16 enero 1999

En principio el liderazgo del nuevo banco estará repartido entre Botín, Amusátegui y Corcóstegui

El Banco Santander absorbe al Banco Central Hispano y logra el liderazgo absoluto de la banca en España

Hechos

En enero de 1999 los presidentes del Banco Santander, D. Emilio Botín y del Banco Central Hispano, D. José María Amusátegui, presentaron el nuevo Banco Santander Central Hispano (BSCH) nacido de la fusión de ambas entidades.

Lecturas

El 15 de enero de 1999 se anuncia la fusión entre el Banco Santander y el Banco Central Hispano. Oficialmente se presenta la fusión como una unión de los dos bancos entre iguales, creando el Banco Santander Central Hispano (BSCH), que tendrá dos copresidentes Emilio Botín-Sanz de Sautuola García de los Ríos (procedente del Banco Santander) y D. José María Amusátegui de la Cierva (procedente del BCH) y como consejero delegado estará D. Ángel Corcóstegui Guraya (también procedente del BCH).

La fusión es delicada dado que sectores del BCH creen que detrás del anuncio de ‘fusión’, Emilio Botín-Sanz de Sautuola García de los Ríos planea que sea una absorción del BCH por el Banco Santander en la que él acabe con el control de todo.

¿FUSIÓN?

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Oficialmente el Banco Santander y el Banco Central Hispano se fusionaban en un nuevo banco, que se llamaría Banco Santander Central Hispano, cuyas siglas serían BSCH o SCH. Sin embargo pronto sería un vox populi que no era, ni mucho menos, una fusión a partes igual, sino una absorción del Central Hispano por el Santander, de echo, aunque el nuevo banco se denominara BSCH, popularmente seguiría siendo identificado como ‘Banco Santander’.

LOS PESOS PESADOS DEL NUEVO BANCO:

angel_corcostegui D. Ángel Corcóstegui será el Consejero Delegado del nuevo Banco Santander Central Hispano

  • – D. Emilio Botín (Presidente)
  • – D. José María Amusátegui (Presidente)
  • – D. Ángel Corcóstegui (Consejero Delegado)
  • – Dña. Ana Patricia Botín (Directora General de Banca)
  • – D. Matías R. Inciarte
  • – D. Jaime Botín
  • – D. Santiago Foncillas
  • – D. Francisco Luzón
  • – D. Alfredo Saenz

