20 abril 2001

El debate sobre la relación del heredero a la Corona traspasa de las tertulias de cotilleos a las tertulias políticas

El diario ABC expresa su oposición a la relación entre el príncipe Felipe y la modelo Eva Sannum con ‘Terceras’ de José Luis de Vilallonga y Seco Serrano

Hechos

  • El 20.04.2001 en la tercera página del diario ABC se publicó el artículo ‘Los Deberes de un Príncipe’ firmado por Don José Luis de Vilallonga.
  • El 29.04.2001 en la tercera página del diario ABC se publicó el artículo ‘Privilegio y deber’ firmado por Don Carlos Seco Serrano.

Lecturas

La relación sentimental entre el príncipe heredero a la Jefatura del Estado en España, D. Felipe de Borbón y Grecia y la modelo de Noruega Dña. Eva Sannum, pese a no estar confirmada oficialmente, salta a los medios de comunicación en abril de 2001 cuando algunas firmas se posicionan en contra.

El 20 de abril de 2001 D. José Luis de Vilallonga Cabeza de Vaca publica en la Tercera de ABC el artículo ‘Los Deberes de un Príncipe’ desaprobando la relación del príncipe con la Sra. Sannum. Además De Vilallonga insinúa que el Rey D. Juan Carlos I comparte su opinión. [el 3 de mayo de 2001 el Jefe de la Casa del Rey, D. Fernando de Almansa Moreno-Barreda publica una carta al director matizando que la opinión del Sr. Vilallonga le corresponde únicamente a él].

El 29 de abril de 2001 el ABC publica una segunda ‘Tercera’ desaprobando la relación, en esta ocasión firmada por D. Carlos Seco Serrano. La posición de este es respaldada desde el programa ‘Día a Día’ de Telecinco por el tertuliano D. César Vidal Manzanares. La posición del Sr. Seco Serrano le llevará a polemizar con D. Federico Jiménez Losantos desde El Mundo, que discrepa de los argumentos del Sr. Seco Serrano y es enemigo declarado de D. Javier Tusell Gómez, discípulo del Sr. Seco Serrano.

También se posicionarán en contra de la relación del príncipe con la Sra. Sannum otras dos firmas de ABC, D. Jaime Campmany Díez de Revenga y D. Alfonso Ussía Muñoz-Seca, que polemizará con D. Juan Manuel de Prada Blanco, que se posiciona a favor.

El 1 de mayo de 2001 D. Luis María Anson Oliart publica en La Razón un artículo defendiendo que el príncipe se case con quien quiera y criticando los ‘rebuznos de cortesanos excluidos de nuestra Monarquía sin corte’. En líneas similares se manifiesta D. Pedro José Ramírez Codina en El Mundo el día 6.

Los rumores de una relación seria entre el príncipe heredero D. Felipe de Borbón Grecia y la modelo Dña. Eva Sannum se disparará en octubre de 2001 cuando ambos aparecen juntos asistiendo a una una boda real nórdica. Esto lleva la revista Lecturas a publicar en un reportaje el 12 de octubre de 2001 que el matrimonio está decidido y que se celebrará en la primavera de 2002, un reportaje firmado por Dña. Chelo García Cortés.

Finalmente, tras una larga polémica mediática, el 14 de diciembre de 2001 la Casa del Rey emite un comunicado anunciando la ruptura de la relación entre Dña. Eva Sannum y el príncipe D. Felipe de Borbón. La misma nota reconocía, por tanto, que la relación había existido pero que esta ya había finalizado.

Pocos días después el Jefe de la Casa del Rey era destituido especulándose sobre si ambos hechos estaban relacionados.

20 Abril 2021

Los deberes de un Príncipe

José Luis de Vilallonga

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LA Monarquía española está firmemente asentada en el juancarlismo, pero cuando el telón caiga un día sobre el buen hacer de un soberano excepcional, la Monarquía, como Institución, será puesta de nuevo en entredicho por los nostálgicos de las Repúblicas que en España han acabado siempre como el rosario de la aurora. Al heredero de la Corona le tocará entonces convencer a los españoles de que posee las cualidades necesarias —en otras palabras, las cualidades de su padre— para mantener con mano firme el rumbo de una Institución que durante siglos ha sabido mantener la unidad de España. De aquí a que se siente en el Trono, el Príncipe de Asturias deberá tomar aún más en consideración sus deberes como heredero que sus derechos como persona particular, siendo su primer deber el de dar un heredero a la Dinastía.

Para ello esperamos que cuando contraiga matrimonio lo haga, no necesariamente con una princesa de sangre real, que eso ya nadie se lo exige, pero sí con una mujer capacitada por su educación, su carácter y su cultura para ejercer el durísimo oficio de Reina de España.

La gente sencilla, poco al tanto y aún menos preocupada por estos asuntos, suele animar al Príncipe a seguir los dictados de su corazón sin tener en cuenta que desgraciadamente para él, el Príncipe no es un hombre cualquiera. Hace poco leí un artículo de Juan Manuel de Prada en el que éste, con la sana y peligrosa ingenuidad de un chico de pueblo, instaba a Don Felipe a mantenerse firme y a no renunciar al amor en aras de unas anacrónicas nostalgias cortesanas que ya no tienen curso, pero que sin embargo, cuando se saltan a la torera, tienen por lo general catastróficos resultados. El amor, mi querido Prada, por más grande y sincero que sea siempre tiene un fin y es entonces cuando nos consuela descubrir que la mujer hasta entonces amada posee, además de su atractivo, unos valores y unas cualidades que la pasión nos llevó a desdeñar.

