5 noviembre 1996

Desde el principio todas las encuestas apuntaron a la reelección de Clinton

Elecciones EEUU 1996 – El presidente Bill Clinton logra una amplia reelección frente al candidato republicano Bob Dole

Hechos

En noviembre de 1996 se celebraron elecciones presidenciales en Estados Unidos en las que fue reelegido Bill Clinton.

Lecturas

Bill Clinton es presidente desde que ganó las elecciones de 1992.

ROSS PEROT PIERDE FUELLE

Perot Ross Perot, el candidato del Partido Reformista, tercera formación en discordia que en 1992 estuvo a punto de reventar el bipartidismo norteamericano con el 19% de los votos, no ha logrado mantener su fuerza de entonces – motivada en parte por el voto de castigo por una parte del electorado conservador a la gestión de Bush – y ha obtenido muy pobres resultados que podrían suponer el fin de su carrera política.

Las siguientes elecciones están previstas para el año 2000.

LA CADENA SER CONSIDERA QUE ‘GANÓ EL CENTRO’

Los tertulianos de «Hoy por Hoy», el programa de D. Iñaki Gabilondo en la cadena del Grupo PRISA analizaron el 6.11.1996 los resultados de las elecciones americanas.

D. Joan Tapia (director LA VANGUARDIA): «En Estados Unidos han votado al teórico candidato de la izquierda para que ganara el centro. El Partido Demócrata, de la mano de Clinton, ha centrado su mensaje, un fenómeno de las democracias occidentales, donde la izquierda acepta unos postulados opuestos a su ideario para poder gobernar».

D. Carlos Mendo: «El pueblo norteamericano ha votado más con el bolsillo que con el corazón, puesto que quien decide en realidad la política norteamericana es el presidente de la Reserva Federal. Pero el congreso ha repetido color republicano en su política de mantener un sabio equilibrio en el poder y evitar concentrar en las manos de una sola persona el poder absoluto».

D. Javier Pérez Royo: «Se ha producido un cambio definitivo de la guardia, puesto que los anteriores presidentes eran personas de una cierta edad, marcados por la Segunda Guerra Mundial. Clinton es un baby boomer y ahora los republicanos tendrán que buscar un candidato de esas características».

D. Román Orozco: «No comparto tanta euforia. Conviene recordar que en los Estados Unidos está prohibido que reciban educación gratuita los hijos de inmigrantes».

D. Joan Tapia: «Un político no triunfa si no gana las elecciones».

07 Noviembre 1996

Clinton II

Javier Valenzuela

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Estados Unidos entra en el último tramo del siglo XX con un presidente demócrata, el primero que logra la reelección desde Franklin D. Roosevelt, y un Congreso republicano. Bill Clinton, siempre atento a los mensajes enviados por el pueblo norteamericano, comprendió el del 5 de noviembre. Eran las 23 horas en Little Rock -siete más en España- cuando, en el pórtico neoclásico de la Vieja Casa del Estado de Arkansas, el Comeback Kid anunció cómo será su segundo y último mandato. «El pueblo norteamericano», dijo, «nos ha dicho a todos, demócratas, republicanos e independientes, alto y fuerte, que es el momento de poner de lado las políticas de división y trabajar juntos».

Clinton II estará, pues, más próximo al segundo bienio de su primer mandato que al primero. Tener que cohabitar con un Congreso republicano le permitirá desempeñar ese papel de árbitro centrista entre los liberales,miembros del ala izquierda del Partido Demócrata, y los ultraconservadores republicanos de Newt Gingrich que tan buenos resultados le ha dado en los dos últimos años y que, finalmente, le ha permitido conquistar la reelección.

El papel arbitral moderado que la nueva cohabitación impone a la asa Blanca es también pan bendito para el futuro político de Al Gore, al que Clinton presentaba en noche de triunfo como «el mejor vicepresidente que jamás haya tenido este país». Y es que Clinton va a hacer todo lo posible para que Gore, su leal, trabajador e inteligente vicepresidente, le sustituya dentro de cuatro años en la Casa Blanca. Se lo debe. Gore, por su parte, tiene mucho de esa combinación de valores tradicionales y visión de futuro que los norteamericanos refrendaron en las urnas: hombre de ejemplar vida familiar y firme defensor de la ley y el orden, también es más que consciente de que la revolución informática y la preservación del medio ambiente son dos de los grandes desafíos que el siglo XXI plantea a las sociedades avanzadas.