16 Enero 1999

Paso al frente

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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La fusión del Banco Santander y el BCH es la primera respuesta de la banca española a la integración en el área del euro. Una respuesta obligada si el sistema financiero español quiere jugar en la primera división bancaria europea y se acepta la evidencia de que existe una relación directa entre el ámbito económico en el que se opera y el tamaño de los bancos que deben prestar servicios en dicho ámbito. La cadena de concentraciones bancarias en Estados Unidos o la unión intercontinental Deutsche Bank-Bankers Trust demuestran que la lógica de las fusiones es imparable. La operación anunciada ayer por Emilio Botín y José María Amusátegui, que en realidad es una absorción del BCH por parte del Santander, responde a esa lógica. El nuevo Banco Santander Central Hispano, con unos activos de 39 billones de pesetas, 6.400 oficinas en España y 2.000 en el exterior y 106.000 empleos, será el décimo banco europeo por volumen de activos y el primer grupo financiero en América Latina. Esas posiciones le convierten en el gran banco español de referencia en Europa. La fusión de Santander y BCH no era la favorita de los analistas; muy pocos hubieran apostado por ella. Aun así, debe ser considerada como un avance para el sistema financiero. Más allá del debate sobre complementariedad o no de los bancos que se integran, lo cierto es que el éxito de las fusiones depende en buena medida del acierto con que se gestiona el periodo de integración, que es siempre complejo y lleno de dificultades. La historia reciente de las fusiones bancarias españolas ha demostrado que cuando las operaciones de concentración se han gestionado con criterios profesionales, se han obtenido éxitos notables, como en el caso del BBV y el BCH. La del Santander y BCH llegará a buen puerto si sus responsables son capaces de resolver algunos problemas serios, como la integración de los equipos y la reordenación de las oficinas. Como efecto social directo, conviene recordar que una de las consecuencias inevitables de una fusión es la reducción del empleo; pero, ya que es prácticamente segura, hay que pedir a los gestores de la nueva entidad financiera que se aplique de forma pactada con los sindicatos. Desde un punto de vista estrictamente financiero, la fusión de ambos bancos resuelve de golpe varios problemas. Uno de ellos, quizá el más importante, es el papel del BCH, un banco de gran tamaño que difícilmente podía tomar la iniciativa de fusión con otra entidad más pequeña y que corría el riesgo de permanecer aislado en un mercado dominado de forma creciente e intensa por dos megabancos, el BBV y el Santander. Además, el paso adelante de Botín y Amusátegui, apoyado por el Gobierno y el Banco de España, rompe la inercia actual y constituye un acicate para que el otro gran grupo, el BBV, responda al desafío del tamaño que ya está sobre el tapete. Así que éste es probablemente el primer paso de una segunda oleada de fusiones en España, cuyo dibujo final pautado parece consistir en el dominio del mercado por parte de dos grandes grupos. La lógica de las fusiones bancarias no debe ser admitida sin contrapartidas. Su primera consecuencia es la concentración de poder; por lo tanto, sus efectos sobre el mercado y sobre la sociedad deben equilibrarse con una mayor atención de las autoridades económicas para que los derechos de los usuarios y la calidad de los servicios no sean atropellados por posiciones de dominio. Y el regulador debe prestar atención exquisita al nuevo mapa empresarial e industrial resultante de la unión, particularmente en lo que respecta a sectores estratégicos, como el de telecomunicaciones, donde deben despejarse dudas sobre inversiones del banco fusionado en empresas competidoras; o en ámbitos más sensibles a los problemas que plantea la concentración de poder, como el de medios de comunicación. Si los equilibrios sustanciales del nuevo gran banco con los consumidores y con las reglas del juego empresarial no se respetan, la fusión del Santander y el BCH podrá ser un éxito financiero, pero no se traducirá en ventajas para los ciudadanos.

16 Enero 1999

Botín / Amusátegui

Luis María Anson

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Ni un solo sabueso del periodismo económico ha sido capaz de olfatear a tiempo el rastro de la gran fusión nuclear. Botín y Amusátegui han demostrado disponer de equipos cautelosos y silentes. La desodorizacíon del acuerdo, transitado durante meses, se ha hecho a conciencia y sin dejar huellas. Suele decirle que un economista es un experto que sabrá mañana por qué las cosas que predijo ayer no han sucedido hoy. Botín y Amusátegui están por encima de eso. Pertenecen a la raza de banqueros en la que el instinto es racionalidad.  Así, la decisión del instinto es la misma que la de la razón. Reunir en una sola entidad al Banco Central, al Banco Hispanoamericano, al Banco de Santander y en cierta forma, al Banco Español de Crédito, es decir a cuatro de los antiguos siete grandes, es una bendición para la economía española que debe competir en Europa y América con la musculatura financiera suficientemente desarrollada. Un diez para Emilio Botín, un diez para José María Amusátegui, un diez para sus equipos, sobre todo para Ángel Corcóstegui, para Matías Rodríguez Inciarte. Atención, por cierto, a Corcóstegui. No hay quien le pare. No se peuden hacer mejor las cosas como él las hace. El órdago lanzado y ganado por Botín/Amusátegui supone una conmoción también para la economía de la Unión Europea y para la iberoamericana. Se decía de Emilio Botón padre que, al morir, se fue derechito al cielo porque en su haber sólo tenía buenas acciones. Las malas se las había colocado a sus competidores. De Botín / Amusátegui se pueden afirmar lo mismo. Sus acciones subirán en el futuro hasta el cielo. Han demostrado inteligencia, flexibilidad, sagacidad y cautela. Han renovado a tiempo sus empresas. Han sabido ser los más duros competidores de ellos mismos. Y han acertado de pleno.

