11 agosto 1994

El dictador de Perú, Alberto Fujimori, destituye a su esposa Susana Higuchi como primera dama y esta amenaza con aspirar a la presidencia del país

Hechos

Fue noticia el 11 de agosto de 1994.

10 Agosto 1994

Fujimori contra Fujimori

Manuel Hidalgo

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L A familia, ya se ha dicho, es la base del Estado, pero también es su metáfora: como campo de batalla de poder, como estructura de organización, como tejido de medios y fines, como casi todo.

La señora Fujimori ha plantado al señor Fujimori. Pero no quiere llevarse a los niños, quiere llevarse a los votantes. ¿A quién quieres más, a papá o a mamá? Eso son los niños, votantes. Y eso son los votantes, niños que, resignados a que alguien les mande, eligen entre la tiránica mano de hierro de papá y el equívoco guante de seda de mamá. Sobre todo en las dictaduras.

Perón mangoneaba dentro del uniforme y Evita pastoreaba a sus pequeños descamisados desde dentro del abrigo de visón, que es suave y mimoso al tacto. Entre la mano dura de papá y las buenas palabras de mamá nos van gobernando y vamos tirando.

La señora Thatcher tenía un marido como quien tiene el apéndice, un firindulín que no sirve para nada más que para que te lo quiten.

Ahora dicen que en Estados Unidos manda el apéndice. O sea, que el señor Clinton es un colgajo de la señora Clinton, que es la lista de la casa (blanca). Cualquier día, la señora Clinton deja de disimular, se aburre de soplárselo todo al oído, y se lo corta. El apéndice, el señor Clinton.

Entre las que se llevan mal, las que se llevan peor y las que, definitivamente, se dan puerta, las parejas presidenciales que se llevan bien son casi tan raras como las parejas corrientes que tampoco se llevan bien.

La señora Fujimori quiere refitolear en el Perú porque la cocina se le ha quedado ya pequeña. Con toda probabilidad, el señor Fujimori quiso mandar en el país porque la cocina le venía grande. Esa es la gran paradoja de los políticos: lo poco es mucho para ellos y para lo mucho ellos son poco. A ver qué hace la jefa.

10 Agosto 1994

Fukiyama y Fujimori

Martín Prieto

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Casi al tiempo, dos oriundos japoneses nos tocaron lo que debería ser intocable: Fukiyama y Fujimori. El primero, un analista del Departamento de Estado norteamericano, elaboró un supuesto teórico a cuenta de la caída del muro berlinés, sosteniendo que la Historia había terminado como enfrentamiento ideológico y el futuro sólo nos depararía discusiones sobre criterios científicos para resolver problemas económicos concretos y evaluables. No seré yo quien le acuse de plagiario, pero lo de Fukiyama, ya lo había leído yo bajo otra inspiración en El ocaso de las ideologías del ex ministro de Franco, Gonzalo Fernández de la Mora, quien más modestamente, no se atrevió a desarrollar su «Estado de obras» sobre un mapamundi, limitándose a glosar el calvinismo del Opus Dei aplicado al desarrollismo de nuestra dictadura. Puestos a permitir que nos toquen los cojones me quedo con Fernández de la Mora, quien al menos escribió lo suyo sin poder prever que contemplaría en vida el desplome del socialismo real, a menos que en su día recibiera la asistencia del Espíritu Santo. Pero los siempre incomprendidos precursores merecen un respeto añadido, y a Fukiyama cabe objetarle que aún miles de millones de seres humanos no han decidido, de consuno con la Casa Blanca de Washington, terminar la Historia y que muy por el contrario nos obligarán a escribir nuevas y dolorosas páginas sobre ella.