Clinton, de pie en el pórtico de la Vieja Casa del Estado, flanqueado por su esposa, Hillary, su hija, Chelsea, y la familia Gore al completo, encontraba las palabras adecuadas para expresar el renacer del optimismo norteamericano: «Los mejores días de América están por venir»; «América siempre gana»; «América va a ganar en los próximos cuatro años». Las urnas acababan de corroborar que la mayoría de sus compatriotas optaban por su visión del mañana frente a la nostalgia del Estados Unidos de la II Guerra Mundial de Bob Dole. Las clases medias, los Estados más prósperos, las grandes y medianas ciudades, las mujeres en su conjunto y principalmente las trabajadoras, los negros y los hispanos, los más jóvenes y los más ancianos, los sectores económicos de punta, en una palabra, la más importante coalición electoral reunida en tomo a un presidente demócrata desde hacía lustros le había perdonado sus pecadillos personales y políticos y otorgado el mandato de que los liderara con eficacia, flexibilidad y moderación en la transición hacia los nuevos tiempos, «tiempos», en palabras de Clinton, «de grandes desafíos y grandes posibilidades».

Frente a la Vieja Casa del Estado, iluminada por potentes focos, se arracimaba la muchedumbre que escuchaba el denominado «discurso de aceptación» del presidente. Eran miles de personas, en su mayoría jóvenes de ambos sexos, los más blancos, aunque no faltaban los negros, que se cubrían con gorras de béisbol y sombreros del Tío Sam, ondeaban montones de banderitas de plástico con las barras y estrellas y pisoteaban una alfombra de latas vacías y vasos de plástico, que la juerga popular era de campeonato. Anunciada su llegada por el tema musical Fanfarria para el hombre común, de Aaron Coplands, Clinton había sido presentado por Gore con, entre otras cosas, una cita bíblica: «Por sus obras los conoceréis».

Clinton cultivaba la sensiblería norteamericana al rendir sucesivos y acaramelados homenajes a su esposa, su hija, su madre, su padrastro, el matrimonio Gore, su equipo de campana, la gente de la Casa Blanca, los funcionarios públicos, el servicio secreto y su pastor baptista, con el que, según contaba, había estado rezando poco antes de comparecer ante sus paisanos. Y daba masajes al incombustible patriotismo estadounidense con frases del tipo «Agradezco a Dios haber nacido en América».

Estados Unidos acababa de darle una segunda oportunidad, y el presidente explicaba en qué iba a utilizarla. Tras el reajuste del Gobierno en las próximas semanas, Clinton se aplicará en la realización de sus promesas, la primera de ellas, la promoción de la enseñanza. Ese será el pilar central del «puente hacia el siglo XXI». Con dos frentes: facilitar el acceso a la enseñanza universitaria mediante créditos a los estudiantes y deducciones fiscales a sus familias, e introducir en todas las escuelas primarias y secundarias ordenadores conectados con Internet.

Otro pilar, el que le permite convertirse en campeón de ciertos niveles mínimos de protección social amenazados por los republicanos, será el mantenimiento de la asistencia médica a los ancianos y los pobres, los llamados programas Medicare y Medicaid. Un tercero se levantará a partir del reforzamiento de la protección del medio ambiente. Y todo ello con esa política de reducción del déficit presupuestario que tan saludable le está resultando a la economía norteamericana.

Pero Clinton arrastra muchas cacerolas que, con un mayoría republicana en el Congreso, pueden darle quebraderos de cabeza durante los próximos años: el confuso asunto Whitewater, el caso de las fichas del FBI manejadas por un alto funcionario de la Casa Blanca, la controvertida contribución de hombres de negocios asiáticos a la financiación de la campaña presidencial demócrata… De hecho, la nota discordante en la fiesta de Little Rock era un reciente editorial del diario de la localidad, Arkansas Democrat Gazette, en el que se negaba a apoyar a Clinton por sus «promesas rotas» y sus «numerosos escándalos», y adelantaba que, «como le ocurrió a Nixon», puede despilfarrar las energías en su segundo mandato defendiéndose de las acusaciones.

Clinton no desea que EE UU sea el gendarme del mundo, pero cree que sí puede y debe desempeñar el papel de pacificador del mundo. Y cita como ejemplos su mediación en el proceso de paz en Oriente Próximo y su decisiva participación en el fin de la guerra en Bosnia. Respecto a Oriente Próximo, una Casa Blanca desembarazada de los apuros de la reelección estará en mejor situación para presionar al intransigente Benjamín Netanyahu.