22 Enero 1999

Fusión

Juan José Millás

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Cuesta imaginar al Santander y al Central Hispano fornicando, sea en la postura del infiel o en la del misionero. Espero que el National Geographic dedique un monográfico a este apareamiento brutal, de duración todavía indeterminada. Una vez vi en la tele la cópula entre dos elefantes de distinto sexo y tardaban horas en acoplar sus moles. Entretanto, gemían con una desesperación tal que la selva se quedaba absurda, como un domingo por la tarde. Pero no es preciso irse tan lejos: a un par de adolescentes delgados les puede llevar lo suyo ensamblar las diferencias.Por lo visto, los dos bancos habían estado manoseándose durante meses los recursos humanos, las estrategias comerciales, las divisiones de patrocinio y las glándulas económico-financieras. Y al tocarse con la delicadeza característica del mundo animal éstos y otros órganos todavía más recónditos, gemían como dos armarios de tres cuerpos en celo. El Central, al alcanzar el clímax, tenía duros, como piedras, los efectivos de caja, mientras que al Santander se le humedeció de gusto toda la contabilidad digital. Aun así, no dejaron de decirse cochinadas a propósito de nuestros créditos hipotecarios, cartillas de ahorro y otras vesículas que hemos aportado a la unión. Cuando el mugido de placer llegó a la prensa, nos quedamos atónitos, como un grupo de roedores presenciando el apareamiento de dos rinocerontes.

Hemos observado, conteniendo el aliento, el abrazo de Botín y Amusátegui, y se notaba que sólo se quieren por su dinero (que, curiosamente, es el nuestro). Da lástima que estímulos tan bajos sirvan para crear uniones más duraderas que el amor. Dos jóvenes se besan en la esquina de mi calle y no saben los pobres dónde meter las manos, como si temieran tocarse la cuenta corriente en lugar del corazón.

18 Enero 1999

Una machada

Fernando González Urbaneja

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Banesto más Santander, más Hispano Americano, dan como resultado algo superlativo, un bancazo, un bancón, un bancarrón. Del nuevo engendro lo más llamativo es el tamaño. Quizá sea el banco del mundo con mayor dimensión relativa respecto a la base económica sobre la que opera. Pero lo grande tiene ahora buena prensa, esta dem oda, parece patrimonio de audaces. Además alienta nuevas aventuras, émulos decididos a llegar más lejos. En las Bolsas ya se cotiza otra fusión: que otro de los grandes bancos, suma de dos (B+V) añada una nueva muesca, otra letra al logotipo, ahora que se estilan los nombres hechos con siglas, abundantes en consonantes. Si no lo hace – y pronto – oirá comentarios bravos: “No tiene lo que hay que tener”. Así que vamos de ostentación por el tamaño.

Allá por los primeros setenta un joven banquero del Banco Bilbao (entonces e 4º banco por tamaño) llamado José Ángel Sánchez Asiaín (equivalente al Ángel Corcóstegui de ahora) alborotó el sector con nuevas políticas comerciales que alentaban la captación de pasivo: inició la venta de tarjetas de crédito, implantó cajeros automáticos, intentó incluso montar un banco de la mujer. Descubrió que las nuevas clases medias eran clientes potenciales y que no había que dejarlos para las cajas de ahorro. Los banqueros de postín de entonces, los que mandaba en Banesto, Central e Hispano, escépticos, respondieron a tales modernidades de profesor y, para gastar poco, de mutuo acuerdo, crearon una filial denominada 4B (cuatro bancos, los tres grandes y un amigo, Emilio Botín, dueño del Banco Santander, 6º por tamaño) a la que encomendaron comprar máquinas para hacer banca electrónica.