Los Borbones del siglo XX saben mucho de lo que acaban costando los matrimonios llamados de amor. Todos los suyos han acabado en el peor de los desastres. Don Alfonso XIII desoyó los consejos del rey de Inglaterra, quien le advirtió que Victoria Eugenia de Battenberg podía llevar en su sangre el veneno de la hemofilia. Apasionadamente enamorado, Don Alfonso se casó con la bellísima Ena, quien le dio dos hijos hemofílicos y un tercero que se convirtió en sordomudo a los pocos años de nacer. El mayor, el Príncipe de Asturias, tras renunciar a sus derechos al Trono, se casó consecutivamente con dos cubanas y acabó desangrado a las puertas de un cabaré de Miami. Su hermano, el Infante Don Jaime, desoyendo esta vez los consejos del Papa de la época, contrajo matrimonio con una buscavidas italiana de buena familia y tras un penoso divorcio volvió a casarse, esta vez con una pseudo cantante de ópera que sólo resultó ser una vulgar cabaretera debidamente alcoholizada. El hermano más joven, Don Gonzalo, no tuvo tiempo de equivocarse ya que la hemofilia lo mató apenas salido de su primera juventud. Todas estas desgracias familiares pusieron rápidamente fin al gran amor de Alfonso XIII, quien culpó durante el resto de su vida a la princesa inglesa de ser la causante de todos sus males.

En la Monarquía británica ocurrió otro tanto de lo mismo cuando «darling David» tiró la corona de Inglaterra por la ventana para poder casarse —siempre por amor, querido Prada— con una divorciada americana de resbaladizos cascos, ganándose así el desprecio de los súbditos de su imperio. Años más tarde, dos intrusas consiguieron poner en un brete a la familia real en cuyo seno habían penetrado por la puerta de servicio. Lady Diana Spencer fue la única mujer de Inglaterra que no comprendió que sólo se esperaba de ella que engendrara un heredero del Trono. Lo tenía todo, títulos, dinero, palacios y el derecho a un respeto reverencial. Pero ella quería más. Quería amor, lo que a algunos —entre otros a su propio marido— les pareció mucho pedir. Murió mal, junto a un amante exótico bajo un puente de París. En cuanto a la insoportable Fergie no soportó que su marido, oficial de la Royal Navy, pasara tanto tiempo en el mar. Hoy, la duquesa de York anuncia sopas enlatadas en la televisión americana. Igual de mal puede acabar el actual príncipe de Gales si persiste en sentar junto a él en el Trono a la mujer más odiada de Inglaterra.

Durante el siglo XX —menos en los países nórdicos, donde quizá a causa del frío nunca ocurre nada— todas las tentativas que se han hecho para incorporar cuerpos extraños a las Casas Reales europeas han acabado casi siempre en aburridos fracasos. Posiblemente porque los verdaderos cuerpos extraños sean los propios personajes reales. Mientras trabajaba con Don Juan Carlos en nuestro libro «El Rey», entraba a menudo en el despacho la Infanta Cristina, quien antes de acercarse a su padre siempre le saludaba con un amago de reverencia. Tampoco se olvida nunca Don Felipe de besar la mano a la Reina antes de abrazar a su madre. El discreto y prudente Iñaki Urdangarín, cuando habla de su mujer siempre se refiere a ella como a «la Infanta» y Jaime de Marichalar, con su excepcional sentido del humor, admite que desde que se casó con la hija mayor del Rey «ya no se pertenece». Gestos, palabras y situaciones protocolarias difíciles de comprender cuando se viene «de fuera».

Recuerde el Príncipe que los «monárquicos de toda la vida» serán los primeros en reprocharle su primer paso en falso y Dios no quiera que sea el de su matrimonio. Yo mismo, monárquico genético por no decir endémico, consideraría un error grave una boda que nos pusiera a la altura de los ingleses y quizás empezaría a calibrar las posibilidades de una República que me ahorraría tener que reverenciar a una reina equivocada. Por lo menos, con la República podría despacharme a gusto.

29 Abril 2001

OBJETIVO: CONGELAR LA BODA

Cristina López Schlichting

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EL PRÍNCIPE está enamoradísimo. Y casi nadie le apoya. Eva y él han esquiado en Austria antes de Semana Santa y han pasado las fiestas juntos en Madrid. Ella está cada vez más tiempo en España y apenas acude a la escuela en Noruega. Pero la oposición a un eventual matrimonio empieza en el palacio de La Zarzuela.Y se ha hecho clamor en los periódicos

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De esa chica, nada de nada». Son las últimas palabras que se le atribuyen a la Reina sobre el asunto del que toda España cotillea.Según el confidente, la frase completa fue como sigue: «De esa chica de la que se habla, nada de nada. El Príncipe se casará en su momento con una joven no necesariamente princesa ni de sangre real». La afirmación parece confirmar la de Don Felipe, que recientemente aseguraba a un grupo de íntimos que «salgo con Eva Sannun», pero que de boda, «nada».

¿Hay o no hay caso? La semana ha arrastrado una tromba de rumores.Que si compromiso inminente, que si Eva Sannum estaba en Madrid, que si se había establecido en el pueblo de Pozuelo de Alarcón para vivir cerca del Príncipe… En Noruega, la cosa llegaba al paroxismo cuando los periodistas del corazón confirmaban que la chica no estaba en Oslo. Profesionales de la revista Se & Hör y del periódico Dagbladet cercaban su casa y su escuela de Westerdals sin ningún éxito. La desaparición resultaba tanto más excitante cuanto anteayer era su 26 cumpleaños. Los más fantasiosos se frotaban las manos: ¿tendría la Casa Real el detalle de anunciar el evento en el aniversario?

