9 febrero 1978

El caso Herbert Kappler reabre la polémica sobre juzgar a ancianos por crímenes cometidos en su juventud por complicidad con la dictadura nacionalsocialista

Hechos

Herbert Kappler murió el 9 de febrero de 1978 en la República Federal de Alemania que no accedió a la petición de extradición por parte del Gobierno de Italia.

17 Agosto 1977

Crimen y castigo

EL PAÍS (DIrector: Juan Luis Cebrián Echarri)

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LA FUGA de Herbert Kappler de un hospital militar italiano y su refugio en la República Federal de Alemania trae a colación el dudoso tema de las responsabilidades criminales derivadas de la segunda guerra mundial. Kappler, ahora anciano y canceroso, fue el coronel de las SS directo responsable de la matanza de las Fosas Ardeatinas, en Roma: 335 judíos fusilados como represalia a un atentado partisano. El incidente tuvo lógicas resonancias y sobre él se han escrito libros y filmado películas, en los quo no sólo Kappler sino hasta el pontificado de Pío XII, quedaban o malparados o en entredicho.Pero de la peripecia personal de este nazi debe darse parte a la historia o a los anales de la criminología militar, no a más de treinta años de acabada aquella contienda a los juzgados de guardia o a las cancillerías. Todas las simpatías y emociones que suscita el calvario de los judíos europeos desde el advenimiento nazi a 1945, los padecimientos y desastres de otros pueblos y razas en el mismo período, no justifican ya la jurisprudencia moral decantada del proceso de Nürenberg.

La perspectiva histórica no sólo es clarificadora, también es escéptica y, nunca, maniquea. Los buenos y los malos de 1945 ya no son, 32 años después, ni tan buenos ni tan malos. Al arrasamiento de Coventry o la Blitz sobre Londres se contraponen los bombardeos de Dresde y Hamburgo, y a todos ellos, el ataque nuclear contra Hiroshima y Nagasaky. El espíritu de Nürenberg lo perdieron los británicos en la India, en Chipre o el Ulster; los franceses, en la batalla de Argel; la Unión Soviética, en Hungría y Checoslovaquia; los americanos, en Vietnam… Y los israelitas -una parte del pueblo judío- también han sabido perder la pureza de sus acciones en Golan, la Cisjordania y el Neguev.

Lo que a la postre perdura es la amarga reflexión de Raskolnikov, el atormentado y filosófico asesino descrito por Dostoievski: el crimen es muchas veces una caprichosa cuestión de proporciones. El asesinato de una sola persona puede deparar una pena capital; el múltiple fusilamiento ordenado por Kappler le valió una cadena perpetua; un genocidio se premia en ocasiones con una estatua y un lugar en la Historia.

Nadie recuerda a César como uno de los grandes depredadores de la Historia o como el supuesto incendiario de la biblioteca de Alejandría; a Alejandro, que -además de la cultura griega- llevó la guerra desde Macedonia a Afganistán, se le apellida de Magno y se le tiene por precursor del cabal entendimiento de los derechos del hombre. Hasta Napoleón tuvo que reincidir antes de ser recluido en Santa Elena.

La filosofía de Nürenberg, en suma, por la que Rudolf Hess espera la muerte en la prisión cuatripartita de Spandau, o por la que Kappler ha cruzado la frontera italiana en una maleta, por la que otros nazis siguen escondidos en España o América latina, por la que los vlasovistas todavía siguen siendo fusilados en la URSS cuando son identificados, ha perdido su vigencia jurídica y hasta moral. Sólo quedan los posos de una ajada venganza que ya no justifica ni el rencor. Acaso los vencedores de antaño no se atrevan a reconocer que en su día se excedieron en su papel de jueces y que ahora los restos de aquella justicia mundial han naufragado definitivamente.

La fuga de Kappler es más sospechosa que rocambolesca. No está descaminada la opinión pública italiana cuando estima que el Gobierno de Roma ha preferido su huida a decidir una medida de gracia que molestaría a la comunidad judía. Del severo patetismo de Nürenberg sólo restan estas sórdidas historias que nada tienen que ver con la justicia.