El próximo viaje al extranjero de Clinton será a Filipinas y otros países asiáticos, pero el primer frente conflictivo será la reelección de Butros Butros-Gali como secretario general de la ONU. Forzado en buena medida por la virulenta campaña contra Butros-Gali de los republicanos, Clinton está en contra de la continuidad en el puesto del diplomático egipcio, lo que le enfrenta a varios aliados europeos y a numerosos países árabes, latinoamericanos y africanos.

Mientras el cielo se iluminaba sobre la Vieja Casa del Estado con fuegos artificiales y la banda tocaba marchas, Clinton saludaba a sus paisanos abrazado a su esposa y su hija. A los 50 años, había demostrado que es el político que mejor saber escuchar el mensaje de sus compatriotas. El talón de Aquiles de su volubilidad es el pozo de su fuerza. En fin, el hermano mayor de cabellos grises, con todos los defectos de la familia.

07 Noviembre 1996

Clinton, y 2

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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Los ciudadanos estadounidenses han repartido las cartas: quieren seguir como durante los últimos dos años, con un presidente demócrata en la Casa Blanca y un Congreso dominado, aunque menos, por los republicanos. Clinton había intuido previamente este mensaje y, en consecuencia, ha ocupado un centro político que le ha asegurado una clara victoria. Debe sentirse cómodo con este resultado. El llamamiento que realizó en su discurso victorioso va en este sentido, a favor de un consenso entre los dos grandes partidos para resolver los problemas que tiene el país.Clinton ha salido personalmente reforzado. Los votos de la mitad de los electores masculinos y de una gran mayoría de mujeres le han permitido pasar del 42% con que ganó en 1992 a cerca del 50% ahora. Ha ganado en 31 de los 50 Estados, y en particular en Florida y California. Sin duda, la presencia de un tercero en discordia le ha servido -aunque menos que en 1992, pues Ross Perot ha obtenido un 8% de los votos- para aumentar la distancia con su contrincante republicano, Bob Dole. En el lado negativo de la balanza está la abstención más elevada de la historia americana, uno de cada dos electores. Cabe meditar sobre los cauces de participación política de esa otra mitad de la población.

¿Cómo será este segundo y último mandato de Clinton, el primer presidente demócrata reelegido desde Franklin D. Roosevelt, y que le llevará hasta el mítico año 2000? El pasado reciente muestra que las segundas partes no han sido gloriosas, sino salpicadas por escándalos, ya sea elWatergate con Nixon o el asunto Irán-Contra con Reagan. Sobre la cabeza de Clinton pesan aún varios casos, y el dominio republicano del Congreso puede llevar a crear algunas comisiones de investigaciones incómodas para el presidente.

Pero libre ya de la presión psicológica de la reválida de la reelección, Clinton tiene ambiciones para su segunda etapa. ¿0 se trata más bien de una tercera? En el primer cuatrienio ha habido dos Clinton. El primero, entre 1993 y 1994, con una mayoría demócrata en el Congreso, se lanzó, a un programa de gasto público e impuestos más elevados, y puso a su esposa, Hillary, en primera línea de la política. El segundo, tras la revolución conservadora que en las elecciones legislativas de 1994 llevó al Congreso a un pleno dominio republicano, es un Clinton que, demostrando sus dotes tácticas y negociadoras, ha pactado con los legisladores, ha hecho suyas algunas iniciativas republicanas, ha prometido una modesta reducción de impuestos y recortado gastos del Estado de bienestar, y ha retirado a Hillary a un papel discreto. Lo más probable es que el Clinton de los próximos cuatro años se parezca mucho al de los últimos dos, aunque ahora ponga más el énfasis en la política educativa y en la sanitaria, y aunque los republicanos se moderen también.

Los relevos que probablemente efectuará en los departamentos de Estado y de Defensa deberían proporcionar una clara indicación de hacia dónde se va a dirigir la política exterior de la nación más poderosa de la Tierra de aquí al 2000. Clinton tiene ambiciones de pasar a la historia como un gran pacificador. Hay urgencias inmediatas, pues algunos procesos se han visto paralizados en buena parte por las elecciones norteamericanas: Oriente Próximo y Zaire. Otros, como Bosnia -sin acabar- o Irlanda del Norte, aguardan un nuevo impulso, mientras Chipre espera su ocasión.