Eva Sannum apareció el jueves. Salió de casa con su padre, Björn Sannum, y su hermana Linda para celebrar por adelantado, junto con algunos amigos, su cumpleaños. Los menos avispados se han apresurado a constatar que lo hacía así porque el viernes viajaría a España para celebrarlo con Don Felipe. La cita, por el contrario, revelaba cosas más interesantes.

Eva sabía que la esperaban los paparazzis y, como siempre desde hace meses, cuidó la escenografía presentando ante el público la imagen de una familia normal y unida. Ni rastro de su madrastra, Greta Berg, ni su hermanastra Hilda, con las que mantiene una excelente relación desde que sus padres se divorciaran. Es la misma discreción que CRÓNICA (ver 11 de marzo de 2001) advirtió en Oslo con relación a sus hábitos y sus apariciones recientes.

La modelo rechaza desfiles de ropa, especialmente los más polémicos (pieles, modelos militares, etc); estudia una carrera publicitaria en un centro prestigioso y caro; ha dejado de acudir a discotecas o pubs y sustituido un estilo de vestir deportivo por una línea clásica y elegante. Ha dado instrucciones a sus padres para que no hablen con la prensa, y éstos cumplen la norma hasta el extremo de que Björn Sannum, como declara a este suplemento uno de los directivos de Aetat, la agencia de empleo donde trabaja, «es absolutamente discreto sobre este particular. Nos ha pedido que ni lo mencionemos».

Con el nuevo look la han visto, en efecto, las periodistas Pilar Cernuda, Consuelo Sánchez Vicente, Nativel Preciado y Rosa Villacastín en Madrid, cuando se la encontraron el miércoles 18 en un restaurante cercano a Las Cortes. «Soy muy buena fisonomista», reconoce Preciado, «y me divierte ese juego, así que enseguida advertí que era ella.Habíamos quedado las cuatro para comer en Come Prima, un restaurante italiano muy normalito, y ella ocupaba una de las mesas con un chico de aspecto formal. Llevaba un traje discreto y muy elegante, azul, y desde luego estaba guapísima, alta, rubia, con un tipo fenomenal». El acompañante resultó ser Álvaro Fuster, uno de los mejores amigos de Don Felipe y Eva.

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SIEMPRE JUNTOS

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La presencia de la joven noruega en Madrid no era accidental.Según publicó María Angells Alcázar en El Periódico de Cataluña y ha confirmado la madre de la modelo, ésta y el Príncipe habían pasado juntos unas minivacaciones de Semana Santa en Austria, esquiando con la Infanta Cristina e Iñaki Urdangarín, y regresaron juntos a España.

Don Felipe había aprovechado una serie de compromisos en el extranjero para planificar cinco días de ocio. Los días 3, 4 y 5 de abril los pasó en Estados Unidos, con motivo del encuentro anual de compañeros de estudios de la Universidad de Georgetown, y el día 7 acudió a la reunión de herederos de coronas europeas organizada por los grandes duques de Luxemburgo, María Teresa y Enrique.A continuación se reunió con su hermana, su cuñado y Eva, con los que estuvo hasta el Jueves Santo.

Los duques de Palma volvieron después a las islas Baleares, a Marivent, con los Reyes, pero el Príncipe, saltándose por primera vez la cita pascual con sus padres, viajó a Madrid con Eva, de ahí que muchas personas digan haberla visto durante la semana siguiente en la capital.

De acuerdo con estos testimonios, publicados por las revistas del corazón, la pareja estuvo en casa de Konstantin de Bulgaria y María García de la Rasilla y cenó en un reservado del restaurante De Vinis. Eva visitó además las tiendas de lujo de la calle de Almirante.

En medio de este ir y venir de Príncipe y candidata, inusitado para los españoles, la opinión se excitaba más y más. Algunas anécdotas son graciosas. En plena avería de coche en la Casa de Campo, el policía municipal que atendió a Jaime Peñafiel y a su mujer, aprovechaba para informarse y preguntaba al periodista: «¿Y usted cree que realmente el Príncipe se va a casar con Eva Sannum?». Hasta los guardias estaban en el tomate.

Así los nervios, los dos diarios conservadores, La Razón y ABC, entraron en la polémica desaconsejando el matrimonio. Con tiento e inteligencia, Luis María Anson evitaba el choque frontal y publicaba, uno tras otro, extensos reportajes e informaciones sobre los escándalos que se viven en Holanda y en Noruega. Se recordaba que el que la futura reina noruega tenga un hijo de tres años de una anterior relación con un traficante de drogas, y que la de Holanda sea hija de un ministro del dictador Videla, ha activado en los dos casos la discusión sobre la conveniencia de la república.

Más contundente, José Luis de Vilallonga publicaba el día 20 en las páginas de ABC un durísimo artículo titulado «Los deberes de un Príncipe» que terminaba de la siguiente manera: «Recuerde el Príncipe que los monárquicos de toda la vida serán los primeros en reprocharle su primer paso en falso y Dios no quiera que sea el de su matrimonio. Yo mismo, monárquico genético por no decir endémico, consideraría un error grave una boda que nos pusiera a la altura de los ingleses y quizás empezaría a calibrar las posibilidades de una República que me ahorraría tener que reverenciar a una reina equivocada. Por lo menos, con la República podría despacharme a gusto».

La importancia del texto no se queda en el contenido, sino en que contaba con el beneplácito de La Zarzuela. Como ha confirmado a CRÓNICA el autor: «Antes de nada, mandé a Don Juan Carlos el artículo y unas letras en que le decía que me sentía obligado a mostrárselo antes de proceder a su publicación. Sabía, por lo que oigo decir, que no está de acuerdo con una boda así».

Pese a todo, La Vanguardia diario al que Vilallonga acudió en primer lugar se negó a publicar la diatriba. El autor llamó entonces al director de ABC, José Antonio Zarzalejos, quien accedió a imprimirlo, previa consulta con el Rey: por segunda vez el monarca se negó a poner impedimento alguno y autorizó el asunto.El texto fue tercera página.

