27 enero 2001

Para los asesinos el cocinero era un militar más al que debían asesinar

El comando Buruntza de ETA asesina al cocinero Ramón Díaz por trabajar para la Marina en San Sebastián

Hechos

El 26 de Enero de 2001 fue asesinado por una bomba el cocinero D. Ramón Díaz García.

Lecturas

Hechos: El 26 de Enero de 2001 los terroristas asesinaban al cocinero D. Ramón Díaz García mediante una bomba lapa bajo su coche. El motivo por lo que los terroristas lo señalaron como víctima fue el hecho de trabajar como cocinero para el ejército en la Comandancia de la Marina de San Sebastián.

Víctimas Mortales:  D. Ramón Díaz García

EL ASESINO:

makazaga Francisco Javier Makazaga, condenado a 81 años de prisión por ese asesinato.

27 Enero 2001

Un cocinero

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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Ramón Díaz, un cocinero contratado por la Comandancia de Marina de San Sebastián, ha sido la primera víctima mortal de ETA en este nuevo siglo. ETA existe en la medida en que mata; tras varios atentados fallidos, ha buscado un objetivo fácil. Ya que no puede asesinar a un general o a un almirante porque llevan escolta, y ni siquiera a un sargento porque mira cada mañana debajo de su coche, arrebata la vida a un cocinero que trabaja para la comandancia: a alguien que, como dijeron ayer sus conocidos, ni remotamente podía sospechar que pudiera ser objetivo de los terroristas; a un afiliado a CC OO, definido como jatorra (majo) por los vecinos del barrio, aficionado a la pelota, nacido en Salamanca, pero cuyos hijos se llaman Arkaitz y Aintzane y ‘son abertzales’.

El tiempo pasa para todos excepto para ETA. En 1978, cuando comenzaba a extenderse entre los más miserables la costumbre de gritar en las manifestaciones ‘ETA, mátalos’, un comando asesinó a un guardia que compraba verduras en el mercado de San Sebastián. Poco después este periódico publicaba un artículo en clave sarcástica titulado ETA, mátalos, pero a todos. El texto trataba de llevar al absurdo la lógica que revelaba aquel crimen. Si había asesinado a un guardia civil que compraba lechugas para el cuartel, cualquiera podía convertirse en víctima: el ordenanza de un ministerio, los profesores de la ‘universidad vascongada’, cualquier inmigrante por mucho que hubiera puesto a sus hijos ‘nombres vascos para disimular’, e incluso los condenados en el ‘proceso de Burgos’ que ‘chupan del erario parlamentario’.

Lo que hace 20 años era un sarcasmo, algo que sonaba inverosímil, es asumido hoy con naturalidad por miles de personas. Algún día lo negarán (como los nazis), pero muchas de esas personas participarán hoy mismo en San Sebastián en una manifestación convocada por Euskal Herritarrok para decir ‘Basta ya a las agresiones sufridas por Euskal Herria’, y en particular por ‘el euskera, la cultura vasca y la libertad de expresión’. ¿Qué clase de guerra es ésta en la que sólo un bando dispara y encima se presenta como víctima?

El lehendakari pedía ayer a ETA que parase y se preguntaba ‘qué podemos hacer los demás’. Cada cual, lo que es de su responsabilidad. Él, convocar elecciones cuanto antes para acabar con esta situación de deterioro institucional que multiplica el efecto desmoralizador que ETA pretende con sus crímenes.

01 Febrero 2001

Un alto en el negocio

César Alonso de los Ríos

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Las víctimas de ETA son, en primer lugar, ciudadanos, en segundo lugar, guardias civiles, profesiores, concejales, empresarios… La última, Ramón Díaz, era cocinero. Se preguntaron muchos, ¿por qué un cocinero? como si hubiera alguna pizca de racionalidad en asesinatos más cualificados socialmente. Se prestaba, por eso, a que este atentado produjera más perplejidad que indignación. Fue entonces cuando se alzó la voz de Fernando Savater: ¿Ni siquiera habría una reacción corporativa? ¿Mirarían para otro lado los restauradores, esa elite que oculta tras el vitalismo y el goce el lado mórbido de esta sociedad concentracionaria? ¿No sería posible que, por un día, abandonaran los gestos que amabilidad ya que, recién asesinado su compañero de oficio, podrían interpretarse como cobardía, como servilismo a los que imponen el terror? La muerte de Ramón Díaz, ¿no merecería un alto en el negocio, siquiera de un día?
El varapalo de Savater surtió efecto. La sociedad más importante de cocineros españoles, con sedes en San Sebastián, terminó por abrir una cuenta bancaria en favor de la viuda, pero su inicial apatía había relevado ya un estado de aceptación del terror, quizá la obediencia ciega ante una determina clientela.
Nos equivocaríamos si pensáramos que los cocinceros vascos están afectados de un especial laxitud moral. La corrupción alcanza a gran parte de la sociedad vasca. Sólo que en estos templos laicos de la gastronomía la situación resulta más exasperante y más necesario el látigo.
César Alonso de los Ríos