Pero, salvo sorpresas, la agenda de este fin de siglo está en principio bastante definida para Clinton: transformación de la OTAN, relaciones con la Europa de la moneda única, integración de Rusia, reforma de una ONU en la que Washington no cree, y en general, como señaló ayer Clinton, la «terminación de los asuntos no terminados de la guerra fría», entre los que se podría sospechar que figura Cuba. ¿Sabrá Clinton que tiene una posibilidad de apertura, en vez de empecinarse en mantener o reforzar un embargo al que se opone Europa por el efecto de medidas como las de la ley Helms-Burton? ¿Sabrá no obsesionarse con supuestos enemigos como Irán, Irak o Libia?

Con Clinton, su compañero de ticket, Al Gore, no sólo se ha garantizado cuatro años más en la vicepresidencia, sino que se ha forjado una excelente imagen con vistas a su eventual candidatura a la Casa Blanca en el 2000, para desesperación de los republicanos, que tendrán que hacer serios esfuerzos para buscar un candidato válido. Por otra parte, dos de los referendos locales celebrados en esa jornada marcan un cambio de tendencias que puede ir más allá de los Estados que los han votado: la legalización de la marihuana para usos terapéuticos -en Arizona y California-, y en esta última, el fin de la discriminación positiva, es decir, las medidas que beneficiaban a las mujeres y a las minorías raciales.

06 Noviembre 1996

Después de la victoria

ABC (Director: Luis María Anson)

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La elección presidencial norteamericana tiene ciertamente como objeto nombrar al titular de la Casa Blanca durante los próximos cuatro años pero, simultáneamente, también designa al hombre que, al frente de la única superpotencia del mundo, recibe la insigne tarea de convertirse en el guardián efectivo del orden mundial, puesto que mantiene bajo su mano, democráticamente elegido por el pueblo, los medios diplomáticos y militares necesarios para cumplir las funciones que la comunidad internacional decida encomendarle. Sobre este punto debe hablarse con toda claridad y sin hipocresías a la hora de analizar los grandes problemas que conmueven con desgraciada frecuencia numerosos rincones de la tierra, porque la realidad ha demostrado que si Naciones Unidas constituye la exclusiva autoridad moral para decidir una operación militar a escala planetaria por razones de humanidad o puramente estratégica, la fortaleza de Estados Unidos resulta indispensable como sostén físico de cualquier empresa de paz emprendida en este fin de siglo.

Está en la memoria común la confirmación de esta realidad geopolítica. La guerra del Golfo durante el Gobierno Bush fue su mejore ejemplo, pero a continuación, y ya bajo la Presidencia de Clinton, hemos asistido al éxito de sus desvelos diplomáticos para intentar resolver el interminable conflicto israelo-palestino con los Acuerdos de Washington de 1993 y, sobre todo, la intervención norteamericana para detener las matanzas de Bosnia que gangrenaban el corazón del territorio europeo, ante la incapacidad absoluta de las grandes potencias continentales, resuelta por Estados Unidos en los textos de Dayton, a través del precioso instrumento de la OTAN, única organización euroatlántica que, gracias a contar con la presencia norteamericana, funcionó en los Balcanes.

Estados Unidos fue capaz de ganar la guerra fría frente a la difunta URSS, en una lucha muy larga de tecnologías militares refinadas que los rusos resultaron incapaces de mantener, mientras su economía se desmoronaba en plenas ruinas y ese acontecimiento capital que es el final de la guerra fría y la caída del Muro, que cortaba Europa con la crueldad de una siniestra cicatriz, fue posible porque en Estados Unidos han existido hombres que sin etiquetas políticas comprendieron que recaía en sus manos la obligación de defender al mundo frente a la opresión totalitaria.

El nuevo presidente de Estados Unidos, con el contrapeso de las Cámaras quedarán la medida exacta de su libertad de acción, tiene la obligación de honrar los compromisos morales de sus antecesores a favor de la paz, porque dispone de la única fuerza real capaz de servir como núcleo a las aportaciones de los países libres. Pero las esperanzas del mundo reclaman que Estados Unidos no caiga en la tentación de imponer la ‘paz americana’ limitándose a sumar sus fuerzas a las expediciones que la comunidad internacional necesite para hacer menos dolorosa la vida de los hombres que son víctimas de la violencia.