«Creo», dice Vilallonga, «que el Rey y yo y miles de personas pensamos lo mismo. El Príncipe ya tiene 33 años y ha de tener clara conciencia de sus derechos y sus deberes. Y tiene, en realidad, más deberes que derechos. No creo que el Rey vaya a tirar por la ventana 25 años de trabajo. Por el contrario, está preocupado».Por si cupiese alguna duda, baste reseñar que, el lunes pasado, José Luis de Vilallonga fue acogido con toda normalidad en La Zarzuela para la entrega del Cervantes a Francisco Umbral.

Frente a lo que pudiera pensarse, la postura del Rey no es tan sólo el signo de una desavenencia familiar. Según el artículo 57.4 de la Constitución, «aquellas personas que, teniendo derecho a la sucesión en el Trono, contrajeren matrimonio contra la expresa prohibición del Rey y de las Cortes Generales, quedarán excluidas en la sucesión a la Corona por sí y sus descendientes».

Mientras tanto, sin embargo, las relaciones entre Eva Sannum y el Príncipe son más estrechas que nunca. Si, tras conocerse que a lo largo de 1998, 1999 y 2000 compartieron escapadas conjuntas y visitas mutuas (al Príncipe no le importó para ello alojarse en un hotel de segunda en Oslo), actualmente la modelo supedita sus planes a la difícil relación con Don Felipe. Su piso de estudiante en la calle Johny Svorkmos permanece vacío con mucha frecuencia y su asistencia a las clases de la academia Westerdals es más que intermitente. Y es que Eva Sannum, es importante subrayarlo, es la única relación formal que se le conoce al Príncipe de Asturias tras su ruptura con Isabel Sartorius.

Los observadores noruegos no ocultan su ilusión de que una boda española de Eva relativizase las discusiones sobre el escabroso noviazgo de Haakon. Sin embargo, les duele reconocer que, por ahora, el de Eva Sannum y Don Felipe es un asunto privado.

Los encuentros de la modelo noruega con la Infanta Cristina, por ejemplo, no pasan de ser una complicidad compartida por el Príncipe de Asturias y su hermana, muy unidos desde siempre.Y la tan cacareada invitación de Eva y Don Felipe a la boda de Haakon y Mette-Marit, el próximo 25 de agosto, sencillamente no existe. La Casa Real española ha recibido la noticia y confirmado la asistencia… pero Eva Sannum no ha sido invitada, pese a que ciertos encuentros con Haakon revelan que hubiese deseado participar del enlace de dos de sus mejores amigos.Ella tan sólo acudirá, por el momento, a la fiesta informal que los novios ofrecerán, para su círculo más íntimo, en la residencia real a las afueras de Oslo, el jueves 23. Aunque, eso sí, coincidirá allí con Don Felipe.

Tampoco es cierto que disfrute de escolta personal, pagada por el Príncipe de Asturias. Fuentes del cuerpo policial de Noruega han revelado que, tan sólo en las ocasiones en que la presión periodística sobre Eva Sannum ha sido muy fuerte, la embajada española y la policía noruega han intervenido para ayudarla, por iniciativa del Príncipe de Asturias. «Ha habido un par de casos», confirma la misma fuente, «en que, no pudiendo Eva Sannum dejar su casa para salir del país, se le ha proporcionado ayuda por parte de los mismos policías que escoltaban a Don Felipe durante sus estancias en Oslo».

Hoy por hoy, Don Felipe y Eva son sólo dos jóvenes que salen juntos. «Es mejor dejar que las cosas sigan su curso», opina un monárquico del círculo de los reyes de Noruega, que prefiere el anonimato. «Ese fue nuestro error aquí», prosigue, «Haakon quería a Mette-Marit, y no a otra, pero no se empeñó en comprometerse con esta rapidez. Su idea fue, más bien, convivir con ella hasta verificar si era la elección correcta. Tal vez hubiese llegado a la conclusión de que no, pero la presión fue excesiva. La casa real noruega se vio atrapada entre el escándalo por esta convivencia y el empecinamiento del heredero y, ante el temor de que la oposición pública forzase la abdicación de Haakon (como había pedido la Iglesia luterana), anunció el compromiso. Lo mismo ha ocurrido en Holanda, donde sólo el anuncio de boda de don Guillermo con Máxima Zorreguieta ha podido acallar las protestas contra el origen de ésta».

La paciencia parece buena consejera. Como dice Juan Balansó: «Si es verdad que el Príncipe está tan bien preparado, estoy seguro de que sabrá la responsabilidad que le incumbe al llevar al trono de España a una joven como Eva Sannum».

Entretanto, y gracias a la polémica, la Casa Real española ha logrado apartar la atención de la edad casadera del heredero.Los mismos que hace nada lo acusaban de diletante, hoy prefieren esperar, antes que precipitar las cosas. Conclusión: quienes desean que los dos jóvenes rompan, han ganado un tiempo precioso.El Príncipe también, si lo que quiere es convencer a sus padres.Y lo mismo Eva Sannum, que se esfuerza a toda prisa por convertirse en una heredera ideal.

