitución. Si es eso lo que quieren, deberían decirlo claramente. Porque con la Constitución en la mano no cabe establecer una forma de cumplimento de penas que impida toda posibilidad de reinserción social. Si lo que pretenden es que las penas sean proporcionadas a la gravedad del delito, que se cumplan sustancialmente y que en los delitos más graves -terrorismo, narcotráfico, violación, asesinato- se endurezcan las condiciones de acceso a los beneficios penitenciarios, la posición es defendible. De hecho, es la que han plasmado el resto de fuerzas políticas en la redacción del nuevo Código Penal, pendiente de tramitación en el Senado.

El nuevo Código Penal es tributario, como no podía ser de otro modo, de la enorme inquietud social generada por ese tipo de delincuencia. También es fruto de una meritoria labor de consenso parlamentario. El PP ha asumido muchas de las posturas de los restantes grupos y éstos han acercado las suyas a la del PP sobre el cumplimiento de las penas hasta el límite de lo constitucionalmente admisible. Ir más allá sería convertir el sistema penal en un instrumento de venganza social, impropio de un ordenamiento legal democrático.