25 Agosto 1977

El espectro del nazismo

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián Echarri)

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UNA CIERTA emoción sacude a algunos sectores de la opinión pública europea, que creen que nos hallamos ante los primeros síntomas de una situación en que el fascismo y el nazismo volverían a gozar de una oportunidad para reaparecer en la carrera hacia el poder. Varios incidentes prestan tensión a este temor: la manifestación violenta en que participaron unos centenares de partidarios del Frente Nacional de Gran Bretaña, en Lewisham; la huída de una prisión romana del antiguo coronel de las SS Kappler, autor de las ejecuciones de las Fosas Ardeatinas, y su refugio seguro en casa de su esposa, en suelo alemán, donde ha recibido el homenaje de unos centenares de personas; y, por último, la presentación en la RFA de una película, «Hitler, una carrera», que parece incitar a los nostálgicos del dictador nazi sin ofrecer a catarsis de una evaluación moral del hombre y de su período.En España, donde el fascismo no es todavía sólo un recuerdo, nos inclinaríamos a pensar que los temores de Europa, ante síntomas tan episódicos, reflejan solamente una neurosis, si no hubiese habido voces normalmente responsables y equilibradas que llamasen la atención sobre el peligro. Así, el ex canciller alemán Willy Brandt ha mostrado su preocupación, en una carta al canciller Schmidt, por el hecho de que en Alemania se presta poca atención al peligro neonazi. La preocupación sube de punto cuando se comprueba que un asunto como el de Kappler se interfiere en el desarrollo de las relaciones entre Italia y la República Federal, con la suspensión del encuentro Andreotti-Schmidt plevisto para el 19 de agosto en Verona.

¿Cómo evaluar estas amenazas?

No están de más algunos datos estadísticos, y algunas apreciaciones comparativas entre los movimientos que apelan a la violencia. Los manifestantes de Lewisham sólo eran quinientos, y se enfrentaron con una contramanifestación de trotskistas de mayor número; la violencia surgió cuando la policía fue rebasada por unos y por otros. El incidente de Kappler, por repugnante que fuera su crimen, debe de verse en el contexto de la humanidad de lajusticia, la cual, por cierto, había decidido, en noviembre pasado, su puesta en libertad, viéndose suspendida la decisión por la presión partidista, la memoria vindicativa y el oportunismo político. En Alemania occidental, donde millares de antiguos criminales de guerra nazi llevan una vida apacible, sin haber sido molestados jamás por la justicia, la violencia política viene siendo protagonizada primordialmente por los movimientos de extrema izquierda; el Partido Nacional Democrático, neonazi, que en los años 60 obtenía una media electoral del 4% de los votos, ha desaparecido prácticamente del mapa político.

La situación es muy diferente en Italia. La génesis de la violencia política italiana obedece, fundamentalmente, al esquema del síndrome fascista. La italiana ha sido la sociedad democrática sobre la que más violencia de ultraderecha se ha ejercido en los últimos decenios. El infierno de las «trame nere», de la matanza de Brescia, del tren de Milán, formaban parte de una estrategia de la tensión, de la que eran cómplices elementos del Estado, tanto civiles como, sobre todo, militares y policías. El efecto final de aquellos intentos no ha sido la caída del sistema parlamentario, sino la suscitación de respuestas violentas de la izquierda marginal.

El fascismo se presenta, pues, en cada país, con unos rasgos biográficos irrepetibles. Cada país debe enfrentarse, pues, con él, de acuerdo con su genio político, la inteligencia de sus instituciones y la lealtad de los servidores del Estado.

En España, los residuos del fascismo revisten características especiales: de un lado porque el país acaba de salir de un sistema autoritario de viejo cuño. De otro, porque existen fuerzas y grupos de interés que tratan de desequilibrar el proceso democratizador por los medios más diversos. Bandas paralelas, con etiqueta neonazi, pero clara organización mafiosa, tratan de coaccionar psicológicamente a la opinión pública creando un clima ficticio de inseguridad. Se trata de entorpecer la recuperación económica, frenar la inversión exterior y fomentar la incertidumbre política. Sin duda en beneficio de alguien.