29 Abril 2001

Privilegio y deber

Carlos Seco Serrano

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En uno de mis últimos artículos —titulado «¿A dónde va la Humanidad?»— me referí a esa creciente disociación entre derechos y deberes que está acabando con el equilibrio y el buen orden moral de nuestra sociedad —la sociedad occidental, en la que los españoles nos integramos—; disociación especialmente notoria en sus estratos generacionales más jóvenes. Subrayaba yo que la libertad no puede ser efectiva si no va acompañada por las obligaciones que acarrea. Y añadía que cuando el derecho tiene carácter de privilegio, mayor es el deber. Mi artículo concluía así: «Es un fenómeno candente el progresivo hundimiento del prestigio y de la estabilidad de instituciones venerables, tan venerables que, de hecho, ellas constituyeron los ejes ancestrales en torno a los cuales se forjó Europa. Pues bien, su declive, su degradación, que estamos contemplando dolorosamente, es consecuencia de un imperdonable olvido atribuible a sus titulares: el olvido de que el deber resulta más exigente aún cuando sólo su riguroso ejercicio justifica una situación de excepcional privilegio».
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Con ocasión del centenario de la Reina Emperatriz Victoria, símbolo de toda una época, recordaba el historiador Preston, en un artículo también publicado en ABC, su extraordinario sentido del deber, atenido a unas rígidas normas morales que se hicieron proverbiales en la sociedad británica de finales del siglo XIX bajo el apelativo de «moral victoriana» —tachada luego de hipócrita: pienso yo que la hipocresía no dejaba de ser un tributo de respeto a las normas que ejemplificó, y a las que rígidamente se atuvo, la gran soberana—.
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Como por entonces señalaba W. Bagehot (The English Constitution, 1891), apoyándose en la realidad monárquica que vivía su país, el papel que en la estabilidad política británica jugaba la Monarquía radicaba en su capacidad para proyectar una imagen de poder inteligible «por la gracia de Dios»; el exacto sentido del deber asumido por el monarca respondía a la necesidad de que la realeza, una vez despojada de sus poderes legislativo y ejecutivo, convirtiese su comportamiento privado en un espectáculo social capaz de sublimar y reflejar los valores morales y familiares de la sociedad en su conjunto, y muy especialmente los de las clases medias. Una familia en el trono debía ser el espejo de moralidad nacional, garantizando —a través de ella— la eficacia política del principio monárquico.
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La respetabilidad de la Casa Real británica —pese a las aventuras privadas de Eduardo VII— se mantuvo en la prueba más difícil: cuando, ya en vísperas de la Segunda Guerra Mundial; el nieto de aquél, Eduardo VIII, se empeñó en contraer matrimonio, contra viento y marea, con una norteamericana dos veces divorciada, Wallis Simpson, contramodelo de lo que había sido la tradición victoriana. Eduardo VIII quería vivir su vida, olvidando que, dado cuanto era y representaba, su vida no era suya; desertar del deber, vinculado al privilegio que le exigía renunciar a un enlace incompatible con el carácter sagrado de la Monarquía por él encarnada en cuanto jefe de la Iglesia anglicana, y con lo que suponía el Trono que durante más de sesenta años había prestigiado la gran Victoria I, le obligaba simplemente a renunciar al privilegio para vivir la vida de los no privilegiados. Tal fue la tesis de un ministro inflexible, Baldwin, para quien la Casa Real —el Rey— debía ser siempre el espejo en el que los súbditos —los no privilegiados— pudieran mirarse en todo momento. Eduardo VIII asumió la alternativa: renunció al privilegio, y se casó con la Simpson.
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El modelo y la normase rompieron, desgraciadamente, en los días del sobrino-nieto de Eduardo VIII, el Príncipe Carlos, y su consorte, la famosa Diana Spencer. Dejando a un lado —por caridad— a aquella desdichada muchachita, bellísima, pero incapaz de atenerse a los deberes en los que no había reparado al ceñirse la corona de princesa de Gales, y estúpidamente deificada tras su desastrosa muerte, el caso del Príncipe Carlos repetía lo ocurrido con Eduardo VIII: sino que él pretendía «vivir su vida» sin renunciar al privilegio. En lugar de abdicar sus derechos en la persona de su hijo primogénito, los ha mantenido al paso que intenta acostumbrar a sus futuros (?) súbditos a la idea de ver un día en el Trono a la detestada Camila Parker. Desgraciadamente, ese menosprecio al deber y a la moral se ha repetido, corregido y aumentado, en otros miembros de la Casa Real británica. Ahora bien, la Monarquía británica es la más antigua y prestigiosa de Europa. Sus «desviaciones» se han convertido en un estímulo para los príncipes de la nueva generación, en el resto de las Monarquías del Viejo Mundo. Aparte el caso —verdaderamente escandaloso— de la Corte de Mónaco, con su «princesa rebelde» (!!) y su inmatrimoniable príncipe Alberto, lo ocurrido en Noruega no puede ser más triste —y más próximo a nosotros, por razones a las que no creo necesario aludir—.
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Un Príncipe heredero ha de atenerse a dos deberes esenciales: dar sucesión a la Corona —lo que supone la obligación de no retrasar indefinidamente su matrimonio— y elegir a la que ha de compartir con él el Trono de manera que esté a la altura moral de ese incomparable privilegio. No me refiero a la alcurnia. En la época anterior a la Primera Guerra Mundial —cuando la Reina Victoria era llamada «la abuela de Europa», y los enlaces dinásticos jugaban un papel muy importante para la alta política, identificable con lo que Areilza llamó «la internacional de los Reyes»— resultaban inconcebibles los enlaces regios fuera de las viejas dinastías. Actualmente no es esa la cuestión: doña Fabiola, Reina de Bélgica, no era una princesa de sangre real, pero dio en el Trono un máximo ejemplo de dignidad, y de una conducta atenida al deber; la actual princesa de Brabante, casada con el heredero del Trono belga, procede de la alta burguesía, y parece perfectamente adecuada a las funciones que la realeza le exigirá algún día. Como ha dicho nuestra Reina Sofía, refiriéndose a la posible consorte del Príncipe Felipe, «lo que sí me parece importante… es que tenga el mismo nivel de educación, los mismos valores». Sería inconcebible ver en el Trono que en el último siglo ocuparon, con dignidad perfecta, María Cristina de Austria, Victoria Eugenia de Battenberg —y hoy de manera verdaderamente ejemplar, Sofía de Grecia—, a una jovencita avalada por sus «medidas perfectas» —de maniquí—. Por supuesto, nunca he creído —dada la sensatez y el exacto sentido de la responsabilidad de nuestro Príncipe — que semejante disparate haya pasado por su mente. La novelería de una gran masa de población —sobre todo femenina— alimentada por las frivolidades de la llamada «prensa del corazón» no puede servir de pauta. En una de esas revistas que hoy invaden nuestros kioskos se publicaba recientemente una estadística: el 61 por ciento de los consultados se mostraban a favor del supuesto «enlace por amor» de Don Felipe. Yo deduje: he aquí el porcentaje de nuestros republicanos —los que nunca han sabido estimar o entender la Institución—: un 61 por ciento.
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La realeza encarnada por Don Juan Carlos y Doña Sofía ha venido siendo, durante el último cuarto de siglo, un ejemplo y un modelo respetado y admirado en todo el mundo. No me parece posible que ese modelo se torne en algo parecido a lo que todos los días nos escandaliza en la llamada «prensa del corazón».