Pasado un cuarto de siglo, aquellos 4 blancos, casi el 40% del sistema financiero de entonces (incluidas cajas), son uno sólo y poco más del 20% del sistema. Ejemplo de darwinismo societario, de eliminación de especies maduras por nuevos jugadores que asumen, reducido, lo acumulado.

Mediados los ochenta, Luis Valls, que se codeaba con los grandes, aunque era el 7º, cuando se desató la fiebre de fusiones, alentadas por el Gobierno socialista, dijo (se entendió como boutade) que a la fusión de los bancos vascos se podía responder con otra de los cuatro madrileños: “Sólo falta que el Ejecutivo lo ordene”. Nadie se atrevió a tanto. Ahora, la fusión madrileña se consuma con un cambio: en vez del Popular de Valls, el protagonista (y principal) es el Santander de Botín, que añade otra sede social en el elegante paseo de Pereda de Santander, a la macrosede central de ocho edificios madrileños contiguos de primeros de siglo, construidos para gestionar dinero y con fachadas a las calles Alcalá, Sevilla, Carrera de San Jerónimo y plaza de Canalejas.

Antonio Basagoiti, el indiano fundador del Hispano que mandó construir su sede histórica en la plaza de Canalejas, y Pablo Garnica, político de la Restauración (fue ministro de Abastecimientos y de Gracia y Justicia en los años diez), que hizo líder al Bnaesto y gobernó el banco desde esquina brava y triangular de las calles Alcalá y Sevilla, pared con pared con el Hispano, quedarían estupefactos si un vidente les hubiera anunciado que un tal Botín, de Santander, sería su sucesor a fin de siglo. Y qué decir de Ignacio Villalonga, otro político (republicano) que construyó e hizo grande el Banco Central a partir del año cuarenta.

Pero estas historias sólo sirven para la nostalgia reaccionaria. Lo cierto es que en la banca española ha nacido un Frankenstein de cuatro consonantes, con más de seis mil oficinas en España, tres macrosistemas informáticos redundantes y disímiles, 50.000 empleados semidesconcertados en activo (y miles de jubilados) en España, otros tantos en el exterior, y un montón creciente de ex consejeros y ex altos directivos (y los que están en puertas) a los que atender y contentar.

La fusión, al margen de la épica, se explica por la necesidad de ajustar costes, de corregir sobredimensión. Por eso, en el Banco de España están aliviados. Además cuentan las oportunidades que proporciona la dimensión y el liderazgo, y las exigencias del euro, los consiguientes estrechamientos de márgenes, estabilidad de precios, tipos de interés mínimos y la globalización y especialización del negocio financiero. Para sobrevivir hay que ser muy eficientes o muy grandes o ambas cosas a la vez.

El acuerdo para crear el banco de las consonantes, el BSCH, tiene a su favor la oportunidad y la confluencia de las necesidades. Los dos grupos que se casan huyen de sus propios demonios: el BCH de una insuficiente rentabilidad y de la fatiga de dos décadas de ajuste y reestructuración inclementes, impuestos por su previa y crónica elefantiasis. El Santander huye de un crecimiento acelerado durante diez años, basado en hábiles o afortunadas operaciones financieras, y de una insuficiente sedimentación; padece debilidades tecnológicas, desequilibrios en la composición de su balance y flujos; exceso de riesgo y bisoñez en sus apuestas inversoras. Y por todo ello, y por audacia, busca el tamaño como bálsamo y vacuna contra heridas o debilidades.

Lo que han hecho o tolerado Botín y José María Amusátegui, dos prejubilables por edad y trayectoria, dos emotivos abuelos, es una machada. Seguramente les saldrá bien, entre otras cosas porque nunca sabremos cuál hubiera sido su suerte de haber seguido su propio camino sin boda. A su favor tienen la moda, la corriente, y también un enorme poder, quizá desmesurado. Asombra que el anuncio de la fusión apenas ha alentado o tolerado una crítica; los elogios son abrumadores, universales, desmedidos, producen bochorno. Los cortesanos no tienen límite ni pudor.