01 Febrero 2001

El miedo y el arte de vivir

Manuel Martín Ferrand

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Desde que los vascos eran, como decía Pío Baroja de sí mismo, humildes y errantes ha sido fácil encontrar por el mundo algún cura o algún cocinero procedentes de las provincias vascongadas. Los gallegos, también dispersos y en mayor número, nunca nos hemos especializado tanto y los he encontrado por todas partes, todos los gajes, todos los oficios y todos los rangos. El pasado martes, en un artículo especialmente lúcido —«La Iglesia vasca y el terrorismo»—, decía aquí Carlos Martínez Gorriarán que «el filonacionalismo de la Iglesia vasca explica la razón de que, entre los cientos de asesinados por ETA que incluyen representantes de todos los oficios y colectivos imaginables, no haya ningún eclesiástico».
El otro gran oficio que germina en el País Vasco, el de los cocineros, ha tenido peor fortuna. Incluyendo la última víctima, Ramón Díaz García, llegan a cinco los asesinados por los terroristas. ¿Curas no y cocineros sí? Tratar de racionalizar las conductas asesinas es una tarea inútil, pero tampoco es fácil quitarse de la cabeza el problema más agudo y dramático de cuantos esperan solución en la paciencia del tiempo. Al hilo de todo esto, Fernando Savater, que acaba de presentar un valioso libro sobre estas cuestiones —«Perdonen las molestias»— les ha afeado su conducta a los cocineros vascos. Se ha lamentado el filósofo, miembro destacado de la plataforma «¡Basta ya!» y persona de probado valor cívico, de que esos cocineros —«que se están forrando»— tras la muerte de un compañero no cierren un solo día sus restaurantes y manifiesten palmariamente su repulsa ante la acción etarra.
«Hay comportamientos de algunos vascos que dan miedo —dice Savater—, pero hay comportamientos de otros muchos vascos que dan asco». Entiendo al pensador y comparto mucho de lo que manifiesta, en ejemplar conducta, cuando muy valientemente señala los despropósitos de los asesinos etarras y los de sus complacientes amigos y protectores. Pero, ¿puede el valiente afear la conducta de quienes, tentados por el miedo, silencian sus emociones? Cuando el Estado, sea cual fuere su plano administrativo, fracasa en la protección de los ciudadanos y en la tarea de la justicia, quiebra, con su esencia fundamental, el polo de la adhesión/identificación de sus habitantes. Ese es, justamente, el efecto más perverso de las pistolas y las bombas de ETA: la provocación de la desconfianza de las personas en las instituciones democráticas.
Savater no es un tibio. Sus ideas calientan una repulsa feroz a la violencia y ello le acredita como persona y como ciudadano. No quiere ser un siervo y no lo es; pero no todo el mundo, en el imperio del miedo —del terror—, tiene la fuerza y/o la posibilidad de seguir el ejemplo del autor de «Invitación a la ética». En el País Vasco, y ese es el gran fracaso del nacionalismo, no es fácil conjugar el verbo vivir. Hacerlo en su sentido más pleno y hermoso, el de actuar, es más difícil todavía. De ahí que, como al «Abel Sánchez» de Unamuno, la mayoría «por no matarle, que es lo que le pedía el coraje, se ha venido acá a vivir de la limosna y del sable». No el sable heroico, sino el pedigüeño.

02 Febrero 2001

Caza de brujas

Eduardo Haro Tecglen

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Matan a un cocinero de una comandancia de Marina y se denuncia a todos los cocineros vascos por no haber cerrado sus establecimientos: ayer ABC era casi un monográfico de esta caza de brujas como lo ha sido frente a partes de la Iglesia porque los jesuitas no quisieron celebrar un acto religioso del PP en homenaje a una víctima: ellos consideraron que era de propaganda, mientras el propio PP boicoteó el homenaje a Lluch porque era dialogante (cito ABC sólo como referencia y como portavoz; pero el diario se apoya en Savater).