01 Mayo 2001

Cortesanos/as

Federico Jiménez Losantos

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Dicen últimamente mucho que a las repúblicas las traen las nueras, se entiende que de los reyes, por su incontinencia oral o genital. Será en Inglaterra. En España, las repúblicas han venido siempre como reacción a las camarillas, a los cortesanos profesionales, con la oficiosidad como oficio y el favor real como ventanilla de favores. Pero no es lo mismo ser monárquicos que monarquistas o cortesanos; «cortesanos y cortesanas», como dirían los progres de guardia; «cortesanos/as», como reza esa publicidad escrita que se amontona en los buzones para dar pistas a los cacos.

Para entendernos, monárquicos son Antonio Burgos o Alfonso Ussía, que llevan no sé cuántos años insistiendo inútilmente en que el Príncipe debe casarse de una vez pero no con la primera que le apetezca. Ha pasado tanto y han pasado tantas que, si se casa, será ya con la trigésimo novena. Monarquistas o cortesanos/as son toda esta patulea que ha roto a escribir contra la posible boda del Príncipe de Asturias con Eva Sannum, pero que no escriben por su cuenta y riesgo, sino a cuenta y riesgo del Rey. José Luis de Vilallonga ha aprovechado su instalación en las terceras de ABC para decir que escribe contra la modelo por sugerencia de Don Juan Carlos, que también le habría pedido, dice, aquel otro artículo denunciando la «conspiración republicana», prólogo de la conspiransón. Sí hombre, aquella campaña del monarquismo académico que orquestaron ansones y cebrianes para proteger al felipismo corrupto, injuriando a los periodistas independientes y tratando de impedir el legítimo acceso del PP al Poder. Si fuera verdad lo de Vilallonga sobre el empujón real a la patraña, cosa que no dudo (que sea patraña, claro), he ahí cómo se fabrican republicanos sin necesidad de nueras.

Pero los monárquicos de verdad, o sea, los que son antes que nada ciudadanos y españoles, dicen lo que creen que deben decir, sin usar el nombre del Rey en vano. Por eso es más repelente este neocortesanismo lamelibranquio que, por un lado, insulta a la novia del Príncipe, y por otro, o sea, en otro párrafo, dice que la seriedad, inteligencia y responsabilidad de Don Felipe hacen rigurosamente increíble que pueda perpetrar semejante enlace. ¿En qué quedamos? Si es tan responsable, ¿a qué viene el sermón? Se casará después de pensarlo bien, consciente del papel de su futura y porque confiará en que tiene las virtudes que exige la profesión. Pero proclamar de hecho que es un irresponsable que necesita que su padre lo abronque por cortesanos/as interpuestos/as, me parece una provocación republicana. Por este asunto, innecesaria.

01 Mayo 2001

Confianza en el Príncipe

Luis María Anson

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Don Felipe de Borbón sabe mejor que nadie dos cosas: que el pueblo español quiere que se case por amor y que la mujer por él elegida debe reunir las cualidades necesarias para ser reina de España. El príncipe ha sido educado con extraordinaria dureza por su padre Juan Carlos I y, mientras vivió, por su abuelo Juan III. Don Felipe estudió el bachillerato en un colegio exigente, estuvo un año en Canadá, pasó por las tres Academias militares, cursó su carrera universitaria sin una sola concesión y aprobó un master en Estados Unidos. Ha cumplido en España y fuera de España con las obligaciones oficiales que le encomendaron el Rey o el Gobierno, y lo ha hecho de manera impecable. Su actuación en los Premios que llevan su nombre ha sido sobresaliente. Gracias a él y a Graciano García se han convertido en los más importantes del mundo después de los Nobel.