El acontecimiento se coció y consumó en pocas horas: “Nos quitamos la palabra”, dijo Amusátegui. Ambas casas se conocen más que suficiente y el único escollo era la confianza mutua entre sus máximos dirigentes. Concluido el debate sobre qué hay de lo mío, la decisión era fácil. A favor ha jugado la complementariedad de dos coetáneos experimentados y desiguales, Emilio Botín (64 años) y José María Amusátegui (66), y la fortuna de contar con un catalizador de 47 años, Ángel Corcóstegui, encumbrado ahora como el protobanquero del nuevo siglo, con una poco común mezcla de finura, prudencia, modestia, suavidad y talento. Sin olvidar a Matias Rodríguez Inciarte, propenso a lo normal, a lo discreto, lo lógico y lo correcto, un magnífico alentador decidido a no estorbar ni enredar.

Así que estamos estamos ante una fusión en la que los aparentes perdedores carecen de causa legítima, en la que nada es paritario pero lo parece y donde todo destila buen humor. La conferencia de prensa de la tarde del viernes fue un excepcional ejercicio de pericia en la comunicación, con una mezcla insólita de descaro, simplicidad, naturalidad, espontaneidad, buen rollo y cooperación. Tres tenores conjuntados, complementarios y encantados por su audacia.

El nuevo banco nace deforme: demasiadas oficinas y empleados en España; exceso de máquinas inútiles y de inmuebles innecesarios; filiales redundantes; servicios centrales repetidos y costosos; prodigalidad de despachos, flotas (sobra un avión), cuadros, fundaciones, protegidos, amigos… incompatibilidad de socios y de accionistas. En resumen, un montón de problemas por resolver y también de oportunidades por concretar.

Amusátegui debe sentirse feliz: de recién llegado transeúnte pasa a ser personaje clave que deja huella imporrable en la banca: “Pepe el fusionador”

Botín puede rendir cuentas a sus hijos: os cedo más de lo que recibí (que fue mucho), pero tendrá que acostumbrarse a mandar menos, a contener impulsos, a dar más explicaciones, a tolerar.

Corcóstegui tendrá que extremar cautela y resistencia al halago: mano de acero, guante de seda y terciopelo. Es el banquero del siglo XXI, al que sobran tiempo, experiencias, sentido del riesgo y trabajo de calderas. Sobrevivir a sus dos copresidentes parece hercúleo.

La nube de consejeros de ambas casas tendrá que sfurir la selección natural: quedarán los grandes accionistas, el portugués Jardim (el 1º), los Generali y Commerzbank (los estables), algunos jóvenes empresarios con credenciales (Ballvé, Hinojosa, Masaveu), los segundos accionistas (cinco Botín – 4 en la ejecutiva – ¿qué temen?), los amigos de familia (Foncillas, Asúa), independientes de prestigio (Manuel Soto…), ejecutivos experimentados (Alfredo Sáenz, Francisco Luzón, Antonio Escámez…).

Entre los ejecutivos la selección será inclemente, hay menos sillas que traseros. Todos serán compensados pero con inimaginables frustraciones: una lotería.

Tiempo para jóvenes, nacidos más acá del cincuenta, pasados por el exterior y con carrera por delante. Gana el darwinismo impecable.