Nadie debe ser un fanático de nada, y menos de las oligarquías políticas partidarias, pero más aventurerismo y peligro hay entre quienes, tanto me da en Italia como en el Perú, rompen el sistema fracasado y se encaraman al poder tal como Berlusconi o Fujimori. El presidente peruano tuvo arrancada de caballo y parada de burro, y, habiendo violado en connivencia o por orden de sus militares, la ley de su país, es un rehén de aquéllos y de los intereses económicos a los que ambos sirven. Sendero Luminoso se había derrumbado sobre una demencia tal que los dirigentes de ETA y KAS parecieran sesudos profesores de Oxford, y Abimael Guzmán, largamente cercado, fue detenido cuando le convino a la inteligencia del Ejército peruano. El segundo mérito del antidemocrático Fujimori fue la remisión de la endemia del cólera en todo el Cono Sur, retrocedida ante el «¡banzai!» del peruano-japonés. Por lo demás, finalizada la Historia en el Perú, hay más pobres que antes, pero eso sí, procuran moderar la bronca que les provoca su condición. El «fujimorismo», el providencialismo de un Gary Cooper, de un hombre solo que salva a la sociedad, estuvo por prender en Sudamérica. Fujimori es un títere militar, y me reconforta que su esposa Susana Higuchi, que habiéndole abandonado quiere enfrentarse a él en la liza electoral del año próximo, le revele como el payaso que es. La reyerta matrimonial se eleva a querella política. Zulema Yoma, intenta lo mismo con su marido el presidente argentino Carlos Saúl Menem. Hasta en política siempre son las esposas las que te bajan los pantalones. Menem expulsó de la residencia presidencial de Olivos a Zulema y a sus hijos, ahora recuperados, a golpe de talonario, y al general de su guardia de granaderos que procedió a tamaña heroicidad le ha hecho jefe de la Seguridad del Estado. Los divorcios de hecho entre Menem y Yoma y entre Fujimori e Higuchi, dan de alguna manera la razón a Fukiyama, al menos entre sociedades hambreadas y regidas por caudillos inescrupulosos, ajenos a sus naciones (un japonés, un sirio-libanés) y sólo expertos en decirle siempre que sí al Fondo Monetario Internacional y al Club de Acreedores Internacionales de París. Hasta Collor de Mello, obligado a dimitir por corrupto en un país de manga tan ancha como Brasil, quiere mediar en la inminente campaña electoral de su patria, y el anciano y respetado Rafael Caldera da un golpe de Estado económico en Venezuela. Si éstos son los protagonistas del fin de la Historia de Fukiyama, me quedo con la momia de Fidel Castro.

11 Agosto 1994

La esposa del César

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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LA SEÑORA Fujimori ha vuelto a casa. Todo regresa al orden: pero ¿quién conoce los tigres escondidos en la alcoba? Su marido, el presidente de Perú, llevaba ya una semana sin ella, y, por fin, decidió llamarla por teléfono. El teléfono, naturalmente, era móvil: lo llevaba en el bolso cuando hacía una obra de caridad, rodeada de un enjambre de periodistas que asistieron, así, a la escena histórica de la reconciliación. La esposa del presidente de Perú había abandonado el hogar porque su marido no tiene «sensibilidad social», y había decidido presentarse ella a la elección presidencial contra su esposo para cubrir ese importante frente en un país subdesarrollado.La ley peruana impide esa candidatura: ningún familiar del presidente puede presentarse a las elecciones. Parece una violación de la. democracia, puesto que cada ciudadano es elector y es elegible; pero se trata, al contrario, de evitar las dinastías dominantes: los Trujillo, los Somoza, los Kim de Corea.

Lo habitual en las damas es esperar a quedarse viudas o huérfanas para ejercer el poder a la luz del día: Aquino, Isabelita Perón. Pero Zulema Yoma, en la Argentina de las bellas y dominantes viudas, que rría serlo sin esperar a la muerte de Menem, como Susana Higuchi quiere optar en Perú. Triunfar des pués de muerto el esposo tiene menos valor que triunfar en vida de él: que lo vea, que se entere. Como hizo Eva Duarte de Perón. Los pleitos matrimoniales son muy complejos en las familias dominantes. Ya existían en los griegos, con sus Yocastas y Medeas.

La solución que podía plantearse para este caso es la del divorcio. Pero en un país mayoritariamente católico el divorcio no sería suficiente sin la, no siempre fácil, disolución del matrimonio por el Tribunal de la Rota. Al final, Susana Higuchi de Fujimori se ha dado cuenta de que no estaba en las mejores condiciones para llevar una lucha feminista por su cuenta. Y ha vuelto, ha proclamado que en ningún momento recurrirá al divorcio y ha suspendido las «desavenencias ideológicas» y quizá su ideal de aventura.