Con treinte y tres años, una educación especialmente severa y un sentido del deber indoblegable, aprendido de sus padres y sus abuelos, n ocabe esperar de Don Felipe la menor frivolidad. Yo me sumo anticipadamente a la decisión que tome. Lo hará con el corazón pero también con inteligencia y con sentido de la responsabilidad. Las ganas que tienen algunos de armar ruido se estrellarán con la serenidad de este P´rincipe que sabe muy bien, porque las tiene en casa, las cualidades que debe reunir la futura Reina de España. El pueblo español quiere que esa mujer (perteneza a la realiza o no, que los tiempos han cambiado para todas las monarquías) sea como Dña Sofía. Inteligencia, bondad, equilibrio, monderación, prudencia, sentido del humor, solidaridad con los menos favorecidos, amor a España, sentimiento religioso y permanente culto al deber son las cualidades que adornar a nuestra Reina y que Don Felipe conoce mejor que nadie

Mi voto de confianza es para el P´rincipe. No comparto ni los rebuznos ni los aspavientos de algunos cortesanos de dientes alicatados excluídos de nuestra Monarquía sin Corte, que nada tienen que ver con el noarquismo racional ni con los tiempos que vivimos, cuando han girado ya los portones del siglo XXI, y Don Felipe sabe muy bien que el Rey está para el pueblo, no el pueblo para el Rey. “Que el reinar – escribió Quevedo – es tarea, que los cetros piden más sudor que los arados, y sudor teñido de las venas; que la Corona es el peso molesto que fatiga los hombros del alma primero que las fuerzas del cuerpo; que son palacios para el príncipe ocioso son sepulcros de una vida muerta, y para el que atiende son patíbulos de una muerte viva; lo afirman las gloriosas memorias de aquellos esclarecidos príncipes que no macharon sus recordaciones contando entre su edad coronada alguna hora sin trabajo”.

Luis María Anson

03 Mayo 2001

Carta del Jefe de la Casa de S. M. el Rey

Fernando de Almansa y Moreno-Barreda

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Estimado Sr. Director: Sobre el artículo de D. José Luis de Vilallonga titulado. «Los deberes de un Príncipe» publicado el pasado 20 de Abril en la Tercera página del Diario ABC, se han producido, en los últimos días, una serie de comentarios sobre los que me siento obligado a salir al paso.

En primer lugar, creo que es del mayor interés señalar que la Casa de S. M. el Rey respeta el derecho a la libre expresión de las opiniones, lo que no quiere decir y deba esperarse que estas opiniones, sobre asuntos que le afectan, sean suyas o las comparta aun en el caso en que sus autores o comentaristas, de forma directa o indirecta, así lo puedan sugerir. Este ha sido el caso del artículo del Sr. de Vilallonga. La Casa de Su Majestad desea manifestar que las opiniones en él contenidas son sólo sus propias opiniones y que nadie ha sido autorizado a sugerir que estas sean compartidas por Su Majestad el Rey o Su casa.

Entendemos que es oportuna esta aclaración, agradeciendo que sea publicada. Le saluda con gran afecto.

06 Mayo 2001

¿Por qué no Eva Sannum?

Pedro J. Ramírez

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Aunque varios periodistas asiduos a los viajes de la Familia Real que hicieron un aparte con Don Felipe durante la recepción del Día del Libro tuvieron la impresión de que el Príncipe les estaba dando a entender que está contemplando la posibilidad de casarse algún día con Eva Sannum, no me gustaría que este artículo se interpretara como otro peldaño más en lo que muy bien puede terminar siendo una escalera hacia ninguna parte. De hecho, más que la cuestión concreta, me interesa el debate ideológico que se ha suscitado en torno a lo que no pasa de ser una mera hipótesis, detrás de la que, sin embargo, laten las contradicciones que va a tener que afrontar una institución añeja por naturaleza como es la Monarquía en un mundo meteóricamente cambiante, en el que sólo prevalecerá lo que se adapte a las nuevas reglas.

Mi entrada en liza se debe en realidad al chirrido reaccionario que he sentido al leer el argumento central del artículo dedicado al caso por un polemista habitualmente tan docto y ponderado como el profesor Carlos Seco Serrano. Según él, hasta tal extremo «sería inconcebible ver en el Trono… a una jovencita avalada por sus `medidas perfectas [el enfático entrecomillado es suyo] de maniquí» que, «dada la sensatez y el exacto sentido de la responsabilidad de nuestro Príncipe», es increíble «que semejante disparate haya pasado por su mente».

Creo que aquí el único «disparate», machista y anticuado a más no poder, es el del bienintencionado historiador al dar por supuesto que lo único que «avalaría» a esa «jovencita» en el caso de que el Príncipe decidiera convertirla en su esposa serían sus «medidas perfectas». Como si la personalidad de una mujer pudiera reducirse de tal modo a su apariencia que fuera posible dar por sentado que todas las guapas son tontas, frívolas e incultas, sin tan siquiera intercambiar una palabra con ellas.

Ni uno solo de los defensores de la tradición monárquica que se han apresurado a poner la venda antes que la herida ha alegado nada en relación al carácter de la persona en cuestión. Todas sus objeciones son de índole biográfica. Nadie dice que sea una egoísta inmadura, una maquinadora codiciosa o una colérica insoportable. No, el problema es que sea noruega, hija de padres divorciados de clase media, sin una carrera universitaria de postín y, sobre todo, que en su trayectoria de modelo haya hecho pases de ropa interior. Como si en el siglo XXI fuera mucho más grave el topless de una reina de origen «plebeyo» -ya la propia expresión es como para caerse de risa- que el compendio de todos esos defectos morales en una consorte de estirpe principesca.

Dar por sentado que la naturaleza de una persona a la que no se conoce se corresponde con estereotipos tan burdos como los que en este caso se están manejando, bien merece el castigo de ser informados de cómo, según The Guardian, Don Felipe es «the salsa-loving prince» (14-IV-2001) o según The Scotman se trata del «playboy son» del Rey Juan Carlos (3-IV-2001). ¿Verdad que no? ¿Verdad que es completamente injusto caracterizar como «el Príncipe amante de la salsa» o «el hijo playboy» de nuestro Monarca a quien si por algo se ha hecho notar hasta ahora -y vamos conociendo ya un poco a Don Felipe- es por la forma concienzuda, reflexiva y profunda con que trata de empaparse de todos los asuntos de Estado y de asumir responsablemente sus funciones como heredero? Pues exactamente la misma injusticia podría estar cometiéndose con este displicente prejuicio por el que se descalifica a una mujer guapa antes de darle la oportunidad de abrir la boca.