Fernando González Urbaneja

16 Enero 1999

Emilio Botín y la leyenda del indomable

Jesús Cacho

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Dio una pista a la hora de la cena. Ana Patricia había invitado a un grupo de ilustres (Emilio Azcárraga, Jaime Castellanos et altri) a cazar en El Castaño, la finca de papá en Ciudad Real donde tiene casa propia, y a la hora del café, jueves noche, soltó la bomba: «Mañana por la mañana habrá una gran noticia…»

Doce horas después, se concretaba el bombazo. Mientras en los últimos meses Pedro Luis Uriarte y Emilio Ybarra se turnaban pacientemente enviando mensajes urbi et orbe sobre la bondad de las fusiones, Emilio Botín, agazapado en la acera de en frente, maquinaba su respuesta en silencio, sin hacer un gesto, abrumado por la juez Palacios y sus cesiones de crédito, recibiendo malas noticias de Latinoamérica, auscultando el corazón enfermo de su negocio doméstico…

Y esta Navidad, al tiempo que Ybarra distraía sus ocios en el txoko que, con su amigo Urrutia y otros ilustres vascos, ha abierto en Baqueira Beret, Botín, el más listo, el más zorro, el más ágil, apalabraba con Amusátegui su nuevo gran negocio del siglo, dando pie al nacimiento de la primera fusión posteuro y arrinconando el esquema querido por el Gobierno de tres grandes bancos en lugar de dos. Botín siempre dispara más rápido.

Todos los palos se habían tocado. Todos hablaron con todos. O casi. Había algunas parejas imposibles, como, por obvias razones, la BBV+Santander, a pesar de que Pedro Luis se había atrevido a lanzar el guante. Había otra muy difícil por estrictas razones personales, la BBV+BCH, porque Corcóstegui es cuña de la misma madera vasca y no casa con Ybarra y su entorno. Son polos que se rechazan, tras la mala salida de don Angel de la torre de Azca. Por contra, Corcóstegui ha mantenido siempre una relación de amistad con los hermanos Inciarte, especialmente con Matías, a lo que hay que añadir el diálogo, siempre fluido, entre Amusátegui y Botín.

La clave de una fusión bancaria reside en acomodar las aspiraciones/ambiciones profesionales de un reducido ramillete de personas, mayormente cuatro, a saber, dos presidentes y sus respectivos consejeros delegados, si los hubiere. En este caso hubo suerte, porque la cifra estaba reducida a tres: Emilio Botín, José María Amusátegui y Angel Coscóstegui. Reunidos ambos capos en torno al navideño pavo relleno y unas copas de buen champagne francés, la primera pregunta a plantear era de este tenor: ¿Quién va a mandar aquí?

La respuesta era obvia: Emilio Botín. Esta es una operación en la que el dueño de un banco se compra un banco sin dueño, y ya se encargará él de que la ronda le resulte lo más barata posible. Estamos ante un match desigual: un banquero frente a un profesional de la banca. Despejada la incógnita, había que ser generosos con don José María, y si el gran Alfonso Escámez se fue del Central con 3.000 en el bolsillo, es de imaginar que su heredero en el BCH no se irá con menos. A mayor gloria, se le nombra prima ballerina -honoraria, eso sí, por problemas de cintura- del nuevo Bolshoi como copresidente de la fusión. Un valioso broche para una carrera brillante: condecoración y banda de música.

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Buscar un acomodo a Corcóstegui

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Arreglado el descarte en la cúpula, había que encontrar adecuado acomodo para Corcóstegui, hereu indiscutible de Amusátegui. Una merecida recompensa. El numero dos del BCH es el responsable del renacimiento de un banco que hace muy pocos años estuvo al borde del colapso. El esfuerzo realizado ha sido encomiable. Los de Canalejas han sido capaces de realizar la travesía del desierto conservando las joyas de la abuela, manteniendo el control de Cepsa, de Dragados, vendiendo algunos negocios maduros, pero entrando en Airtel, en Retevisión, en Endesa… Las 34.000 personas que componían la plantilla de Hispano y Central al fusionarse, ha quedado reducida a 21.000, menos que el BBV aunque con 500 oficinas más.