Estos rasgos, junto a mil otros diarios en cada pueblo y discurso, me confirman que el triunfo del terrorismo (que empezó con la tregua no escuchada y denominada ‘trampa’) se está consiguiendo a través del antiterrorismo convertido en caza de sospechosos, partidarios, acobardados o lo que ellos llaman ‘no beligerantes’: una conmoción de la sociedad pensante.

Cuando digo ellos me refiero, claro, al presidente del Gobierno, que tiene una calidad de duro e inquebrantable, o ‘inasequible al desaliento’, como se decía en el anterior régimen; pero me refiero a los que, estando frente al nacionalismo vasco, son también nacionalistas vascos combativos, ardientes, militantes, beligerantes y acusadores de los demás. No matan, y eso les hace merecedores de solidaridad frente a quienes les amenazan (y a todos) y formidables en su muestra de valor cívico; pero me aterroriza que su postura defensiva les arrastre mentalmente a lo que nunca han sido. Están defendiendo su libertad de ideas, su españolismo vasco, lo que fue su pensamiento libre e independiente; pero no veo por qué han de ser perseguidores de otros si no es para aumentar la situación de guerra con el nombre de paz.

He comparado a veces este antiterrorismo tan peculiar al anticomunismo de la guerra fría que congeló el pensamiento de la izquierda: a partir de EEUU hasta toda Europa, y comenzó a demoler los partidos socialistas, radicales o simplemente izquierdistas; y se fue llevando intelectuales. No veo que en España esta caza de brujas vaya a atenuarse, sino todo lo contrario. Antes de que se me lleve por delante prefiero decirlo: por si sirve, por si alguien reflexiona, por si advierte que se puede estar contra el terrorismo sin denunciar a otros que no son ni quieren el terrorismo: sin ser un energúmeno.

27 Enero 2001

Matar a un cocinero: el criminal desquite de ETA

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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Ramón Díaz García era un hombre tranquilo. Su nombre no figuraba en ninguna lista de objetivos de ETA. ¿Qué podía temer un cocinero empleado en la Comandancia de Marina de San Sebastián? ¿Quién iba a tener algo en contra de un hombre popular y dicharachero, apasionado de la pelota vasca, que en sus ratos libres cocinaba suculentos platos en una sociedad gastronómica del populoso barrio de Loyola, donde hay tantos votantes de HB? Una potente bomba lapa colocada en su coche lo destrozó ayer después de desayunar con su cuadrilla en el mismo bar de todas las mañanas.

Los crímenes de ETA son todos despreciables, inútiles y absurdos. Pero hay asesinatos que, por sus circunstancias, son especialmente miserables y sádicos porque acaban con vidas de personas particularmente indefensas. Como Ramón Díaz. En este caso, la habitual vesania de los terroristas ha venido acompañada de una saña sin límites. La banda había fallado en sus intentos de matar a personalidades tan destacadas como Luis del Olmo o la cúpula del PP en el cementerio de Zarauz. Y necesitaba, desesperadamente, demostrar que su capacidad criminal sigue tan intacta como su locura. Por eso eligieron a una víctima tan fácil. No tenía escolta y no miraba en los bajos de su coche porque tampoco tenía miedo. Esta vez, a diferencia de otras, el mortífero artefacto adosado al vehículo funcionó con precisión y lanzó hasta un segundo piso el cuerpo destrozado de un modesto cocinero. De esta forma criminal ha querido desquitarse la banda terrorista de sus últimos fallos.

¿Cómo justificarán este crimen los asesinos en su próximo comunicado? ¿Tal vez afirmarán que este trabajador afiliado a CCOO era el símbolo de la represión que Estado español ejerce contra el pueblo vasco? ¿Acaso dirán que el cuerpo destrozado de un cocinero supone un avance en la construcción nacional del País Vasco? ¿Sostendrán, tal vez, que los poderes fácticos han sufrido un duro golpe porque una mujer y dos hijos han quedado destrozados para siempre?

El cobarde asesinato demuestra, una vez más, que todos somos víctimas de ETA, no sólo los que figuran en las listas de sus comandos. Por eso todos somos también responsables de que los criminales acaben entre rejas. También los vecinos del barrio de Loyola que votan a HB y que, tal vez, disfrutaron de unos platos que Ramón Díaz ya nunca podrá volver a cocinar.