El «aval» que necesita la futura reina de España no son ni unas «medidas perfectas» ni unas «buenas maneras perfectas» ni un «linaje perfecto» ni un «currículo académico perfecto». Lo imprescindible es que su temperamento, su calidad humana, su tenacidad y aguante, su capacidad de entender y comunicarse con la gente más dispar, o sea todos esos dones naturales que surgen en los entornos más insospechados, sean los adecuados para ejercer el papel de consorte en una monarquía constitucional de un país miembro de la Unión Europea y activo protagonista de la aldea global. Y eso nadie puede valorarlo mejor que quien tendrá que ser soberano en un mundo en el que el propio concepto de soberanía seguirá estando bajo revisión continua.

La decisión es del Príncipe y sólo del Príncipe, y a la única persona a la que necesita convencer es a su padre a efectos de que no exprese su oposición en los términos y con las consecuencias que establece el artículo 57.4 de la Constitución, ya que es evidente que las Cortes Generales sólo harían uso de idéntica prerrogativa en supuestos tan inverosímiles como que el Reino de Noruega entrara en guerra con el de España y la tal «jovencita» resultara ser una espía en constante trato con el enemigo.

Don Felipe tiene ya 33 años y la experiencia más rica y variada de la que jamás ha disfrutado ningún heredero de la Corona. A estas alturas es evidente que ninguna de las princesas de su generación incluidas en las sobadas listas de aspirantes genéticamente correctas le atrae lo más mínimo como esposa. Y sólo respetables personas mayores, curtidas en la abnegación y los códigos de honor de otro tiempo, pueden proponer seriamente que el Príncipe se «sacrifique» por España, casándose con alguien que no le guste pero dé el pego como reina. De ahí a añadir que luego puede buscarse discretamente cuantos apaños al margen le convengan, media sólo un paso.

Nadie discute que una de las funciones representativas de la monarquía pasa por encarnar los valores de una sociedad en la que la familia sigue siendo el principal punto de referencia. Pero esos valores y esa familia han variado espectacularmente en España desde que hace casi 40 años los padres de Don Felipe contrajeron matrimonio. La sinceridad en las relaciones, el enriquecimiento mutuo, la capacidad de compartir y el respeto basado en la igualdad han ido comiéndole terreno legal y moral a lo que en muchos casos era una institución autoritaria, desequilibrada y represiva. O el nuevo monarca coge la onda de quienes protagonizarán el futuro -y la forma de elegir compañera y de relacionarse con ella es una manera clave de empezar a hacerlo- o se convertirá en un fósil de cornucopia para adorno de las salas de estar de los leales.

Toda elección es una apuesta y siempre es más fácil poner peros a una candidatura que presentar alternativas más convincentes. Es probable que la biografía de Eva Sannum no corresponda para nada al patrón preconcebido de cómo llegar a ser reina de España. Pero hasta los más recalcitrantes habrán de reconocer que mucho peores credenciales presentaba en teoría un hijo de rey educado y preparado por un dictador para alterar el orden sucesorio en perjuicio de los derechos de su padre, y ahí le tenemos, querido y respetado por todos al cabo de 25 años de reinado en libertad y prosperidad.

Aunque no es lo mismo elegir esposa que presidente del Gobierno, el propio Juan Carlos sabe hasta qué punto dejó a la cátedra política boquiabierta cuando se inclinó por Adolfo Suárez -ese «chusquero de Cebreros» como él mismo se autodefinía- para hacer de España una democracia moderna; y resulta que fue esa opción heterodoxa y valiente la que funcionó. No, afortunadamente en la vida pública de un país avanzado es mucho más importante el ser que el parecer y baste como muestra el botón de este inspector de Hacienda, de apariencia más gris que su actual bigote, encaramado eficazmente en una merecida y brillante mayoría absoluta.

Al final, el éxito o el fracaso de Don Felipe como monarca dependerá de su capacidad de atender las expectativas que sobre la institución vayan haciéndose los ciudadanos. Y a su vez esto tendrá mucho que ver con la imagen que de la Familia Real quede reflejada en el espejo de los medios de masas. Shaw decía que «son las alucinaciones colectivas las que hacen a los reyes» y en esta época, en la que el voyeurismo televisivo o revisteril es a la vez el pan y el circo del pueblo, nada resulta tan peligroso como quedar transformado en icono de ese implacable consumo periódico. Pero eso, que es la verdadera maldición bíblica que amenaza a las monarquías -saldrás en el Hello!, en el Diez Minutos y hasta en el Pronto y el Qué me dices todas las semanas y se hablará de ti en Tómbola y Corazón, corazón- te puede pasar igual con Eva Sannum que con una princesa con tinta Waterman en las venas.

En todo caso, como esto es algo que nos concierne a todos, yo ya puedo sentirme satisfecho de haber cubierto mi cupo de sentido de la responsabilidad semanal, pues el otro día en la redacción de EL MUNDO declinamos educadamente la oferta de comprar unas fotos en las que se veía a Don Felipe con un grupo de amigos, sujetando en divertida pose horizontal a una amiga de Eva Sannum -por supuesto completamente vestida- durante una inocua fiesta celebrada al parecer hace dos o tres años. Aunque también es cierto, todo hay que decirlo, que nuestra firmeza en la defensa de la imagen de seriedad que corresponde a la Corona se vio reforzada por el hecho de que el fotógrafo o agencia fotográfica en cuestión pedía 50 millones de pesetas por la serie, «30 en blanco y 20 en negro». Ya verán cómo hay alguien que los paga.