El acomodo de Corcóstegui era un problema de fácil solución, a la luz de la debilidad gerencial, ese management depth que desde hace tiempo aqueja a un banco, el Santander, convertido por lo demás en una jaula de grillos donde abundaban los gallos, empezando por Ana Patricia y siguiendo por los Luzón, Sáenz, Inciarte, Echenique… Don Emilio necesitaba un consejero delegado, y ya lo tiene.

Gana, pues, Angel Corcóstegui, aunque a costa de renunciar a la presidencia de un gran banco, cosa que tenía asegurada en el BCH. La tenía igualmente con una fusión BCH+Popular, algo que estuvo a punto de caramelo hace un año, y que frustró la negativa final de Valls. ¿Seguirá el BSCH siendo un banco dinástico, en la mejor tradición de la familia Botín? La respuesta se sabrá en un par de años. Gana Corcóstegui y pierde Alfredo Sáenz, definitivamente, y en menor medida Paco Luzón y, naturalmente, los Inciarte. Pierden, sobre todo, los trabajadores.

Resuelto el problema del mando en plaza, quedaba por abordar la segunda cuestión, la ecuación de canje. Botín ha sido también generoso con los accionistas del Central Hispano y con el propio Consejo, encantados de cambiar un botón -orondo, inteligente, espléndido- por un Botín. Finalmente, había que buscarle un nombre a la criatura: Banco Santander Central Hispano. No se estrujaron las meninges.

Así pues, se casan dos criaturas de estilos y vocaciones muy dispares. Frente al modelo alemán de banca comprometida con el desarrollo de la industria, el BCH, se encuentra un banco y un banquero eminentemente financieros, un hombre con aversión a la industria, que entra y sale de los sitios como un dealer más, un trader a la americana que no se ensucia las manos con planes de viabilidad porque le gusta mantenerse fuera, le encanta esperar su oportunidad como un ojeador de la sabana africana, comprando Endesas a 8.000 y vendiéndolas a 13.000, jugando con negocios de tan alto riesgo como los hedge funds, lejos de mí las angustias del empresario corriente. ¿Qué pasará con el grupo industrial del BCH?

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Un banquero con aversión a la industria

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El triunfador indiscutible es Botín, el raider por excelencia. Aumenta la leyenda del indomable. Por encima de la parafernalia de los grandes expresos europeos y demás literatura del momento, no son pocos los que sospechan que el amo del Santander se ha embarcado en una brillante huida hacia adelante, dentro de las mejor tradición especulativa del personaje. Al Santander, no es ningún secreto, le aprieta el zapato doméstico, su negocio bancario en España es manifiestamente mejorable, hasta el punto de que buena parte de sus beneficios proceden en los últimos tiempos de operaciones financieras y del negocio latinoamericano.

Pero eso también ha empezado en los últimos tiempos a ser manantial de problemas. Esta operación es la salida maestra. Una fusión permite no tener que dar demasiadas explicaciones al Banco de España durante largo tiempo, ya se sabe, esto es un lío monumental, hay que atender a los músicos y a los filósofos, ajustar plantillas, cubrir rotos y tapar descosidos. Un horror.

Pero, además, permite apuntar plusvalías, y las del Santander, que no había participado hasta el momento de ningún proceso de fusión, sin duda van a ser espléndidas, lo que reparará desperfectos en recursos propios, mejorará valoraciones de rating y permitirá, en definitiva, ganar cuerda para otros cuatro o cinco años. Y en cinco años, todos calvos. Botín apunta una muesca más en la culata de su pistola. En su jardín privado cultiva ya marcas históricas como Banesto, Central, Hispano y lo mejor del Urquijo, los cuatro bancos que hace unas décadas eran la flor y nata de la armería bancaria hispana. Todo el poder para Botín. ¿Reaccionará Ybarra? ¡Si el viejo don Emilio levantara la cabeza, se volvería a morir del susto al comprobar lo alto que ha sido capaz de volar su Emilito…!